Por Enrique Del Risco
Uno de los sitios que con más frecuencia usaron los exiliados cubanos
en Nueva York para sus actos patrióticos fue el Hardman Hall situado en los
números 138-140 de la Quinta Avenida. El Hardman Hall un salón creado por una
famosa fábrica de pianos para exhibir sus productos y promoverlos a través de
conciertos tal y como ocurría con otros locales usados por el exilio cubano
como el Chickering Hall y el Steinway Hall. Allí Martí habló “en no menos de
doce ocasiones entre 1889 y 1893” según el investigador Enrique López Mesa. La
mayoría de estos eventos se daban en ocasión de fechas patrióticas como la del 10
de octubre cuya conmemoración tuvo por sede el Hardman Hall en los años 1889, 1890,
1891 y 1892. Pero ninguno de ellos fue más importante para el futuro de la
historia cubana que el de 1891. No tanto por el contenido del discurso en sí
sino por las circunstancias en que se dio y por la cadena de hechos que de él
se derivaron.
El 10 de octubre de 1891 pudo haber sido una fecha más en el
calendario patriótico del exilio cubano de Nueva York. Ese día se celebraba el
23 aniversario del inicio de la primera guerra de independencia cubana sin que
el estado de cosas en Cuba o en el exilio presagiase la proximidad de la guerra
definitiva por la que año tras año se clamaba por esas fechas. No contando
siquiera con la superstición de los números redondos poco se podía esperar. Lo
cierto es que ese día sin que nadie lo pudiera constatar se inició el proceso
que llevaría a la creación del Partido Revolucionario Cubano, dirigido por
Martí y de ahí a la preparación y arranque de la guerra que anualmente se
anunciaba como inevitable.
En su libro José Martí: letras y
huellas desconocidas el estudioso Carlos Ripoll da una convincente versión
de lo que debió suceder aquella noche. Contrariamente a lo que la mayoría de
los historiadores da a entender, (aunque sin atreverse a afirmarlo
directamente), a inicios de la década de los 90 el exilio cubano no era
precisamente un hervidero de entusiasmo ni Martí su líder indiscutible. A
principios de 1891 sólo se mantenía activo en Nueva York el club “Los
Independientes”, fundado en Brooklyn tres años antes. El propósito de esta
organización se reducía a recaudar fondos para cuando pudiera iniciarse una
acción militar contra España. Sin embargo, los modestos trabajos de ese grupo
separatista lograron atraer la atención del diario The New York Herald. Allí, con el objeto de alarmar a España y
forzarla a respaldar acuerdos comerciales que le convenían al Ministro de
Estado norteamericano, James G. Blaine, fue publicado un extenso artículo en el
que se daba mayor importancia de la que en realidad tenían a las actividades
revolucionarias de los cubanos. En la edición dominical
del 13 de septiembre salió bajo estos titulares: “Cuba Determined to be Free
from Spain; The Cuban Colony in this City Raising Funds and Preparing for
Another Revolution” (Ripoll.1976.101).
“La colonia cubana en esta ciudad —declaraba el artículo— no es grande. No es rica colectivamente ni es tan influyente como las colonias de otras naciones extranjeras pero es más unida que cualquier otra colonia extranjera a excepción, quizás, de la china, y es más fervorosamente patriótica”.
El artículo daba por hecho el estallido inminente de una nueva guerra por la
independencia. Exageraba, entre otras cosas, el número de miembros del club
elevándolos a “dos millares de miembros juramentados para empuñar las armas en
cuanto empezara otra insurrección en Cuba”.
En principio los representantes españoles en los Estados Unidos no le
dieron importancia a tales declaraciones. El embajador español en Washington,
al tanto de los movimientos de los emigrados cubanos comentaba a las
autoridades de Madrid: “… La maravillosa facultad creativa de los Yankees ha
convertido la caja del club en una manigua y ha hecho de cada dollar un
filibustero”(103). En cambio, la reacción de la comunidad exiliada fue muy
diferente: deseaba creer en los avances de los trabajos conspirativos y en la
inminencia de la guerra que conseguiría la independencia para Cuba. Por ello
acudió en masa al acto en el Hardman Hall. “Hacía años que no se lograba reunir
a tantos cubanos en una fiesta patriótica. Entre los oradores se encontraban
Gonzalo de Quesada, Rafael de Castro Palomino y Rafael Serra, presidente la SociedadProtectora de la Instrucción La Liga. El discurso que cerraba la noche estuvo a
cargo de Martí.
Artículo sobre el evento en Hardman Hall |
La celebración de discursos en Nueva York se había convertido, como
habíamos dicho, en una suerte de rutina patriótica del exilio cubano neoyorquino
y a Martí en su principal oficiante. Sin embargo Martí se cuidó de convertir
esta ocasión recurrente en ejercicio gratuito de retórica y, lejos desmentir
los rumores sobre los supuestos preparativos de guerra desde el inicio del
discurso dio a entender –oscuramente- que los rumores que lo dicho en el
artículo del New York Herald el mes
anterior era cierto.
Venimos a caballo como el año pasado, a anunciar que al caballo le ha ido bien; que las jornadas que se andan en la sombra son también jornadas; […] que no es la hora todavía de soltarle el freno a la cabalgadura, pero que la cincha se la hemos puesto ya, y la venda se la hemos quitado ya, y la silla se la vamos a poner […] ¡A caballo venimos este año, lo mismo que el pasado, sólo que esta caballería anda por donde se vence, y por donde no la oye andar el enemigo! [Los subrayados son míos]
En el informe que hizo del discurso un espía al servicio de España hizo
notar una “particularidad notable”: “No se insultó a España ni a sus hijos, y
se mencionó entre aplausos y vivas el de los españoles liberales y honrados que
han perecido por el derecho, la justicia y la libertad de América”.
Como si quisiera reforzar la impresión de que los preparativos para la
guerra se hallaban muy avanzados al día siguiente de su discurso Martí dio un
paso cargado de dramatismo: presentar la renuncia a sus puestos consulares de
las repúblicas de Argentina, Paraguay y Uruguay en la ciudad. Ciertamente sus
declaraciones en el discurso eran incompatibles con su condición de
representante de un país que tenía relaciones con España pero no es menos
cierto que no era la primera vez que Martí pronunciaba discursos de este cariz
siendo representante consular. Dicho gesto le daba un peso adicional a su
discurso. Si Martí estaba dispuesto a renunciar a un consulado por un discurso
¿qué no estaría dispuesto a hacer por la libertad de Cuba? Al margen de
cualquier especulación lo cierto es que tanto el discurso como las renuncias
fueron eficaces a la hora de atraer la atención tanto de las autoridades españolas
como del exilio cubano. Enrique Trujillo, contemporáneo suyo, comentaba en 1896
que “la determinación del señor Martí le llenó de admiradores y su acción fue
comentada favorablemente y repercutida [sic] en Cuba, en la América Latina y
hasta en España”. (Ripoll.1976.111)
El éxito oratorio junto a su
renuncia a su condición de cónsul múltiple (retendría el de cónsul uruguayo por un tiempo
más) agrandó la figura de Martí ante los ojos del resto de los emigrados del
país. Al mes siguiente fue invitado a hablar en Tampa donde tuvo un éxito
apoteósico gracias a dos de sus más memorables discursos, pronunciados en
noches consecutivas: “Con todos y para el bien de todos” (26 de noviembre) y “Los
pinos nuevos” (27 de noviembre). Poco después viajó invitado a Cayo Hueso con
resultado similar. A su regreso a Nueva York de su viaje a Cayo Hueso Martí se
había convertido en líder indiscutible del exilio en Estados Unidos. Al año
siguiente se fundaría el Partido Revolucionario Cubano encargado de organizar
la guerra.
No pretendo sugerir aquí que el liderazgo de Martí, la creación del
Partido Revolucionario Cubano y la organización de la última guerra de
independencia cubana fuera solo el resultado de una de las tantas exageraciones en
que incurre la práctica periodística y de su manipulación por parte del cubano. Al insistir en las circunstancias que
rodearon estos hechos sólo intento subrayar la contingencia de un proceso
histórico al que generalmente se le ha dado una explicación providencial,
mítica. El entusiasmo despertado por el fantasioso artículo del The New York Herald se habría disipado
en los meses siguientes si Martí no se hubiera estado preparando desde hacía
tiempo para aprovechar, inflar y, sobre todo, darle sentido a la primera circunstancia
favorable una vez que se presentase.
El Hardman Hall se trasladó años después a otro edificio en el 433 Fifth Avenue pero en el 138 de
la Quinta Avenida, queda, tras varias modificaciones el edificio donde se conjuraron
las circunstancias para convertir un discurso en el germen de la última guerra
de independencia cubana.
138 Fifh Ave., Nueva York, Foto del autor |
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