Por Eduardo Lolo
Puebla esa penumbra, como huésped agradecido, la figura en forma de intención del antologador. Gracias a su trabajo, la respuesta del lector se convierte en creación a partir de lo ya creado. Hay angustia y desgarramiento en toda labor de selección; pero también campos nuevos a descubrir al compás de la mirada ajena. El compilador puede saltar tiempos y distancias, uniendo lo que originalmente se encontraba distante; se trata, como es lógico, de la misma obra con antelación conocida y, paradójicamente, de una nueva obra. De ahí el dúo resultante, el trazo a dos tonos, y la mirada dual de toda antología.
En la selección que sigue de la obra poética de Antonio A. Acosta he tratado de ser lo más riguroso posible, desechando mis propios intereses, gustos personales e historias comunes. La lira de Acosta se caracteriza por una amplia gama de tonalidades que van del verso rimado y medido al verso libre, de las formas cultas a las populares, del amplio paisaje al retrato individual, del trópico a la nevada, de la pérdida a la esperanza. He intentado seleccionar ejemplos de cada uno de sus mundos y sus épocas, haciendo hincapié en aquellos versos que trascienden el momento, por muy importante que este haya sido para el poeta o su lector afín. Pues es el caso que una antología de tiempos disímiles tiene que trascender todos los tiempos; de lo contrario, no es más que un compendio de ocasión para tertulia de amigos. De la soledad a tus orillas (título que tomo de uno de sus versos) es una antología confeccionada con la mayor seriedad, como bien merece un poeta de la trayectoria de Antonio A. Acosta. Comprenden esa trayectoria cientos de composiciones recogidas en publicaciones periódicas y libros que se destacan tanto por su nivel estético como por la postura ética del autor. No en balde los prestigiosos premios recibidos y los elogios de críticos de envergadura que han juzgado sus versos.
Complementan el recorrido poético del autor antologado sus éxitos profesionales y sus fracasos históricos. De los primeros son de destacar sus estudios académicos tanto en Cuba como en los Estados Unidos y su labor pedagógica en varios países. Como educador, se destacó en niveles disímiles: desde la escuela primaria hasta la universidad. Cuando el verso, cansado, se retiraba a recobrar fuerzas, lo sustituía la prosa periodística, de igual verticalidad histórica. La palabra integral, del hálito a la consigna, comparten pluma y vida en Antonio A. Acosta.
Su fracaso histórico, (des)vivido conjuntamente por varias generaciones de cubanos, se hizo también poesía: la pérdida de la libertad patria, el destierro desgarrador, y el exilio aparentemente sin fin, van formando en la poesía de Antonio A. Acosta todo un canto donde se combinan el dolor amargo y la ira justa, la nostalgia agónica y la esperanza lúcida: luz tenaz de trópico sobre la nieve. La cubanía persiste en la poesía de Acosta aunque las huellas de su autor sobre el suelo natal hayan quedado para siempre huérfanas. Cronológicamente, el poeta ha vivido más tiempo en los Estados Unidos que en Cuba; poéticamente, no ha partido todavía.
Presento entonces al lector una selección poética de Antonio A. Acosta formada por versos que están aquí y son allá. Cada poema es un camino, y cada camino una ruta con un solo destino: la sombra eterna de un naranjo rodeado de gardenias, en el solar primado del poeta, ubicado en un Pinar del Río cada vez más lejano en tiempo y espacio, pero tenazmente siempre más cercano en el espacio sin tiempo de la poesía.
Nueva York, verano de 2014.
(Acosta, Antonio A. De la soledad a tus orillas. Antología poética 1985-2012. Selección e Introducción de Eduardo Lolo. Fairview, NJ: Antonio A. Acosta & CreateSpace, 2015. Págs. 11-13)
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