Por Alejandro González Acosta
Entre
los personajes de la Venezuela de hoy, algunos provienen de las sombras del ayer:
así como Bolívar topó con Boves, Páez y Santander, hoy Capriles, Ledezma y
López se enfrentan a Maduro, Cabello y Padrino.
En
la Historia, las casualidades sólo
son aparentes: si uno busca debajo, se revelarán lazos que vienen del pasado y oponen
a los actores. Precisamente ese legado nos reserva grandes sorpresas para el
presente. Por esos curiosos guiños de la Historia, hoy ocupan posiciones principalísimas
dos grandes figuras de la oposición que pertenecen, documentadamente, a la
familia de Simón Bolívar: Leopoldo López es tataranieto de Concepción Amestoy
Palacios, sobrina del Libertador, y Henrique Capriles desciende de un hermano
natural de este, Juan Agustín Bolívar, quien casó con Ana María Chacín y de ahí
viene la progenie. Mi buen amigo, el documentado historiador y bravo periodista
Don Antonio Herrera-Vaillant, publicó un gran libro sobre esto: El nudo desecho. Compendio genealógico de El libertador (Caracas, Academia Nacional
de Historia e Instituto Genealógico Venezolano, 2010). Ahí incluye toda la información
del caso, abundante y fidedigna. Ironía reveladora y suprema: dos descendientes
auténticos de Bolívar encabezan hoy la oposición contra el “bolivarianismo” adulterado
por Chávez y comparsas.
El
origen de Maduro no sólo es oscuro (muchos aseguran que es colombiano), mas eso
es lo de menos: la verdad, él ni cuenta. Pero Chávez, su mentor, la sombra
sobre la que cabalga, afirmaba que descendía de un célebre bandolero (para él,
un “héroe y un revolucionario”), una suerte de Facundo venezolano, el forajido Maisanta
(Pedro Pérez Delgado, 1881-1924); Chávez se declaraba bisnieto materno de Maisanta, pero sin documentos, sólo de
oídas y por sus dichos. Pero también se decía descendiente de la familia Unda o
Hunda, y detrás de esto hay una anécdota, hasta ahora no revelada, que linda
con lo real maravilloso americano y aún
lo excede, para convertirse en un capítulo surrealista de la historia no
escrita de América Latina, y que hoy publico por primera vez, accediendo a
varios amigos quienes me lo han pedido insistentemente.
En
2002, ya siendo Vicente Fox Quesada Presidente de México, llegaron aquí dos
personajes venezolanos en una extraña y enigmática misión de “alto secreto”. Mi
buen amigo Guillermo Tovar de Teresa, portentoso erudito y Cronista de la
Ciudad de México, me llamó y pidió que fuera a verlo, pues quería comentarme algo
muy importante, pero no podía hacerlo por teléfono. Ya en su casa, Guillermo me
contó: “Mi primo Santiago Creel -entonces Secretario de Gobernación- me solicitó
ayuda en un asunto muy delicado y debo pedirte tu reserva. Te recomendé a ti
como la más persona indicada para ayudarnos, por lo siguiente: como te has
dedicado a investigar sobre la descendencia de Moctezuma II hasta la fecha,
resulta que han llegado a México dos enviados de Hugo Chávez con la tarea de
documentar que él es su heredero…” Mi expresión de asombro no perturbó a
Guillermo: “México no desea problemas con ese señor, quien tiene mucho poder y
dispone de cuantiosos recursos. Por eso mi primo Santiago me encomendó que
buscara alguien conocedor del tema -tú- y manejáramos todo esto muy
discretamente. Se trata de persuadir, sin agraviar ni molestar, a los dos enviados
de Chávez, que desean les brindemos documentos probatorios en el Archivo
General de la Nación, para sustentar su reclamación”. En México -debo
aclararlo- el AGN se encuentra bajo la jurisdicción administrativa de la
Secretaría de Gobernación, entonces al mando de Santiago Creel Miranda, primo
de Guillermo.
Los
enviados venían con un maletín repleto de dinero para financiar su empresa, y
nos lo mostraron a Guillermo y a mí en la primera entrevista que tuvimos en la
casa de éste. Querían documentar una tradición según la cual un descendiente de
Moctezuma II había pasado a Venezuela a mediados del siglo XVI. Decían que buscaban
un documento antiguo donde aparecía un tal “Francisco de Moctezuma”. Les
comentamos que, en efecto, en un expediente del AGN aparecía un “Francisco
Moctezuma”, registrado aproximadamente en 1630, quien fuera cacique de un
pueblo llamado Tepeji de la Seda, entonces en el obispado de Puebla y hoy en el
Estado de Oaxaca. Según los emisarios, este señor llegó al puerto de Coro y
allí se estableció al casarse con una vecina, de cuya unión provenía la familia
actual de los Unda (o Hunda).
Maisanta
tuvo un hijo natural con una tal Claudina Infante, quien como no fue reconocido
tomó el apellido de su madre y se le llamó Rafael Infante; este a su vez tuvo
otra hija natural con Benita Frías Frías, la cual como tampoco fue reconocida,
se llamó Rosa Elena Frías, madre de Hugo Chávez; pero esta Benita era también
hija natural de Juan Pablo Frías y Marta Frías. Este Juan Pablo, abuelo materno
de Chávez al parecer, era hijo de Eloy Hunda Márquez, de Guanare, con Eliza
Frías, y tampoco fue reconocido legalmente. Es decir, resultaba evidente para
nosotros que además de ser falso el vínculo de Moctezuma II con los Hunda, interferían
además varias uniones no legalizadas.
Para
ellos, ese “Francisco de Moctezuma” era sin dudas el descendiente principal y
legítimo del antepenúltimo tlatoani
azteca, que su descendencia actual eran los Hunda y que uno de ellos había sido
el padre del abuelo materno de Hugo Chávez y, por tanto, sin más
complicaciones, este era su heredero y, al mismo tiempo, tenía derecho para reclamar
la corona azteca, proclamarse Emperador
de México y demandar se devolvieran al país (más bien, a él) los estados de
California, Texas, Nuevo México, Arizona… Todo esto era demasiado para
asimilarlo por Guillermo y yo.
Tiempo
después, toda esta gestión fue publicada en la página de la “Sociedad
Genealógica León de la Cordillera”, situada en la ciudad de Boconó, en
Trujillo, presidida por Rafael Ángel Romero Merino, donde se menciona como
responsable y enlace de la misma en el Palacio de Miraflores, residencia
oficial del Ejecutivo, a “Freddy Baptista”, (Freddy Jacob Baptista González), quien
entonces se presentaba como “Asesor Personal” de la Presidencia, y hoy, al
parecer según vi en la red, es el Coordinador del Partido Vente Venezuela (opositor) en el estado de Vargas…
Guillermo
y yo escuchábamos imperturbables: apenas nos mirábamos de reojo, pero nos esforzábamos
por ser corteses conteniendo la carcajada…
Después
de esta vinieron varias entrevistas más, pues decidimos dosificarle la
argumentación -aunque conocíamos suficientes elementos negativos desde el principio-
para no desairarlos tajantemente, y provocar lo que temían Creel y Fox: que
Chávez se fuera a molestar.
Comenzó
entonces una delicada persuasión para ir desmontando uno a uno -y en varias
sesiones, contando con la generosa anfitrionía de Guillermo en su palacio, verdadero
museo, que hoy parece tendrá finalmente un destino seguro- fuimos induciéndolos
para que fueran ellos mismos quienes
“descubrieran” la verdad… Realmente fue un fino trabajo de diplomacia histórica y genealógica, como lo definió Tovar.
El
tal Francisco Moctezuma llevaba ese apellido como muchos habitantes en México,
pues al ser vencido el señorío azteca, generalmente escogieron el que desearon,
no sólo autóctono, sino hispano: numerosos indígenas entonces se apropiaron
(por bautizo o por declaración propia) de apellidos de la aristocracia española,
como Álvarez de Toledo, Castilla, Aragón, de la Cerda, Manrique de Lara, Ponce
de León, incluso Cortés y Alvarado, entre muchos más, y a veces también como
homenaje de pleitesía o compadrazgo… pero sin que fueran miembros legítimos del
linaje, ni mucho menos. Otros decidieron llamarse Moctezuma, sin ser
descendientes legítimos ni aún sanguíneos del personaje. Hoy, documentados
debidamente, sí hay descendientes del tlatoani
por línea de varón, asunto que ha trabajado estupendamente mi buen amigo Don Javier
Gómez de Olea y Bustinza[1],
Director de la Real Academia Matritense de Genealogía y Heráldica (RAMHG); y de los descendientes por línea
femenina de Isabel Tecuichpoh Moctezuma, me he ocupado yo[2], y
con muchos de ellos mantengo actualmente contacto y amistad.
A
ese Francisco “Moctezuma” espurio, ya en Venezuela, le añadieron (o se otorgó
él mismo) el “de” nobiliario, pero
en México nunca lo usó porque no podía: no
era un hidalgo. Un aspecto poco conocido -o intencionalmente olvidado- es
que España aceptó, respetó y mantuvo las dignidades nobiliarias indígenas, sustituyendo
el vasallaje de los antiguos señores por el de los monarcas hispanos y sus
representantes directos, los virreyes. En las Leyes Nuevas de Indias, los reyes españoles cuidaron de proteger a los
súbditos de todos sus reinos (México, Perú y los otros dominios en América), y
les reconocieron y concedieron la condición de “reinos de ultramar”, con semejantes
derechos y deberes que los peninsulares. Pero entre estos, introdujeron como
novedad la creación -no imitada por ningún otro imperio- de crear los Cabildos de Españoles y de Indios: eran
entidades de justicia paralelas y con igual valor jurídico, que sólo diferían
en su campo de acción y aplicaban sentencias entre semejantes.
Este
Francisco Moctezuma (sin “de”, a secas) en realidad era un indígena -o mestizo-
vecino de Tepeji de la Seda, sin ningún parentesco con el tlatoani, quien se caracterizó por maltratar extraordinariamente a
sus sirvientes, compatriotas y vecinos, con gran crueldad; a tal extremo, que
fue expulsado del pueblo y desterrado, según constaté en el expediente conservado
en el AGN: así llegó a Coro y se afincó allí. Ese es el antepasado documentado
de la familia Hunda. Hasta ahí sí existe una secuencia probatoria, pero esta se
rompe por la declaración unipersonal y sin sustento de Maisanta, quien tuvo dos hijos naturales con la ya mencionada Claudina
Infante; uno de ellos, Rafael Infante. De esta suerte, Hugo Chávez se declaró descendiente
al mismo tiempo de Maisanta (su ídolo
infantil) y de Eloy Hunda, según él, heredero de Moctezuma II. En realidad,
Claudina Infante era una mujer que, como muchas infelices más, seguía a las
tropas en las interminables guerras civiles venezolanas, y estaba ofrecida “a
todo servicio” de los militares.
Maisanta
(así llamado porque utilizaba con frecuencia la frase “Madre Santa”, pero que
sólo atinaba a pronunciar torpemente “Mai Santa”), fue uno de tantos caudillos
rurales de la violenta historia venezolana, pero sí está documentado que El último hombre de a caballo, como se
le llama ahora, fue un bandolero que se afilió a distintos partidos políticos o
facciones según sus conveniencias, y solía cambiar de bando de acuerdo con las
coyunturas, hasta que fue finalmente apresado y murió en prisión, encadenado y
al parecer “envenenado con vidrio molido” puesto en su comida, pero esto no
está probado. Lo que sí está documentado es que desde la cárcel envió numerosas
peticiones de clemencia a su vencedor, reconociendo y arrepintiéndose de sus muchos
delitos y crímenes, prometiéndole fidelidad absoluta si lo perdonaba. Nunca
ocurrió: Juan Vicente Gómez fue mucho más atinado que Rafael Caldera…
En
resumen, Hugo Chávez decía ser descendiente de Maisanta y de Eloy Hunda a la vez; pero esta familia Hunda (o Unda)
sí eran descendientes documentados del tal Francisco Moctezuma (sin el “de”),
expulsado de Tepeji de la Seda por el cruel maltrato contra sus compatriotas
indígenas, y luego avecindado en Coro, mas este no tenía nada que ver con el
monarca azteca, de quien usurpó el apellido, en lo cual no fue ciertamente el
único. De hecho, entre los auténticos descendientes probados de Moctezuma II
actuales, ninguno exhibe tal apellido, pues el linaje ha pasado por línea
femenina a la actualidad. Los únicos que, mediante privilegio real, conservan por tradición el apellido en primer
lugar dentro de su nombre -de acuerdo con los requisitos del mayorazgo- son los
Duques de Moctezuma de Tultengo, residentes en España.
Aparte
de la vanidad y la soberbia, adquiere proporciones gigantescas la ignorancia de
Chávez, lo cual es perfectamente entendible y perdonable, pues a fin de cuentas
era un militar con un origen muy humilde, pero no así sus asesores,
supuestamente ilustrados: era imposible que ni aunque fuera “descendiente” de
Moctezuma II Xoyocotzin tuviera la plenitud de los derechos dinásticos -que
fueron negociados en su momento con su legítima línea de varón- sino, peor aún,
que el mal llamado “imperio mexicano” (en realidad era una Triple Alianza de ciudades, con una serie de pueblos tributarios)
NUNCA se expandió más al Norte del Bajío, y sólo controló zonas muy específicas
del actual México. Algunos guerreros llegaron más al sur, pero jamás
establecieron un dominio permanente y estable. Los belicosos tarascos y
purépechas de Michoacán, por ejemplo, nunca se sometieron a los aztecas y sus
aliados, y los orgullosos tlaxcaltecas tampoco.
Sus
asesores debieron aclararle a Chávez que cuando la soberanía de México alcanzó por
el norte hasta la Bahía de San Francisco de California -por las misiones de los
religiosos evangelizadores- sólo fue durante el virreinato, como Nueva España,
nunca como parte del supuesto “imperio azteca”. Por otro lado, tampoco existió
una corona real azteca, pues ni aún el mal llamado “Penacho de Moctezuma” lo
fue[3]:
el tlatoani portaba como símbolo de
su autoridad religiosa, un tocado como banda triangular de oro adornado con
turquesas (chalchihuite) llamado xiuhuitzolli, que representaba la eternidad
del tiempo.
Entre
sus sueños de gloria egocéntrica y megalomaníaca, Chávez acarició convertirse
según esto en “Emperador de México” y por tanto en el legítimo monarca de todas
las etnias latinoamericanas, desplazando incluso a un Evo Morales y reclamar a
Estados Unidos la “devolución” de los territorios en su momento cedidos por el
México ya independiente después de la desastrosa guerra de 1847, y ratificados
por Don Benito Juárez después.
Guillermo
Tovar resumió todo este affaire en
una frase irónica, aludiendo al disparate de la pretensión de Chávez: es
“genealogía-ficción”. Finalmente, los emisarios regresaron a Venezuela y
desconozco cómo habrán informado al “tlatoani” carioca el resultado de sus
gestiones. Pero después se publicó en Venezuela este asunto por la Sociedad
Genealógica “El León de la Cordillera” (ya mencionada), con una encendida polémica
que hasta obtuvo una precisa evaluación de la Real Academia Matritense de
Heráldica y Genealogía.[4]
Guillermo
y yo sentimos la íntima satisfacción de comprobar que, al menos por esta vez,
los menospreciados estudios genealógicos y heráldicos sirvieron para prestarle
un servicio práctico a México, evitando quizá un enfrentamiento internacional
con un sujeto especialmente dañino y peligroso.
[1]
Es sumamente valioso su ensayo: “La Casa de Moctezuma: la descendencia
primogénita del emperador Moctezuma II de Méjico”, Revista de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas. Nº
38, San José de Costa Rica, Imprenta Nacional, Noviembre del 2000. Pp. 186-257.
Se trata de un estudio que no dudo en calificar como definitivo sobre el tema.
[2]
Un primer acercamiento mío al tema es: “Los herederos de Moctezuma”, Boletín Millares Carlo. Instituto
Agustín Millares Carlo, Las Palmas de Gran Canaria, Nº 20, 2001. Pp. 151-158.
[3]
Sobre este asunto he publicado un artículo: “El penacho del México antiguo”, Boletín del Instituto de Investigaciones
Bibliográficas, México, UNAM, Vol. XVIII, Nºs 1 y 2, 1er. y 2do. Semestres
de 2013. Pp. 219-223.
[4]
Editorial: “La genealogía al servicio de la política”. Boletín de la RAMHG, Año XVII, Nº 62, 1er. trimestre de 2007.
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