Por Alejandro González Acosta, UNAM
Ernesto “El Chango” García Cabral |
Al venir hacia acá, pude admirar la
espléndida muestra que ocupa nuestra sala de exposiciones, y sentí un orgullo
fácilmente explicable y justificado por la profesionalidad y el buen gusto de
nuestro Departamento de Difusión Cultural, el cual, aunque nos tiene ya muy acostumbrados
a un excelente desempeño, creo que en esta oportunidad se rebasó y superó a sí
mismo: mil gracias a la Maestra Gisel Cossío Colina y sus magníficos
colaboradores, así como al compañero Maestro Javier Ruiz Correa, curador de la exposición,
y a la denodada impulsora de la misma, la Doctora Martha Romero. Creo que pocas
instituciones hoy pueden desplegar semejante derroche de talento, con tanto
arte y buen gusto, así como una precisa disposición, como la nuestra. La
diseñadora Beatriz López García triunfalmente “bailó en casa del trompo”, como
quien dice. Son todos, para decirlo en dos palabras, un lujo.
Y recordé hace un año cuando se gestó este
homenaje, mientras celebrábamos aquí mismo el centenario “del periódico de la
vida nacional” el Excelsior, donde
surgió la iniciativa, que fue rápida y cordialmente acogida por nuestro
Director el Doctor Pablo Mora Pérez-Tejada, para recordar al gran Ernesto “El Chango” García Cabral, al cumplirse este
2018 el medio siglo de su partida hacia “el reino donde yacen los muchos” que
decían los clásicos griegos.
Al marcharse, dejaba atrás la brillante
estela creativa y artística del que hoy ya es plenamente considerado como el
mejor dibujante retratista de México de la mayor parte del siglo XX. Y se
cumple una suerte de justicia poética
al declarar esto en la presencia de quien actualmente es, desde hace cuarenta
años, el heredero artístico de Cabral, como el mejor retratista del México
contemporáneo, el Maestro Luis Carreño, aquí con nosotros, a quien los hados
propicios auguran como nuestro próximo Premio Nacional de las Artes.
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A Cabral y Massaguer, cercanos no sólo en
el tiempo sino también en la distancia (veracruzano uno, matancero el otro, es
decir, casi lo mismo), les correspondió una época de profundos cambios a nivel
mundial. A Massaguer le tocó ver el paso de la Cuba española a la Cuba
independiente, con todas sus alegrías, esperanzas, virtudes y frustraciones;
Cabral tuvo que enfrentar la transformación del México porfirista al México
revolucionario, con sus cataclismos, proyectos, logros y derrotas.
Ilustración de Ernesto “El Chango” García Cabral |
Tanto La Habana como la Ciudad de México
fueron capitales que experimentaron cambios intensos en esos años.
La Villa de San Cristóbal de La Habana
(1519), antiguo puerto de escala de la Gran Flota de Indias, alcanzó desde 1850
una creciente importancia económica por ser la capital de una isla considerada
como “la azucarera del mundo”. Dos guerras separatistas empobrecieron la economía
nacional, pero al conseguir la independencia de España en 1898, con la
intervención norteamericana, continuó un proceso de saneamiento y modernización,
de acuerdo con los estándares mundiales aplicados por el gobierno provisional de
ocupación de los EEUU. A pesar de una endeble vida republicana independiente,
para los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, Cuba alcanzó un período
de extraordinario desarrollo y progreso que se llamó “la Danza de los
Millones”, lo cual propició la consolidación y engrandecimiento de una creciente
clase rica y acomodada en la isla, hasta que, con el famoso Jueves Negro de la Bolsa de New York el
24 de octubre de 1929, que provocó El
Gran Crack, comenzó la etapa llamada de “las vacas flacas”. Terminaban los felices años 20, que habían durado
desde el final de la guerra mundial hasta ese día.
En México, por su parte, el porfirismo
aplicó con severidad su lema “orden y progreso” hasta que el estallido de la
revolución vino a trastornar el régimen establecido, y comenzó una dilatada
etapa de enfrentamientos de caudillos con un costo terrible para el país en términos
económicos: se calcula que durante esa etapa murió el 10% de la población
nacional, entonces de 10 millones de personas. La antigua aristocracia y
burguesía mexicana (pues había ambas, como en la Cuba española), sufrieron la pérdida
de sus bienes, quemados, robados o expropiados, y muchos partieron al exilio en
Europa y Estados Unidos.
Cartel cinematográfico de Ernesto “El Chango” García Cabral |
Para la época cuando se conocen, el mexicano
Cabral y el cubano Massaguer los referentes culturales del arte, la cultura y
la elegancia eran en primer lugar el refinamiento exquisito París y a
continuación por su cosmopolitismo eficiente, New York. Había quedado atrás la Belle Époque y comenzaban los tiempos
del Art Decó. Igual que los pintores,
hubo poetas paralelos entre ambos países: Julián del Casal en Cuba y Manuel Gutiérrez
Nájera en México.
Como en La Habana, las calles de México
pasaron de ser “calles” a o “callejuelas” a “boulevards, “rues” y finalmente
“streets”. La de Obispo en La Habana y la de Plateros en México, primero vieron
transitar carruajes tirados por caballos y pronto automóviles estruendosos y veloces
que imponían un nuevo código de elegancia.
El referente universal era el París ya
reformado por el Barón de Haussmann y enardecido vegetalmente por Forestier
(quien trabajó en La Habana y México). La “Belle Époque” (1880-1914), la Edad de Oro de París enviaba sus últimos
reflejos hasta América, directamente, ya sin pasar por Madrid. Las costumbres
se afrancesaban y hasta los duros revolucionarios mexicanos y los curtidos
mambises cubanos se adecentaban y civilizaban. Ya las “damas de la noche”, las
“flores del asfalto” no eran nombradas con fuertes epítetos hispanos, sino como
“demi-mondaines”, “cortesanas”
“polillas” que transitaban por los boulevards
y las alamedas espaciosas y aireadas, rodeadas por flaneurs del brazo de cocottes.
Los artistas se rodeaban y asfixiaban con sus ninfas, ninfetas, nínfulas y
ninfélulas. En ese París mítico, paraíso terrenal, llegó a haber 224 burdeles,
pero que ya eran bautizados como “maison
clasées” y los había de una categoría superior, llamados “de fantasía”
porque cumplían los más febriles caprichos de sus adinerados y lujuriosos
clientes. Fue famoso en especial “La
Chabanais”, fundado en 1878, la misma época de “Naná” de Zola y la “Bola de
sebo” de Maupassant. Allí se podía alternar lo mismo con el Príncipe de Gales,
futuro Eduardo VII que con Víctor Noir, el hoy aún famoso personaje que atrae
la atención de las mujeres en su muy concienzudamente pulido sepulcro en Pere Lachaise. Desde la Ciudad Luz se extendía hasta América la
moda de las “brasseries à femmes”, “maisons de tolérance”, y aparece además
de la modistilla y costurera (muy lejos de las terribles calceteras de la revolucionaria Place
de Greve) la figura de la “camarera”, de las que en esa época ya había
entre 1,500 y 2,000 atendiendo en los cafés, para delicia de los Dumas padre e
hijo, Flaubert, Zola, Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, D’Vigny y demás. La “hora de la absenta” sustituye fácilmente
al “tea five o’clock hour” antes de
dar la bienvenida a la “happy hour”
más cercana.
Ese es el París que conocen profunda e
íntimamente Cabral y Massaguer. Y lo transportan en las pupilas y en sus pinceles
a sus países, imponiendo una moda encantadora y avasallante. Sumando
ingredientes lo mismo de Bauhaus que del futurismo italiano, y como un salto
desprendido del Art Nouveau, se
despliega la magnífica forma estructuralista y moderna del Arte Déco, marcando siluetas de edificios, trajes, joyas, aviones y
hasta automóviles.
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Cabral llegó al mundo del arte nacional en
los años finales del porfiriato y se estrenó como agudo caricaturista en la
época compleja y difícil de la primera etapa de la revolución mexicana, el
gobierno endeble de Francisco I. Madero, a quien no libró de sus saetas. Una
larga estancia europea con una beca del propio Madero –quizá deseoso de
librarse de él- lo pertrechó de lo mejor de las vanguardias artísticas, que
vinieron a perfeccionar la asombrosa capacidad que ya había demostrado desde su
más temprana infancia, cuando en su natal Huatusco dibujaba en la tierra con un
palito, a falta de pincel y colores.
Con una vida repleta de aventuras, de
grandes amores y grandes amigos, como debe ser la de un hombre cabal –Cabral- y
cumplido, en muy poco tiempo, con el poderío de su obra y la maestría de sus
trazos, se abrió paso en el difícil mundo del periodismo, y se hizo de un
espacio propio en las revistas nacionales, especialmente en la célebre Revista de Revistas del periódico Excelsior, cuya colección completa puede
considerarse un gran catálogo de la obra cabraliana.
En un mundo tan receloso y competitivo como
el de los pintores, Cabral obtuvo el reconocimiento pleno de sus mayores, nada
propicios al elogio y menos a la alabanza inmerecida. Siqueiros y Rivera
coincidieron en destacarlo como el mejor dibujante del país, y resaltaron sus
portentosas proezas artísticas al lograr unos retratos magistrales, donde la
mirada penetrante del caricaturista se contenía y ablandaba con el guiño
cómplice y tolerante del filósofo: sus retratos, de gran fidelidad, eran al
mismo tiempo respetuosos y casi cariñosos con sus retratados, que es la misma senda
generosa que sigue y continúa hoy Luis Carreño entre nosotros. Eso se agradece,
porque hay algunos en el medio hoy que más que dibujantes incisivos resultan caninos…
Sin embargo, hombre sencillo y ajeno a los
halagos, cuando le preguntaron a él mismo quién era el mejor caricaturista del
mundo, Cabral respondió rápida e indubitablemente: El Tiempo. El paso de él no a través sino sobre nosotros, y nos
deja al final del camino convertidos en el residuo humorístico de lo que
fuimos. Grande y dolorosa verdad la del francote huatusqueño.
Pero sin negar su genialidad individual y
sus grandes méritos propios, también hay que señalar que Cabral no estaba solo
en el escenario continental, pues fue una época de oro para las revistas
ilustradas, que en esos tiempos procuraron alcanzar una altura artística que
las convertía en auténticos objetos de arte y de lujo. El diseño editorial
obtuvo niveles muy altos al que, aun contando con los avances tecnológicos
actuales, muy difícilmente pueden compararse las publicaciones de hoy.
Nadie mejor en ese momento para lanzar una
abarcadora mirada continental al periodismo, que el generoso Don Rafael
Heliodoro Valle, a quien su estudiosa más devota y productiva, nuestra compañera
la Doctora María de los Ángeles Chapa Bezanilla ha calificado justamente como
“Humanista de América”, quien en un artículo titulado “Columna de Humo” publicado
en el Diario de Yucatán el 17 de
abril de 1956, señalaba:
“Cano para Colombia, Massaguer para Cuba,
García Cabral para México, Holguín y Lavalle para el Perú, tienen que ser
mencionados por los historiadores del diarismo en sus respectivos países.
Captar el momento en que el hombre solemne dejó -¿dijo?- una perogrullada, sorprender
esa mariposa instantánea que riega tesoros áureos en el aire de la noticia
volandera, es una aptitud sólo ganada por quienes captan el matiz nuevo de las
cosas, y lo entregan sobre el papel para deleite de los que cultivan el jardín
milagroso de lo que pasa y se borra con la emoción del siguiente día.”[1]
¿Quién fue ese “Massaguer” que Valle
parangonaba desde la isla caribeña con el poderoso Cabral mexicano?
Conrado Walter Massaguer Díaz (Cárdenas, 3
de marzo, 1889 – La Habana, 18 de octubre, 1965), fue no sólo un estricto
contemporáneo de Cabral sino además su amigo muy querido y admirado. Me cuentan
sus hijos que en la Casa Museo en Huatusco se conserva una curiosa “caricatura en
metal”, la cual nunca he podido ver directamente, que es el símbolo de esa
amistad. Ellos, acostumbrados a su presencia doméstica, la llaman cariñosa e
irreverentemente como “El Tubo”, y al
parecer es la única escultura realizada por el artista cubano. Además,
compartieron una visión del mundo y del arte muy semejantes. Ambos desplegaron
sus personajes en las mejores revistas de su tiempo y Massaguer, que fue además
empresario, condición que nunca compartió el bohemio Cabral, obtuvo también el
reconocimiento de celebridades mundiales. El magnífico tenor italiano Enrico
Caruso lo dejó por escrito: “Massaguer es un maestro. Y lo digo como
caricaturista”, pues el napolitano se preciaba de ser, y por cierto lo era, muy
buen dibujante. El cáustico Don Ramón Gómez de la Serna no dudó en decir que el
cubano “estaba señalado por el índice de Dios”. Y el filósofo Jorge Mañach, lo
definió con un trazo de su pluma certera, como “nuestro más cabal fisonomista”.
El Premier británico, Sir Winston Spencer Churchill, más parco y quizá algo
molesto por su caricatura, apenas logró reconocer que era “un hábil artista”. Y
es que con Churchill no había mucho que hacer, la verdad… él mismo era su mejor
caricatura. En Hollywood, Massaguer fue también amigo de Walt Disney, César
Romero y los Hermanos Warner.
Massaguer fue influido por artistas que
también impresionaron a Cabral, como Charles Dana Gibson y James Montgomery
Flagg, y publicaciones como Vanity Fair
y The New Yorker; admiraban ambos a
Utamaro y Hokusai, Capiello y Cassandre, pues los dos lograron posesionarse con
maestría de ese difícil arte de “simplificar exagerando”, que formaron lo que
hoy conocemos como un “estilo modernista”.
Alumno de Ricardo de la Torriente (La política cómica) y Leopoldo Romañach,
Massaguer viajó siendo muy joven a México, y entre 1896 y 1909 recorrió el
país, pero especialmente se asentó en Yucatán (1906-1909), que dejó un recuerdo
imborrable en su personalidad humana y artística. Algún día habrá que hacer un
estudio profundo del influjo del arte antiguo maya no sólo en la pintura de los
cubanos de esa época, sino en los arquitectos de la isla que allí residieron y
trabajaron. Massaguer publicó caricaturas personales en el bisemanario yucateco
La Campana, en la sección “Gente de
casa”, y también colaboró en La Arcadia
y el Diario Yucateco. Además, en esa
etapa dibujó tempranamente a Diego Rivera.
Al regresar a Cuba fundó en 1913 la
magnífica revista Gráfico al mismo
tiempo que con gran visión empresarial (que Cabral, más bohemio, nunca tuvo) la
exitosa agencia publicitaria Mercurio.
Pero es en enero de 1916 cuando lanza la histórica revista mensual Social, exquisita y lujosa, al mismo
tiempo que inaugura los mejores talleres de impresión en la isla, con lo más
moderno y avanzado de la tecnología norteamericana y alemana de su época, con
el nombre de Talleres del Instituto de
Artes Gráficas de La Habana, de honrosa memoria y honda huella en el arte
insular.
Social fue el equivalente, pero aún más elegante, de la Revista de Revistas. Su éxito resultó la
misma causa de su fracaso: una clase acaudalada surgida en los años de la
llamada “Danza de los Millones” fueron sus clientes y los personajes que
poblaron sus páginas, dedicadas precisamente a la crónica de sociedad tan en
boga, pero al debilitarse con la llegada del período conocido muy gráficamente
como “Las vacas flacas”, se vino abajo. La Social
cubana tuvo hasta un epígono azteca en la casi homónima Sociales, pero que distó mucho de su modelo.
Autor de una obra prolífica y diversa, como
Cabral, Massaguer dejó un legado de más de 28 mil caricaturas y dibujos. Pero
su intensa actividad desbordó hacia otros territorios de interés, pues además
de sus intereses empresariales en la publicidad comercial, fundó la revista
dedicada a los niños titulada Pulgarcito,
que logró mantener entre 1919 y 1921.
Sus vínculos con México fueron antiguos y
sólidos: además de su estancia yucateca y sus frecuentes traslados al país,
realizó durante 1926 un viaje más extenso con uno de sus jóvenes colaboradores
de Social y su otra revista
memorable, Carteles, el espigado y aún
esbelto Alejo Carpentier, y también contrató como su representante en España al
todavía joven exiliado Alfonso Reyes.
Hombre que a pesar de su snobismo sentía un hondo sentimiento
patriótico y social, Massaguer no sólo integró las filas del Movimiento de Veteranos y Patriotas en Cuba (1923),
sino que militó activa y generosamente en el Grupo Minorista y su Revista
de Avance, el cual fue el equivalente cubano de lo que después en México se
conoció como el Grupo de Los
Contemporáneos.
Massaguer creó entonces en 1919 la revista Carteles, que duró hasta que la cerró en
1960, pues con la llegada de una revolución comunista no tenía ya sentido de
existir.
Un tema que motivó intensamente a ambos fue
el de la mujer moderna. Ya no era la lánguida fémina de los vaporosos vestidos
y las amplias pamelas floridas con sus sombrillas de encajes, sino una mujer
muy distinta: activa, independiente, agresiva, al mismo nivel que el hombre.
Conducía coches, piloteaba aviones, fumaba en público, e iba sola a un bar a
tomar unos cocteles. No ocultaba vergonzosa su belleza, sino que la exhibía
orgullosa y retadora. Era lo que se ha llamado “el alegre desenfado de los
locos años 20” en plena expansión. Eran
las Flappers que alternaban con los Gangsters, vestidas por Balenciaga con
sugerentes chemises y maquilladas por
Max Factor con espesas capas de colores llamativos, en la época de la Ley Seca y el Crack del 29, que representó como nadie la inolvidable y trágica
Clara Bow. Pintores de la mujer del futuro acelerado, anticiparon las audacias
de las jóvenes en minifaldas de los 60’s: eran las abuelas traviesas de Twiggy.
Gloria Maldonado Ansó, en sus palabras
“Mujeres libres” para la exposición que se realizó en el Museo de Historia de
Tlalpan en homenaje a Cabral en sus 50 años de fallecimiento, dice:
“En estas exquisitas ilustraciones figuran
mujeres glamurosas, solas o en pareja, elegantemente ataviadas, conforme a los dictados
de Gabrielle Coco Chanel, quien
rompió con el prototipo anterior a la Belle
Époque. Liberó así a sus congéneres del opresivo corsé con sencillos
camiseros (una de cuyas variantes, el famoso vestido negro sin mangas, se
volvió referente esencial de la moda): lucen peinados a la garcon, signo evidente de una recién adquirida emancipación,
que se permite coquetear incluso con cierta masculinización desafiante e
iconoclasta. La alegría de vivir que emanan parece surgida de los cabarets parisinos
o berlineses. Estos acogen a las mujeres fatales o vampiresas que también
reinan en el star system
cinematográfico”.
“Las musas contemporáneas de Cabral son inteligentes,
dinámicas, independientes, orgullosas, guapas, de cuerpo firme y esbelto. Igual
que los hombres, acuden a sitios mundanos, fuman, beben y ejercen seguramente
una sexualidad desprejuiciada. En ocasiones se desliza furtivo un anciano
libidinoso tras una joven beldad”.
“Se afirma una mujer libre, fuerte,
profesionista y sofisticada que niega el dominio del hombre y el sometimiento
de su contraparte. Estos dibujos perfilan una transformación de valores y
anuncian un nuevo ideal de mujer, que importa asimismo cánones de belleza y
feminidad occidentales, los cuales a la postre podrán establecer otros
paradigmas distantes y ajenos a la realidad de muchas mujeres. Sin embargo, en
los albores del feminismo moderno, proclamado y celebrado con audacia y
desparpajo por Ernesto García Cabral, los modelos que traza con una mano
insólitamente ágil y segura incitan a una revolución en los estereotipos de
género y en los roles sexuales”.
Conrado Massaguer y Walt Disney |
Habrá que revisar con cuidado el archivo
que amorosa y devotamente conservan sus hijos, para añadir más sustancia a esta
relación de amistad y trabajo artístico, entre ambos hombres hermanados por el
arte. Su maestría alcanzó niveles continentales y coincidieron muchas veces,
entre otras, en las páginas de esa memorable publicación que desde Costa Rica
impulsara con denuedo y tesón el meritorio Don Joaquín García Monge, el
admirable Repertorio Americano.
Amigos, colegas y compañeros de bohemia,
Cabral y Massaguer compartieron una relación duradera y sólida, que duró hasta
la muerte del segundo en 1965, apenas tres años antes que la de su amigo, que
hoy recordamos. Además, ambos realizaron un arte muy semejante, con asombrosos
puntos de contacto, a lo que llegaron no por una “influencia” sino por una
comunidad: fueron amigos y colegas.
Seguramente desde allá arriba, ahora ambos
nos miran sonriendo irónicamente, y quizá hasta ensayan un boceto de caricatura
colectiva entre las nubes del divino paraíso, con pinceles fabricados de plumas
de ángeles y arcángeles, en la zona reservada para los artistas bohemios, donde
nunca faltan el champán y el ajenjo, entre abundantes mojitos y margaritas, con buen ron y noble tequila, a punto de soltarnos una
carcajada olímpica y celestial.
[1] Rafael Heliodoro Valle,
humanista de América. Edición: María de los Ángeles Chapa Bezanilla.
México, UNAM-IIB, 2008. p. 388.
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