Por Miguel Cabrera Peña
Más de un siglo de crítica
sobre la obra y vida de Martí le ha impuesto, en contra de pruebas numerosas y
otras proporcionadas literalmente por el propio poeta, una soledad en el pensar
que choca con la ciencia social que desde hace mucho se viene haciendo
internacionalmente. Extravío tan prolongado ha obstaculizado un vínculo
capital, históricamente hablando, entre cierto grupo donde interactuó el poeta
y la fundación y desarrollo del Partido Independiente de Color (PIC). Tomaré
como ejemplo su quehacer antirracista, pero antes vale la pena instaurar
algunas evidencias.
A pesar de que el nacionalismo
o la independencia anticolonial constituyó el objetivo principal de su
quehacer, no fue en este campo –tampoco en sus críticas al proceso de
imperialización en Estados Unidos ni en sus nociones latinoamericanistas– donde
el poeta insertó con mayor plenitud su pensamiento en un problema sociopolítico
fundamental de nuestra época.
Fue precisamente en el ámbito
del antirracismo donde lidió contra el discurso dominante y en larga medida
superó, entre los pliegues de un tiempo breve –vivió 42 años– un puñado de
posturas problemáticas. Apunto a lo que se ha dado en llamar período de madurez
martiana, en historia estricta algo así como sus siete años postreros. Aunque
se le califique de madurez, este período no es una meseta, pues en su seno se
observan aprendizajes y progresos que suelen orillarse. Conste que con el
vocablo progreso se subraya una instalación de avanzada –sociopolítica y más de
una vez cultural–, vecina o que habita la actualidad en la que escribo.
Para el lector que necesite
información adicional con el propósito de comprobar por qué catalogo al
antirracismo como culminación en la obra martiana, puede facilitar la consulta
no con un libro extenso que publiqué al respecto, sino con dos breves artículos
titulados “Los
afrocubanos tontos y Martí” y “Martí, los
negros y la desobediencia civil”, que desde Diario de Cuba reprodujeron
varios sitios en Internet.
El genio en su isla
La historiografía nacional no
se ha hecho cargo de una pregunta harto sencilla. ¿El progreso expresado por
Martí sobre antirracismo salió exclusivamente de su cabeza, de su genio
unánimemente alabado? La pregunta sigue ausente, pero nada complicado resulta
imaginar que la respuesta llegaría con la velocidad del rayo: Martí es el único
responsable de sus aciertos y errores y solo él debe responder por ellos, gritaría
la crítica indignada. Si en discrepancia con esta noción acomodada en cierta
lógica popular yo afirmara que Martí pensó el tema junto a un pequeño grupo de
afroantillanos y en verdad estricta fue su vocero principal y no un genio
solitario, tal vez se pondría en cuestión mi sanidad mental. El poeta fue hecho
y, simultáneamente, fue hacedor del grupo referido, igual que el resto de sus
integrantes. Habrá que ir por partes.
Sucede que a Martí se le ha
visto prioritariamente como un genio sin compañía, tanto por estudiosos que
suelen destinar sus textos a aplaudirlo, criticarlo o desollarlo, como por los
que trabajan entre las cuerdas difíciles de la objetividad. Refiero ahora al
genio aislado en cuanto a su biografía, y aquí va más allá de que esté rodeado
de gente. Significa que él es el único que piensa entre toda esa gente.
Si se araña bien en el fondo,
sin embargo, tampoco debe culparse a analista alguno por asumir al habanero
como un genio solitario. Esta perspectiva dispone, entre los cubanos, de un
trono en el inconsciente colectivo que acuñó Karl Jung, que prefiero, a pesar
de la fractura del estatuto científico del psicoanálisis, al imaginario
colectivo de Edgar Morin y otros, para excluir al imaginario social
instituyente de Cornelius Castoriadis. Prefiero a Jung porque abre más ancho
campo al mito, a la irracionalidad.
“Como dijo Martí” –el
antecedente de frase relativa más repetido en la historia de Cuba– no debiera
significar siempre como pensó (únicamente) Martí, pero es exactamente lo que
significa. Con el fin de no ser acusado de extremista, aliviaré con uno de los
juegos de Heidegger en Ser y tiempo: esta comprensibilidad de
término medio no hace más que demostrar una incomprensibilidad.
A pesar de sudores caudalosos
para ubicarlo en sus contextos, al final son sus letras –las martianas– las que
yacen fuera de la historia cuando se concibe como genio excluyente entre el
pensar de quienes lo acompañan. Si el Dassein de Heidegger
está ahí, en el mundo, es porque hay un Otro que lo mira, y mirar es en
principio interactuar, pensar. Un genio u hombre solitario no está en el mundo
porque, sencillamente, faltan la experiencia y la reflexión del Otro o los
Otros, cada uno y todos diferentes e inapresables, para evocar a Gilles
Deleuze.
En un hombre que es
inherentemente político, la sinrazón del pensador solitario gana altura. En el
terreno del antirracismo la crítica magnánima admite que en el poeta influyen
ciertos autores, todos blancos obviamente, pues de forma invariable los
afrodescendientes son marginados, en cuanto al pensar, de cualquier huella
sobre el bardo, aun las periféricas. Prueba al canto. Un escritor y periodista
brillante como Frederick Douglass, una de cuyas versiones de su libro
autobiográfico el cubano interpretó en términos por más de un costado
semejantes a las opiniones actuales del profesor Henry Louis Gates, Jr.,
respira alejado de las influencias imaginables sobre Martí.
Por cierto que el poeta rindió
tributo, difícilmente igualado en toda su obra, a la oratoria de Douglass, quien
luego de la esclavitud y su fuga se convirtió en defensor impar del
abolicionismo y los derechos de la raza, además de su preocupación por la mujer
en el siglo XIX estadounidense. Por sus talentos, esfuerzos y rebeldías Martí
lo caracterizó como un símbolo al compararlo con Lincoln y Horace Greeley, que
tenía en alta estima. Su posterior crítica y el silencio hasta el fin de sus
días sobre el quehacer de Douglass fue de índole política por un lado y de
confusión y desconocimiento por el otro.
¿Quién puede entonces asegurar
que cuando Martí enaltece al liberto isleño no recordó en este último sentido a
Douglass, Henry H. Garnet o a John Mercer Langston, este último nacido libre en
Virginia, amén de sus reiterados elogios a muchos afrocubanos, combatientes e
intelectuales, hombres y mujeres? Repito que los estudios acerca de Martí, todo
un Himalaya, no han entrevisto huellas del pensar afrodescendiente en el poeta
y ni imaginar que fuera vocero de alguien, y menos de un grupo de negros.
Ante un hombre en proceso de
aprendizaje sobre el problema racial hasta los últimos momentos de su vida,
como sucedió en Martí, la historiografía levantó, hasta hoy, una gruesa pared
no fácil de desentrañar. Es una historiografía que dice mirar al oprimido pero
desvía la mirada, que desdeña, escamotea, silencia y, desde la llegada “del
pueblo robado y asesinado”, como escribió el poeta, reproduce el eco de la
incapacidad de un verdadero pensar en los negros. Es el etnocentrismo que se
cuela por muchos intersticios y fracturas de estudiosos y académicos. Esa pared
distanció intelectualmente a Martí del grupo que aquí presento, a pesar del
tema implicado y del propio poeta.
Son ya buena cifra los que han
escrito y escriben, con matices, que afrocubanos unidos en lucha por sus
derechos –el PIC– hubieran enhebrado una imagen incomprensible para un letrado
que, por su conservadurismo, se les hubiera opuesto. Proceden así a conjeturar
el futuro sin conocer, en buenas cuentas, el presente como continuum del
poeta.
Un ejemplo quizá transparente
lo que quiero decir. A tenor de cuatro preguntas –brillante cada una y en
conjunto– que entregaron escritas integrantes del grupo a Martí en una de sus
clases, lo único que se le ocurrió a Manuel Pedro González fue decir que uno de
ellos –Rafael Serra– padecía de complejo de inferioridad. Alrededor de dos
décadas más tarde Cintio Vitier se asomó al mismo asunto y terminó, en igual
escala que su colega, definiendo el complejo como una “llaga insondable”. Para
no ser menos, sin embargo, le dedicó una parrafada ininteligible, que impacta
con la respuesta de Martí a las preguntas. Dos casos de distorsión que desoyen
el contexto que interpretan.
Como sucedió en todo país donde
hubo esclavitud tan prolongada como en Cuba y Estados Unidos, muchos negros
necesitaban aumentar su autoestima, pero en los eventos interpretativos
descritos se ve una “llaga” donde no la hay porque existe propensión a verla.
Lo mismo sucede con el pensar auténtico, creador, en hombres y mujeres de la
raza.
En otra andadura del tema, ha
sido desechada la soledad falsa donde tradicionalmente se ubicó, por ejemplo,
al genio de la ciencia. Diversas biografías de Albert Einstein enfatizan en
aportes de personas próximas al físico-matemático, que generalmente acredita en
sus textos académicos. Sobre su primera esposa, la serbia Mileva Maric, también
científica, se ha polemizado en torno al nivel de su presencia en los triunfos
del judío alemán. Es hoy un axioma la inexistencia de conocimiento sin el Otro.
Creo recordar que al menos un
autor escribió algo así como que el genio múltiple de Martí era demasiado para
un país pequeño como Cuba. Aquilatar de tal modo al artista se fue convirtiendo
en factor de la cultura nacional. Pero este factor es negativo porque divorcia,
traspapela, expulsa e invisibiliza la experiencia, el pensar y el talento de un
puñado de negros no en cualquier tema, sino en la porción más profunda,
emancipadora y progresista de la obra martiana. Esos mismos afrodescendientes
se vincularán con la defensa más enérgica de los derechos de la raza en la
historia isleña después de las rebeliones antiesclavistas. En 1912, por orden
del poder político blanco, fueron masacrados militantes y no militantes del
PIC, en cifras que oscilan entre varios centenares y varios miles.
Un grupo decisivo en el
pensar de la madurez martiana
Lo dicho y lo que sigue poco
tiene que ver con las interpretaciones de quien suscribe. Fue el propio Martí
quien estableció, a propósito de La Liga –Sociedad Protectora de la
Instrucción– la capacidad y posibilidad de los afrodescendientes para hallar la
verdad antirracista en el grupo que a poco se articulara. La Liga marcó
indeleblemente la historia del exilio cubano. Nada complejo resulta entender lo
que el poeta expresa cuando se autopropone respecto a La Liga como “amigo
sincero que les ayude a buscar la verdad o un compañero que contribuya a
propagarla”.
En esta disyuntiva interpone la
capacidad y posibilidad antes referida, pero lo realmente importante es que
plantea, en la primera enunciación, la tarea crucial del grupo: pensar juntos.
En la misma carta a Serra, documento apenas reflexionado, Martí se ofrece como
“asiduo” oyente de conferenciantes de la raza. El conjunto de su obra trasluce
inclinación primero y abierta búsqueda después de un saber otro, un “pensar de
otro modo”, para decirlo con la cita –Qu'est-ce que la philosophie?– de
Deleuze y Guattari sobre Foucault. Si este afirma que la voluntad de saber es
voluntad de poder, con su carta el poeta emprende un camino para empoderar
–entre todos– a los afroantillanos en New York. Tampoco nace de interpretación
antojadiza llamar a Martí vocero, pues él mismo se brinda para propagar una
verdad que podría provenir de los negros, suficientes para hallarla. Que
plantee en forma de disyuntiva sus razonamientos posee causa: “No sé si me
echarán Vds. de la casa, por los pecados ajenos”.
Desborda el dato curioso que
luego de reproducir parte de la misiva, una autora cubana
de raza negra asegurara que el poeta “se ofrece a contribuir en la
tarea formadora, sencilla y modestamente”. El genio solitario torna así a
asomar la oreja y, de paso, la autora abroquela cualquier empalme o cooperación
entre el pensar de Martí y los negros, pues el poeta adquiere estatus único,
más encumbrado desde luego. En la carta no habla Martí de formar a nadie, y en
cuanto a la modestia recuérdese aquello de “yo alzaré el mundo”, aunque de
inmediato se imagine junto al último peleador en un morir callado. Así tenemos
a una intelectual afrodescendiente que a la altura de 2008 sigue a pie
juntillas la tradición hegemónica.
Este tipo de cosas solo pueden
exponerse a través de caso individual, pero el asentir frente al discurso de la
opresión constituye un problema en muchos puntos de la historia nacional, que
en cuanto a los negros contribuye a considerarlos medianos en el proceso de
pensar, y en especial al pensar como creación, para traer otra vez a Deleuze.
Tampoco es esta una actitud específica. Mientras Martí elogia muchas veces a
Serra –“alto en todo”, “fundador y grande”, etc– Chapeaux reitera en demasía el
caracter de discípulo del afrocubano respecto a Martí, incluso en aquellos
temas en que no fue discípulo.
Antes de recibir noticia sobre
La Liga, Martí ha invitado a Serra a una reunión donde el tema principal era
discutir quienes serían los oradores en el acto que se preparaba para el décimo
aniversario del inicio de la lucha de independencia, el símbolo más precioso
del nacionalismo. Si por los términos de la carta aún no existe amistad entre
ellos, tiene en mente a Serra como uno de los oradores, lo que finalmente
sucedió, pero nada le dice al respecto porque faltaba la decisión colectiva. No
será ocioso, sin embargo, espigar en esta otra carta.
Martí manifestó la
“consagración de Serra” a los asuntos y desdichas de su patria, y en esto
último pudo suponer el afrocubano un nexo con el racismo y su condena. Ahora
solo resulta lícita una suposición. Pero a poco el poeta le especifica que la
fecha se celebrará “sin parcialidades, ni olvidos, ni pensamientos secretos”.
Se toca en la invitación algo más allá de la libertad clásica de expresión,
pues expone un trasfondo sociopolítico que el tabaquero estaba muy apto para
comprender. Difícilmente este extravió el sentido primordial de la carta, sin
soslayar que por su propia cuenta hubiera decidido abordar el dilema racial
cuando fuera informado que sería uno de los oradores.
También para el décimo
aniversario, por esos días de septiembre de 1888, Martí convidó derechamente al
prestigioso general Emilio Núñez a abordar el antirracismo en su discurso a
causa del aumento de la violencia verbal contra los negros en la comunidad
blanca cubana –aquí exogrupo–, aunque diferentes señales indican que sobrepasó
lo verbal. Interesado en mostrar su pensamiento desde el inicio de la amistad
con Serra y también antes del discurso, criticó con rudeza a sus adorados
líderes blancos del 10 de octubre de 1868. Habla de “punibles desdenes que
suelen deslucir la obra sublime de los grandes del DIEZ”. Con el vocablo
punible está más que sugiriendo –Martí es abogado– que el racismo podía o debía
ser castigado legalmente.
Es público que
la instrucción occidental del poeta era superior a la de sus amigos, condición
que lo valida como profesor, sin honorarios, en La Liga. Además, se ocupó de
gestionar al menos una de sus sedes –hay aquí una buena anécdota– y a
profesores blancos también gestionados por él. Trabajaron en La Liga profesores
afrodescendientes y hubo alumnas de raza blanca, incluida Carmen Miyares, la
pareja de Martí. Este testimonió que la hija de Miyares, María Mantilla, cuyo
padre se ha sospechado pudo ser el propio poeta, participó en alguna de las
actividades culturales de la institución. Blancos pobres estuvieron también
entre sus alumnos. Fue una sociedad mixta, como Enrique del Risco ratificó por
boca de Serra.
Los negros y Martí pensaron
juntos a través de interacciones cara a cara y casi diarias, sin contar la
numerosa correspondencia que intercambiaron, conocida por las cartas del poeta
que finalmente se conservaron. Se ha dicho que cada uno fue, al mismo tiempo,
productor y producido por el grupo, pero como las pruebas constituyen aquí
requisito indispensable expondré solo varios ejemplos, ya que este artículo
quiere ser pequeña claraboya, sin demasiado trasiego de detalles, de un próximo
libro que cuenta con el pensar grupal entre sus instancias resaltables.
El grupo y las sombras
sobre la historia nacional
Antes de manifestar las pruebas de la influencia de La Liga en el
pensamiento antirracista de Martí, se torna necesario enlistar a la mayoría de
integrantes del pequeño grupo, unos más conocidos que otros. Fueron dos
imprescindibles el habanero Serra y el afropuertorriqueño Sotero Figueroa,
quien se encargaría de la labor editoral del periódico Patria en
ausencia de Martí. Luego Patria se imprimirá en los talleres
que poseía el puertorriqueño, que después de la guerra viajará a Cuba y vivirá
allí hasta su muerte.
Habría que contar a los hermanos Gerónimo y Juan Bonilla, este último
secretario de actas en La Liga. Ambos se acercarían a los Independientes de
Color. Además, integró el grupo Manuel de Jesús González, tesorero, uno de los
profesores negros, colaborador en Patria y luego en Previsión,
portavoz del PIC, donde escribió una sección. Sobre González vuelve el bardo a
resaltar el pensar en los negros, algo reiterado junto con valoraciones éticas
y morales. El bardo afirmó que González “nació con privilegio de corazón y de
mente” y su reseña biográfica de Figueroa es una loa a su talento.
Que algún profesor blanco en La Liga, como Gonzalo de Quesada, se
reuniera de vez en cuando con el grupo es más que probable, pues recuérdese que
fue miembro del Consejo de Redacción de Patria, al que el grupo
estuvo muy vinculado. Serra contó en tercera persona que “la plana mayor
de Patria” trabajaba hasta altas horas de la noche y que –incluido
Martí– cargaban los fardos de la publicación hasta dejarlos en el correo, a pesar
de la nieve, la ventisca y las manos sin guantes.
Este parece ser el grupo con el cual más interactúa Martí, aunque
existe dificultad –por la menguada investigación del tema y datos extraviados o
todavía en polvorientos infolios– en cuanto a afirmar total seguridad sobre la
ausencia de algún nombre entre los que el artista llamó “nuestros íntimos”. Tal
vez no tan cercanos al bardo o cuyo trato fue sobre todo cara a cara, están el
coronel José C. López, socio fundador y vicepresidente de La Liga, así como el
primer y tercer presidentes, Germán Sandoval y Pedro Calderín. En sus crónicas
en Patria el poeta visibiliza a estos y otros socios, sin
olvidar a sus familiares.
Uno de los que mantuvo relaciones con integrantes del grupo y otros en
la Liga fue el afropuertorriqueño Arturo Schomburg, que se convertiría en un
significativo estudioso y recolector de documentos sobre historia y cultura de
los negros, hoy uno de los archivos más ricos del mundo en su tipo. Algunos
datos en el presente texto salieron de la biblioteca digital, cuya sede en New
York lleva su nombre. Schomburg, que era muy joven cuando conoció a Martí, lo
sobrevivió por más de 43 años, lo cual no fue obstáculo para una pintoresca
incursión comparativa, por decir poco, en People get ready. African
American cultural exchange.
En un ensayo notable, Jesse Hoffnung-Garskof brinda información de
interés sobre Figueroa y sus empeños en favor de la raza y las clases
desposeídas, además de perfilar aspectos relacionados con el grupo y los
vínculos de Figueroa con sus compatriotas –muchos de raza negra– en pro de la
independencia de su patria. Pero este autor no alcanza a comprender la
admiración de Schomburg por Martí porque leyó parcialmente la obra del poeta y
se dejó llevar por académicos en Estados Unidos.
Juan Gualberto Gómez, por su parte, influirá con sus cartas desde Cuba
a miembros del grupo, que no olvidan sus campañas periodísticas y activismo, ni
al Directorio de Sociedades de Color que dirigía desde la Isla
con sabidos objetivos antirracistas y anticoloniales. Martí y Gómez aludirán
uno a otro a través de la prensa, y el afrocubano mantendrá muy presente al
bardo en conferencias y escritos durante la república. Late una trama
racialmente no calibrada en esas referencias mutuas. La leyenda viva de Maceo
estuvo presente en La Liga y se mantuvo luego de su muerte en Previsión y el
PIC en general.
Un error, por otro lado, sería omitir la socialización entre “nuestros íntimos”, los demás afrodescendientes en La Liga y los negros en Tampa y Cayo Hueso, con objetivos comunes. Existen cartas y acciones que corroboran esos lazos, y no solo de Martí. Poco, sin embargo, se sabe de estas redes, pero entre nebulosas se vislumbra un panorama de suyo sustancioso. ¿Qué fue de sus ansias de liberación racial y cómo las asumieron en Cuba después de la guerra y la intervención de Estados Unidos? ¿Qué fue de sus vidas y de su socialización con otros negros cuando muchos llegaron a la Isla, y cuál su real envergadura en la fundación y desarrollo del PIC, incluso si se ponen en balanza los ecos difuminados de rebeldías esclavas, campañas en el XIX con no poco que develar y la conciencia sobre la opresión racial con que muchos emergieron de las guerras independentistas?¿Qué fue de algunos de aquellos integrantes –“nuestros íntimos” y otros acaso no tan próximos– que sin duda interactuaron con el poeta? Serra, el más conocido, adolece de varias lagunas biográficas, pero del resto apenas sobreviven breves reseñas martianas, alguna curiosidad, menciones efímeras que no alcanzan a cuajar un retrato de cada personalidad. Aún en penumbras están los esfuerzos de varios en favor de sus derechos efectivos en la república.
¿Qué fue, en fin, de la mayoría de aquellos hombres autónomos en el
grupo y en general en La Liga neoyorquina, en Tampa y Cayo Hueso, que hoy son
como sombras que planean sobre el pasado isleño? ¿Podrá seguírsele la huella?
Varios autores han realizado esfuerzos, pero su meta no coincide con la aquí
planteada: el puente, mediante el pensar juntos, entre el grupo en La Liga y la
rebeldía del PIC. Si Serra, Manuel González –sin el De Jesús firmó en Previsión y
así lo llamó Martí en Patria– y los hermanos Bonilla se
involucraron con el PIC, habría que pesquisar qué hizo Figueroa, cuyo
antirracismo explicitó Hoffnung-Garskof, pero mucho antes el poeta: “[Figueroa]
quiere que en todo se proclame y respete el pleno derecho del hombre”.
Inequívocamente el puente que permite el paso del grupo al PIC –y la huela en
este– es un hecho, aunque falten algunas soldaduras.
El libro anunciado en el presente artículo será un primer paso en un
largo camino por averiguar. Será parte de un trabajo arduo y seguramente lento,
pero que enriquecerá de forma significativa la historia de la resistencia de
los afrocubanos y en medida inédita la recepción bilateral entre Martí y los
negros, que escapó a Ottmar Ette. Develará además la importancia crucial del
exilio afrodescendiente en la creación y actuación del partido de los
antirracistas rebeldes.
Algunas pruebas del “pensar de otro modo”
Tres objetivos fundamentales pueden leerse en el
grupo: 1.- Aumento del saber antirracista y pensar a partir de la experiencia
vivida y vívida del racismo. 2.- Conformar un discurso, y 3.- Basado en los
objetivos anteriores, poner en perspectiva la resistencia en el país que
quieren. Téngase en cuenta que la emancipación en la república era una meta
trascendental para la raza.
En ajuste con la lógica, la iniciativa
correspondió en primera instancia a Serra, quien consultó obligatoriamente a
amigos negros antes de informar a Martí, pues la sociedad sería una quimera si
no lograba el compromiso para subvencionarla. Los primeros pasos para la
creación de La Liga los dieron los negros y ello aparece en carta del bardo,
quien luego de referirse a “propósitos y dificultades” que le cuenta el
tabaquero –hay un sendero andado–, añade que “no sabía más de ella que lo que
Ud. dice”. La institución inició sus trabajos en agosto de 1889, según El
Avisador Hispano-Americano, pero Serra, que posteriormente se desempeñaría como
jefe del Partido Revolucionario Cubano en New York, informó el 22 de enero del
año siguiente como fecha oficial de inauguración, cuando La Liga estrenó su
nuevo local, escribe en su cronología el acucioso Ibrahim Hidalgo.
Cuando en noviembre de 1891 se creó en Ybor City,
con la presencia de Martí, otra Liga de instrucción, el poeta evidenció su
recoger y apreciar la iniciativa de los afroantillanos. Merece realce lo de
Tampa porque es una marca insoslayable de la influencia –idea activa– de los
afrodescendientes en el poeta. La ceremonia de inauguración se efectuó en la
casa del acaudalado Cornelio Brito. Este afrocubano se llamó así mismo
capitalista, donó 11 mil pesos a la causa, peleó la guerra y murió pobre y
ciego. En 1893, también en Tampa, se creó la sociedad de instrucción La Verdad.
Se confundiría quien creyera que las sociedades
de afrocubanos eran algo nuevo en Estados Unidos o en Cuba. Basta recordar
al Directorio de Juan Gualberto Gómez. Al parecer hubo ñáñigos
que se agruparon en Key West, de acuerdo con Enrique Sosa, tema donde Martí
está presente. Una estadística de la proliferación de clubes revolucionarios,
donde se suponen los de base racial, la entregó Louis Pérez Jr. Para 1896 llegó
a haber en Tampa 41 clubes revolucionarios, 30 en Ybor City y 11 en West Tampa.
El ejemplo de La Liga neoyorquina para las
sociedades raciales que siguieron radicó en que el líder político del exilio,
que contaba ya con significativo capital simbólico personal, habló del derecho
del negro a su propia voz y a la resistencia, al tiempo que condenó duramente
al racista cubano. Era la máxima autoridad en la organización de la guerra,
aceptado por larga porción de la comunidad cubana y en cooperación con
profusión de profesores blancos, pasos inéditos de solidaridad con los
oprimidos. Muy leído y escuchado en el exilio, Martí y el grupo ayudaron a
pensar de manera nueva el dilema racial, lo cual permitió esbozar estrategias
futuras.
Dispone de otra prueba la respuesta sobre por qué
fue Serra, en representación de la raza, tan estimado públicamente por el
bardo. Al fundar la sociedad en New York el tabaquero previó –aquí no prevé el
poeta sino Serra que discutió el asunto con sus amigos negros– “levantar un
fondo” para “estimular la creación de sociedades idénticas en todos los centros
de nuestra emigración...”. Así, y aún cuando el poeta se implica en la creación
de otras asociaciones tipo La Liga, todavía falta mucho para cumplir la
anticipación de Serra, cosa que por supuesto sabía el artista.
Volver sobre las cuatro preguntas interpretadas
por Manuel Pedro González y Cintio Vitier, lleva a recordar que fue del
intercambio de cartas que provocaron donde aparece el primer paso, redondeado
en sus aristas operatorias algún tiempo después, sobre la vigilancia contra el
racismo, uno de los temas más progresistas acerca de la discriminación emanados
desde el grupo.
Piénsese –otro ejemplo de influencia– en cómo
evaluar la etapa que la crítica encuadra en la madurez del político si “Nuestra
América” no fuera lo que es y si “Mi raza” no existiera. En el primer texto
ataca de manera frontal a la ciencia biopolítica del XIX y certifica muy
tempranamente que la raza es una invención socio histórica para justificar la
opresión. Sin saber quizá del cubano, lo seguirá décadas más tarde Theodore W.
Allen con su argumentación sobre la invención de la categoría raza blanca. “Mi
raza” fundamenta, sin dejar de sugerir tensiones habidas entre negros y
blancos, a “Nuestra América”. Más de un autor –Iglesias, Hoffnung-Garskof,
Greenbaum– aluden a estas tensiones. Descaminado resulta analizar “Mi raza” sin
meditar dichas tensiones, que debieron perturbar seriamente al poeta y cuyo
texto fue entendido en primer lugar por la comunidad isleña informada de tales
tensiones.
La impronta, el espíritu y la emocionalidad
intergrupal está implicada fuertemente en el más famoso discurso de Martí, que
se dio en llamar “Con todos y para el bien de todos”, también de su primera
visita a Tampa. A autores que resumen la visión que tuvo de la república, les basta
con citar este título. Súmese el artículo en Patria –abril de
1893– donde evalúa a los abakuá de forma progresista.
Se ha dicho que la madurez martiana no es una
meseta sin autocorrecciones y progresos. Si en su respuesta al Evening
Telegraph (13 de agosto de 1892) aún reproducía el discurso hegemónico
a través de un criterio fugaz pero negativo sobre los ñáñigos, en abril de 1893
la mirada sufrirá una transformación sustancial sobre la moral y la ética entre
ellos, que posibilita vislumbrar hacia dónde iba el poeta en sus concepciones
sobre la cultura proveniente de África y en particular sobre ese segmento
social tan vilipendiado por los dispositivos del discurso hegemónico.
Por derecho propio cabe aquí un apunte, que se
calcula por los alrededores de 1893, donde acepta a un yerno negro si una hija
hipotética se enamoraba de un hombre de la raza. Esta es una emanación y prueba
directa del conocimiento y sensibilidad nueva que adquirió en el grupo. Al
yerno imaginado le pone como condición ser un hombre autónomo, es decir, “de
carácter” y “altivez”, pero además estudiado, “de cultura”, una de las claves
de la autonomía creadora. Bien entendido, lo que quiere es un yerno que sea
sujeto contra el racismo, dada “la oposición y repulsa general, y los prejuicios
sociales, odios a la juventud y la mujer, que el problema negro implica”. De
tal manera, por cierto, vuelve a fundamentar el párrafo célebre de “Nuestra
América”.
El ascenso social que facilita la instrucción no
tiene que pelearse con el agente o actor social, emparentados en Martí con más
de una postura de Pierre Bourdieu y Castoriadis. Si la influencia del grupo
refuerza la noción de autonomía ciudadana como concepción del poeta, el
parentesco con los estudiosos citados proviene de sus acercamientos a la
desobediencia civil con raíces en sus análisis del fervor reformista en el
Gilded Age norteamericano. Su descreer directa e indirectamete de la lucha de
clases y el marxismo, lo inclinó a hurgar en un método social que se anticipó,
por más de una década, a Mahatma Gandhi. Douglass, Garnet y un sindicalista
afronorteamericano que aboga por “luchar en todas partes” contra la violencia
que sufrían las parejas racialmente mixtas, no pueden ser abandonadas entre las
influencias descritas.
Autores como W.E.B. Dubois y Roger Ikor abordarán
con posterioridad el dilema que pone sobre la mesa el isleño sobre su hija
hipotética y su yerno. Ambos lo consideraron el más agudo entre los conflictos
y psicologismos raciales. Lo que en definitiva plantea el poeta es que él, un
padre blanco, acepta que su hija tenga sexo con un negro, con la descendencia
familiar imaginable. Esta es una furiosa salida de su tiempo. Es un drama
desolador y aún hoy vigente en el mundo, que Martí denominó “toral”. Tan
furioso fue este escape que el encargado de su “papelería” no lo dio a conocer
hasta bien adelantada la década de 1970.
Entre otros textos influidos por el grupo habría
que incluir el Manifiesto de Montecristi, documento institucional
con las características únicas que le atribuyó Miguel A. de la Torre.
Principalmente para que los negros tuvieran acceso al máximo poder político en
la república desplegó en un apunte su creación de un gobierno colegiado, pero
como la fecha ha resultado hasta ahora indistinguible, no lo cuento como resonancia
del grupo, aunque fue muy probable.
Las interacciones con los afroantillanos
derivaron en la radicalización consistente del periódico Patria, en
apuntes y en cartas que envía a sus amigos, donde llegó a concebir la república
como espacio para una campaña antirracista “redentora y activa”. El creciente
enriquecimiento intergrupal, en fin, decidió los temas y el tipo de abordajes
por su principal vocero.
Un tercer ejemplo tiene tanto peso como el
anterior, o más. Fue después de la instalación del grupo que Martí arreció una
larga lista de ataques contra los racistas cubanos, y entre el montón no falta
la frase descalificadora y hasta ofensiva. En “Los afrocubanos
tontos y Martí” ofrezco, por primera vez, un compendio no exhaustivo de las
impugnaciones contra los racistas isleños, pero una tercera lectura de
las Obras completas sé que expandirá la lista, a la que tal
vez agregue sus duras incursiones contra los racistas estadounidenses.
¿Registró Martí la singularidad que política y
socialmente significó el grupo? ¿Supieron los negros que entre todos estaban
creando sujetos antirracistas mediante un pensar grupal, aunque prefirieran
decir que el poeta los “enseñó”? Por supuesto que sí, y Martí sin duda también.
“Hombres estamos creando, y lo somos. Ya sé que en el mundo es una verdadera
novedad”. Y en otra metáfora, a Manuel González: “estamos levantando una
magnífica familia”. Si dijo en 1895 que él alzaría el mundo, la primera persona
del plural se observa en el tema indagado como de significación relevante.
Los independientes de color estuvieron lejos de
tapiar sus oídos ante los ecos de aquella historia pasada, a la cual
concedieron perspectiva futura y con la cual desde luego se identificaron. El
filósofo Gustavo Bueno afirmó que el futuro es un vacío planeado siempre desde
los recuerdos, desde lo dado históricamente. Esto encaja justamente en el PIC
respecto al grupo reseñado. Sin contar los textos martianos y de otros
integrantes del grupo, el sustantivo eco y el verbo escuchar no son metáforas
convenientes, sino forma de conocimiento que partió de la interacción cara a
cara y luego corrió de boca en boca. Así, en buena medida, se diseminó entre el
PIC la historia del grupo.
Previsión interpretó
como “convivencia” y “vivir juntos” lo que sucedió con el poeta y los
afrodescendientes en New York, lo cual implica una conceptualización. En estas
frases se resuelve el fundamento de la vida cotidiana, en cuyos predios
entienden la realidad por excelencia y la historia autores como Alfred Schutz y
sus discípulos. El periódico de los afrocubanos tiene en cuenta tempranamente
una historia no ceñida a los grandes eventos o cataclismos, privilegiados,
antes y después por la historiografía.
¿Tuvo Evaristo Estenoz noticia del grupo antes de
convertirse en líder del PIC? Estenoz, uno de los masacrados en 1912, vivió por
aquellos años en Estados Unidos, cuya influencia detallada desde el grupo
recibirá luego a través de Serra. Con este viajará en 1905 al país norteño para
empaparse de las condiciones de los afroamericanos, evento similar, en cuanto a
conocimiento, del viaje que realizará Luther King a India. Pero si Estenoz tuvo
noticia o no del grupo en su estancia en Estados Unidos es una pregunta
retórica. Sí la tuvo, como toda la comunidad blanca cubana en New York, bien
enterada de las estrechas relaciones de Martí y los negros. Hasta el Evening
Telegraph, un diario norteamericano, dijo que el poeta consagraba su vida a
la cultura y elevación del negro cubano, lo que el poeta rebatió por la
parcialidad que implicaba sobre el resto de la comunidad.
Fueron los historiadores por venir quienes jamás
teorizaron en profundidad un suceso inédito al menos en América. Fracasaría el
que intente descubrir en otra parte del continente a un personaje de primera
magnitud nacional –se le decía Presidente en el campo de batalla– en semejantes
“confianzas” con los negros. Alguien planteó una similitud entre el poeta y
Lincoln, pero quien lea la introducción de Gates Jr. a Lincoln on race
& slavery, chocará con una diferencia abismal.
Por Miguel Cabrera Peña
Un grupo único en el XIX
Legítimamente podría creerse una exageración
calificar como de difícil paralelo, al menos en América, a interacciones cuyas
repercusiones escapan del ocaso del XIX. En distintas épocas y contextos se
sucedieron interacciones entre blancos y la raza oprimida en Estados Unidos.
Desde John Brown, personaje al que mayor devoción mostró el poeta en toda su
obra, pasando por Newton Night, una figura con algo de leyenda pero conmovedora
por su ausencia de prejuicios, así como el senador republicano Charles Sumner o
el posterior Clarence Jordan, no accedieron unos a la estrecha interacción casi
diaria y ninguno a los logros intelectuales del grupo afroantillano. Las
comunidadaes de Night y Jordan carecen de este éxito, a pesar de su tremendo
valor desde el punto de vista solidario. Night solo accedió a las primeras
letras y Jordan, que estableció entre la Biblia y la opresión del negro estremecedoras
equivalencias literarias, decidió no participar en las protestas de los
alrededores de 1960 por entender que un cambio real solo emanaría de la vida en
común.
John Brown fue un gigante, pero pronto su
rebeldía se redujo a símbolo e historia. Según la biografía de David S.
Reynolds, Brown no fue intelectual de primera línea. En White allies in
the struggle for racial justice, que espiga a buen golpe de personajes
blancos solidarios con los negros en un dilatado período de la historia de
Estados Unidos, se advierte la ausencia de algo semejante al grupo donde se
integró y fue integrado Martí. A los aliados de los negros en Estados Unidos
faltó el pensar creador que protagonizaron Martí y sus amigos en la urbe
neoyorquina.
Vale reiterar que el periódico Previsión contó
con la colaboración de varios miembros del grupo y reprodujo textos de Serra,
quien desde el principio y hasta su muerte, en 1909, ocupó puesto destacado en
el liderazgo intelectual del PIC. En Previsión se le llamó
“nuestro orador y jefe negro”. Un sentido homenaje rindió la publicación al
fallecer el activista, quien en el editorial, “Nuestra Labor”, primer número
del periódico que dirigió y bautizó La Doctrina de Martí, señaló el
25 de julio de 1896, entre otras nociones capitales sobre las relaciones
raciales en Cuba: “[Martí] nos enseñó a ser indóciles contra toda forma de
tiranía, contra toda soberbia”.
Entre lo más destacado a interpretar en el órgano
del PIC están los frecuentes análisis –novedoso más de uno– de las meditaciones
antirracistas del poeta, algo que inexplicablemente han callado los
estudiosos. Previsión desbarrancó la noción acerca de que a
principios del XX se desconocía en Cuba la obra del bardo, por su publicación
muy incompleta. Pudieron desconocerla los blancos, pero no los negros lacerados
social, política y económicamente. Los nombres de Estenoz, Martí y Maceo fueron
los más socorridos en Previsión, documento histórico imprescindible
que en lamentable estado yace en la Biblioteca Nacional de La Habana.
Por 1909 y hasta el final de su existencia,
pensamientos respectivos de Maceo y Martí encabezaron la primera plana del
órgano principal del PIC. El de Maceo no está directamente vinculado con el
asunto racial, sí el del poeta: “Mientras haya un sola injusticia que reparar
en Cuba, la revolución redentora no ha terminado su obra”. El PIC no cobijó
dudas de que cuando el bardo hablaba de los pobres y oprimidos, de los
humildes, o de las injusticias por reparar, no incluía a los negros, como
tantísimas veces se ha dicho, sino que hablaba de ellos en primer lugar.
Porque la brevedad obliga a hablar en
generalizaciones, autores como Hugh Thomas y Tomás Fernández coincidieron en la
influencia de Martí y Maceo sobre los Independientes, aunque acerca de este
último Previsión abordó sobre todo el símbolo guerrero.
Considerado un moderado en torno a las relaciones raciales en Cuba, Maceo
aludió en contadas ocasiones al tema. Véase Ideología política. Cartas
y documentos, 1998.
Llama la atención que líderes militares como
Antonio, su hermano José y otros, por temor a volver a ser acusados de
racistas, no frecuentaron el tema y entre sus Estados Mayores debieron tener
muy en cuenta, por la misma razón, una proporción que no inquietara la
sensibilidad sismográfica del poder blanco. Lino D’ou tocó estos asuntos, ya en
la república, desde su pertenencia al Estado Mayor de José Maceo. Dichos
próceres recepcionaron al poeta como su vocero, y habría aquí que tener noticia
de la elevada valoración que Antonio manifestó sobre el antirracismo martiano.
Si el bardo fue vocero principal del grupo, podría decirse legítimamente que
desbordó sus límites.
Cuando el poeta enfatizó que en los hombros de
los negros “anduvo segura la república [en armas] a que no atentó jamás”,
expresaba lo que Maceo hubiera querido decir y no dijo, pero sí actuó, al igual
que su hermano y la mayoría de oficiales afrocubanos que participaron en la
contienda. Estos por supuesto conocían en su carne lo dicho insistentemente el
poeta. Hace años Jorge Ibarra vinculó la liquidación consciente del movimiento
revolucionario de 1868 con el poder adquirido por fuerzas multirraciales en el
transcurso de la guerra. Lo que hizo Martí fue divulgar qué raza se opuso –o no
colaboró– con aquella liquidación consciente.
Confirmación: el grupo y la psicología social
La búsqueda de relaciones causales mediante el
estudio de datos recopilados en investigaciones empíricas y sistemáticas es una
de las características definitorias de la psicología social, que algunos
especifican como la ciencia de la mente y la sociedad. Lo que continúa es un
manojo de nociones de esta disciplina concerniente a la teoría grupal.
Como es sabido, el grupo es constituyente
estructural de la sociedad, eslabón entre esta y el individuo, quien puede
pertenecer a más de uno y, además, afirma la psicología social, “vivimos en
ellos”. Dicha disciplina establece que en el grupo minoritario se comprueba una
mayor propensión a la proyección social. Ciertamente cada individuo llega al
grupo con una historia pasada y marcos de referencia de sí mismo y del Otro. La
experiencia y la historia de cada cual interviene allí “con toda su fuerza y
riqueza”, pero es la integración de divergencias la que construye conocimiento
novedoso. La mayoría de las nociones aquí utilizadas pertenecen a Francisco
Morales, coord. Psicología social. 2da ed.
Entonces, la presencia del poeta en el grupo
arranca con un recorrido previo de pensamiento antirracista, a veces
problemático, pero al procesarse en el grupo surgirá una nueva definición del
objeto de la interacción, que devino radicalización individual y grupal, una
visión más clara y definida que desplaza o sustituye posturas previas.
No por gusto Pichon-Riviére hizo hincapié en que
la meta de un grupo es aprender a pensar. Como ha reiterado un ejército de
comentaristas, para aprender a pensar el individuo necesita del Otro, ya sea
con su presencia, discurso, complemento dialógico, modelo, objeto, auxiliar,
adversario, etc. Y un apotegma no por repetido desechable: pensar, siempre es
pensar en grupo. En las últimas décadas el lado cognitivo de la psicología
social ha visto crecer su importancia de forma impresionante, confirman Baron y
Byrne. Son errores en el trabajo de los grupos los que pueden oscurecer las
ventajas cognitivas de los mismos, zona donde escudriñó Irving Janis en un
texto de 1972: Victims of groupthink: A psychological study of
foreing-policy. Decisions and fiascoes.
La interacción en los espacios privados
La interacción cara a cara, las reuniones en la
sede de La Liga, las visitas del poeta a casa de los afrodescendientes o de
terceros donde se encuentra con ellos, o el recibirlos Martí en la suya,
significa obligatoriamente meterse, de muchas maneras, en el contexto privado
de los Otros y abrirles el espacio privado propio. Esto sucedió por alrededor
de un lustro. En Patria, en sus cartas y apuntes hay constancia
numerosa de esas interacciones en los respectivos espacios privados.
Un experimento de la psicología social del siglo
XX en Estados Unidos demostró que la interacción racial en el espacio social
(en el trabajo por ejemplo) puede ser normal, pero resultará nula en la ciudad
cercana donde viven todos. En Cuba el espacio privado de raza blanca fue
generalmente un coto donde el negro no entraba, y menos como igual, salvo en
algunos segmentos de las clases más desposeídas.
Ya en 1879, con su amigo Juan Gualberto Gómez,
trasladó Martí la interacción cara a cara a su espacio privado, cuando, después
de haber trabajado mucho –léase conspirar– invitó a almorzar a aquel afrocubano
que aún no ostentaba el reconocimiento posterior. Faltaban siete años para la
abolición oficial de la esclavitud. En la mesa no solo estaba el poeta, sino
también su esposa, detalle que la sensibilidad racial de Gómez, supuestamente
hijo de esclavos, no olvidó anotar en un recuento sin hojarasca.
Teniendo en cuenta la vigilancia, control y
disciplinamiento que producen prácticas raciales cotidianas, que a su vez van
conformando espacios en la ciudad, la anécdota que describe Juan Gualberto
manifiesta lo que Michel de Certeau llamaría un juego con los mecanismos de la
disciplina, una contrapartida, un procedimiento capaz de afectar el orden
sociopolítico. Sería arduo conjeturar que Martí llevó a Gómez primero, y a
integrantes del grupo después, a su espacio privado con intencionalidad, o sea,
con el propósito de romper fronteras discriminatorias entre lo público y lo
privado. Pero hay en este proceder una creatividad, una disputa a la producción
del espacio por el poder –el poder-saber marcha en la obra de Foucault junto
con el espacio, que en este caso pertenece a “las pequeñas tácticas del
habitat”–, una desviación incluso ética que no se piensa a sí misma, como dirá
el jesuita francés.
A través de décadas la historiografía ha
reiterado que el poeta en La Liga se consagró a la solidaridad, instruir a los
negros y a formar soldados para la lucha, otra forma de propagar y consentir el
monopolio de su pensar. ¿Consagrarse a formar soldados entre una raza que peleó
como mayoría dos guerras previas en las que Martí no participó? Suena raro,
aunque tratara el tema independentista también con los negros. Pero suena más
raro aún cuando se conoce que ningún afrodescendiente entre “nuestros íntimos”
fue a la guerra porque Martí probablemente tuvo que convencerlos de lo
contrario. La decisión del poeta debió quedar clara para todos en el exogrupo,
que era la manera de mantener limpio el compromiso nacionalista.
Tales sujetos estaban destinados a actuar en la
república y que fueran a la guerra significaba posibilidad de muerte. Esta es
una de las claves que explosiona la noción de la república de Martí como
postétnica. Ripoll recuerda el dato revelador de la inasistencia grupal a la
contienda, pero no relaciona ni ahonda en el antirracismo allí generado ni en
sus significaciones emancipadoras como discurso, perspectiva y resistencia
futura.
En párrafo previo se asegura que el autor de
“Nuestra América” pensó el dilema racial hasta los momentos finales de su vida.
¿Es esto una engañifa, de moda hoy entre críticos acerbos y extremos del poeta?
No. Durante mucho tiempo se creyó que al morir sólo llevaba Martí en su
mochila La vida de Cicerón junto a cincuenta balas, lo que
generó un emblema que vinculaba cultura occidental-Martí-guerra-de-
independencia. Por cierto que cargaba además con apuntes sobre Platón y
Schopenhauer.
Pero el mayor mérito entre los hallazgos de
Rolando Rodríguez en el Archivo Central Militar de Madrid radica en los
comentarios que llevaba Martí en su mochila de combate, interpretaciones
provenientes del monumental De L’egalité des Races Humaines
(Anthropologie Positive), publicado en París en 1885. Esta fue la respuesta
de Antenor Firmin al Essai sur L’inégalité des Races Humaines, de
Joseph A. de Gobineau. Martí instaló en su cuaderno: “la acumulación de la
melanina en la red subepidérmica colorea de negro la piel del Etíope”, con lo
cual exiliaba cualquier vínculo entre el color, inteligencia y moral, asuntos
que autores como Zvetan Todorov (Nous et les outres) han meditado en
cuanto al discurso dominante.
Aunque las aquí expuestas constituyen solo señales fragmentarias de un libro en proceso, debiera advertirse una esquina crucial aparentemente ajena del antirracismo. Y es el diálogo de cuerpos afrodescendientes que desde muy temprano desplegó el bardo, quien merodeó lo linguístico, kinésico y proxémico. Fue un auténtico proceso de descolonización donde los protagonistas son los cuerpos de aquellos Otros, objetos y sujetos al mismo tiempo en su escritura. El tema encuentra su cúspide precisamente en el monte, en el espacio de la guerra y la muerte. Esta instancia resulta indivorciable del grupo neoyorquino.Firmin fue abogado, historiador, latinista, economista, estudioso de temas financieros, amén de periodista, diplomático y canciller haitiano, así como integrante de la asociación antropológica de París. Si el cubano al morir cargaba en su mochila pensamientos elaborados desde el libro de Firmin, si lo conoció personalmente y se expresaron admiración mutua, no sería lícito siquiera conjeturar que este “haitiano extraordinario” no influyó en Martí. Seguir escondiendo la influencia de la raza negra en Martí constituye una falta, consciente, a la verdad histórica.
Últimos puntos...
En Los límites de la cultura. Crítica a
las teorías de la identidad, Alejandro Grimson propone que cultura e
identidad deben asimilarse como nociones diferentes. Grimson continúa su
novedosa incursión metodológica –inversión de lo pensado hasta 2011– cuando
denomina perspectiva culturalista clásica a aquella que deriva la identidad
simplemente de la cultura.
El estudioso desanda el concepto de nación
construida, pero inobjetablemente empírica y vital a pesar de la teorizaciones
postmodernas. Ya había dicho Castoriadis que la imaginación (radical) es una
poderosísima fuerza creadora de lo real y lo sociohistórico. Grimson toma de la
contextualización, también radical de Stuart Hall, sin dejar de observar los
estudios culturales, los subalternos y latinoamericanos sobre cultura y poder,
etc.
Si se resumen de manera abusiva, en sus “configuraciones
culturales” piensa el académico argentino “las acepciones de identificación, en
referencia exclusiva a las categorías de grupos sociales, a los sentimientos de
pertenencia a un determinado colectivo, y a los intereses comunes que se
articulan en torno a una denominación”. Intereses son, para Grimson, aquellos
que se refieren a una construcción o articulación de actores sociales. Diversos
asuntos han reunido a través de la historia a los grupos: políticos, sociales,
territoriales, estéticos, étnicos, de género y generación, etc.
Cada sujeto escoge con qué grupos se identifica,
cuáles percibe como Otros y qué significados y sentimientos les despiertan.
Sobre el resultado de tales elecciones se asientan los procesos identitarios.
Si el ensayo laureado de Grimson anda en lo correcto, la identidad martiana
habría que buscarla en la independencia y el antirracismo, indisociables en el
bardo. Es decir, el grupo racialmente mixto que sintéticamente se ha descrito
en este artículo late en el corazón de la identidad martiana.
Junto con las concepciones sociales de Martí
sobre los negros, otro de los temas que ha permanecido fuera de esta síntesis
es la emocionalidad, a lo que la psicología social otorga mucho peso cuando
aborda el prejuicio. También están ausentes algunas inferencias y distinciones
entre lo que significa el pensar en Deleuze, a partir de dos libros
difíciles: Diferencia y repetición y Qu'est-ce que la
philosophie? (con Guattari). Deleuze, quien dedicó monografías a
Nietzsche, Spinoza y Bergson entre otros, con el tiempo fue creando una estela
impresionante de categorías. Tan decisiva fue su obra que Foucault dijo la
frase ya célebre: “un día el siglo será deleuziano”. Sin embargo, y
aparentemente a contramano de cierta esquina de su pensamiento, en una
entrevista afirmó Deleuze: “lo que cuenta es volver a encontrar la prodigiosa
novedad de alguien, de un gran autor... No se puede leer a un gran autor sin
encontrar en él una novedad eterna”. Pensar con el grupo afrodescendiente, ser
hecho por este y hacerlo, es la “verdadera novedad” o “la novedad eterna” del
luchador José Martí.
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