Martí en Cayo Hueso |
Un grupo único en el XIX
Legítimamente podría creerse una exageración calificar como de difícil paralelo, al menos en América, a interacciones cuyas repercusiones escapan del ocaso del XIX. En distintas épocas y contextos se sucedieron interacciones entre blancos y la raza oprimida en Estados Unidos. Desde John Brown, personaje al que mayor devoción mostró el poeta en toda su obra, pasando por Newton Night, una figura con algo de leyenda pero conmovedora por su ausencia de prejuicios, así como el senador republicano Charles Sumner o el posterior Clarence Jordan, no accedieron unos a la estrecha interacción casi diaria y ninguno a los logros intelectuales del grupo afroantillano. Las comunidadaes de Night y Jordan carecen de este éxito, a pesar de su tremendo valor desde el punto de vista solidario. Night solo accedió a las primeras letras y Jordan, que estableció entre la Biblia y la opresión del negro estremecedoras equivalencias literarias, decidió no participar en las protestas de los alrededores de 1960 por entender que un cambio real solo emanaría de la vida en común.
John Brown fue un gigante, pero pronto su rebeldía se redujo a símbolo e historia. Según la biografía de David S. Reynolds, Brown no fue intelectual de primera línea. En White allies in the struggle for racial justice, que espiga a buen golpe de personajes blancos solidarios con los negros en un dilatado período de la historia de Estados Unidos, se advierte la ausencia de algo semejante al grupo donde se integró y fue integrado Martí. A los aliados de los negros en Estados Unidos faltó el pensar creador que protagonizaron Martí y sus amigos en la urbe neoyorquina.
Vale reiterar que el periódico Previsión contó con la colaboración de varios miembros del grupo y reprodujo textos de Serra, quien desde el principio y hasta su muerte, en 1909, ocupó puesto destacado en el liderazgo intelectual del PIC. En Previsión se le llamó “nuestro orador y jefe negro”. Un sentido homenaje rindió la publicación al fallecer el activista, quien en el editorial, “Nuestra Labor”, primer número del periódico que dirigió y bautizó La Doctrina de Martí, señaló el 25 de julio de 1896, entre otras nociones capitales sobre las relaciones raciales en Cuba: “[Martí] nos enseñó a ser indóciles contra toda forma de tiranía, contra toda soberbia”.
Miembros del Partido Independiente de Color. Al centro, con bigote, Evaristo Estenoz |
Entre lo más destacado a interpretar en el órgano del PIC están los frecuentes análisis –novedoso más de uno– de las meditaciones antirracistas del poeta, algo que inexplicablemente han callado los estudiosos. Previsión desbarrancó la noción acerca de que a principios del XX se desconocía en Cuba la obra del bardo, por su publicación muy incompleta. Pudieron desconocerla los blancos, pero no los negros lacerados social, política y económicamente. Los nombres de Estenoz, Martí y Maceo fueron los más socorridos en Previsión, documento histórico imprescindible que en lamentable estado yace en la Biblioteca Nacional de La Habana.
Por 1909 y hasta el final de su existencia, pensamientos respectivos de Maceo y Martí encabezaron la primera plana del órgano principal del PIC. El de Maceo no está directamente vinculado con el asunto racial, sí el del poeta: “Mientras haya un sola injusticia que reparar en Cuba, la revolución redentora no ha terminado su obra”. El PIC no cobijó dudas de que cuando el bardo hablaba de los pobres y oprimidos, de los humildes, o de las injusticias por reparar, no incluía a los negros, como tantísimas veces se ha dicho, sino que hablaba de ellos en primer lugar.
Porque la brevedad obliga a hablar en generalizaciones, autores como Hugh Thomas y Tomás Fernández coincidieron en la influencia de Martí y Maceo sobre los Independientes, aunque acerca de este último Previsión abordó sobre todo el símbolo guerrero. Considerado un moderado en torno a las relaciones raciales en Cuba, Maceo aludió en contadas ocasiones al tema. Véase Ideología política. Cartas y documentos, 1998.
Llama la atención que líderes militares como Antonio, su hermano José y otros, por temor a volver a ser acusados de racistas, no frecuentaron el tema y entre sus Estados Mayores debieron tener muy en cuenta, por la misma razón, una proporción que no inquietara la sensibilidad sismográfica del poder blanco. Lino D’ou tocó estos asuntos, ya en la república, desde su pertenencia al Estado Mayor de José Maceo. Dichos próceres recepcionaron al poeta como su vocero, y habría aquí que tener noticia de la elevada valoración que Antonio manifestó sobre el antirracismo martiano. Si el bardo fue vocero principal del grupo, podría decirse legítimamente que desbordó sus límites.
Cuando el poeta enfatizó que en los hombros de los negros “anduvo segura la república [en armas] a que no atentó jamás”, expresaba lo que Maceo hubiera querido decir y no dijo, pero sí actuó, al igual que su hermano y la mayoría de oficiales afrocubanos que participaron en la contienda. Estos por supuesto conocían en su carne lo dicho insistentemente el poeta. Hace años Jorge Ibarra vinculó la liquidación consciente del movimiento revolucionario de 1868 con el poder adquirido por fuerzas multirraciales en el transcurso de la guerra. Lo que hizo Martí fue divulgar qué raza se opuso –o no colaboró– con aquella liquidación consciente.
Confirmación: el grupo y la psicología social
La búsqueda de relaciones causales mediante el estudio de datos recopilados en investigaciones empíricas y sistemáticas es una de las características definitorias de la psicología social, que algunos especifican como la ciencia de la mente y la sociedad. Lo que continúa es un manojo de nociones de esta disciplina concerniente a la teoría grupal.
Como es sabido, el grupo es constituyente estructural de la sociedad, eslabón entre esta y el individuo, quien puede pertenecer a más de uno y, además, afirma la psicología social, “vivimos en ellos”. Dicha disciplina establece que en el grupo minoritario se comprueba una mayor propensión a la proyección social. Ciertamente cada individuo llega al grupo con una historia pasada y marcos de referencia de sí mismo y del Otro. La experiencia y la historia de cada cual interviene allí “con toda su fuerza y riqueza”, pero es la integración de divergencias la que construye conocimiento novedoso. La mayoría de las nociones aquí utilizadas pertenecen a Francisco Morales, coord. Psicología social. 2da ed.
Entonces, la presencia del poeta en el grupo arranca con un recorrido previo de pensamiento antirracista, a veces problemático, pero al procesarse en el grupo surgirá una nueva definición del objeto de la interacción, que devino radicalización individual y grupal, una visión más clara y definida que desplaza o sustituye posturas previas.
No por gusto Pichon-Riviére hizo hincapié en que la meta de un grupo es aprender a pensar. Como ha reiterado un ejército de comentaristas, para aprender a pensar el individuo necesita del Otro, ya sea con su presencia, discurso, complemento dialógico, modelo, objeto, auxiliar, adversario, etc. Y un apotegma no por repetido desechable: pensar, siempre es pensar en grupo. En las últimas décadas el lado cognitivo de la psicología social ha visto crecer su importancia de forma impresionante, confirman Baron y Byrne. Son errores en el trabajo de los grupos los que pueden oscurecer las ventajas cognitivas de los mismos, zona donde escudriñó Irving Janis en un texto de 1972: Victims of groupthink: A psychological study of foreing-policy. Decisions and fiascoes.
La interacción en los espacios privados
La interacción cara a cara, las reuniones en la sede de La Liga, las visitas del poeta a casa de los afrodescendientes o de terceros donde se encuentra con ellos, o el recibirlos Martí en la suya, significa obligatoriamente meterse, de muchas maneras, en el contexto privado de los Otros y abrirles el espacio privado propio. Esto sucedió por alrededor de un lustro. En Patria, en sus cartas y apuntes hay constancia numerosa de esas interacciones en los respectivos espacios privados.
Un experimento de la psicología social del siglo XX en Estados Unidos demostró que la interacción racial en el espacio social (en el trabajo por ejemplo) puede ser normal, pero resultará nula en la ciudad cercana donde viven todos. En Cuba el espacio privado de raza blanca fue generalmente un coto donde el negro no entraba, y menos como igual, salvo en algunos segmentos de las clases más desposeídas.
Ya en 1879, con su amigo Juan Gualberto Gómez, trasladó Martí la interacción cara a cara a su espacio privado, cuando, después de haber trabajado mucho –léase conspirar– invitó a almorzar a aquel afrocubano que aún no ostentaba el reconocimiento posterior. Faltaban siete años para la abolición oficial de la esclavitud. En la mesa no solo estaba el poeta, sino también su esposa, detalle que la sensibilidad racial de Gómez, supuestamente hijo de esclavos, no olvidó anotar en un recuento sin hojarasca.
Teniendo en cuenta la vigilancia, control y disciplinamiento que producen prácticas raciales cotidianas, que a su vez van conformando espacios en la ciudad, la anécdota que describe Juan Gualberto manifiesta lo que Michel de Certeau llamaría un juego con los mecanismos de la disciplina, una contrapartida, un procedimiento capaz de afectar el orden sociopolítico. Sería arduo conjeturar que Martí llevó a Gómez primero, y a integrantes del grupo después, a su espacio privado con intencionalidad, o sea, con el propósito de romper fronteras discriminatorias entre lo público y lo privado. Pero hay en este proceder una creatividad, una disputa a la producción del espacio por el poder –el poder-saber marcha en la obra de Foucault junto con el espacio, que en este caso pertenece a “las pequeñas tácticas del habitat”–, una desviación incluso ética que no se piensa a sí misma, como dirá el jesuita francés.
A través de décadas la historiografía ha reiterado que el poeta en La Liga se consagró a la solidaridad, instruir a los negros y a formar soldados para la lucha, otra forma de propagar y consentir el monopolio de su pensar. ¿Consagrarse a formar soldados entre una raza que peleó como mayoría dos guerras previas en las que Martí no participó? Suena raro, aunque tratara el tema independentista también con los negros. Pero suena más raro aún cuando se conoce que ningún afrodescendiente entre “nuestros íntimos” fue a la guerra porque Martí probablemente tuvo que convencerlos de lo contrario. La decisión del poeta debió quedar clara para todos en el exogrupo, que era la manera de mantener limpio el compromiso nacionalista.
Tales sujetos estaban destinados a actuar en la república y que fueran a la guerra significaba posibilidad de muerte. Esta es una de las claves que explosiona la noción de la república de Martí como postétnica. Ripoll recuerda el dato revelador de la inasistencia grupal a la contienda, pero no relaciona ni ahonda en el antirracismo allí generado ni en sus significaciones emancipadoras como discurso, perspectiva y resistencia futura.
En párrafo previo se asegura que el autor de “Nuestra América” pensó el dilema racial hasta los momentos finales de su vida. ¿Es esto una engañifa, de moda hoy entre críticos acerbos y extremos del poeta? No. Durante mucho tiempo se creyó que al morir sólo llevaba Martí en su mochila La vida de Cicerón junto a cincuenta balas, lo que generó un emblema que vinculaba cultura occidental-Martí-guerra-de- independencia. Por cierto que cargaba además con apuntes sobre Platón y Schopenhauer.
Pero el mayor mérito entre los hallazgos de Rolando Rodríguez en el Archivo Central Militar de Madrid radica en los comentarios que llevaba Martí en su mochila de combate, interpretaciones provenientes del monumental De L’egalité des Races Humaines (Anthropologie Positive), publicado en París en 1885. Esta fue la respuesta de Antenor Firmin al Essai sur L’inégalité des Races Humaines, de Joseph A. de Gobineau. Martí instaló en su cuaderno: “la acumulación de la melanina en la red subepidérmica colorea de negro la piel del Etíope”, con lo cual exiliaba cualquier vínculo entre el color, inteligencia y moral, asuntos que autores como Zvetan Todorov (Nous et les outres) han meditado en cuanto al discurso dominante.
Antenor Firmin |
Firmin fue abogado, historiador, latinista, economista, estudioso de temas financieros, amén de periodista, diplomático y canciller haitiano, así como integrante de la asociación antropológica de París. Si el cubano al morir cargaba en su mochila pensamientos elaborados desde el libro de Firmin, si lo conoció personalmente y se expresaron admiración mutua, no sería lícito siquiera conjeturar que este “haitiano extraordinario” no influyó en Martí. Seguir escondiendo la influencia de la raza negra en Martí constituye una falta, consciente, a la verdad histórica.
Aunque las aquí expuestas constituyen solo señales fragmentarias de un libro en proceso, debiera advertirse una esquina crucial aparentemente ajena del antirracismo. Y es el diálogo de cuerpos afrodescendientes que desde muy temprano desplegó el bardo, quien merodeó lo linguístico, kinésico y proxémico. Fue un auténtico proceso de descolonización donde los protagonistas son los cuerpos de aquellos Otros, objetos y sujetos al mismo tiempo en su escritura. El tema encuentra su cúspide precisamente en el monte, en el espacio de la guerra y la muerte. Esta instancia resulta indivorciable del grupo neoyorquino.
Últimos puntos...
En Los límites de la cultura. Crítica a las teorías de la identidad, Alejandro Grimson propone que cultura e identidad deben asimilarse como nociones diferentes. Grimson continúa su novedosa incursión metodológica –inversión de lo pensado hasta 2011– cuando denomina perspectiva culturalista clásica a aquella que deriva la identidad simplemente de la cultura.
El estudioso desanda el concepto de nación construida, pero inobjetablemente empírica y vital a pesar de la teorizaciones postmodernas. Ya había dicho Castoriadis que la imaginación (radical) es una poderosísima fuerza creadora de lo real y lo sociohistórico. Grimson toma de la contextualización, también radical de Stuart Hall, sin dejar de observar los estudios culturales, los subalternos y latinoamericanos sobre cultura y poder, etc.
Si se resumen de manera abusiva, en sus “configuraciones culturales” piensa el académico argentino “las acepciones de identificación, en referencia exclusiva a las categorías de grupos sociales, a los sentimientos de pertenencia a un determinado colectivo, y a los intereses comunes que se articulan en torno a una denominación”. Intereses son, para Grimson, aquellos que se refieren a una construcción o articulación de actores sociales. Diversos asuntos han reunido a través de la historia a los grupos: políticos, sociales, territoriales, estéticos, étnicos, de género y generación, etc.
Cada sujeto escoge con qué grupos se identifica, cuáles percibe como Otros y qué significados y sentimientos les despiertan. Sobre el resultado de tales elecciones se asientan los procesos identitarios. Si el ensayo laureado de Grimson anda en lo correcto, la identidad martiana habría que buscarla en la independencia y el antirracismo, indisociables en el bardo. Es decir, el grupo racialmente mixto que sintéticamente se ha descrito en este artículo late en el corazón de la identidad martiana.
Junto con las concepciones sociales de Martí sobre los negros, otro de los temas que ha permanecido fuera de esta síntesis es la emocionalidad, a lo que la psicología social otorga mucho peso cuando aborda el prejuicio. También están ausentes algunas inferencias y distinciones entre lo que significa el pensar en Deleuze, a partir de dos libros difíciles: Diferencia y repetición y Qu'est-ce que la philosophie? (con Guattari). Deleuze, quien dedicó monografías a Nietzsche, Spinoza y Bergson entre otros, con el tiempo fue creando una estela impresionante de categorías. Tan decisiva fue su obra que Foucault dijo la frase ya célebre: “un día el siglo será deleuziano”. Sin embargo, y aparentemente a contramano de cierta esquina de su pensamiento, en una entrevista afirmó Deleuze: “lo que cuenta es volver a encontrar la prodigiosa novedad de alguien, de un gran autor... No se puede leer a un gran autor sin encontrar en él una novedad eterna”. Pensar con el grupo afrodescendiente, ser hecho por este y hacerlo, es la “verdadera novedad” o “la novedad eterna” del luchador José Martí.
Aunque las aquí expuestas constituyen solo señales fragmentarias de un libro en proceso, debiera advertirse una esquina crucial aparentemente ajena del antirracismo. Y es el diálogo de cuerpos afrodescendientes que desde muy temprano desplegó el bardo, quien merodeó lo linguístico, kinésico y proxémico. Fue un auténtico proceso de descolonización donde los protagonistas son los cuerpos de aquellos Otros, objetos y sujetos al mismo tiempo en su escritura. El tema encuentra su cúspide precisamente en el monte, en el espacio de la guerra y la muerte. Esta instancia resulta indivorciable del grupo neoyorquino.
Últimos puntos...
En Los límites de la cultura. Crítica a las teorías de la identidad, Alejandro Grimson propone que cultura e identidad deben asimilarse como nociones diferentes. Grimson continúa su novedosa incursión metodológica –inversión de lo pensado hasta 2011– cuando denomina perspectiva culturalista clásica a aquella que deriva la identidad simplemente de la cultura.
El estudioso desanda el concepto de nación construida, pero inobjetablemente empírica y vital a pesar de la teorizaciones postmodernas. Ya había dicho Castoriadis que la imaginación (radical) es una poderosísima fuerza creadora de lo real y lo sociohistórico. Grimson toma de la contextualización, también radical de Stuart Hall, sin dejar de observar los estudios culturales, los subalternos y latinoamericanos sobre cultura y poder, etc.
Si se resumen de manera abusiva, en sus “configuraciones culturales” piensa el académico argentino “las acepciones de identificación, en referencia exclusiva a las categorías de grupos sociales, a los sentimientos de pertenencia a un determinado colectivo, y a los intereses comunes que se articulan en torno a una denominación”. Intereses son, para Grimson, aquellos que se refieren a una construcción o articulación de actores sociales. Diversos asuntos han reunido a través de la historia a los grupos: políticos, sociales, territoriales, estéticos, étnicos, de género y generación, etc.
Cada sujeto escoge con qué grupos se identifica, cuáles percibe como Otros y qué significados y sentimientos les despiertan. Sobre el resultado de tales elecciones se asientan los procesos identitarios. Si el ensayo laureado de Grimson anda en lo correcto, la identidad martiana habría que buscarla en la independencia y el antirracismo, indisociables en el bardo. Es decir, el grupo racialmente mixto que sintéticamente se ha descrito en este artículo late en el corazón de la identidad martiana.
Junto con las concepciones sociales de Martí sobre los negros, otro de los temas que ha permanecido fuera de esta síntesis es la emocionalidad, a lo que la psicología social otorga mucho peso cuando aborda el prejuicio. También están ausentes algunas inferencias y distinciones entre lo que significa el pensar en Deleuze, a partir de dos libros difíciles: Diferencia y repetición y Qu'est-ce que la philosophie? (con Guattari). Deleuze, quien dedicó monografías a Nietzsche, Spinoza y Bergson entre otros, con el tiempo fue creando una estela impresionante de categorías. Tan decisiva fue su obra que Foucault dijo la frase ya célebre: “un día el siglo será deleuziano”. Sin embargo, y aparentemente a contramano de cierta esquina de su pensamiento, en una entrevista afirmó Deleuze: “lo que cuenta es volver a encontrar la prodigiosa novedad de alguien, de un gran autor... No se puede leer a un gran autor sin encontrar en él una novedad eterna”. Pensar con el grupo afrodescendiente, ser hecho por este y hacerlo, es la “verdadera novedad” o “la novedad eterna” del luchador José Martí.
No comments:
Post a Comment