Por Efraín Barradas
Hoy identificamos la comunidad cubana fuera de Cuba con Miami, pero en los orígenes no fue así. Como el sociólogo cubano-americano Lisandro Pérez establece con ejemplar solidez intelectual y profundo rigor académico, desde la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, durante la primera mitad del XIX fue Nueva York el principal punto de contacto comercial y cultural entre Cuba y los Estados Unidos. No hay que olvidar que otras ciudades estadounidenses también tuvieron efectivos contactos comerciales y políticos con Cuba en ese periodo: Nueva Orleans, Filadelfia, Boston, por ejemplo. Pero no cabe duda de que en el principio de las relaciones entre los dos países Nueva York fue el punto de mayor contacto comercial, político y cultural entre el joven país que comenzaba a convertirse en potencia mundial y una de las últimas colonias españolas en América que luchaba por su independencia y formaba su identidad colectiva.
Con su nuevo libro, Sugar, Cigar, and Revolution: The Making of Cuban New York (Nueva York, New York University Press, 2018), Pérez hace una contribución de gran importancia al estudio de la formación de la comunidad cubana en los Estados Unidos. Contrario a otros estudiosos del momento, quienes se ofuscan y confunden lo latinoestadounidense –en este caso sería la comunidad cubano-americana– y lo latinoamericano o caribeño –en este caso la Cuba insular del siglo XIX–, Pérez ve muy claramente que, a pesar de que estudia una compleja relación que él mismo llama “extra nacional”, las dos son realidades distintas, aunque íntimamente relacionadas. Ya meramente por ese acercamiento acertado y provechoso hay que felicitar a Pérez. Pero su libro está compuesto de muchos más descubrimientos y aciertos de importancia. Al terminar de leerlo, aunque no dejé de sentir ciertos desacuerdos con el autor, tuve la certeza de que este es una excelente contribución multidisciplinaria al estudio de la historia cubana, la insular y la de la diáspora.
Sugar, Cigars, and Revolution… se divide en dos partes. Cronológicamente estas quedan demarcadas en dos periodos: 1823 a 1868; 1868 a 1895. Los hitos que marcan estos momentos son el arribo de Félix Varela a Nueva York (1823), el comienzo de la guerra de independencia (1868) y la muerte de José Martí (1895). Varela, figura que merece mucho más estudio y reconocimiento, fue el primer cubano que marcó la sociedad neoyorquina con su trabajo con los emigrantes, especialmente los irlandeses, y por su defensa del catolicismo frente al fiero y agresivo fundamentalismo protestante del momento. Por su parte, la guerra de independencia cambió por completo el carácter de la emigración cubana a Nueva York y la muerte de Martí cerró ese ciclo decimonónico. Los hitos seleccionados indudablemente son, pues, importantes, acertados y reveladores.
Pero también se podrían definir esas dos partes del libro no por fechas sino por los dos productos comerciales a los cuales apunta el título: la primera parte estaría definida por el azúcar y la segunda, por el tabaco. Así es porque los contactos comerciales entre Cuba y Nueva York especialmente durante la primera mitad del siglo XIX estuvieron definido por la exportación de azúcar a la ciudad, lugar donde llegaba sin procesarse por completo para ser refinada allí. Mucho capital, tanto cubano como neoyorquino, se afincó en la industria de la refinación del azúcar. Por ejemplo, las grandes colecciones de pintura impresionista en el Museo Metropolitano de Nueva York y en el de Bellas Artes de Boston fueron adquiridas con el capital de familias que negociaban en Nueva York y en Boston en azúcar cubana y puertorriqueña. El libro, por ello, podría verse como otro “contrapunteo del tabaco y el azúcar”, para parafrasear el título del libro de Fernando Ortiz.
Y como en el clásico de Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), en el libro de Pérez se emplea una diversidad de acercamientos; el autor, por ejemplo, se vale de la historia, de la sociología, de la economía, de la antropología para crear, con un estudio detallado de diversos aspectos de la comunidad que estudia y crear así un amplio y matizado cuadro de la misma. Por ejemplo, Pérez se vale de los libros de cuenta de compañías financieras neoyorquinas que servían a la alta burguesía cubana de la primera mitad del siglo XIX, especialmente los de la Moses Taylor and Company, para aclarar el carácter de esa clase que dominó la comunidad cubana en Nueva York en la primera mitad del siglo XIX. Esos libros de cuentas en manos de Pérez sirven para crear un retrato detallado de esas ricas familias cubanas. Por ejemplo, descubre en ellos un patrón en los planes de esas familias para la educación de sus hijos y hasta para los hábitos de compras de artículos de lujo.
Es que en este estudio no se desperdician datos; aún aquellos que pueden parecer insignificantes, en manos de Pérez se convierten en ricas minas. Por ejemplo, la boda de un acaudalado hacendado cubano ya mayor y una joven de rancia familia neoyorquina le sirve para estudiar la visión que tenía la sociedad estadounidenses de los emigrantes cubanos. Curiosamente en esa visión se repiten patrones que se habían establecidos en Europa para entender a los mismos neoyorquinos y los estadounidenses en general. El episodio de la boda de don Esteban Santa Cruz de Oviedo y Frances Amelia Barlett el 13 de octubre de 1859 parece un capítulo sacado de una novela de Henry James donde los europeos miran sospechosamente a los nuevos ricos arribistas, los americanos. Cámbiese europeo por neoyorquino y cubano por americano y se tendrá un patrón de prejuicios idéntico, un patrón muy revelador del papel de los cubanos en la ciudad en ese momento. Es así que un dato aparentemente insignificante se convierte aquí en un rico y revelador caudal histórico.
Por otro lado, el empleo de datos sacados de los censos le sirven a Pérez para determinar las formación de enclaves cubanos en la ciudad y para establecer la clase a que pertenecían los emigrantes antillanos durante la segunda mitad de ese siglo. Pérez establece que mientras la alta burguesía cubana compuesta por hacendados azucareros dominaron la primera mitad del siglo XIX, la segunda fue marcada por los obreros del tabaco. Por ello mismo, Nueva York dejó de ser el centro de acción de esa emigración cubana después de 1868; Florida, particularmente Ybor City, comunidad creada específicamente para los tabaqueros y hoy un vecindario de Tampa que muy poco tiene que ver con sus orígenes obreros, se convirtió a partir de 1878, final de la primera guerra de independencia, en el centro de acción revolucionaria y en la comunidad más grande de cubanos en los Estados Unidos.
Hay datos que parecen fascinar a Pérez y que por ello aparecen constantemente en su libro: el origen irlandés de muchos de los empleados domésticos de las familias cubanas y la localización de los panteones de esas familias en La Habana y especialmente en Nueva York, por ejemplo. Es que los datos obtenidos de diversas fuentes, datos de obvia importancia y otros aparentemente insignificantes, le sirven al autor para crear un rico cuadro de esa comunidad. Sugar, Cigars, and Revolution… es un excelente ejemplo de un acercamiento multidisciplinario y, por ello, un modelo para otros estudiosos.
Como lector interesado en el campo de la formación de las comunidades latinoestadounidenses, objetivo principal de este trabajo en cuanto estudia la creación de la comunidad cubana en Nueva York, tengo que apuntar dos rasgos del libro de Pérez que me parece merecen atención crítica. Primero, en algunos pasajes, especialmente al final del libro cuando se discute el desenlace de la segunda guerra de independencia, se rompe el delicado equilibrio que se había mantenido en todo el libro al estudiar la compleja relación entre la historia insular y la del exilio. Creo que en ese momento Pérez pierde un tanto –solo un tanto, recalco– ese fino y difícil balance entre esas dos realidades históricas que había caracterizado el libro. Recordemos que una de las bases de este estudio es la interdependencia de esos dos mundos, pero que el foco principal es la comunidad cubana en Nueva York. Dada esa interdependencia el autor puede ir de un punto al otro; pero creo que el balance o equilibrio se pierde algo al final, donde se mira la historia de la isla y se olvida un tanto el foco neoyorquino.
En segundo lugar –y obviamente este punto viene por prejuicios muy personales– creo que Pérez debió prestarle más atención a la contribución de los puertorriqueños a la comunidad cubana en Nueva York en el siglo XIX. Los lazos entre los antillanos entonces eran muy fuertes como lo prueban la labor de Eugenio María de Hostos, de Sotero Figueroa y de Arturo Schomburg, entre otros. Estos tres importantes personajes históricos, todos ausentes del libro de Pérez, sirvieron respectivamente como propagandista en América Latina de la guerra de independencia (Hostos), como editor de Patria, el periódico del Partido Independentista Cubano fundado por Martí (Figueroa), y como miembro muy activo de los clubes martianos (Schomburg). Más allá de mis prejuicios, creo que valdría la pena explorar más la contribución de los puertorriqueños a esa comunidad cubana que se veía a sí misma, especialmente por el impacto de los tabaqueros, desde una muy amplia perspectiva antillana. En ese sentido la ausencia en la bibliografía del libro de Pérez de las memorias de Bernardo Vega, quien como él presenta un cuadro muy humano de Martí, es notable y triste.
Quizás esas ausencias en verdad sean solo indicio de la necesidad de un libro como este sobre la formación de la comunidad puertorriqueña en Nueva York en el siglo XIX. Cuando tal libro se escriba Sugar, Cigar, and Revolution… –¡no me cabe duda de ello!– le servirá de modelo a la autora o el autor de ese libro tan necesario que también nos ayudará a entender la historia boricua, la cubana y la antillana en esa ciudad. Por el momento sólo recalco los grandes logros alcanzados por Pérez con este excelente libro, magnífico ejemplo de rigor académico y honestidad intelectual.
*Texto publicado originalmente en 80 grados.
Hoy identificamos la comunidad cubana fuera de Cuba con Miami, pero en los orígenes no fue así. Como el sociólogo cubano-americano Lisandro Pérez establece con ejemplar solidez intelectual y profundo rigor académico, desde la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, durante la primera mitad del XIX fue Nueva York el principal punto de contacto comercial y cultural entre Cuba y los Estados Unidos. No hay que olvidar que otras ciudades estadounidenses también tuvieron efectivos contactos comerciales y políticos con Cuba en ese periodo: Nueva Orleans, Filadelfia, Boston, por ejemplo. Pero no cabe duda de que en el principio de las relaciones entre los dos países Nueva York fue el punto de mayor contacto comercial, político y cultural entre el joven país que comenzaba a convertirse en potencia mundial y una de las últimas colonias españolas en América que luchaba por su independencia y formaba su identidad colectiva.
Con su nuevo libro, Sugar, Cigar, and Revolution: The Making of Cuban New York (Nueva York, New York University Press, 2018), Pérez hace una contribución de gran importancia al estudio de la formación de la comunidad cubana en los Estados Unidos. Contrario a otros estudiosos del momento, quienes se ofuscan y confunden lo latinoestadounidense –en este caso sería la comunidad cubano-americana– y lo latinoamericano o caribeño –en este caso la Cuba insular del siglo XIX–, Pérez ve muy claramente que, a pesar de que estudia una compleja relación que él mismo llama “extra nacional”, las dos son realidades distintas, aunque íntimamente relacionadas. Ya meramente por ese acercamiento acertado y provechoso hay que felicitar a Pérez. Pero su libro está compuesto de muchos más descubrimientos y aciertos de importancia. Al terminar de leerlo, aunque no dejé de sentir ciertos desacuerdos con el autor, tuve la certeza de que este es una excelente contribución multidisciplinaria al estudio de la historia cubana, la insular y la de la diáspora.
Sugar, Cigars, and Revolution… se divide en dos partes. Cronológicamente estas quedan demarcadas en dos periodos: 1823 a 1868; 1868 a 1895. Los hitos que marcan estos momentos son el arribo de Félix Varela a Nueva York (1823), el comienzo de la guerra de independencia (1868) y la muerte de José Martí (1895). Varela, figura que merece mucho más estudio y reconocimiento, fue el primer cubano que marcó la sociedad neoyorquina con su trabajo con los emigrantes, especialmente los irlandeses, y por su defensa del catolicismo frente al fiero y agresivo fundamentalismo protestante del momento. Por su parte, la guerra de independencia cambió por completo el carácter de la emigración cubana a Nueva York y la muerte de Martí cerró ese ciclo decimonónico. Los hitos seleccionados indudablemente son, pues, importantes, acertados y reveladores.
Pero también se podrían definir esas dos partes del libro no por fechas sino por los dos productos comerciales a los cuales apunta el título: la primera parte estaría definida por el azúcar y la segunda, por el tabaco. Así es porque los contactos comerciales entre Cuba y Nueva York especialmente durante la primera mitad del siglo XIX estuvieron definido por la exportación de azúcar a la ciudad, lugar donde llegaba sin procesarse por completo para ser refinada allí. Mucho capital, tanto cubano como neoyorquino, se afincó en la industria de la refinación del azúcar. Por ejemplo, las grandes colecciones de pintura impresionista en el Museo Metropolitano de Nueva York y en el de Bellas Artes de Boston fueron adquiridas con el capital de familias que negociaban en Nueva York y en Boston en azúcar cubana y puertorriqueña. El libro, por ello, podría verse como otro “contrapunteo del tabaco y el azúcar”, para parafrasear el título del libro de Fernando Ortiz.
Y como en el clásico de Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), en el libro de Pérez se emplea una diversidad de acercamientos; el autor, por ejemplo, se vale de la historia, de la sociología, de la economía, de la antropología para crear, con un estudio detallado de diversos aspectos de la comunidad que estudia y crear así un amplio y matizado cuadro de la misma. Por ejemplo, Pérez se vale de los libros de cuenta de compañías financieras neoyorquinas que servían a la alta burguesía cubana de la primera mitad del siglo XIX, especialmente los de la Moses Taylor and Company, para aclarar el carácter de esa clase que dominó la comunidad cubana en Nueva York en la primera mitad del siglo XIX. Esos libros de cuentas en manos de Pérez sirven para crear un retrato detallado de esas ricas familias cubanas. Por ejemplo, descubre en ellos un patrón en los planes de esas familias para la educación de sus hijos y hasta para los hábitos de compras de artículos de lujo.
Es que en este estudio no se desperdician datos; aún aquellos que pueden parecer insignificantes, en manos de Pérez se convierten en ricas minas. Por ejemplo, la boda de un acaudalado hacendado cubano ya mayor y una joven de rancia familia neoyorquina le sirve para estudiar la visión que tenía la sociedad estadounidenses de los emigrantes cubanos. Curiosamente en esa visión se repiten patrones que se habían establecidos en Europa para entender a los mismos neoyorquinos y los estadounidenses en general. El episodio de la boda de don Esteban Santa Cruz de Oviedo y Frances Amelia Barlett el 13 de octubre de 1859 parece un capítulo sacado de una novela de Henry James donde los europeos miran sospechosamente a los nuevos ricos arribistas, los americanos. Cámbiese europeo por neoyorquino y cubano por americano y se tendrá un patrón de prejuicios idéntico, un patrón muy revelador del papel de los cubanos en la ciudad en ese momento. Es así que un dato aparentemente insignificante se convierte aquí en un rico y revelador caudal histórico.
Por otro lado, el empleo de datos sacados de los censos le sirven a Pérez para determinar las formación de enclaves cubanos en la ciudad y para establecer la clase a que pertenecían los emigrantes antillanos durante la segunda mitad de ese siglo. Pérez establece que mientras la alta burguesía cubana compuesta por hacendados azucareros dominaron la primera mitad del siglo XIX, la segunda fue marcada por los obreros del tabaco. Por ello mismo, Nueva York dejó de ser el centro de acción de esa emigración cubana después de 1868; Florida, particularmente Ybor City, comunidad creada específicamente para los tabaqueros y hoy un vecindario de Tampa que muy poco tiene que ver con sus orígenes obreros, se convirtió a partir de 1878, final de la primera guerra de independencia, en el centro de acción revolucionaria y en la comunidad más grande de cubanos en los Estados Unidos.
Hay datos que parecen fascinar a Pérez y que por ello aparecen constantemente en su libro: el origen irlandés de muchos de los empleados domésticos de las familias cubanas y la localización de los panteones de esas familias en La Habana y especialmente en Nueva York, por ejemplo. Es que los datos obtenidos de diversas fuentes, datos de obvia importancia y otros aparentemente insignificantes, le sirven al autor para crear un rico cuadro de esa comunidad. Sugar, Cigars, and Revolution… es un excelente ejemplo de un acercamiento multidisciplinario y, por ello, un modelo para otros estudiosos.
Como lector interesado en el campo de la formación de las comunidades latinoestadounidenses, objetivo principal de este trabajo en cuanto estudia la creación de la comunidad cubana en Nueva York, tengo que apuntar dos rasgos del libro de Pérez que me parece merecen atención crítica. Primero, en algunos pasajes, especialmente al final del libro cuando se discute el desenlace de la segunda guerra de independencia, se rompe el delicado equilibrio que se había mantenido en todo el libro al estudiar la compleja relación entre la historia insular y la del exilio. Creo que en ese momento Pérez pierde un tanto –solo un tanto, recalco– ese fino y difícil balance entre esas dos realidades históricas que había caracterizado el libro. Recordemos que una de las bases de este estudio es la interdependencia de esos dos mundos, pero que el foco principal es la comunidad cubana en Nueva York. Dada esa interdependencia el autor puede ir de un punto al otro; pero creo que el balance o equilibrio se pierde algo al final, donde se mira la historia de la isla y se olvida un tanto el foco neoyorquino.
En segundo lugar –y obviamente este punto viene por prejuicios muy personales– creo que Pérez debió prestarle más atención a la contribución de los puertorriqueños a la comunidad cubana en Nueva York en el siglo XIX. Los lazos entre los antillanos entonces eran muy fuertes como lo prueban la labor de Eugenio María de Hostos, de Sotero Figueroa y de Arturo Schomburg, entre otros. Estos tres importantes personajes históricos, todos ausentes del libro de Pérez, sirvieron respectivamente como propagandista en América Latina de la guerra de independencia (Hostos), como editor de Patria, el periódico del Partido Independentista Cubano fundado por Martí (Figueroa), y como miembro muy activo de los clubes martianos (Schomburg). Más allá de mis prejuicios, creo que valdría la pena explorar más la contribución de los puertorriqueños a esa comunidad cubana que se veía a sí misma, especialmente por el impacto de los tabaqueros, desde una muy amplia perspectiva antillana. En ese sentido la ausencia en la bibliografía del libro de Pérez de las memorias de Bernardo Vega, quien como él presenta un cuadro muy humano de Martí, es notable y triste.
Quizás esas ausencias en verdad sean solo indicio de la necesidad de un libro como este sobre la formación de la comunidad puertorriqueña en Nueva York en el siglo XIX. Cuando tal libro se escriba Sugar, Cigar, and Revolution… –¡no me cabe duda de ello!– le servirá de modelo a la autora o el autor de ese libro tan necesario que también nos ayudará a entender la historia boricua, la cubana y la antillana en esa ciudad. Por el momento sólo recalco los grandes logros alcanzados por Pérez con este excelente libro, magnífico ejemplo de rigor académico y honestidad intelectual.
*Texto publicado originalmente en 80 grados.
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