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Carlos Ripoll circa 2010 |
Por Eduardo Lolo
El tiempo verbal del pretérito
se me enreda, rebelde, en la lengua, cuando trato de hablar sobre Carlos
Ripoll. Y es que a casi un año del fogonazo de desesperanza con que cercenara
lo poco que le quedaba de vida, me resisto a pensar en él solamente en el pasado.
Y no hay nada de místico en mi insubordinación temporal. Ripoll me sigue
saludando diariamente desde sus libros, siempre visibles en mis libreros o a
horcajadas sobre mi mesa de trabajo. Es más, a cada rato lo sorprendo
deambulando entre los volúmenes de las Obras
Completas de José Martí, devoto e inquisitivo. Y hasta en mis propios
libros de vez en cuando me hace un guiño cómplice desde una cita o una nota al
pie de página. Desde 1971 hasta el 2011, Ripoll desarrolló la más profunda,
seria y honesta labor de investigación, análisis, reivindicación,
interpretación y divulgación de la vida y la obra de José Martí debida al
esfuerzo de una sola persona. De ahí que me atreva a asegurar que al igual que
no hay Cuba sin Martí, hoy en día no hay Martí sin Ripoll, convertido en el
guía ideal para escrutar la “mina sin acabamiento” de la que hablaba Gabriela
Mistral refiriéndose a la obra martiana
En
efecto, durante los 40 años señalados, nadie aportó tanto a los estudios de la
obra y la vida de José Martí como Carlos Ripoll. En el verano de 1971
aparecería su primer libro de tema martiano; en agosto del 2011 daría los
toques finales al último, que no vería impreso. En las cuatro décadas que
median entre uno y otro, no hay faceta en la vida de Martí ni palabra de su
pluma fecunda que Ripoll no analizara, indagara, interpretara y estudiara con
respeto y admiración palpables, pero sin menoscabo de la seriedad y la
objetividad que es de esperarse de todo intelectual que asuma seriamente su
condición de tal. Sus entregas de estudios martianos tuvieron un desarrollo
lógico y concatenado. Miradas de conjunto, ofrecen una visión de unidad y
causalidad, sin la cual no podría comprenderse su obra póstuma en su
integridad.
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Carlos Ripoll, su esposa Herminia, Ángel Cuadra
y Eduardo Lolo en 2001 |
La
necesidad de objetivizar tanto la vida de José Martí como el estudio de su obra
es algo que pedían a gritos palmas y arroyos, arenas y montañas criollas.
Octavo R. Costa, que tanto sabía del sangrar histórico de Cuba, comentó al
respecto:
…uno de nuestros errores –con el
que incurrimos en una de las tantas maneras de engañarnos– es la de creernos
que sabemos mucho de Martí, que su vida no tiene secretos para nosotros, que
nos tenemos muy aprendida su magna obra y que, en consecuencia, somos unos
perfectos martianos.
Y eso no es así. Si lo fuera, si
hubiéramos aprendido la lección de su vida, si hubiéramos asimilado
especialmente su pensamiento político, si hubiéramos pautado nuestra conducta
con la tabla de valores morales que aparecen en cuanto escribió, no hubiéramos
perdido la república. […] Martí, en el mejor de los casos, era una anotación
patriótica, una leyenda desprendida de unas olvidadas páginas de la historia,
un mito que se había inventado y que contemplábamos de lejos, con el
inconsciente temor de acercarnos a él.
Carlos
Ripoll logró vencer ese temor inconsciente y se dio a la tarea, no exenta de
peligros e incomprensiones, de desmontar el mito en busca del hombre, en todas
sus aristas. Toda mitología, por su condición de antípoda de la realidad, es
perfecta e incuestionable; de ahí que la pueblen semidioses y otros seres
sobrenaturales. La historia, por constituir el otro segmento de la dicotomía,
es todo lo contrario: imperfecta y cuestionable, ya que es obra humana en su
totalidad. Consecuentemente, cuando la historia se vuelve mito la práctica
histórica deviene en rito o representación, pues perdidas las dudas y la
espontaneidad de la realidad, la historia se deshumaniza –distanciándose de
forma inexorable del hombre de carne y hueso–, ya que la sublimización del
pasado provoca que la lejanía en el tiempo nos haga extranjeros en nuestra
propia tierra.
Carlos
Ripoll, con la acentuada objetividad de sus estudios, trató de recuperar la
historia para nuestra realidad mediante la inserción de la realidad en nuestra
historia, en lo que pudiera constituir un nuevo punto de partida (o de llegada)
en la historiografía cubana. Para lograrlo en un principio, se dedicó a
estudiar profundamente no solamente la obra de Martí, sino la bibliografía
martiana debida a la creación de quienes le precedieron en el intento. Pero
dicho estudio rebasó su condición de acumulación de información y conocimientos
para devenir en dos libros que se convertirían en obras de consulta obligatoria
para los martianistas que le siguieron: Archivo
José Martí. Repertorio crítico. Medio siglo de estudios martianos y el Índice universal de la obra de José Martí,
ambos de 1971. A partir de esas dos entregas, Ripoll comienza un estudio de la
obra y la vida de José Martí que lo lleva a descubrir y dar a conocer no sólo
escritos martianos desconocidos en el siglo XX –hasta entonces perdidos en
páginas amarillas de tiempo en hemerotecas somnolientas–, sino aspectos de su
vida ocultos o escamoteados por historiadores inescrupulosos o temerosos de la
verdad: los primeros, para hacer de Martí un cómplice de tiranos; los segundos,
para ocultar por recelo lo que consideraban pudiera manchar el mármol histórico
de su sacrificio.
Ripoll salió al paso de unos y
otros. De la vida martiana poco le faltó por conocer. Indagó sus amistades y
enemistades, sus admiradores y detractores, sus amores y desamores, sus éxitos
y fracasos. Gracias a investigaciones de tintes más detectivescos que
académicos, Ripoll descubrió relaciones, domicilios y viajes desconocidos del
quehacer histórico e íntimo de Martí, dando a la luz lo que el clandestinaje
conspirativo independentista o los patrones morales de la época mantuvieron en
secreto (aunque fuese a voces) durante siglo y medio. Las pistas originales a
seguir fueron múltiples y a veces aparentemente inocuas: la dedicatoria de un
libro, una abreviatura calzando un poema, una oscura referencia en una carta
que aclara otra fuente, etc. Ripoll fue re-viviendo la vida de Martí paso a
paso, escarbando en su entorno, ‘hablando’ con quienes lo conocieron. No hay tema
o hito vivencial de Martí que Ripoll no explorara concienzudamente: la
política, las finanzas, las dolencias físicas y síquicas, las alegrías y las
penas, los aciertos y desaciertos, los alcances y limitaciones de Martí fueron
desempolvados de tiempo y mostrados en público con respeto pero sin escamoteos
ni interpolaciones anacrónicas. Ripoll comprobó que Martí, a pesar de sus
posibles o incuestionables defectos, seguía siendo lo mejor que había producido
Cuba en toda su historia; no necesitaba ser perfecto para ser grande, pues en
definitiva la grandeza, combinada con la imperfección inherente a la vida
humana, se empina aún más: el mármol que vence a la carne de la cual es mímesis
se hace más sólido y brillante todavía.
A manera de ilustración veamos estos
ejemplos: Ripoll detectó que había espacios temporales vacíos en la estancia de
Martí en Nueva York. Aunque oficialmente este vivía en la casa de huéspedes de
María Mantilla (con quien tendría la más estable y prolongada relación amorosa
de su vida), los textos biográficos conocidos tenían evidentes lagunas. Por la
fecha y las iniciales calzando un poema, Ripoll descubrió la existencia de un
viaje martiano clandestino a Cayo Hueso. Y no hay nada de raro en ello: el
clandestinaje constituye un elemento básico de toda conspiración; pero, aunque
entonces el viaje de ida y vuelta de New York a Key West tomaba mucho más
tiempo que ahora, no alcanzaba a cubrir por completo el lapso temporal no
documentado en la estancia neoyorquina de Martí. Viajes más cortos a zonas
cercanas quedaban del todo comprobados por notas, cartas y/o sueltos
noticiosos. Si Martí no había salido de Nueva York, ¿dónde había estado
viviendo? Emprendió entonces Ripoll un camino de investigación virgen hasta
entonces: desechó a José Martí como objeto de indagación y se dedicó a seguirle
la pista a sus seudónimos. Y gracias a una minuciosa lectura de los censos de
población y vivienda de la época, descubrió que Martí llegó a tener, bajo
nombres que se sabe por él utilizados, otros domicilios en Nueva York, hasta
entonces ocultos a la historia. De ello pudiera inferirse que Martí no
solamente intentó burlar a los espías del gobierno colonial español que lo
asediaban, sino a las propias autoridades estadounidenses, ya que algunas de
sus actividades eran, a la par que patrióticas para los cubanos, ilegales para
el país que lo acogía, en extraña aleación en que el patriota se vuelve
‘oficialmente’ delincuente obligado por las condiciones y circunstancias donde
desarrolla su patriotismo.
Ilustran lo anterior los pormenores del fracaso del llamado Plan de La
Fernandina.
Ripoll llega a dominar de manera
tal la vida y el entorno histórico martiano que no duda en desmentirlo cuando
descubre o interpreta que no habla con propiedad, pues ni siquiera el mismo Martí se salva del bisturí
indagatorio de Ripoll en busca de la verdad total. En efecto, sin mermar su
admiración y su respeto por el ente investigado, Ripoll no duda en poner de
manifiesto sus errores o inexactitudes. Ilustra lo anterior Desmentir a Martí. En el Bicentenario de
Lincoln (2009) en que Ripoll llama la atención sobre una reiterada
información no confirmada que diera Martí sobre Lincoln y su interpretación
peyorativa por parte del cubano. Al parecer Martí, para hacer más contundente
su rechazo a las ideas anexionistas, se hizo eco de una falsedad (o, al menos,
de una inexactitud histórica) referida a la posible reubicación cubana de
esclavos norteamericanos libertos por la Guerra Civil. Aunque hay pruebas de
que se contempló en las altas esferas norteamericanas la posibilidad (siguiendo
el ejemplo de Liberia) de crear colonias de antiguos esclavos fuera de los
EE.UU. (por ejemplo, en Panamá, entonces territorio colombiano), no existe
indicio o evidencia alguna de que se hubiera pensado oficialmente en la isla de
Cuba para ello. Sin embargo, según Martí, Lincoln habría prestado oído y, de
alguna forma, contemplado la posibilidad de enviar esclavos libertos como
colonos a Cuba. Ripoll destaca la imposibilidad y lo absurdo de semejante idea,
pues Cuba era todavía colonia de España y esclavista. No obstante ello, buscó y
rebuscó –con la minuciosidad investigativa que lo caracteriza– en los
discursos, cartas y otros materiales lincolnianos una pista o referencia a lo
dicho por Martí y no encontró absolutamente nada al respecto. ¿De dónde sacó
Martí semejante información? Pero ese estudio profundo de Lincoln dio como
resultado un ‘sub-producto’ positivo: Abraham
Lincoln. Pensamientos/Thoughts (2009), una antología bilingüe de muestras
del pensamiento del destacado político norteamericano.
Otras veces la crítica objetiva de vuelve contra
personajes del entorno de Martí que, por su vinculación con el Apóstol, la
historiografía cubana antes de Ripoll trataba con cierto viso de complacencia y
hasta justificación. Valgan los ejemplos de la misma madre de Martí, con sus
constantes recriminaciones al hijo, o el de su más íntimo y querido amigo:
Fermín Valdés Domínguez. De este último trata todo un libro de Ripoll del 2007:
Martí y el fin de una leyenda. La leyenda
que intenta poner fin este ensayo es la creada por Valdés Domínguez sobre sí
mismo. Se trata de un tomo de más 150 páginas que pone de manifiesto,
documentadamente, las inexactitudes históricas presentes en los escritos de
Valdés Domínguez, así como las omisiones, escamoteos y hasta un caso de posible
falsificación de la correspondencia que Martí sostuviera con él.
De lo anterior se desprende que Ripoll, además de
persistente, abarcador e inalcanzable en sus estudios martianos, siempre tuvo
como norma la búsqueda de la verdad, tratando de establecer las no siempre
estables o discernibles fronteras entre lo que fue y lo que se cree haya sido,
entre lo que pudo ser y lo que se quiso que fuera, entre lo intentado y lo
realmente alcanzado. Toda estatua de mármol requiere de un pedestal. Y todo
pedestal tiene algo de barro. Pero es precisamente el pedestal lo que mantiene
erguida la estatua. Una y otro se complementan y quedan indisolublemente unidos
por medio de la verdad, que Ripoll trató siempre de poner de manifiesto, aunque
el resultado no fuera ‘políticamente correcto’. Pero con ello creo que Ripoll
no hizo más que seguir al propio Martí, quien dejó bien aclarado que “el que
pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por
la verdad que le faltó, que crece en la negligencia y derriba lo que se levanta
sin ella.”
Ripoll nunca puso de lado
parte de la verdad, ni por olvido y mucho menos por voluntad. Ello se aprecia
en las decenas de libros y folletos dedicados a los estudios martianos en
particular y a Cuba en general, los cuales ya hemos tratado en conjunto en
trabajos anteriores. En
todos ellos Ripoll profundizó, en ocasiones a niveles nunca antes alcanzados,
tanto en la obra como en la vida y el entorno vital de Martí, a tal punto que
parecía que ya había agotado la fuente y las posibilidades de continuar más
allá. Sin embargo, en el verano de 2011, recién llegados Circe y yo de Nueva
York para nuestras vacaciones, como un niño travieso nos visitó por última vez
Ripoll con el manuscrito de un libro bajo el brazo que, siguiendo una práctica
que para mi honra teníamos desde hacía tiempo, quería que yo leyese antes de
enviar a la imprenta. Se trataba de Martí
y la melancolía, donde Ripoll intentó un análisis sicológico de Martí a partir de
sus escritos y otras fuentes complementarias. La melancolía está tratada,
aclara Ripoll, “como desencadenante y consecuencia de mucho de lo que fue Martí
en su quehacer diario, en su gestión política y en sus escritos.”
La desesperanza impidió que Ripoll viera el libro publicado, convirtiéndose en
su obra póstuma y, posiblemente, –por lo que veremos más adelante–, tan o más
polémica que su Vida íntima y secreta de
José Martí, de 1995.
Conjeturo
lo anterior por las mismas metas de la obra. Todo análisis del subconsciente
humano es una tarea subjetiva, aun tratándose del caso de un paciente en la
consulta de su sicoterapeuta, ya que por muy colaborador que el primero quiera
ser, su subconsciente siempre tratará de ocultarse entre las nieblas engañosas
de la desmemoria, tanto espontánea como deliberadamente creada o inducida por
recuerdos traumáticos. Se trata de un difícil y a ratos angustioso proceso que
intenta hacer visible lo oculto, perceptible lo intangible, concreto lo
abstracto, comprensible lo enigmático. No en balde la mayoría de las veces las
sesiones sicoanalíticas terminan donde empezaron, con el sicoterapeuta
convertido en un nuevo Sísifo.
Si
a ello se suma que el ‘paciente’ falleció hace más de siglo y medio, y que por
lógicas razones políticas y de circunstancias morales contemporáneas no siempre
dijo o escribió todo lo que le aconteció o intentó hacer, es de presumirse que
la mencionada niebla de la desmemoria se haya tornado en toda una hermética
muralla de tiempo y silencio. Y a horadar y traspasar esa barrera sellada se
dedicó Ripoll con todas sus fuerzas mentales cuando ya carecía de las fuerzas
físicas necesarias hasta para las más sencillas tareas, como ponerse los
calcetines o abotonarse la camisa. El cuerpo se le desvanecía mientras la mente
hacía un esfuerzo hercúleo y postrero tratando de penetrar en la mente de quien
le había precedido en la pérdida del cuerpo. Al final, tal parece que solamente
los dedos le seguían ágiles para pasar las páginas de las lecturas y teclear en
la computadora. Hasta quedar únicamente el rictus fatídico de un dedo índice
¿misericordioso?
Pero
antes de ese momento del abrupto viaje final, para Ripoll todo sería
profundizar y avanzar en busca de un elusivo José Martí puede que hasta desconocido
por sí mismo. La utilización del sicoanálisis en los estudios literarios es,
prácticamente, tan antiguo como su uso clínico y
ha evolucionado en una tradición interpretativa heterogénea. El propio Sigmund
Freud escribió varios ensayos donde utilizó el sicoanálisis para explorar la
psiquis de autores y personajes. Sirven de ejemplos tempraneros sus conocidas
lecturas del mito de Edipo y el Hamlet de Shakespeare en La interpretación de los sueños. Pero Ripoll no trata de llegar a
la psiquis del autor a través del examen de un personaje o una obra en
particular, sino mediante el estudio de la obra toda –con ejemplos de géneros
diversos fechados en épocas disímiles– con el apoyo de elementos biográficos
tomados de otras fuentes confiables. Y arriba a la conclusión que de los cuatro
temperamentos ya identificados por Galeno: el sanguíneo, el colérico, el
melancólico y el flemático, a Martí corresponde el melancólico, a su vez
asociado con el otoño.
Para armar el ‘expediente sicológico’ de Martí, Ripoll no tiene
reparos en contradecirlo abiertamente y demoler la imagen idílica que este
diera de su hogar paterno con palabras que hasta al mismo historiador habían
desinformado tiempo atrás.
De duras verdades comprobadas y el análisis de testimonios fidedignos, Ripoll
infiere los traumas sicológicos recibidos por Pepe en su niñez y temprana
adolescencia; heridas del alma que serían determinantes, según el sicoanálisis,
de la tendencia a la melancolía en Martí más allá de una condición
temperamental. La injusta y traumática experiencia carcelaria en plena
adolescencia, el forzado destierro, la muerte prematura de su hermana
preferida, las permanentes vicisitudes económicas y la incomprensión filial que
lo acompañó hasta su muerte (fundamentalmente de la madre y la esposa,
personajes tan determinantes en la vida de todo hombre), son elementos que
refuerzan una constante y prolongada acumulación de tristezas que conducen a un
solo lugar de espanto: la melancolía, interpretada esta, si no como enfermedad
dentro de un cuadro clínico, al menos como un estado mental permanente de
causas y efectos diversos, siempre sombríos. De ahí la poca presencia del humor
en los escritos martianos y la carencia de sonrisas en sus fotos, incluso de
juventud. En efecto, hasta donde tengo entendido hay una sola fotografía de
Martí risueño: la que le tomaran en La Habana con su hijo, a unos meses de este
nacido y poco antes de ser deportado de nuevo por sus actividades políticas. Y
ello es algo que no debe extrañar a nadie, pues risa y melancolía son, en
sentido general, términos excluyentes.
Según
Ripoll, dicho estado melancólico fue un factor determinante en la conducta
histórica de Martí. Su renunciamiento a todo, incluyendo fama, fortuna y
familia, para dedicarse por entero a una pasión que bien sabía no iba a
resarcirlo en lo absoluto, Ripoll lo ve asociado a la profunda melancolía que
permea toda la existencia de José Martí. En la activa vida conspirativa de
Martí se ve mucho más que la nostalgia que caracteriza a todo exiliado. Incluso
su amor patrio y sus temores ante la ya anacrónica ambición expansionista de
algunos políticos norteamericanos de la época tienen para Ripoll, al menos
parcialmente, una raíz sicológica. Dice al respecto: “…una vertiente de la
ambivalencia ante la madre fue el origen de su pasión por Cuba: en la escala de
intereses, Cuba es ‘la madre mayor’, como la llama en una de sus cartas,
oprimida por España, y luego amenazada por el imperialismo de los Estados
Unidos, imágenes del violento don Mariano”, refiriéndose al padre de Martí.
Ripoll llega hasta sugerir una posible fijación incestuosa en el joven Pepe y
hasta supuestos elementos andróginos en su psiquis. No es de extrañar,
entonces, que casi que pida disculpas por “la pena de escribir sobre lo que
sólo en el sofá secreto de un analista hubiera dicho nuestro grande hombre.”
A fin de intentar la validación
de su ‘diagnóstico’ sicoanalítico, Ripoll no solamente utiliza los documentos,
testimonios y, lógicamente, la interpretación de los escritos martianos en base
a (e iluminados por) los dos elementos anteriores, sino que en su estudio de
dichos textos va más allá del mensaje de frases y oraciones, llevando sus
pesquisas al nivel de las palabras individuales mediante el análisis matemático
de la frecuencia en el uso de aquellos términos asociados, directa o
indirectamente, con la melancolía. Ni siquiera el personalísimo uso martiano de
los signos de puntuación escapa a su minuciosa lupa sicoanalítica.
No obstante esa meticulosidad
desplegada mediante el hábil manejo de las más actualizadas herramientas
críticas y conceptos científicos, el mismo Ripoll que al inicio del libro había
comparado su confección como el intento de “armar un rompecabezas de piezas
grises sin dibujo”,
prácticamente confiesa casi al final del mismo su naturaleza inconclusa y,
consecuentemente, su condición subjetiva. Dice al respecto:
Quedan preguntas por responder
sobre sus trastornos emocionales [se refiere a los de Martí, por supuesto].
¿Cuánta de su melancolía, para bien o para mal, entró con él en la liberación
de la Patria? ¿Cuánta en la creación del genio y el fervor del patriota?
¿Cuánto le sujetó la melancolía el tamaño al tiempo de darle talla de gigante?
Con Martí es legítimo indagar, con símbolos de su preferencia, hasta qué punto
la melancolía le sujetó el “ala” y le fortaleció la “raíz”, o al revés, cuánto
le dio impulso al “ala” e hizo más frágil la “raíz”.
Martí y la melancolía cierra, pues, el
ciclo de estudios martianos de Carlos Ripoll iniciado 4 décadas atrás. Y la
conclusión repite los elementos básicos del inicio: la seriedad en la
investigación y la asunción de cuanto riesgo fuera necesario en busca de la
verdad total, por muy controversial que fueran los hallazgos e
interpretaciones. Y, dado su carácter conclusivo, la posibilidad de comenzar a
estudiar el legado del ser humano que fue y la obra que es.
De lo primero resulta harto
conocida la actitud constante del hombre contra todos los tiranos. La vocación
democrática de Carlos Ripoll no conocía fronteras ideológicas ni preferencias o
discriminaciones nacionales, raciales o culturales. En más de una ocasión
trataron de engatusarlo con cuanta sirena pudieron colocar en su camino; a
todas hizo oídos sordos. Pero su condición de exiliado cabal no le impidió
buscar, alimentar y mantener el más estrecho contacto con cubanos de la Isla,
siendo uno de los primeros intelectuales del exilio en hacer alianza activa con
sus pares del insilio. Gracias a sus aptitudes conspirativas (que me imagino
aprendidas de su conocido maestro y guía), logró introducir clandestinamente en
la Isla cientos de ejemplares de sus obras y otras publicaciones, ayudó con el
envío de medicinas y otras donaciones a colegas enfermos o necesitados, hizo
llegar su mensaje oral directamente al pueblo de Cuba a través de la radio,
grabaciones y videos. En fin, que no dudó un instante en colaborar activamente
con cuanto cubano tocara honrada y dignamente a su puerta a nombre de Cuba, que
era como tocar directamente en su alma. No en balde los personeros y portavoces
castristas se referían a él como “el profesor maquiavélico”. Solamente unos
pocos amigos conocimos (y algunos hasta compartimos) tales afanes, de los cuales
Ripoll nunca se vanaglorió; antes bien, siempre trató de mantenerlos a la
sombra. Este es un tema que requiere un tratamiento por sí mismo, al que de
seguro se encargarán historiadores futuros.
En mi caso voy a dar a conocer
un legado más relacionado con el estudio de la literatura, que resultó nuestro
punto de contacto inicial. Pero no mediante el análisis de su obra, ya
desarrollado en múltiples artículos y ensayos por decenas de críticos,
sino en su metodología de trabajo. De todos los colegas con quienes he
compartido hasta ahora proyectos y sueños comunes, no he conocido a nadie que
haya sabido combinar a tan alto nivel la paciencia, la meticulosidad, la
constancia y la focalización en la labor investigativa y el casi siempre
agónico proceso de creación resultante que Carlos Ripoll. Al principio de esta
monografía llamaba la atención de cómo lo que en la mayoría de los
investigadores (incluyéndome, por supuesto) termina como notas y tarjetas
cubiertas de garabatos al vuelo durante la etapa investigativa, en Ripoll se
convirtieron en dos libros de referencia obligatoria para los estudiosos de
Martí. Y me consta que cada uno de los cientos de trabajos individuales que
escribió está debidamente documentado en files particulares contentivos de
fotocopias de los trabajos citados y/o referidos en la versión final y hasta
con ilustraciones y bosquejos iniciales. Si se trataba de un largo capítulo,
incluso lo mandaba encuadernar. Al preguntarle, la primera vez que me mostró su
archivo en Nueva York hace unos 20 años, el por qué de semejante faena, me
respondió que la desarrollaba por si alguien quería continuar o refutar la
investigación que había dado vida a cada trabajo suyo que pudiera comenzar su
tarea donde él la había terminado, pudiendo comprobar que nada de lo que él
escribía era suposición o conjetura sin basamento, aunque estuviese equivocado.
Ripoll, a pesar del excesivo
consumo de tiempo resultante de la metodología descrita, sus responsabilidades
laborales académicas (cumplidas exitosamente y a cabalidad hasta su
jubilación), sus actividades conspirativas patrias y, en el último decenio de
vida, problemas de salud propios y familiares, logró crear en sólo 4 décadas
más de una veintena de libros y folletos (algunos de ellos bastante
voluminosos) que suman centenares de piezas en géneros disímiles.
Semejante volumen y calidad de su
obra se deben no solamente a su talento, sino a la dedicación con que asumía la
confección de cada trabajo, sacrificando a favor de sus proyectos descansos y
recreaciones, robando horas al sueño y la atención a su salud. A ello habría
que añadir sus labores como antologador, conferencista y editor, igualmente
destacadas. Trabajando estuvo hasta su muerte; trágicamente la muerte misma fue
parte de su quehacer.
Hablé por última vez con Ripoll
el día 2 de octubre de 2011. Serían las 11 de la mañana cuando lo llamé y nos
mantuvimos charlando hasta poco antes del mediodía. Durante toda la
conversación se estuvo quejando de su cuerpo, aparentemente dispuesto a cesar
de permitirle más vida. Me contó de cómo calzarse o abrocharse los botones de
la ropa constituían odiseas agotadoras. No entendía esa rebelión del cuerpo
cuando la mente, al menos de forma aparente, le seguía funcionando igual que
siempre. Temiendo que la disposición del cuerpo rebelde se cumpliera, le pedí
un favor especial al final de nuestra plática: que se mantuviera vivo hasta
diciembre en que bajaríamos a Miami. “Voy a tratar, pero no te lo garantizo”,
fue su sombría respuesta antes de darme un abrazo oral y enviarle un saludo a
Circe. Menos de una hora después, contraviniendo uno de los mandamientos de la
religión que profesaba y contradiciendo el postulado martiano al respecto,
sería él quien se rebelaría contra el cuerpo casi inservible que lo torturaba:
el sol sustituido por un destello metálico en la sien. Pero quedó su obra toda,
de luces más brillantes aún, y un legado combativo que, dignidad en ristre, ha
sabido conjurar todas las muertes. Carlos Ripoll moriría en Coral Gables para
vivir por siempre en Dos Ríos. Como dije en otra ocasión,
me imagino que él y Martí ya se habrán conocido personalmente, extendidas sus
manos francas. Porque es el caso que ambos, por encima de las limitaciones de
tiempos, distancias y existencias, tienen mucho que hacer por Cuba. Todavía.
Miami, verano de 2012.
Publicado originalmente en Círculo: Revista de Cultura, Volumen
XLII, 2013. Páginas 12-24. Luego en: Eduardo Lolo, La palabra frente al espejo y otros ensayos. (Miami, FL: Alexandria
Library Publishing House, 2015.) págs. 203-220.