Por Guillermo A. Belt
Desde su instauración el 20 de mayo de 1902 hasta el 31 de diciembre de 1958, la República de Cuba desarrolló sus relaciones internacionales con notables éxitos en el ámbito bilateral y en el multilateral. Al conmemorarse un siglo del nacimiento de Cuba como nación independiente, la revista "Herencia", en un nuevo esfuerzo por preservar los más altos valores patrios, ha querido recoger en sus páginas un recuento de los hitos que señalan la trayectoria internacional de nuestro país en la época republicana.
Imposible resultaría enmarcar en un artículo más de cincuenta años de gestión. En lo bilateral, las relaciones de mayor trascendencia son las de Cuba con España y con los Estados Unidos. Un trabajo sobre las primeras ha sido confiado a otro autor; aquí nos referiremos solamente a las segundas. Las relaciones multilaterales de Cuba con las naciones del hemisferio occidental se resumen presentando dos iniciativas principales que lanzó nuestro país, primero en la etapa precursora de la Organización de los Estados Americanos y luego en el desarrollo de este organismo regional. Por último, se examinará someramente la destacada actuación de Cuba en las Naciones Unidas.
Relaciones de Cuba con los Estados Unidos
En la época colonial, Cuba y las trece colonias de Norteamérica mantuvieron relaciones comerciales sujetas a los intereses de las dos potencias europeas que las gobernaban: España y Gran Bretaña. El profesor de la Universidad de Carolina del Norte, Louis A. Pérez, Jr. , autor de varios libros sobre Cuba, presenta los ejemplos siguientes.
La participación de España en la guerra entre Inglaterra y Francia de 1756 a 1763 tuvo por consecuencia la toma de La Habana por los ingleses en 1762. La ocupación británica dio lugar a un aumento considerable del comercio con los norteamericanos al quedar abierto el puerto de La Habana a Gran Bretaña y sus posesiones en el Nuevo Mundo.
Cuando las ex colonias británicas declararon su independencia en 1776, España autorizó el comercio de la isla con ellas. Nuevamente Cuba se benefició de la rivalidad entre España e Inglaterra, especialmente por el crecimiento que tuvo la industria azucarera ante la demanda del nuevo mercado.
En 1784 España reclamó nuevamente la exclusividad del comercio con Cuba. A fines del siglo XVIII se restablece el comercio cubano con Norteamérica a raíz de la guerra entre España y Francia. En 1798 el volumen comercial entre Cuba y los Estados Unidos llegó a superar el comercio entre Cuba y España. Poco después, España impondría una vez más la exclusividad.
Los vaivenes de la política comercial de España con respecto a Cuba continuaron en el siglo XIX. En cada período de apertura, el comercio de Cuba con los Estados Unidos siguió creciendo, llegando a representar el 48 por ciento en 1859.
Con este telón de fondo, pintado aquí a grandes trazos, se desarrolló la política de los Estados Unidos hacia Cuba. Tres presidentes norteamericanos tantearon con España la compra de Cuba. Aún después de la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, el Presidente William McKinley ofreció privadamente 300 millones de dólares por la isla. La respuesta de Madrid fue negativa como en las ocasiones anteriores.
Al fracasar los primeros intentos de adquisición de Cuba y todas las iniciativas de anexión, Estados Unidos decidió que el menor de los males sería que Cuba continuara bajo el régimen colonial español, con tal de que la isla no pasara a manos de otra potencia extracontinental. Esa fue la premisa fundamental de la política de la Casa Blanca a partir de 1823, cuando se promulgó la Doctrina Monroe. No hubo, pues, respaldo norteamericano a la independencia de Cuba durante casi todo el siglo XIX.
En la última década de ese siglo, José Martí funda el Partido Revolucionario Cubano en Tampa y reivindica el ideal de Cuba Libre. Preparando los ánimos para la guerra, hace este llamamiento el 19 de agosto de 1893, desde las páginas de Patria, en Nueva York:
"Del Norte hay que ir saliendo. Hoy más que nunca, cuando empieza a cerrarse este asilo inseguro, es indispensable conquistar la patria. Al sol, y no a la nube. Al remedio único constante y no a los remedios pasajeros. A la autoridad del suelo en que se nace, y no a la agonía del destierro... A la patria de una vez. ¡A la patria libre!"
Es a fines de la guerra de 1895 cuando se escuchan las más fuertes voces en Estados Unidos en apoyo de la independencia para Cuba. El Congreso norteamericano, decidido por la guerra contra España, aprobó la Resolución Conjunta del 19 de abril de 1898 declarando que el pueblo de Cuba era y por derecho debía ser libre e independiente. En la resolución se incluyó la enmienda presentada por el senador Henry Teller, afirmando que Estados Unidos no ejercería soberanía, jurisdicción ni control sobre Cuba excepto para su pacificación y que, lograda ésta, dejaría el gobierno de la isla en manos de su pueblo.
La participación militar de los Estados Unidos para la liberación de Cuba fue brevísima y de muy bajo costo cuando se la compara con nuestras guerras de independencia y sus estragos. Hugh Thomas cita estos datos: en 1895 Cuba tenía una población de aproximadamente 1,800,000 personas, la cual quedó reducida a 1,572,797 según el censo de 1899. Dice este autor que la pérdida de casi 300,000 vidas se compara en términos porcentuales con la sufrida por Rusia en la segunda guerra mundial y representa probablemente el doble de la proporción de pérdidas humanas en las guerras civiles de los Estados Unidos y España.
No obstante, al concluir la guerra en Cuba un general norteamericano, John Brooke, recibió las llaves de la ciudad de La Habana de manos del Capitán General Jiménez Castellanos, el 1 de enero de 1899. Su sucesor, el General Leonard Wood, convocó en julio de 1899 a elección de delegados para redactar una constitución en la que debía incorporarse un acuerdo con el gobierno norteamericano estableciendo las bases de su relación con el gobierno de Cuba.
En Cuba hubo fuerte oposición al pretendido injerto. Los delegados a la asamblea constituyente rechazaron mayoritariamente las limitaciones de soberanía que implicaba la propuesta. Mientras tanto, en los Estados Unidos el senador Orville Platt presentó una enmienda al proyecto de ley de presupuesto del ejército en la que recogía las ideas de Wood. Según la enmienda Platt, ningún gobierno de Cuba podría celebrar tratados ni contraer compromisos con una potencia extranjera que pudieran atentar contra la independencia de Cuba, sin el consentimiento previo de los Estados Unidos. Tampoco podría asumir deudas públicas en exceso de su capacidad de pago. Además, Cuba debía aceptar que los Estados Unidos se reservaran el derecho de intervenir en el país para preservar su independencia y mantener un gobierno estable que garantizara vidas y haciendas. Por si fuera poco, Cuba ratificaría todos los actos del gobierno militar norteamericano y se comprometería a ceder a los Estados Unidos bases navales en su territorio.
Al asegurar Wood a la convención constituyente que el Presidente McKinley no retiraría las tropas norteamericanas de Cuba a menos que en la nueva Carta Magna se incorporara la enmienda Platt, el apéndice se aprobó por 16 votos contra 11, con cuatro delegados ausentes.
La oposición a la enmienda Platt continuó a lo largo de los primeros treinta años de vida republicana. Después de la caída del gobierno de Machado en agosto de 1933, el doctor Ramón Grau San Martín, Presidente del Gobierno Provisional Revolucionario, proclamó al tomar posesión que abrogaría la enmienda. La abolición formal se produjo mediante el tratado suscrito entre Cuba y los Estados Unidos el 29 de mayo de 1934, el cual puso fin a esa etapa de intervención en los asuntos internos de nuestro país.
Relaciones de Cuba con los estados americanos
Antes de crearse la Organización de los Estados Americanos en 1948, estos países se reunían cada cinco años aproximadamente para tratar asuntos de interés común.
Cuba no había logrado su independencia cuando la Primera Conferencia Internacional Americana se reunió en Washington entre octubre de 1889 y abril de 1890. La Segunda Conferencia tuvo lugar en México de octubre de 1901 a enero de 1902, estando Cuba bajo la ocupación militar norteamericana. De manera que la primera vez que la República de Cuba se hizo representar en el foro americano fue en Río de Janeiro, donde la Tercera Conferencia se desarrolló en julio y agosto de 1906. En aquel estreno ante la asamblea de gobiernos de América Latina y Estados Unidos, los delegados cubanos fueron Rafael Montoro, Gonzalo de Quesada y José Antonio González Lanuza.
La Cuarta Conferencia tuvo por sede Buenos Aires, en 1910, y la Quinta Conferencia se celebró con retraso en 1923, en Santiago de Chile. Cuba participó activamente en los tres encuentros y La Habana fue designada sede de la Sexta Conferencia Internacional Americana. Hay que tener presente que Estados Unidos, México, Brasil, Argentina y Chile eran los países más influyentes en el escenario interamericano y por ende fueron anfitriones de las primeras cinco reuniones. La selección de Cuba fue, por tanto, un reconocimiento a la incipiente diplomacia de la joven república.
El Código Bustamante
La Sexta Conferencia se celebró en La Habana desde el 16 de enero hasta el 20 de febrero de 1928. El doctor Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén presidió la delegación cubana y las representaciones de los países americanos le dieron su voto unánime como Presidente de la Conferencia. Néstor Carbonell fue el Secretario General de la reunión. Integraron la delegación de Cuba, además de los nombrados, Orestes Ferrara, Enrique Hernández Cartaya, José Manuel Cortina, Arístides Agüero, José B. Alemán, Manuel Márquez Sterling, Fernando Ortiz y Jesús María Barraqué.
La reunión de La Habana fue una de las más fructíferas. Adoptó diez convenciones sobre los siguientes temas: derecho internacional privado; aviación comercial; la Unión Panamericana; condiciones de los extranjeros; tratados; funcionarios diplomáticos; agentes consulares; neutralidad marítima; asilo; y deberes y derechos de los Estados en caso de luchas civiles. Además aprobó una multitud de acuerdos y resoluciones. Entre estas últimas, las que crearon la Comisión Interamericana de Mujeres y el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, que hasta hoy funcionan como Organismos Especializados Interamericanos de la OEA.
Pero el logro más importante de la Sexta Conferencia fue la adopción del Código de Derecho Internacional Privado, redactado por el doctor Antonio Sánchez de Bustamante. Su texto había sido presentado a la Comisión de Jurisconsultos en Río de Janeiro en 1927. Ese órgano (hoy denominado Comité Jurídico Interamericano) aprobó el texto del doctor Bustamante y lo envió a la Sexta Conferencia. Ésta, al adoptar la Convención sobre Derecho Internacional Privado, aceptó el Código y lo puso en vigor, dándole el nombre de Código Bustamante en honor a su autor.
Un distinguido jurisconsulto cubano logró lo que varias comisiones técnicas, desde la Segunda Conferencia en 1902, no habían podido hacer: redactar un código para regir las relaciones entre las naciones de América en el campo del derecho internacional privado y obtener su aprobación. Más que un éxito diplomático, fue un reconocimiento de la capacidad intelectual que existía en un país con sólo un cuarto de siglo de vida independiente.
La doctrina de la agresión económica
En 1947 los Estados americanos suscribieron en Río de Janeiro el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que es el pacto de defensa colectiva de este hemisferio. El Embajador de Cuba en Washington, doctor Guillermo Belt Ramírez, presidió nuestra delegación en la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente.
En la tercera sesión plenaria, el Embajador Belt, refiriéndose al texto del tratado en discusión, hizo el planteamiento siguiente:
"La Delegación de Cuba considera que el capítulo que se refiere a las amenazas y los actos de agresión será incompleto y carecerá de valor si en el mismo no se incluyen las amenazas y agresiones de carácter económico. La simple notificación que un Estado haga a otro de que aplicará sanciones o medidas coercitivas de carácter económico, financiero o comercial, si no accede a sus demandas, deberá ser considerada como amenaza. La aplicación unilateral de estas medidas deberá ser considerada como un acto de agresión."
La iniciativa del delegado cubano respondió a la necesidad de defender los derechos de nuestro país a su cuota azucarera en el mercado norteamericano ante presiones que el poderoso vecino podría ejercer por razones políticas o comerciales. Así lo entendieron claramente los asistentes a la conferencia de Río. No es de extrañar, en consecuencia, que los Estados Unidos se opusieran a prohibir la agresión económica en el tratado que este país quería suscribir con los demás gobiernos americanos.
Los argumentos en contra de la propuesta de Cuba se basaron en consideraciones de forma. El Embajador Belt les salió al paso con estas palabras en el mismo discurso:
"Se ha dicho que la cuestión relativa a asuntos económicos no debe ser objeto de discusión en esta Conferencia, debiendo por ello ser aplazada hasta la Conferencia de Bogotá. No se trata de un tema económico. Se trata precisamente de amenaza y agresión y, por lo tanto, el único momento adecuado para debatirlo es precisamente el actual, en que se van a definir las amenazas y los actos de agresión."
En Río de Janeiro Cuba no ganó la batalla diplomática. El TIAR se aprobó sin incluir ninguna referencia a la agresión económica. Pero el año siguiente, en la Novena Conferencia Internacional Americana celebrada en Bogotá, la tesis cubana triunfó al quedar consagrada en el Artículo 16 de la Carta de la Organización de los Estados Americanos en los términos siguientes:
Artículo 16. Ningún Estado podrá aplicar o estimular medidas coercitivas de carácter económico y político para forzar la voluntad soberana de otro Estado y obtener de éste ventajas de cualquier naturaleza.
El Embajador Belt presidió la delegación de Cuba en Bogotá. Por haber regresado a Washington antes del término de la Novena Conferencia para pronunciar un discurso en la sesión conjunta del Congreso de los Estados Unidos conmemorando el cincuentenario de la resolución del 19 de abril de 1898 sobre la independencia de Cuba, no pudo escuchar el reconocimiento que le hizo el Presidente de la Delegación de Brasil:
"La Honorable Delegación Cubana, por la voz de su eminente jefe (actualmente ausente), el Embajador Belt, propuso a la Conferencia de Bogotá, como ya lo había sugerido en la de Río de Janeiro, la creación de una norma firme jurídica de derecho internacional, esto es, que la agresión económica queda prohibida tanto como la política."
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Guillermo Belt, padre del autor de este artículo, saludando al presidente norteamericano Harry Truman |
Por su parte, el Presidente de la Novena Conferencia, Eduardo Zuleta Ángel, Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, reconoció el trabajo de la Delegación de Cuba con estas palabras:
"Me permito recordar a los señores delegados que este texto aprobado por la Comisión de Iniciativas, sobre la llamada 'agresión económica', tiene orígenes bastante antiguos… Una de las delegaciones, la de Cuba, ha trabajado con gran tenacidad y esmero en torno de esta cuestión, presentando en diversas formas el problema y defendiendo vigorosamente la incorporación de este principio."
La diplomacia cubana, en defensa de los intereses de la patria, logró un éxito que aún hoy le reconocen los estudiosos de estos temas. Un tratadista de derecho internacional, Félix Fernández-Shaw, le dió el nombre de Doctrina Belt a la prohibición de la agresión económica, afirmando que "también podría llamarse Corolario Belt a la Doctrina Drago". Mi padre prefirió llamarla Doctrina Grau, en homenaje al Presidente de Cuba, doctor Ramón Grau San Martín, cuyo gobierno representó ante el de los Estados Unidos, en la OEA y en la ONU.
Cuba en las Naciones Unidas
En la Conferencia de San Francisco de 1945 se suscribió la Carta de las Naciones Unidas. Cuba tuvo una participación muy destacada. El presidente de la delegación cubana, que nuevamente fue el Embajador Belt, fue elegido por unanimidad como relator de la comisión integrada por todos los jefes de delegación (Steering Committee) que dirigió los trabajos de la reunión. Durante las deliberaciones sobre el articulado de la Carta, Cuba se opuso al veto por considerarlo antidemocrático e injusto para los países más pequeños. Además, Cuba defendió la posición de América Latina en el organismo mundial, lográndose la inclusión de los mecanismos regionales en la Carta de la ONU. En 1947 Cuba votó en contra de la partición de Palestina por entender que esa medida causaría graves conflictos en el futuro.
La delegación cubana en las Naciones Unidas tuvo una participación sumamente importante en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Como lo señala Humberto Medrano, Cuba presentó "uno de los borradores más completos entre los anteproyectos de Resolución que fueron considerados para la confección del texto" de la Declaración.
Cuba hizo otra contribución muy importante al desarrollo del derecho internacional. Junto con los jefes de las delegaciones de Panamá y la India, el Embajador Belt presentó un proyecto de resolución declarando que el genocidio es la denegación a grupos humanos del derecho a la existencia, así como el homicidio es la denegación a un individuo de su derecho a la vida. El 11 de diciembre de 1946, la Asamblea General adoptó por unanimidad una resolución afirmando que el genocidio es un delito bajo el derecho internacional. El 9 de diciembre de 1948 la Asamblea adoptó la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. La Convención entró en vigor el 12 de enero de 1951.
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Como lo demuestran los ejemplos anteriores, Cuba condujo sus relaciones internacionales con criterio independiente, inteligencia y valentía. Ojalá que los éxitos del pasado sean útiles para trazar el rumbo futuro de un país que pagó un alto precio por su soberanía y que luego supo preservarla dignamente a lo largo de la era republicana.
iPara una explicación excelente de los orígenes de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, véase Louis A. Pérez, Cuba and the United States: Ties of Singular Intimacy, 2nd. ed., University of Georgia Press, Athens, Georgia, 1997, Cap. 1.
iiJosé Martí, "La Crisis y el Partido Revolucionario Cubano", en José Martí, Obras escogidas en tres tomos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, Tomo III, p. 243.
iiiHugh Thomas, Cuba: The Pursuit of Freedom, Harper / Row, New York, 1971, p. 423.
ivConferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, "Discurso pronunciado por Su Excelencia el señor Guillermo Belt, Delegado de Cuba, en la Tercera Sesión Plenaria", CRJ/58, SG/34, 19/8/47-M182, Unión Panamericana, Washington, D.C., p. 4.
vIbid., p. 6.
viNovena Conferencia Internacional Americana, Actas y Documentos, Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, Bogotá, 1953, Vol. II, p. 395.
viiIbid., p. 466.
viiiFélix Fernández-Shaw, La Organización de los Estados Americanos (O.E.A.), Una nueva visión de América, 2a. ed., Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1963, p. 425.
ixHumberto Medrano, Declaración Universal de los Derechos Humanos; en Cuba, 40 años de violación, versión electrónica en www.sigloxxi.org/medrano, p. 5.
xRaphael Lemkin, paladín de la definición del genocidio como delito internacional, expresó su profundo agradecimiento al Embajador Belt y a sus colegas de Panamá y la India por haber patrocinado la resolución sobre el tema en las Naciones Unidas, en el artículo "Genocide as a Crime under International Law" publicado en The American Journal of International Law (1947), Vol. 41 (I), pp. 145-151(facilitado al autor por la Biblioteca Conmemorativa Cristóbal Colón, de la OEA).
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