Thursday, August 2, 2018

Semblanza de Orestes Ferrara

Por Hugo J. Byrne

“No hay en la bárbara guerra, del mundo más que un consuelo, las estrellas en el cielo y las niñas en la tierra.” 
(Estrofas iniciales de un poema de José Martí dedicado a la niña María Luisa Sánchez, futura esposa del Coronel Ferrara).

La historia contemporánea no es prolífica en individuos que se entregaran voluntariamente a la causa de la libertad de pueblos extranjeros.  Entre los pocos del siglo XIX se destacan algunos nombres como Lord Byron, Giuseppe Garibaldi y Máximo Gómez.  La historia confirió en algunos de ellos dos nacionalidades, como es el caso del último mencionado.   Gómez era dominicano por nacimiento y cubano por vocación y voluntad.  Él mismo lo aclaró afirmando: “Soy cubano y dominicano y es por eso que no puedo ser presidente de ninguno de los dos países”.  

Nadie pone en duda que al inaugurarse la República en 1902, la presidencia de Cuba hubiera sido del jefe supremo del Ejército Libertador, de haber éste aspirado a ella.  La Constitución de 1901 establecía que un extranjero podía ocupar la primera magistratura si cumplía una sola condición: la de haber combatido durante diez años en las guerras por la independencia de Cuba.   Los únicos veteranos en esa categoría eran Gómez y el General Carlos Roloff, quien no se acercaba al prestigio nacional o a la inmensa popularidad del primero. 

No cabe duda que la lealtad de Gómez a los ideales que lo impulsaron a la monumental tarea que culminara con la independencia, nunca se dividió.  Se sabía caudillo de guerra y sólo para la guerra, y ella la libró en nombre de esos ideales, ausentes de ambiciones de mando una vez alcanzada la libertad. 

Entre las pocas figuras históricas que tuvieran la rara oportunidad de escoger una entre dos nacionalidades en el ocaso de sus vidas, se destaca otro nombre de prosapia mambisa: Orestes Ferrara y Marino (1876-1972). Quizás el hombre público más influyente de la primera etapa republicana de Cuba (1902-1933), Ferrara era oriundo de la ciudad portuaria de Nápoles, Italia, siendo sus padres Vincenzo Ferrara y Annunciacione Marino. Vincenzo había luchado junto a Garibaldi, lo que no le impidió a Orestes ser el vástago de una familia prestigiosa y pudiente.  Orestes cursó sus primeros estudios en Génova.

Aunque sin pruebas precisas deduzco que Ferrara era más alto que el promedio de los hombres de su generación, especialmente entre los europeos meridionales. En cuantas fotos lo he visto en compañía de otros, el Coronel mambí sobrepasa en estatura al resto.   

Ferrara inició estudios de derecho en la Universidad de Nápoles, pero su inquieto temperamento y pasión por la libertad exigían actividades que no podía brindarle la sosegada vida académica.   La inquietud popular en la cercana Creta estaba al rojo vivo, y Ferrara demostraba gran interés en apoyar a los nacionalistas griegos en su lucha denodada por liberarse de la coyunda turca.  

Después de algún tiempo y ciertas desilusiones, su espíritu rebelde decidió buscar gloria surcando mares aún más lejanos, para ofrecer su brazo a otro pueblo heroico que  luchaba contra la última colonia española del Continente Americano. Para concretar su generoso propósito Ferrara se trasladó a Paris, recabando la ayuda del Doctor Emeterio Betances.  

Este galeno boricua, veía su hermosa tierra natal como una extensión ultramarina de Cuba, a cuyo destino la consideraba estrechamente unida por sangre y cultura. Betances era el representante en Francia de la Junta Revolucionaria Cubana.

Fue Betances quien facilitara a Ferrara, junto a otro napolitano llamado Gugliemo Petriccione, el cruce del Atlántico hasta Nueva York.  Una vez en territorio americano Ferrara y su amigo se dirigieron a Tampa, en aquel entonces un hervidero de insurrección cubana.  En Ibor City Ferrara conocería a María Luisa Sánchez, hija de un matrimonio cubano que había emigrado al oeste de Florida por convicciones separatistas y quien eventualmente desposaría al napolitano devenido en mambí.

En octubre de 1897 Ferrara y Petriccione navegaron a Cuba en el remolcador “Dauntless”, timoneado por el ya famosísimo capitán “Dinamita” Johnny O’Brian, en la sexta travesía en que este último burlara el asedio mortal de las cañoneras españolas.  O’Brian, por cuya cabeza Weyler ofrecía una jugosa recompensa, desembarcó sin problemas en la costa norte cubana.  

La casa del “filibustero” O’Brian en New York siempre estaba vigilada por agentes de la Compañía Pinkerton, en la nómina de Madrid.  Pero siempre a una prudente distancia.  La esposa de “Dinamita” no vacilaba en escaldarlos, derramándoles cubos de agua hirviendo si se acercaban más de lo debido.

Integrado como soldado raso a las huestes del General Calixto García, desde el primer momento Ferrara se destacó en el combate por su determinación e inteligencia.  Bajo las órdenes de García, Ferrara tomó parte en la toma de Santa Cruz del Sur y en el asedio de Victoria de las Tunas, la segunda ciudad más fortificada de Oriente. Tunas También capitularía después de tres días de lucha, ablandada por los cañones insurrectos que comandaba otro distinguido voluntario extranjero: Frederick Funston.

Ascendido a Teniente Coronel y en parte para recompensar sus deseos, Ferrara fue enviado al campamento del Generalísimo Máximo Gómez, para lo cual se vio en la necesidad de atravesar la notoria trocha de Júcaro a Morón.  En esta difícil travesía fue donde más se hiciera patente su fe en los destinos de la guerra y su confianza en sí mismo.  Durante ese trayecto Ferrara enfermó gravemente.

Para su suerte tenía como compañero de aventura otro oficial de nombre Aurelio Sonville, quien compensaba su frágil físico con una voluntad de acero.  Carentes de mapas o de un “práctico”, Sonville y Ferrara estuvieron perdidos en varias ocasiones.  Pasaron hambre y exposición a los elementos, siendo su mayor preocupación las columnas enemigas que peinaban los senderos, forzándolos a caminar entre las entonces vírgenes malezas de Cuba. Negociar matorrales frondosos sin hacer ruido es de por sí una labor muy ardua.

Pero hacerlo mientras los soldados coloniales lo buscaban por todas partes y cuando sus vacilantes piernas apenas resistían los estragos de la fiebre, elevan los esfuerzos de Ferrara a nivel heroico.  Ferrara y su compañero se tenían que postrar varias horas a pleno día.  

Después de atravesar los alambres de púas de La Trocha, los desgarrones en las ropas y las múltiples heridas en la piel los hacían lucir como pordioseros más que insurrectos. Los mosquitos y otros insectos los devoraban noche y día. Incluso se vieron forzados a vadear un gran lodazal del que Ferrara emergiera descalzo.

Una mañana les sorprendió la visita de un palurdo muy hablador, quien afirmaba venir del Campamento de Gómez, ser curandero y querer hacer algo por Ferrara.  Sin aportar ningún beneficio facultativo, el charlatán al menos entretenía al enfermo con su conversación absurda e interminable.  Ante la sonrisa de Ferrara el curandero diagnosticó su mal: los italianos “cantan constantemente y eso les infecta la garganta”.

Al final llegaron al campamento del General en Jefe.  Tanto Ferrara como Frederick Funston, en sus respectivas memorias, describieron certeramente la personalidad severa y agresiva de Gómez.  Desde su arribo supo Ferrara del Consejo de Guerra Sumarísimo al General Bermúdez y llegó a tiempo para presenciar su ejecución, en la que el propio Gómez se vio forzado a dirigir la escuadra.  En breve tiempo Ferrara pasó a formar parte del Estado Mayor de Gómez.

Las acciones de guerra en que Ferrara se involucró a las órdenes del Generalísimo fueron todas breves y vertiginosas.  Gómez era un artista de la escaramuza y la retirada.  Nunca pudo ser acorralado a pesar de acampar y combatir siempre dentro de la misma zona, kilómetros más o menos. El líder insurrecto desarrolló la más efectiva guerrilla de su tiempo.  Era el mismo juego de gato y ratón que había usado el “viejo” con espectacular éxito en el otoño de 1895.  A pesar de que tanto Weyler como Martínez Campos eran buenos guerreros (aunque muy distintos en otros aspectos), nunca pudieron tomar la medida del veterano guerrillero: se enfrentaban con Gómez y este pertenecía a una clase por sí sólo.

El último caudillo insurrecto bajo cuyas órdenes sirviera Ferrara y con quien mantuviera una duradera alianza política una vez establecida la República fue el General José Miguel Gómez, jefe de los alzados en Las Villas y futuro presidente de Cuba.  Con José Miguel, Ferrara participó en los combates del Jíbaro y Arrollo Blanco, después de desatada la guerra entre Madrid y Washington. Al finalizar la contienda Ferrara ostentaba el grado de Coronel.

Una lista de todas las funciones que Orestes Ferrara desempeñara en Cuba tras el fin del régimen colonial haría esta reseña interminable. Por eso me limitaré a las que considero principales.  La primera de esas fue durante la intervención norteamericana de 1898 a 1902: en 1901 el General Wood lo nombró Gobernador Interino de Santa Clara. 

Graduado en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana y al poco tiempo Profesor de la misma disciplina en esa bicentenaria institución educativa, Ferrara fue periodista insigne y editor del primer periódico nacional de gran circulación: “El Heraldo de Cuba”. Fue Representante por Las Villas, Presidente de la Cámara, Embajador en Washington y Presidente del Consejo de Ministros durante el gobierno de Gerardo Machado.  Se cuenta entre los más destacados intelectuales de Cuba en todos los tiempos.  

A partir de agosto de 1933 vivió la mayor parte de su larga vida fuera del país.  La producción literaria de Ferrara durante esa época fue tan extensa como formidable. “El Papa Borgia” se considera la mejor biografía del Pontífice Alejandro VI hasta la fecha.

A fines de la década de los treinta, Ferrara brindó a Cuba la que estimo su mejor contribución: su trabajo en la Convención Constituyente a la Carta Fundamental de 1940, que, con todas sus evidentes lagunas, errores y fantasías, fuera adoptada libremente por el pueblo. Fue electo como constituyente representando a Las Villas, su vieja base política.

Esa última obra en pro de la patria adoptiva terminó abruptamente cuando un cobarde atentado contra su vida sólo lograra matar a su chofer.  Deseando terminar sus días en paz tras haber arriesgado tanto y tantas veces por Cuba, Orestes Ferrara optó por su exilio postrero.  Los asesinos nunca fueron identificados. Empero, no tengo dudas que representaban la  misma facción criminal que hoy rige Cuba.  El viejo insurrecto regresaría muy brevemente en 1955 y sus observaciones de esa visita merecen un análisis separado, que no compete a este trabajo.     

De Ferrara hay casi tantas anécdotas como de Francisco de Quevedo y por eso prefiero omitirlas todas, pues podría inconscientemente incluir alguna apócrifa.  Siempre actuó caballerosamente y en su trato con aquellos que admiraba o simplemente respetaba era correcto, aunque directo y honrado cuando mantenía una opinión opuesta.  También era capaz de ser mordaz e irónico con los que por diversas razones no se hacían merecedores de su respeto.  Durante la Constituyente, con mucha frecuencia hacía mofa del seudónimo del delegado comunista Francisco Calderío (“Blas Roca”), llamándolo “señorPiedra”.

En sus últimos años Ferrara pudo reclamar para su ventaja la ciudadanía de su tierra natal, pero optó por conservar la cubana en medio de su exilio definitivo en Roma, cuando se hizo evidente que su regreso a la patria de su adopción nunca se materializaría: “Fui cubano tanto en la batalla como en la victoria y moriré cubano”. Acaso el viejo insurrecto sentía, como Martí, que “de la patria puede tal vez desertarse, pero nunca de su desventura”

Orestes Ferrara se enamoró de Cuba y el verdadero amor nada demanda. Honor a su ilustre memoria.
 
 

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