Tomado de la revista católica Nuestra Voz:
Un destino muy manifiesto
Por Enrisco
No siempre los intereses de los neoyorquinos por el mundo hispano eran literarios. De vez en cuando la ciudad y el estado se tomaban en serio su sobrenombre de Empire State y miraban hacia el sur a ver qué se le podía pegar. Un paisito que añadir a la Unión Americana. Un pedacito de continente donde cupiera Inglaterra cuatro o cinco veces. Como ocurrió con Texas. En 1836, Texas se había declarado independiente de México, y en 1845 se anexó a los Estados Unidos. Bueno, eso suena demasiado impersonal. Fueron colonos norteamericanos en Texas los que se rebelaron contra México y luego, ante los intentos mexicanos por recuperar el territorio, pidieron unirse a los Estados Unidos. Eso sí, los texanos no renunciarían a su bandera de la estrella solitaria ni a amenazar con independizarse de los Estados Unidos cada vez que algo no les conviniera, ya fuera un impuesto o un presidente demócrata.
Tanto entusiasmo imperial despertó el ejemplo de Texas, que el periodista John L. O’Sullivan, director de Democratic Review, declaró que Estados Unidos debía cumplir su “destino manifiesto”. Y tal destino implicaba extenderse por el continente y no parar hasta terminar comiendo alitas de pingüinos en la Patagonia. Y si por algún lado había que empezar, qué mejor aperitivo que Cuba. Precisamente en aquellos días una hermana de O’Sullivan se había casado con un rico cubano residente en Nueva York desde hacía más de veinte años: el mismo Cristóbal Mádan que recibiera al sacerdote Varela y al poeta Heredia cuando inauguraban sus respectivos exilios neoyorquinos. El plan de O’Sullivan y Mádan era sencillo. Se pondrían de acuerdo con un grupo de hacendados cubanos para obtener la isla a las buenas o a las malas.
- A las buenas consistía en que el gobierno americano le hiciera una propuesta a España que no pudiera rechazar: como comprarle la isla por cien milloncejos de la época. Los americanos estaban acostumbrados a negocios así. En 1803 habían pagado a Napoleón quince millones de dólares por la Louisiana. Y en 1626 les habían comprado Manhattan a los indígenas por veintipico de dólares que es el equivalente actual de una franquicia de McDonalds. Pues en 1848 el presidente James Polk hizo la propuesta de comprar Cuba, pero la corona española, espiritual como siempre, respondió que prefería ver a la isla hundirse en el mar que venderla.
No le quedaba a O’Sullivan otro remedio que intentarlo por las malas. Estaba de suerte, porque en aquellos días llegó a Nueva York nada menos que Narciso López. López era un general venezolano que había peleado junto a los españoles contra las fuerzas independentistas de Bolívar. Derrotado, emigró a Cuba, donde se integró al ejército colonial asentado en la isla. Años más tarde, ya fuera porque se aburría o porque fue poseído por el espíritu de su antiguo enemigo, Bolívar, a López le dio por conspirar contra el poder español. No siendo el tipo más discreto del mundo, su conspiración fue descubierta y tuvo que huir al primer sitio que se le ocurrió. Y en esa época el primer sitio que se le ocurría a todo el que escapaba de Cuba era Nueva York.
Para liberar a Cuba del dominio español López necesitaba dos cosas. La primera era dinero (que le proporcionarían los hacendados cubanos y los inversionistas norteamericanos). La segunda era una bandera. Como la que habían diseñado los tejanos y con la que tanta suerte habían tenido. Una bandera con estrella. Es que siempre será más fácil inventarse una bandera que un país.
[Continuará]
No comments:
Post a Comment