Tomado del blog de Néstor Díaz de Villegas en el que presenta documental del cineasta cubano exiliado Fernando Villaverde:
Gracias a la bondad de ciertos extraños, puedo ofrecerles hoy el estreno (o reestreno) mundial de El parque (1963), de Fernando Villaverde, una pieza clave del documentalismo cubano producido por el ICAIC en los primeros 60.
Como acompañamiento del filme, publico una entrevista que Miñuca y Fernando han tenido la gentileza de concederme.
Próximamente podrá accederse aquí a Una vez en el puerto (1963), de Alberto Roldán, en el que Miñuca (con apellido de soltera) también colaboró.
Las razones de la desaparición de Alberto Roldán de los anales del cine cubano –no muy distintas de las que pudieran aducirse en el caso de Fernando y Miñuca– las da el crítico Juan Antonio García Borrero, en una nota necrológica de su blog, La pupila insomne: “Su obra, a estas alturas, es injustamente una de las menos estudiadas del cine cubano, y es obvio que en ello ha influido su ruptura con el ICAIC en 1969, su salida de la isla en 1981, y la militancia anticastrista que mantuvo hasta el final de su vida”.
“Ruptura”, “salida” y “militancia anticastrista”, y no la dictadura y sus políticas de exclusión, son responsables de la injusticia. El cineasta es el único culpable de su propia desgracia, y no hay necesidad de citar influencias externas, lo cual complicaría demasiado las cosas. Tratándose de Argentina o Chile, estoy seguro que Juan Antonio hablaría simplemente de desapariciones, aún cuando el mismo fenómeno (sin desdorar ajenas tiranías) no tuviera consecuencias tan destructivas para las culturas de esos dos países.
Las desapariciones en Cuba fueron (siguen siendo) mucho más criminales por haberse extendido casi seis décadas y diezmado la cultura a lo largo de múltiples generaciones. Las obras que presento –hay otras, como El mar, de Miñuca y Fernando, que se perdieron para siempre– son la prueba del crimen. Nuestros desaparecidos todavía esperan por el estudioso que se atreva a llamarlos por su nombre.
Por último, no olvidemos que si los intelectuales cubanos disfrutan hoy de cierta latitud expresiva y de un mínimo de independencia (lo que les permite, entre otras cosas, mencionar en público los nombres malditos de Roldán y los Villaverde), se debe, en no poca medida, a la actitud frente al Poder de aquellos precursores.
La negativa a colaborar con la camarilla artística de la incipiente dictadura castrista pudo haber parecido entonces insensata y autodestructiva, pero cometeríamos una injusticia mayor si dejáramos de reconocer en ella el fundamento de las conquistas democráticas de la oposición actual, tanto de la declarada como de la que pasa por debajo del radar, nadando siempre cerca de la orilla.
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