Thursday, August 3, 2017

LA REPRESIÓN BAJO EL TOTALITARISMO CASTRISTA

Por Pedro Corzo

La represión en Cuba no responde a los patrones de una dictadura militar o de cualquier otro tipo de régimen de fuerza, salvo a la de aquellos que se sustentan sobre una ideología sectaria y excluyente como el Marxismo, destacando que el régimen cubano tuvo la singularidad que el totalitarismo insular se apoyó en las habilidades histriónicas y el carisma de Fidel Castro, a lo que se debe agregar la vertiginosa internacionalización del conflicto nacional que se enmarcó de inmediato en el contexto de la Guerra Fría.

La represión en la isla no responde a una sola ejecutoria: es integral y diversificada, de la cual la acción policial es solo un recurso más.

Las formulas represivas de la dictadura han sido las que han impedido en gran medida la formación de una oposición articulada nacionalmente con una propuesta de carácter social y reivindicativa que sostenga una propuesta política; situación que incapacita a la oposición en la promoción de protestas y reclamos contrarios a los intereses gubernamentales y convertirse en una real alternativa de cambio.

La inmensa mayoría de la población se siente desamparada ante las autoridades del estado. La indefensión es un sentir extendido en toda la sociedad, al que coadyuva la supremacía del estado, gobierno y partido (como una unidad), en los grandes y pequeños detalles de la vida diaria.

Son varias las fórmulas de contención a las que recurre el régimen y a las que el sujeto está sometido desde su temprana infancia, con la particularidad de que el individuo debe estar contantemente demostrando su inocencia porque ‒como describe George Orwell en 1984‒, el crimen mental existe, además de que es una sociedad en la cual lo que no está expresamente autorizado está prohibido, y en la que el acusado debe demostrar su inocencia, no el tribunal dar pruebas de su culpabilidad.


Veamos:

Inducida o Adoctrinamiento Masivo: La población, incluido los sectores que tienen reparos al régimen, es conducida a creer que el gobierno cuenta con un amplísimo respaldo popular y que sus disposiciones en cualquier orden de las cosas son las correctas, ya que el sujeto está sometido a una intensa propaganda oficial en los medios de difusión y en la vida diaria sin que importe dónde se encuentre.

El discurso del régimen es de un absoluto triunfalismo, invencibilidad y omnipresencia, cargado de gran paternalismo y promesas de una vida sin restricciones y oportunidades. A las seguridades que brinda, contrapone las amenazas del exterior que pueden desatar en el país un apocalipsis que solo puede evitarse si se mantiene una incondicionalidad generalizada a favor de lo establecido, lo que motiva un espionaje extendido con el objetivo de evitar que una pieza quebrada desate un final catastrófico del que nadie sobrevivirá.

Un aspecto importante es que la represión trasciende las fronteras nacionales. Un cubano, aun cuando resida definitiva o temporalmente en el exterior, continúa padeciendo la inseguridad y los temores que le fueron inducidos en la isla. Esto se aprecia particularmente en muchas de las personas que visitan Cuba, puesto que se auto-censuran en conducta y expresiones para evitar les nieguen ese derecho.

Intangible: Tanto en los centros laborales, educativos o en asociaciones de la sociedad civil que mutaron de inmediato a organismo de masas, se siente presión para que se muestre apoyo al régimen sino se quiere, en el mejor de los casos, ser excluido, discriminado y apartado, y si las circunstancias lo demandan, expulsado del centro laboral o de la entidad social.
El control del aparato educativo ha sido fundamental, porque el infante y el adolescente son supuestamente fáciles presas de propuestas que siempre están siendo renovadas aunque la columna básica, obediencia absoluta al pensamiento oficial, prevalece sin alteraciones.  El niño crece bajo el paternalismo del estado y en un clima de garrote y zanahoria, pues en relación a su conducta, más que por su talento o habilidades, recibirá gratificaciones o castigos de diferentes especies.

Las asambleas laborales, los sindicatos y los organismos de masas creados por el nuevo orden, son parte de un entramado de engranajes que oprimen al individuo hasta dejarlo solo con el aliento necesario para convertirse en masa.

La presión es tan colosal que ni aun en su propia casa el individuo puede aislarse. Independiente a su militancia en uno o más organismos de masa, está el Comité de Defensa de la Revolución, una entidad que aunque venida a menos como el resto de los aparatos oficialistas como la Federación de Mujeres Cubanas, Unión de Pioneros de Cuba y la Central de Trabajadores de Cuba, cumplió un rol muy importante en la domesticación del ciudadano en base a la inseguridad y la represión que eran capaz de generar.

Este tipo de represión es el que genera el Síndrome de Indefensión Adquirida, la acción es tan integral que el individuo asume a plenitud que cualquier gestión contraria a lo establecido es inviable y está condenada al fracaso: es el germen de la desesperanza y de una inseguridad devastadora frente a un estado todopoderoso y un partido político que se autoproclama inmortal, como si fuera el Dios de una nueva religión.

Tangible: La acción policial es un punto clave del arsenal gubernamental que no se agota, puesto que el sistema carcelario está conformado para seguir reprimiendo aun cuando el individuo esté encarcelado. Incluso tras las rejas, la población penal, aunque en menor grado, está sometida a las otras fórmulas represivas ya descritas.
Un aspecto a destacar es que aunque la represión está institucionalizada y sistematizada, la sanción por un hecho político contrario al régimen puede variar por las circunstancias que rodean el acontecimiento, más que por las características del individuo o por su acción en contra de los intereses del gobierno.

El aparato del estado invierte en un arcoíris de recursos para la contención ciudadana. El espionaje es completo. La exclusión del individuo por motivos de conciencia, religiosos o de otro orden, es un recurso habitual, la falta de militancia a favor del régimen puede ser interpretada como oposición, en cuyo caso la cárcel es la alternativa más recurrida. Actuar contra el gobierno si se es arrestado implica prisión sin excluir la pena de muerte.

Desde la toma del poder por parte del castrismo, todos los recursos del régimen estuvieron orientados a masificar la opinión pública y mostrar a toda la población como si estuviera identificada con el nuevo proyecto, a la vez que inducía la convicción en el ciudadano de que era infructuosa cualquier gestión contraria a lo establecido dando lugar esto a la desesperanza, falta de confianza y un sentimiento de indefensión ante la autoridad y la percepción de una nueva realidad en la que la educación y el control de los medios de difusión jugaron un rol muy importante, a la que hay que sumar la condición del estado como único empleador.

El totalitarismo cubano ha sobrevivido por su capacidad represiva, y aunque otros factores han influido favorablemente a su permanencia, evidentemente la condena o la corrección, según el caso, ocupa un sitial preeminente en el vasto arsenal de recursos que le ha permitido mantener el poder por casi seis décadas.
La represión no ha podido extinguir a los opositores aunque sin dudas los ha controlado eficientemente, al extremo que nunca ha sido, a pesar del arrojo de quienes en su momento han ejercido el derecho a actuar en base a sus convencimientos, un peligro a la estabilidad del régimen.
El régimen está apuntalado en un sistema represor que péndula de la brutalidad extrema a la sofisticación más exquisita. Es constante, relativamente uniforme en sus acciones y reacciones, enmarcada en un proyecto general en el que los victimarios intiman, maltratan y hasta ejecutan a sus víctimas con métodos iguales en cualquier dependencia oficial, pero siempre con el consentimiento de un funcionario central. En Cuba no existe anarquía en la represión como se puede apreciar en otros sectores gubernamentales.
Las situaciones coyunturales o casos muy específicos son reprimidos en base a otros patrones y aunque la improvisación en la aplicación de la metodología es factible, los encargados de aplicarla en esos sumarios son los sicarios de mayor relevancia, como se apreció en procesos como el golpe de estado al presidente Manuel Urrutia, en la detención del comandante Huber Matos, en el Congreso de la CTC, en la Micro fracción y el del general Arnaldo Ochoa, en los que los hermanos Castro jugaron directamente el papel clave en la acusación.
La fuerza represiva del castrismo, sin distinción de cuerpo o agencia, es fría y calculadora porque procura evaluar previamente los perjuicios que se puedan derivar de sus acciones. La represión ha sido siempre institucional. Su aplicación en tiempo y profundidad depende del alto gobierno, no de un funcionario que en base a su humor, carácter y prejuicios toma las decisiones, aunque no hay regla sin excepción; en consecuencia, se podría considerar que la acción represora en Cuba es profiláctica, corta lo que haya que cortar sin ir más allá de lo que demandan las circunstancias.
Cierto que los resultados pueden variar, la represión no es una ciencia exacta como las matemáticas, pero con la planificación y coordinación en su implementación, se pueden disminuir daños colaterales que puedan afectar los cimientos del poder.
La represión ha tenido a su disposición incontables recursos para imponer el control. Violencia extrema, cárcel, paredón, y el abuso en cualquiera de sus formas, pero siempre lo ha hecho enmarcado en la mayor discreción, y cuando esto no ha sido posible, ha recurrido a las turbas enfebrecidas para encubrir sus depredaciones.
Desde las persecuciones a los llamados antisociales, homosexuales, prostitutas y proxenetas, los actos de repudio que se remontan al verano de 1960, el trabajo forzado de las Brigadas Johnson y Jacqueline, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, UMAP, las brutales cacerías a las personas que se disponían a salir por el puerto del Mariel, los acosos y golpizas sistemáticos contra los disidentes y opositores, los arrestos de la Primavera Negra y las vilezas contra las Damas de Blanco, conforman un apretado resumen, con muchas omisiones, del prontuario del maldad del castrismo que siempre ha procurado extirpar todo lo que pueda afectar su supervivencia.
Esta labor deleznable que cumplen efectivos de los cuerpos policiales y de seguridad en numerosas ocasiones vestido de civil, procuran aparentar que cuentan con el respaldo de la población para lo que movilizan a miembros de organismos de masas quienes son los que protagonizan la algarabía, vejaciones y malos tratos contra quienes están siendo arrestados o limitados en sus movimientos. Todo este entramado forma parte del montaje de que es el pueblo enfurecido el que demanda las acciones de las autoridades. Este cuadro de pueblo irritado contra los opositores, le ha permitido al régimen disfrutar por años de una falsa imagen de popularidad, que le ha sido muy útil para esconder las brutalidades bajo la alfombra del totalitarismo.
La represión uniformada ha sido la mayor parte de las veces encubierta, muy discreta, salvo en los momentos en que consideran deben dar un ejemplo masivo de poder y capacidad de represión como fueron, entre otros, los apresamientos durante la expedición de la Brigada 2506, la ola represiva de la Primavera del 2003, incluido el fusilamientos de tres jóvenes que intentaron secuestrar una lancha para escapar del país.
El sicario, el esbirro, viste de civil. Los autos policiales circulan usualmente como vehículos regulares y los arrestos no son informados por los medios salvo que formen parte de una campaña que tiene el fin de generar una intimidación masiva, o enviar un mensaje al exterior de que el régimen proyecta algo de proporciones que trascenderán las fronteras.
No obstante, la represión fue y será por siempre la primera y última cara del sistema.
Hasta en sus vitrinas preferidas, Salud, Educación y Deporte, está presente la represión. La discriminación y el sectarismo son formas encubiertas de contención de la cual ni las elites pueden escaparse.
El régimen ha mostrado en todos estos años solo dos cartas de triunfo. La lealtad de las Fuerzas Armadas y su capacidad represiva en la que también han participado generales y doctores. Estos son sus sostenes principales; en consecuencia, no hay que dudar que en sus postrimerías, sea como resultado de un proceso de Sucesión-Transición o por una Ruptura, intente callar el clamor de los sin derechos con una ferocidad sin precedentes. Sobran evidencias de la crueldad y vesania del totalitarismo; también, de la firmeza y el compromiso de los que están decididos de una vez por todas pagar el precio de ser libres.

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