Wednesday, August 23, 2017

LOS NEGROS Y EL GENIO SOLITARIO DE JOSÉ MARTÍ (I)

Por Miguel Cabrera Peña    


Más de un siglo de crítica sobre la obra y vida de Martí le ha impuesto, en contra de pruebas numerosas y otras proporcionadas literalmente por el propio poeta, una soledad en el pensar que choca con la ciencia social que desde hace mucho se viene haciendo internacionalmente. Extravío tan prolongado ha obstaculizado un vínculo capital, históricamente hablando, entre cierto grupo donde interactuó el poeta y la fundación y desarrollo del Partido Independiente de Color (PIC). Tomaré como ejemplo su quehacer antirracista, pero antes vale la pena instaurar algunas evidencias.
A pesar de que el nacionalismo o la independencia anticolonial constituyó el objetivo principal de su quehacer, no fue en este campo –tampoco en sus críticas al proceso de imperialización en Estados Unidos ni en sus nociones latinoamericanistas– donde el poeta insertó con mayor plenitud su pensamiento en un problema sociopolítico fundamental de nuestra época.
Fue precisamente en el ámbito del antirracismo donde lidió contra el discurso dominante y en larga medida superó, entre los pliegues de un tiempo breve –vivió 42 años– un puñado de posturas problemáticas. Apunto a lo que se ha dado en llamar período de madurez martiana, en historia estricta algo así como sus siete años postreros. Aunque se le califique de madurez, este período no es una meseta, pues en su seno se observan aprendizajes y progresos que suelen orillarse. Conste que con el vocablo progreso se subraya una instalación de avanzada –sociopolítica y más de una vez cultural–, vecina o que habita la actualidad en la que escribo.
Para el lector que necesite información adicional con el propósito de comprobar por qué catalogo al antirracismo como culminación en la obra martiana, puede facilitar la consulta no con un libro extenso que publiqué al respecto, sino con dos breves artículos titulados “Los afrocubanos tontos y Martí” y “Martí, los negros y la desobediencia civil”, que desde Diario de Cuba reprodujeron varios sitios en Internet.

El genio en su isla
La historiografía nacional no se ha hecho cargo de una pregunta harto sencilla. ¿El progreso expresado por Martí sobre antirracismo salió exclusivamente de su cabeza, de su genio unánimemente alabado? La pregunta sigue ausente, pero nada complicado resulta imaginar que la respuesta llegaría con la velocidad del rayo: Martí es el único responsable de sus aciertos y errores y solo él debe responder por ellos, gritaría la crítica indignada. Si en discrepancia con esta noción acomodada en cierta lógica popular yo afirmara que Martí pensó el tema junto a un pequeño grupo de afroantillanos y en verdad estricta fue su vocero principal y no un genio solitario, tal vez se pondría en cuestión mi sanidad mental. El poeta fue hecho y, simultáneamente, fue hacedor del grupo referido, igual que el resto de sus integrantes. Habrá que ir por partes.
Sucede que a Martí se le ha visto prioritariamente como un genio sin compañía, tanto por estudiosos que suelen destinar sus textos a aplaudirlo, criticarlo o desollarlo, como por los que trabajan entre las cuerdas difíciles de la objetividad. Refiero ahora al genio aislado en cuanto a su biografía, y aquí va más allá de que esté rodeado de gente. Significa que él es el único que piensa entre toda esa gente.
Si se araña bien en el fondo, sin embargo, tampoco debe culparse a analista alguno por asumir al habanero como un genio solitario. Esta perspectiva dispone, entre los cubanos, de un trono en el inconsciente colectivo que acuñó Karl Jung, que prefiero, a pesar de la fractura del estatuto científico del psicoanálisis, al imaginario colectivo de Edgar Morin y otros, para excluir al imaginario social instituyente de Cornelius Castoriadis. Prefiero a Jung porque abre más ancho campo al mito, a la irracionalidad.
“Como dijo Martí” –el antecedente de frase relativa más repetido en la historia de Cuba– no debiera significar siempre como pensó (únicamente) Martí, pero es exactamente lo que significa. Con el fin de no ser acusado de extremista, aliviaré con uno de los juegos de Heidegger en Ser y tiempo: esta comprensibilidad de término medio no hace más que demostrar una incomprensibilidad.
A pesar de sudores caudalosos para ubicarlo en sus contextos, al final son sus letras –las martianas– las que yacen fuera de la historia cuando se concibe como genio excluyente entre el pensar de quienes lo acompañan. Si el Dassein de Heidegger está ahí, en el mundo, es porque hay un Otro que lo mira, y mirar es en principio interactuar, pensar. Un genio u hombre solitario no está en el mundo porque, sencillamente, faltan la experiencia y la reflexión del Otro o los Otros, cada uno y todos diferentes e inapresables, para evocar a Gilles Deleuze.
En un hombre que es inherentemente político, la sinrazón del pensador solitario gana altura. En el terreno del antirracismo la crítica magnánima admite que en el poeta influyen ciertos autores, todos blancos obviamente, pues de forma invariable los afrodescendientes son marginados, en cuanto al pensar, de cualquier huella sobre el bardo, aun las periféricas. Prueba al canto. Un escritor y periodista brillante como Frederick Douglass, una de cuyas versiones de su libro autobiográfico el cubano interpretó en términos por más de un costado semejantes a las opiniones actuales del profesor Henry Louis Gates, Jr., respira alejado de las influencias imaginables sobre Martí.
Por cierto que el poeta rindió tributo, difícilmente igualado en toda su obra, a la oratoria de Douglass, quien luego de la esclavitud y su fuga se convirtió en defensor impar del abolicionismo y los derechos de la raza, además de su preocupación por la mujer en el siglo XIX estadounidense. Por sus talentos, esfuerzos y rebeldías Martí lo caracterizó como un símbolo al compararlo con Lincoln y Horace Greeley, que tenía en alta estima. Su posterior crítica y el silencio hasta el fin de sus días sobre el quehacer de Douglass fue de índole política por un lado y de confusión y desconocimiento por el otro.
¿Quién puede entonces asegurar que cuando Martí enaltece al liberto isleño no recordó en este último sentido a Douglass, Henry H. Garnet o a John Mercer Langston, este último nacido libre en Virginia, amén de sus reiterados elogios a muchos afrocubanos, combatientes e intelectuales, hombres y mujeres? Repito que los estudios acerca de Martí, todo un Himalaya, no han entrevisto huellas del pensar afrodescendiente en el poeta y ni imaginar que fuera vocero de alguien, y menos de un grupo de negros.
Ante un hombre en proceso de aprendizaje sobre el problema racial hasta los últimos momentos de su vida, como sucedió en Martí, la historiografía levantó, hasta hoy, una gruesa pared no fácil de desentrañar. Es una historiografía que dice mirar al oprimido pero desvía la mirada, que desdeña, escamotea, silencia y, desde la llegada “del pueblo robado y asesinado”, como escribió el poeta, reproduce el eco de la incapacidad de un verdadero pensar en los negros. Es el etnocentrismo que se cuela por muchos intersticios y fracturas de estudiosos y académicos. Esa pared distanció intelectualmente a Martí del grupo que aquí presento, a pesar del tema implicado y del propio poeta.
Son ya buena cifra los que han escrito y escriben, con matices, que afrocubanos unidos en lucha por sus derechos –el PIC– hubieran enhebrado una imagen incomprensible para un letrado que, por su conservadurismo, se les hubiera opuesto. Proceden así a conjeturar el futuro sin conocer, en buenas cuentas, el presente como continuum del poeta.
Un ejemplo quizá transparente lo que quiero decir. A tenor de cuatro preguntas –brillante cada una y en conjunto– que entregaron escritas integrantes del grupo a Martí en una de sus clases, lo único que se le ocurrió a Manuel Pedro González fue decir que uno de ellos –Rafael Serra– padecía de complejo de inferioridad. Alrededor de dos décadas más tarde Cintio Vitier se asomó al mismo asunto y terminó, en igual escala que su colega, definiendo el complejo como una “llaga insondable”. Para no ser menos, sin embargo, le dedicó una parrafada ininteligible, que impacta con la respuesta de Martí a las preguntas. Dos casos de distorsión que desoyen el contexto que interpretan.
Como sucedió en todo país donde hubo esclavitud tan prolongada como en Cuba y Estados Unidos, muchos negros necesitaban aumentar su autoestima, pero en los eventos interpretativos descritos se ve una “llaga” donde no la hay porque existe propensión a verla. Lo mismo sucede con el pensar auténtico, creador, en hombres y mujeres de la raza.
En otra andadura del tema, ha sido desechada la soledad falsa donde tradicionalmente se ubicó, por ejemplo, al genio de la ciencia. Diversas biografías de Albert Einstein enfatizan en aportes de personas próximas al físico-matemático, que generalmente acredita en sus textos académicos. Sobre su primera esposa, la serbia Mileva Maric, también científica, se ha polemizado en torno al nivel de su presencia en los triunfos del judío alemán. Es hoy un axioma la inexistencia de conocimiento sin el Otro.
Creo recordar que al menos un autor escribió algo así como que el genio múltiple de Martí era demasiado para un país pequeño como Cuba. Aquilatar de tal modo al artista se fue convirtiendo en factor de la cultura nacional. Pero este factor es negativo porque divorcia, traspapela, expulsa e invisibiliza la experiencia, el pensar y el talento de un puñado de negros no en cualquier tema, sino en la porción más profunda, emancipadora y progresista de la obra martiana. Esos mismos afrodescendientes se vincularán con la defensa más enérgica de los derechos de la raza en la historia isleña después de las rebeliones antiesclavistas. En 1912, por orden del poder político blanco, fueron masacrados militantes y no militantes del PIC, en cifras que oscilan entre varios centenares y varios miles.



Un grupo decisivo en el pensar de la madurez martiana

Lo dicho y lo que sigue poco tiene que ver con las interpretaciones de quien suscribe. Fue el propio Martí quien estableció, a propósito de La Liga –Sociedad Protectora de la Instrucción– la capacidad y posibilidad de los afrodescendientes para hallar la verdad antirracista en el grupo que a poco se articulara. La Liga marcó indeleblemente la historia del exilio cubano. Nada complejo resulta entender lo que el poeta expresa cuando se autopropone respecto a La Liga como “amigo sincero que les ayude a buscar la verdad o un compañero que contribuya a propagarla”.
En esta disyuntiva interpone la capacidad y posibilidad antes referida, pero lo realmente importante es que plantea, en la primera enunciación, la tarea crucial del grupo: pensar juntos. En la misma carta a Serra, documento apenas reflexionado, Martí se ofrece como “asiduo” oyente de conferenciantes de la raza. El conjunto de su obra trasluce inclinación primero y abierta búsqueda después de un saber otro, un “pensar de otro modo”, para decirlo con la cita –Qu'est-ce que la philosophie?– de Deleuze y Guattari sobre Foucault. Si este afirma que la voluntad de saber es voluntad de poder, con su carta el poeta emprende un camino para empoderar –entre todos– a los afroantillanos en New York. Tampoco nace de interpretación antojadiza llamar a Martí vocero, pues él mismo se brinda para propagar una verdad que podría provenir de los negros, suficientes para hallarla. Que plantee en forma de disyuntiva sus razonamientos posee causa: “No sé si me echarán Vds. de la casa, por los pecados ajenos”.
Desborda el dato curioso que luego de reproducir parte de la misiva, una autora cubana de raza negra asegurara que el poeta “se ofrece a contribuir en la tarea formadora, sencilla y modestamente”. El genio solitario torna así a asomar la oreja y, de paso, la autora abroquela cualquier empalme o cooperación entre el pensar de Martí y los negros, pues el poeta adquiere estatus único, más encumbrado desde luego. En la carta no habla Martí de formar a nadie, y en cuanto a la modestia recuérdese aquello de “yo alzaré el mundo”, aunque de inmediato se imagine junto al último peleador en un morir callado. Así tenemos a una intelectual afrodescendiente que a la altura de 2008 sigue a pie juntillas la tradición hegemónica.
Este tipo de cosas solo pueden exponerse a través de caso individual, pero el asentir frente al discurso de la opresión constituye un problema en muchos puntos de la historia nacional, que en cuanto a los negros contribuye a considerarlos medianos en el proceso de pensar, y en especial al pensar como creación, para traer otra vez a Deleuze. Tampoco es esta una actitud específica. Mientras Martí elogia muchas veces a Serra –“alto en todo”, “fundador y grande”, etc– Chapeaux reitera en demasía el caracter de discípulo del afrocubano respecto a Martí, incluso en aquellos temas en que no fue discípulo.
Antes de recibir noticia sobre La Liga, Martí ha invitado a Serra a una reunión donde el tema principal era discutir quienes serían los oradores en el acto que se preparaba para el décimo aniversario del inicio de la lucha de independencia, el símbolo más precioso del nacionalismo. Si por los términos de la carta aún no existe amistad entre ellos, tiene en mente a Serra como uno de los oradores, lo que finalmente sucedió, pero nada le dice al respecto porque faltaba la decisión colectiva. No será ocioso, sin embargo, espigar en esta otra carta.
Martí manifestó la “consagración de Serra” a los asuntos y desdichas de su patria, y en esto último pudo suponer el afrocubano un nexo con el racismo y su condena. Ahora solo resulta lícita una suposición. Pero a poco el poeta le especifica que la fecha se celebrará “sin parcialidades, ni olvidos, ni pensamientos secretos”. Se toca en la invitación algo más allá de la libertad clásica de expresión, pues expone un trasfondo sociopolítico que el tabaquero estaba muy apto para comprender. Difícilmente este extravió el sentido primordial de la carta, sin soslayar que por su propia cuenta hubiera decidido abordar el dilema racial cuando fuera informado que sería uno de los oradores.
También para el décimo aniversario, por esos días de septiembre de 1888, Martí convidó derechamente al prestigioso general Emilio Núñez a abordar el antirracismo en su discurso a causa del aumento de la violencia verbal contra los negros en la comunidad blanca cubana –aquí exogrupo–, aunque diferentes señales indican que sobrepasó lo verbal. Interesado en mostrar su pensamiento desde el inicio de la amistad con Serra y también antes del discurso, criticó con rudeza a sus adorados líderes blancos del 10 de octubre de 1868. Habla de “punibles desdenes que suelen deslucir la obra sublime de los grandes del DIEZ”. Con el vocablo punible está más que sugiriendo –Martí es abogado– que el racismo podía o debía ser castigado legalmente.
Es público que la instrucción occidental del poeta era superior a la de sus amigos, condición que lo valida como profesor, sin honorarios, en La Liga. Además, se ocupó de gestionar al menos una de sus sedes hay aquí una buena anécdota y a profesores blancos también gestionados por él. Trabajaron en La Liga profesores afrodescendientes y hubo alumnas de raza blanca, incluida Carmen Miyares, la pareja de Martí. Este testimonió que la hija de Miyares, María Mantilla, cuyo padre se ha sospechado pudo ser el propio poeta, participó en alguna de las actividades culturales de la institución. Blancos pobres estuvieron también entre sus alumnos. Fue una sociedad mixta, como Enrique del Risco ratificó por boca de Serra.
Los negros y Martí pensaron juntos a través de interacciones cara a cara y casi diarias, sin contar la numerosa correspondencia que intercambiaron, conocida por las cartas del poeta que finalmente se conservaron. Se ha dicho que cada uno fue, al mismo tiempo, productor y producido por el grupo, pero como las pruebas constituyen aquí requisito indispensable expondré solo varios ejemplos, ya que este artículo quiere ser pequeña claraboya, sin demasiado trasiego de detalles, de un próximo libro que cuenta con el pensar grupal entre sus instancias resaltables.

[Continuará]

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