Morín insistía en que hubiese o no público, la representación no se suspendiera en la pequeña sala de Prometeo, donde siempre tuvo como importante colaborador al diseñador Andrés García. Muchos actores y actrices se forjaron con él, y con montajes como Las criadas, de Jean Genet, en 1954, consiguió elogios y reconocimientos que lo destacaban en aquel panorama en el que se hacía este tipo de teatro con mucho sacrificio. Berta Martínez, Myriam Acevedo, Ernestina Linares, Eduardo Moure, Helmo Hernández, Dulce Velazco, la española Adela Escartín, Lilian Llerena, Asseneh Rodríguez, Roberto Blanco… fueron algunos de los intérpretes que aparecían en el elenco de Prometeo, en piezas de autores tan exigentes como Camus, Coccioli, O´Neill, o cubanos como Virgilio, Carlos Felipe o Antón Arrufat, de quien dirigiera El vivo al pollo. Su teatro llamaba la atención por reducirse a los elementos estrictamente necesarios: un teatro esencial, dijo él para calificar su búsqueda, en la cual la figura central era siempre el actor.
En 1970, tras desencantarse del proceso revolucionario, abandona Cuba rumbo a España. Desde ahí continúa su exilio hacia Estados Unidos, donde finalmente se radica. No dejará de hacer teatro durante un tiempo, y en Miami, una de sus más fieles discípulas, Teresa María Rojas, animó durante años un nuevo Teatro Prometeo. A instancias de amigos y conocidos, redactó sus memorias: Por amor al arte, que apareció en Ediciones Universal, y que se convierte en un libro imprescindible para seguir el día a día de varias décadas de trabajo escénico, entre 1940 y su fecha de salida de la Isla. Libro fiel a su carácter, es un retrato al mismo tiempo de esa época y de quien lo escribió. Cuando le conocí, en una fría mañana de New York en la que, a pesar de sus años, insistió en ir a verme en lugar de que yo me acercara a su casa, podía citar con precisión fechas, anécdotas y nombres. El teatro era su mundo, el teatro cubano que él vio y animó. Creo que hasta el momento de su muerte, con 99 años, siguió siendo fiel a ello.
Con Morín la cultura cubana pierde a un veterano de sus batallas teatrales. De él aprendieron Roberto Blanco, Berta Martínez y muchos más. Su legado, a favor de un teatro donde la calidad del libreto fuera importante, y donde el trazado sicológico de los personajes no fuera opacado por otros elementos, perdura en el misterio que alimentó otras poéticas a través de esos discípulos. Quiso que en La Habana se vieran las obras más interesantes y curiosas, lo mismo que en París, New York o Buenos Aires. Con él llegaron a nuestra cultura, por vez primera, importantes obras de la postguerra. Fundó, animó y siguió siempre dando sus criterios, a veces tajantes, sobre lo que pensaba. Cuando muchos le daban ya por acabado, en los años 60, sorprendió a todos con una puesta que hizo decir al no menos tajante Virgilio: “Morín sigue teniendo duende”. Ese duende acaba de morir. Pero como las imágenes a las que mucho tiempo después Roberto Blanco rindió tributo con su montaje de Electra Garrigó, nos alientan desde una escena que no puede prescindir de su legado.
*Escritor y dramaturgo cubano.
Con Morín la cultura cubana pierde a un veterano de sus batallas teatrales. De él aprendieron Roberto Blanco, Berta Martínez y muchos más. Su legado, a favor de un teatro donde la calidad del libreto fuera importante, y donde el trazado sicológico de los personajes no fuera opacado por otros elementos, perdura en el misterio que alimentó otras poéticas a través de esos discípulos. Quiso que en La Habana se vieran las obras más interesantes y curiosas, lo mismo que en París, New York o Buenos Aires. Con él llegaron a nuestra cultura, por vez primera, importantes obras de la postguerra. Fundó, animó y siguió siempre dando sus criterios, a veces tajantes, sobre lo que pensaba. Cuando muchos le daban ya por acabado, en los años 60, sorprendió a todos con una puesta que hizo decir al no menos tajante Virgilio: “Morín sigue teniendo duende”. Ese duende acaba de morir. Pero como las imágenes a las que mucho tiempo después Roberto Blanco rindió tributo con su montaje de Electra Garrigó, nos alientan desde una escena que no puede prescindir de su legado.
*Escritor y dramaturgo cubano.
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