Por Alejandro González Acosta
Por todo lo anterior, como se habla tanto
hoy de esos belicosos guerreros virtuales, o usuarios de las redes, propongo reconocerles por economía del
lenguaje, un nuevo -y al mismo tiempo antiguo-
nombre genérico, un término que creo aplica perfectamente a estas importantes
y decisivas figuras contemporáneas: llamémosles reciarios, a semejanza de
aquellos humildes pero mortales esclavos combatientes del coliseo romano (no eran
realmente gladiadores, pues no empleaban el gladio
o espada), porque usaban las redes
como su principal arma, engañando, aturdiendo, atrapando y finalmente
aniquilando a sus contrincantes con sus traicioneras artes de hipnosis mortal,
los fornidos gladiadores competidores fuertemente armados y encorazados, que
eran nombrados secutores. Los reciarios
eran rápidos, astutos e implacables, tal como sus modernos colegas virtuales.
Hundían sin piedad su tridente o su daga en el inerme cuerpo de la víctima, atrapada
en su red como un pececillo, de igual forma que hacen hoy, también a saludable
distancia. Ciertamente, no eran muy estimados por el público romano, que los
consideraba femeninos y arteros, pero igual aplaudían el espectáculo
sangriento. Como una expresión moderna de aquellos antiguos y mortíferos guerreros
circenses hoy tenemos a nuestro cyberreciarios virtuales, siempre
prontos al feroz ataque.
Hoy, gracias a internet, vivimos en un circo romano globalizado, instantáneo y
doméstico, al alcance de casi todas las lenguas viperinas. En el caso cubano
especialmente, muchas veces este se convierte en una comedia del teatro bufo,
una farsa que forma los rasgos inconfundibles de un cybersolar virtual, una trepidante casa de vecindad con la alta
tecnología del chancleterismo exultante. Por eso nunca dignifico con riposta
ningún ataque anónimo de semejantes seres, ni las descalificaciones viscerales
sin argumento: Aquila non capit muscas.
Ningún político o aspirante a ello que hoy se
precie de serlo, puede ignorar el fenómeno de las redes sociales y sus
aguerridos reciarios. La vida moderna
impone contundentemente ese fenómeno, de tal suerte que recomiendo una oración
para los suspirantes:
Internet nuestro que estás en el éter,
Santificado sea tu Google,
Venga a nosotros tu Facebook,
Y hágase tu Twitter,
En el WhatsApps,
como en el Linkedin.
No nos dejes caer en el break out
Y líbranos de todo Soros, bots y trolls.
Así sea, por los megabytes de los bytes.
Hoy las redes son estercoleros de insultos
donde se dañan las honras sin piedad, y el honor se mancilla regocijada e
irresponsablemente. Son los “males de la libertad”, o más bien, de sus excesos,
que quizá algún día deban legislarse y regularse.
Las “benditas redes” acompañaron y
arroparon a AMLO como su falange más combativa no durante meses, sino durante
los muchos años de esa campaña electoral que sostuvo –la más extensa de la
historia de México- y gracias a ellas se posicionó en el imaginario colectivo
como “el único candidato realmente antisistema”. Para ello nunca le faltó
dinero y espacio gratuito en los medios, a los que supo dictar la pauta
cotidiana. Apenas ahora están surgiendo
algunos de los mecanismos de financiación de su campaña, como el presuntamente fraudulento
fideicomiso, al parecer falsamente presentado para ayudar a las víctimas del
terremoto del 19 de septiembre de 2017, y que según se sospecha sirvió como
eficiente lavandería para introducir
dinero espurio en su promoción.
Durante años, AMLO repitió que “lo dieran
por muerto”; sin embargo, a pesar de que dijo esto varias veces, engañó a todos
tabasqueñamente y finalmente se vio que no
había muerto, sino que se había ido de rumba… electoral. Si alguien ha
trabajado hasta la obsesión para el ascenso al poder, ha sido sin duda Andrés
Manuel López Obrador, con una fijación obsesiva, admirable y temible al mismo
tiempo. Su tierna esposa le suele cantar dulcemente una canción de Silvio
Rodríguez que es como su tema musical personal: “El Necio” …
El golpazo demoledor que aplicó a sus contrincantes
debe servirles a estos, al menos, como la imperiosa necesidad de hacer un alto
para meditar y corregir sus numerosos fallos y equivocaciones. En tal ambiente
de polaridad en la sociedad, ahora sólo cabe la formación de un frente unido de
oposición, que quizá implique la desintegración de los partidos perdedores y su
reintegración en uno nuevo, cohesionado y coherente. La tragedia de la naciente
democracia mexicana, vencida por ella misma en asombrosa paradoja, impone el
modelo de la tragedia griega, donde la catarsis
sigue a la anagnórisis. Los
derrotados políticos mexicanos deberán clamar a los cielos: ¿En qué fallamos? Y ajustar de inmediato
su conducta a la respuesta de esa gran pregunta.
La gran mayoría de los votantes mexicanos,
por las causas y razones que sean, decidieron soberana e irresponsablemente
poner todos los huevos en una canasta. Así que hay no sólo que aceptarlo sino
entenderlo, pero también prepararse desde ahora mismo para la próxima
contienda, que podría ser una gran coalición opositora. Pero lograr esto
requerirá de un enorme desprendimiento, generosidad, altura de miras y
conciencia patriótica de parte de políticos que, al menos hasta ahora, en su
gran mayoría han demostrado todo lo contrario, con un egoísmo y una miopía sorprendentes.
Si no hay un examen de conciencia profundo y sincero y un firme propósito de
enmienda por parte de los políticos derrotados, México estará perdido.
Los AMLObots
y los PEJEtrolls hicieron bien su
cruel trabajo: mordieron, escupieron, vomitaron, destazaron, ensuciaron y
defecaron cuanto obstáculo se les atravesó, para que su impoluto Mesías
alcanzara sus fines. Ahora deben ser recompensados jugosamente por su eficaz
atentado contra la república y la democracia, que violentaron y prostituyeron
para ganar su meta. Ojalá les sirva de provecho su triste tarea y su pitanza.
Sin embargo,
sospecho que apenas a poco más de cuatro semanas de las elecciones, donde
obtuvo López su clamoroso triunfo, muchos de quienes votaron por él ya se han
arrepentido de su decisión, aunque neciamente se nieguen a admitirlo, pues desde
ahora el enfrentamiento con el ejercicio real del poder, obliga al caudillo y
su camarilla a ajustar las hipertróficas ofertas de campaña, enfrentadas a la
perversamente perseverante realidad. La muchedumbre largo tiempo insatisfecha
asumió aquel grito parisino del mes de mayo de 1968: “Basta de realidades:
¡queremos promesas!” Y así se les cumplió, al menos en campaña. Siguen aferrados
en una gran parte –así puede verificarse fácilmente en “las benditas redes”- a
una visión visceral, y a un discurso del resentimiento trufado de odio y
envidia, bajo la falsa envoltura de “justicia social”. Quizá esta masiva
decisión resulte, a fin de cuentas, por las irónicas zancadillas de la
Historia, la vacuna que finalmente inmunice a México de sus antiguas y
profundas veleidades comunistas, aunque ese aprendizaje y el tratamiento que
implica será doloroso, prolongado y muy probablemente sangriento.
[Continuará]
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