Por Pedro Corzo
Es más que evidente que la Calle 8 trasciende para muchos
de nosotros su identificación numérica o definición de camino entre dos filas
de construcciones. Calle 8, cuando se contempla en el tiempo y espacio
histórico del destierro cubano es un símbolo, una historia con atributos de
leyenda que el pueblo de la isla lejos de su entorno natural ha cultivado con
dedicación y esmero, con sudores y lágrimas, pero también con sueños y
desencantos.
Antes de andar y desandar esa calle geográficamente extranjera pero que en humanidad y cultura es cubana, es preciso visitar el gran mundo de la Calle 8, Miami, que es una especie de Meca para los que perdieron el aliento y las esperanzas y quieren moldear su vida con sus propias manos.
Miami, es la primera frontera para la mayoría de los que de una forma u otra repudiaron el régimen castrista. Desde 1959 la ciudad se convirtió en una especie de santuario para luchar contra la dictadura o como punto de partida para iniciar una nueva vida. A poco los nuevos ciudadanos provocaron en la ciudad del río una seria transformación, un cambio radical que fue más allá de sus dimensiones como urbe o como centro de producción y servicios.
Pudiéramos afirmar que si el cuerpo, la estructura de la ciudad cambió, su psiquis sufrió igual modificación porque los nuevos habitantes aportaron ideas, conductas y hábitos que fueron conformando una sociedad diferente que a su vez engendraba otros cambios por el acceso siempre renovado de desterrados e inmigrantes de todo un continente. Miami de centro turístico de carácter nacional se transformó en foco de atracción permanente para peregrinos, exiliados y viajeros de cualquier parte del mundo y particularmente de América.
Antes de andar y desandar esa calle geográficamente extranjera pero que en humanidad y cultura es cubana, es preciso visitar el gran mundo de la Calle 8, Miami, que es una especie de Meca para los que perdieron el aliento y las esperanzas y quieren moldear su vida con sus propias manos.
Miami, es la primera frontera para la mayoría de los que de una forma u otra repudiaron el régimen castrista. Desde 1959 la ciudad se convirtió en una especie de santuario para luchar contra la dictadura o como punto de partida para iniciar una nueva vida. A poco los nuevos ciudadanos provocaron en la ciudad del río una seria transformación, un cambio radical que fue más allá de sus dimensiones como urbe o como centro de producción y servicios.
Pudiéramos afirmar que si el cuerpo, la estructura de la ciudad cambió, su psiquis sufrió igual modificación porque los nuevos habitantes aportaron ideas, conductas y hábitos que fueron conformando una sociedad diferente que a su vez engendraba otros cambios por el acceso siempre renovado de desterrados e inmigrantes de todo un continente. Miami de centro turístico de carácter nacional se transformó en foco de atracción permanente para peregrinos, exiliados y viajeros de cualquier parte del mundo y particularmente de América.
Miami se hizo puente y encrucijada. Puerta nueva para el comercio y las finanzas y para muchos una especie de capital de las América; pero para todos, el acceso primero y principal en el que dos culturas diferentes empezaban a conocerse. La villa se hizo tierra de Las América, diferente a cualquier otra metrópoli de esta nación que atrae a inmigrantes porque su cosmopolitismo posee una raíz específica, un peso propio que a pesar de la diversidad de sus renovados habitantes no ha perdido.
Retornemos a la Calle 8 con su simbolismo y realidades. Desayunar en el Versalles, almorzar en un virtual Centro Vasco y cenar en un resucitado Málaga. Caminar desde el dowtown hasta la Universidad Internacional de la Florida. Imaginemos los años transcurridos, los sueños acabados, los rostros envejecidos y las despedidas eternas en el Woodland o en el Graceland Memorial.
Pero también hay que pensar en las alegrías, en los sueños cumplidos, en las amistades forjadas y en los amores de ensueños. En los planes de lucha, en las ilusiones del poder nunca conquistado, en traiciones, en las amistades perdidas, en reuniones y marchas, en concentraciones, en lutos y carnavales, todo eso es Calle 8.
Ediciones Universal y el teatro Tower, el monumento a la memoria de los combatientes de Playa Girón, y estemos un rato en el Parque del Dominó, pasando por la Farmacia Santa Clara.
Para algunos la Calle 8 es emblema de lo más conservador y extremista del pensar y quehacer político cubano, es predio de locura y reacción, de entreguismo a mensajes y promesas ajenas a la raíz de la nación cubana y de ahí que los resultados o frutos históricos que derivan de la Calle sean a veces temas de agrios debates.
Para otros, sin negar los errores y desaciertos que pueda albergar el oficio de haber laborado en esa arteria su significado es casi metafísico porque es una vía repleta de sentimientos, de amores a una tierra que no pueden abandonar las generaciones que ya se han marchado ni expatriar las que están llegando; un lugar donde no habría espacio ni para respirar si las ilusiones y desencantos pudieran materializarse.
Pero para todos, cuando llega el momento de la meditación, de la reflexión descansada y el apasionado yo se duerme; la Calle 8 es sin duda alguna un reducto de la nación cubana. Punto mágico de la cubanía transterritorializada donde la política, los dictados coyunturales sobre estrategias y tácticas y las opiniones sobre las personalidades que en un momento determinado han simbolizado tesis o actitudes pierden todo su valor y solamente nos concretamos en el deseo y la voluntad de ellos y la nuestra por regresar a la raíz, por enterrar la nostalgia por lo perdido porque ya lo habríamos encontrado.
Esa Calle 8 está indisolublemente ligada a la nación cubana. Más allá de su grandeza o deterioro físico es elemento importante de nuestra historia reciente y parte de nuestro futuro como nación. Esa vía es la estampa histórica de los cubanos en Miami, y esta ciudad al igual que Hialeah es expresión concreta de una tribu que se niega a perder su raíz, su originalidad y orgullo como pueblo.
Miami es para algunas personas una especie de ghetto y pueden hasta llegar a aplicarles el calificativo en el tono más despectivo posible sin percatarse que el término es el rechazo consciente de una minoría a perder su identidad e integrarse a una sociedad que le absorbería por completo.
Si Miami es un ghetto cubano, la calle 8 es su reducto más importante porque más allá de la política y la ideología, el sentido de cubanía ha permeado la arena y el cemento que la forman al punto que si algún día lo cubano y el cubano desaparecieran de esa calle la herencia que ellos labraron permanecería en ella.