Por Alejandro González Acosta
La
cosecha del pasado 2015 tiene otro fruto más, especialmente digno de
celebración, que no desdice del anteriormente reseñado.
Este
se lo debemos a la muy activa Academia Norteamericana de la Lengua Española
(ANLE), fundada en 1973 por Don Tomás Navarro Tomás y otros prominentes
hispanistas en EEUU, y hoy ágil e incansablemente dirigida por el proteico
Gerardo Piña-Rosales, secundado en la actividad editorial por el eficiente y
puntual Carlos E. Paldao. La política de expansión y diversificación de la ANLE
con esta Directiva en ejercicio, es sin dudas un ejemplo y una invitación para
las corporaciones hermanas en el ámbito hispánico.
Felizmente,
los hispanistas podemos celebrar con justa alegría que al cabo de tantos años
de espera haya aparecido -¡por fin!- la edición que en 1993 presentó como su
tesis doctoral la profesora Alexandra Elisabeth Sununu, sobre el poema La Florida*, de fray Alonso Gregorio de
Escobedo.
No
albergo la menor duda cuando afirmo que con esta obra, Sununu cubre amplia y
suficientemente la deuda espiritual y cultural con su primera patria y se ubica
con derecho propio en el Parnaso crítico cubano. No podrá obviarse su nombre
cuando se elabore un auténtico repertorio de los numerosos estudiosos cubanos
que debieron asumir el exilio como única posibilidad para continuar su propia
aventura de pensar, investigar, escribir y publicar en condiciones de libertad,
no siempre fáciles y gratas, sino muchas veces de sordera e invisibilidad, si
no de franca incomprensión y hasta oposición. Sununu forma parte de una nómina
amplia y refulgente en el medio universitario estadounidense; por sólo citar algunos
de los mayores: Jorge Mañach, José Manuel Carbonell, Emeterio Santovenia,
Francisco Ichaso, Félix Lizaso, José Juan Arrom, Georgina Sabat de Rivers, José
Amor y Vázquez, Elektra Arenal, Raquel Chang-Rodríguez, Rosa Perelmutter,
Roberto González Echeverría, José Olivio Jiménez, Eugenio Florit, Armando
Álvarez Bravo, Gastón Baquero, Eduardo Lolo, Emilio Bernal Labrada, Gustavo
Pérez Firmat, Carmelo Mesa Lago, Raúl Marrero-Fente, Antonio Benítez Rojo, y
muchos más, cuya ausencia aquí en esta breve relación no se debe a carencia de
méritos, sino a flaqueza de mi memoria. Y esta brillante sucesión continúa
hasta hoy, con nuevos nombres que siguen constelando la vida universitaria
internacional, como una pléyade de grandes maestros. Pero no hay ningún otro
país iberoamericano -ni siquiera España, creo- que pueda exhibir semejante
nómina de figuras tan notables en la academia norteamericana actual.
La
historia de este manuscrito es por demás azarosa: ha sido varias veces “descubierto”,
y otras tantas vuelto a “olvidar”. El mérito extraordinario que tiene el regalo
crítico de Sununu, es que por fin ya se podrá consultar y estudiar este monumento
histórico–literario que, entre otros muchos valores, tiene el de incluir la primera alusión poética a la isla de
Cuba, aún antes del llamado Espejo de
Paciencia (1608) presuntamente compuesto por el canario Silvestre de Balboa
y Troya de Quesada, haya sido o no escrito en el territorio insular. Se
alinearon todos los planetas propicios de forma feliz, para lograr que este
estudio, inicialmente dispuesto en dos gruesos volúmenes, no continuara durmiendo
el injusto olvido de los inéditos sobre un oculto estante polvoso, y se pusiera
finalmente en manos de todos los interesados en las expresiones literarias que
ocurrieron en América entre los años finales del siglo XVI y los primeros del
XVII, cuando se supone fue escrito este extenso poema con más de 22,000 versos
endecasílabos en octavas reales, como era lo usual de las composiciones de
aliento épico en su momento, aunque Sununu, con criterios de peso, prefiere
considerarlo un “poema narrativo métrico” más que una epopeya tradicional.
“...
con el cual nuestra gente castellana
entró
por la ciudad jamás rendida,
cuyo
famoso nombre es La Habana,
que
no fue a yugo ajeno sometida,
donde
el galán y dama cortesana
gozan
de temporal y alegre vida,
esperando
la eterna, y yo entretanto,
doy
juntamente fin al libro y canto”.
(Vol. II, Canto 23) Folio 291 (v) p. 504.
No
era exagerado Escobedo con lo de “jamás conquistada”, pues a pesar de su
reciente fundación, la villa ya había sido objeto de varios ataques de piratas,
que no la pudieron ocupar. Y la imagen placentera de “el galán y dama
cortesana”, aunque se presta a varias interpretaciones –puerto de mar, sitio de
desfogues propicio para marinos abstenidos por fuerza mayor- no deja de ser
simpática para los que ven desde ese principio un destino para la ciudad otrora
despreocupadamente placentera.
La
editora, después de considerar varias propuestas de fechado (en las páginas 36
a 38 de su extensa “Introducción”), calcula que fue escrito entre el 13 de
septiembre de 1598 y 1615. El estudio sobre el poema es macizo y preciso, con
un gran rigor al exponer las diversas versiones críticas y realizar la
comparación entre ellas. El tema de la datación es sumamente importante en una
pieza de este tipo, por la preeminencia que discute en cuanto a los textos
españoles en América, y sus referencias contextuales, como el caso de la isla
de Cuba. El erudito y esclarecedor “Prólogo” de Raquel Chang-Rodríguez
contribuye para resaltar los brillos del trabajo realizado por Sununu, y lo
inserta dentro de la tradición de las crónicas del descubrimiento, conquista y
colonización, tema en el que Rodríguez la prologuista es una reconocida experta
mundial.
Sin
embargo, sin que ello reste ni un mínimo quilate a su espléndido trabajo, la
editora incurre en una leve imprecisión, cuando señala:
“Ente
otras selecciones de La Florida cabe
recordar la Antología de la poesía cubana
de José Lezama Lima de 1965 rescatando el fragmento dedicado a Cuba en las
dos últimas estrofas del canto segundo de la segunda parte, el canto tercero y
las catorce primeras del cuarto. Existe una reedición al cuidado de Álvaro
Salvador y Ángel Esteban (Madrid: Verbum, 2002)” (p. 58)
En
la edición aludida, de Verbum, los editores Salvador y Esteban en realidad
incluyeron por primera vez los
fragmentos de La Florida que nunca colocó Lezama Lima (pues muy
presumiblemente este no conoció el poema, ni siquiera su existencia, pues de
haber sido así, de seguro lo hubiera incorporado). Y en esa parte, los Editores
(Salvador y Esteban) advierten, en el “Prefacio” de su edición:
“Se
ofrece respetuosamente aquí el conjunto del proyecto de Lezama, tal como él lo
concibió. Sólo una variante es preciso hacer constar, que compete al presente
primer volumen de la obra: hemos incluido en un Anexo una parte de La Florida, de Fray Alonso de Escobedo (¿1598-1600?),
poema extenso no tenido en cuenta hasta ahora. Si todas las historias y las
antologías de la literatura cubana comienzan con el Espejo de Paciencia (1608), como hace Lezama, hemos adelantado en
algo la cronología” (p. XI).
Y
en el Anexo (curiosamente al principio de la edición), los Editores agregan
sobre el punto de discusión, después de una breve descripción de los fragmentos
señalados y una apretada sinopsis:
“Finalmente,
queremos dejar explícito nuestro agradecimiento a Alejandro González Acosta,
quien nos dio noticia del poema, y a Pedro Correa, que nos ha facilitado el
texto y algunos datos sobre el mismo” (p. XV)
Como
este punto me compete directamente, y atañe a la obra que reseño, debo informar
para contribuir a la historia del texto editado por Sununu, que en 1997,
encontrándome en el ejercicio de un año sabático en la Universidad de Granada,
conocí por mediación del catedrático Don José Antonio Sánchez Marín a un probo
y laborioso profesor de Instituto, hombre tan erudito como modesto, quien nunca
buscó una cátedra universitaria, Don Pedro Correa, con quien de inmediato
disfrutamos amenas y provechosas charlas, en una de las cuales salió a relucir
el poema de Escobedo, que él venía consultando directamente en sus frecuentes
visitas a la Biblioteca Nacional en Madrid.
Cuando
Correa me comentó sobre la pieza, y compartió conmigo el texto, advertí y se lo
hice notar, la importancia que tenía especialmente para la literatura de tema
cubano, la cual –según Lezama y el resto de la crítica- comenzaba a partir del
debatido poema Espejo de Paciencia,
del cual nunca se han podido encontrar rastros de su manuscrito ni de su primera
noticia impresa, la cual es tardía (hasta mediados del siglo XIX) y fragmentada,
lo cual ha sustentado las sospechas de algunos estudiosos y literatos de
tratarse de un pastiche literario. Se han debatido intensamente, con sólidos y
eruditos argumentos de ambas partes, la autenticidad o no del Espejo, pero hasta ahora, la prueba reina, el manuscrito original
(s. XVII) o en su defecto el trasunto (s. XVIII), no han sido aportados.
Cuando
supe después que mis amigos Ángel Esteban y Álvaro Salvador habían emprendido
el reto de reeditar la antología de Lezama y pensaban añadirle un cuarto
volumen, que diera cuenta del estado de la poesía cubana hasta la contemporaneidad
(Lezama lo había concluido con José Martí como capítulo aislado y final),
compartí con ellos la noticia del poema de Escobedo y de inmediato despertó su
interés y atención crítica, con el propósito que me compartieron de incluirlo
en su edición, en la cual generosamente me concedieron el crédito por mi modesta
y circunstancial participación.
La
noticia llegó a la isla cuando ambos profesores españoles fueron a presentar la
edición allá, que facilitaron entre otros a Luis Suardíaz, quien de inmediato
publicó un par de comentarios sobre la misma,
pero obviando no sólo mi leve intervención (explicable por su visceral exclusión
ideológica), sino la justa mención del ya fallecido Pedro Correa y su decisiva participación.
Supe mucho más tarde que otro amigo y colega cubano, el admirado profesor Raúl
Marrero-Fente, también le había transmitido la noticia a Ángel Esteban de la
existencia de la tesis inédita de Sununu con la edición del poema, después de
publicarse la nueva edición de la Antología
de Lezama.
La
noticia contemporánea más antigua sobre este manuscrito todavía inédito es la
de J. Riis Owre,
de 1964, con quien Sununu declara haber tenido conocimiento del poema; sin
embargo, como ella misma relaciona, se conoce desde mucho antes en este curioso
y hasta cierto punto perverso proceso de apariciones y desapariciones del
texto. Los primeros que guardaron la noticia de la existencia del poema fueron
los historiadores franciscanos como Anastasio0 López, O.F.N.
Pero propiamente, la genealogía crítica de La
Florida comienza desde el benemérito archivista Don Julián Paz, quien
realiza la primera descripción en forma del manuscrito en 1933,
aunque antes, de pasada, ya Marcelino Menéndez y Pelayo lo había mencionado apenas;
al año siguiente de Paz, el crítico norteamericano Maynard Geyger publica su
primer acercamiento a la obra, a
la cual volverá a referirse más adelante.
Ecos de este interés llegarán hasta México, cuando Lino Gómez Cañedo, el devoto
historiador eclesiástico, publica “Somes
Franciscan Sources in the Archives and Libraries of America”.
En los 40 hubo algunos brotes de interés sobre la obra, como los de Fidel
Lejarza,
que supongo atemorizó por su ingente volumen a los historiadores y la
complejidad de su edición: si en algo concordaban todos los que la examinaron,
era en la urgente necesidad de que fuera editada... por otros.
Pero
no fue hasta que con el empeño de la meritoria Alexandra Elisabeth Sununu
finalmente sale a la luz, de forma consultable
esta edición, pues aunque la tirada es suficiente (600 ejemplares, según me
informa gentilmente Carlos E. Paldao, ya que no lo registra en el colofón)
quizá por el interés que despertará sin duda quizá deba pensarse en una
reimpresión cercana. Alexandra E. Sununu sabe muy bien de todo esto, por el
esfuerzo y constancia demostrados. Y, sin embargo, dedicó gran parte de su vida
a la edición de ese invaluable manuscrito que hoy por fin podemos consultar.
*Alonso
Gregorio de Escobedo, La Florida.
Estudio y Edición anotada: Alexandra E. Sununu. Prefacio: Raquel
Chang-Rodríguez. New York, Academia Norteamericana de la Lengua Española, 2015.
Colección Plural Espejo, 4. 758 pp. ISBN: 978-0-9903455-8-9