Por Enrique Del Risco
El Palladium Ballroom tiene un bien ganado
reconocimiento en la difusión de los ritmos afrocubanos primero en Nueva York y
luego en el resto del mundo hacia mediados del siglo pasado. No es que fuera ni
el primero ni el único de los clubes que abrieron su escenario en la ciudad a
dichos ritmos y sus más importantes cultivadores. Otros como La Conga, The China Doll, The Park Palace y The Park Plaza
existían desde antes en el barrio conocido como Spanish Harlem. O incluso hacia
finales de 1946 La Conga se trasladó a Broadway y la calle 52. Pero fue el
Palladium, con su ubicación estratégica en pleno corazón de Manhattan y su
exquisita cartelera de estrellas de la música del momento el que permitió
integrar diferentes personas de todas las clases sociales y grupos étnicos (sobre
todo caribeños, afroamericanos, italoamericanos y judíos) de la ciudad atraídos
por la música y el baile para convertirse en epicentro de lo que luego se
conocería como la mambo craze o la fiebre del mambo, una
fiebre que arrastraba lo mismo a bailadores que a músicos de la talla de Erroll
Garner, Count Basie o Charlie Parker. Y a través de la música y el baile el
Palladium se convirtió, sin pretenderlo demasiado (y no sin prejuicios y fricciones), en festivo -y efímero-
modelo de integración social y racial.
Muchos factores confluyeron en este fenómeno que van desde el final de
la Segunda Guerra Mundial, la decadencia del jazz –ya lanzado en las
experimentaciones del bebop- como género bailable, el nuevo impulso de la
emigración puertorriqueña la ciudad y el éxito súbito y arrollador del mambo
primero y luego del cha cha cha. La conversión del Palladium como centro de ese
fenómeno se asocia con el promotor musical boricua Federico Pagani quien según el investigador Vernon Boggs 1948 convenció al dueño del Palladium, Max Hyman y a su esposa Ann, -heredera
de la fortuna de los fabricantes de elevadores Otis- de que dedicara una matiné
dominical a la música latina. En cambio el venezolano César Miguel Rondón ofrece
en The Book of Salsa una versión algo distinta: en 1947 el Palladium estaba en plena decadencia y su manager contactó a Pagani para que lo ayudara a atraer nuevos
bailadores al salón. Sobre todo latinos aunque dicho manager temiera que, además de los latinos “los negros también vinieran a Broadway con, pensaba él,
todos sus malos hábitos, cuchillos e impulsos incontrolados” (Rondón.1)
Los primeros en debutar fueron los integrantes del experimentado Machito
& his Afrocubans y el resultado fue arrollador. Ante el éxito de aquella
primera matiné las orquestas dedicadas a los nuevos ritmos afrocubanos
progresivamente pasaron a invadir el resto de la programación del Palladium. El
principal atractivo del salón de baile, sus orquestas más constantes, además de
Machito & his Afrocubans y las de los boricuas Tito Rodríguez y Tito Puente
conocidas en su conjunto como “Los Tres Grandes” (The Big Three). Pero no se
limitaba a ellas. Usualmente cada noche tocaban dos orquestas. Por el escenario
del Palladium pasaron las orquestas y conjuntos más importantes de la música
bailable de la época como los boricuas Daniel Santos, Cortijo, Ismael Rivera,
Tommy Olivencia, Eddie y Charlie Palmieri, César Concepción y Noro Morales, el
dominicano Joseíto Mateo, el catalán Xavier Cugat o los cubanos Celia Cruz, La
Sonora Matancera, Beny Moré, Arsenio Rodríguez, José Fajardo, la Orquesta
Aragón, Dámaso Pérez Prado, La Lupe, José Curbelo, Desi Arnaz, Miguelito
Valdés, Rolando Laserie y Vicentico Valdés.
La presencia de tales músicos y el ambiente frenéticamente festivo del
lugar atraían a muchas de las estrellas más importantes del mundo del
espectáculo. Entre los habituales del Palladium se encontraban Marlon Brando,
Bob Hope, Lena Horne, Duke Ellington, Henry Fonda, George Hamilton, Sammy
Davis, Jr. y Frank Sinatra.
Pero el éxito del Palladium también se debe en gran medida a la
afluencia de los mejores bailarines profesionales de la ciudad y al entusiasmo
de los aficionados al baile. Bailarines como el legendario Pedro “Cuban Pete”
Aguilar, Millie Donay, Augie y Margo Rodríguez, Charlie Arroyo compartían
cartel con las más afamadas orquestas y fijó un modo de disfrutar aquellos
ritmos.
Millie Donay y Pedro “Cuban Pete” Aguilar |
Otro bailador, José Torres, describe el ambiente del club así:
“Nuestro Palladium tenía una inmensa pista de baile con un escenario bajo y una larga barra. Seis columnas de madera sostenían el techo evitando que saliera volando hasta Broadway cuando aquellas orquestas de mambo empezaban a sonar. […] El público nunca era exclusivamente latino. Pronto se estableció un patrón de asistencia. Los miércoles por la noche cuando “Killer Joe” Piro daba lecciones de baile el público era judío e italiano. El viernes era para los puertorriqueños. El sábado para los hispanos de todos los orígenes y el domingo para los negros americanos” (Boggs.129)
William Klein: Crowd, Palladium Ballroom, New York, 1956 |
El Palladium se encontraba en un -hoy
inexistente- edificio de la esquina noreste de 53 y Broadway. Su dirección
exacta era 1698 Broadway en el segundo piso de un edificio ocupado en su planta
baja por una droguería de la cadena Rexall. Durante los años cincuenta del
pasado siglo fue una referencia tanto para la difusión de ritmos bailables como
el mambo y el cha cha cha como para la noche neoyorquina en general. Al punto
que era común que en las películas de la época se asociara una
noche de placer en Nueva York con la visita a alguno de los salones de baile de
música latina. Porque el éxito del Palladium impulsó la aparición de otros
centros nocturnos asociados a la música latina o a que otros clubes ya
existentes abrieran sus puertas a los nuevos ritmos. A unas decenas de metros
del Palladium aparecieron el hoy extinto club Chateau Havana-Madrid Club, en
1650 Broadway y el principal referente de la gastronomía cubana en Manhattan
Victor’s Café.
El cantante Tito Rodríguez actuando en el Palladium |
Sin embargo a
mediados a mediados de la década de 1960 los gustos habían cambiado y las nuevas
dinámicas del mundo del entretenimiento hicieron impacto en el Palladium. A eso se añadieron los efectos de la pérdida
de la licencia para expender licores a raíz de un allanamiento policial en 1961. Esas circunstancias fueron decisivas en la progresiva decadencia del lugar. Con el tiempo su dueño Max Hyman decidió
cerrar el Palladium, hecho que finalmente ocurrió el primero de mayo de 1966 (aunque otras
fuentes sitúan el cierre, unas semanas antes, el 13 de abril) y vender su
propiedad. El cierre del Palladium significó una gran pérdida para los
bailadores de la ciudad y al coincidir con el cierre del primer Birland y otros
clubes (The Onyx, Cubop City) de la calle 52 según afirma Vernon Boggs en su libro Salsiology:
Afro-Cuban Music and the Evolution of Salsa in New York City marcó –al menos
momentáneamente- un declive para el jazz y la música latina en Nueva York. En los setentas una nueva locura, la de la salsa, partiría en todas direcciones para contagiar a los bailadores con sus ritmos pero incluso entonces la capital del mundo no volvería a vibrar al unísono como los hizo en los años en los que el Palladium reinaba sobre la noche neoyorquina.
Imagen reciente de la esquina de Broadway y la 53, donde antes estuvo el Palladium Ballroom |
Bibliografía
Boggs, Vernon. Salsiology: Afro-Cuban Music and the Evolution of Salsa in New York City. Westport, CT, Greewood Press, 1992.
Rondón, César Miguel Rondón. The Book of Salsa: A Chronicle of Urban Music from the Caribbean to New York City. Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2008.
buenos dias, que capacidad de publico tenia el palladium, gracias diego perez desde cali colombia,
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