Por Enrique Del Risco
Etnólogo, investigador, editor. En persona lo conocí muy brevemente. Apenas el año pasado en los alrededores del evento anual del Latin American Studies Association (LASA) que se celebró en Nueva York. ¡Al fin! Nos dijimos, porque llevábamos años (diez para ser exactos) de intercambio epistolar, de yo enviarle artículos para las dos revistas que fundó: Islas e Identidades. Dos revistas dedicadas a temas afrocubanos. Dos revistas hechas en libertad, que en el caso cubano equivale a decir en el exilio. Porque de ambas se podrían hacer unas cuantas críticas menos que pertenecieran a esa rama de los estudios afrocubanos que no pasan de la etnología pintoresquista y complaciente, el jineteo académico cuando no la abierta y declarada defensa o encubrimiento de la opresión (“a los negros cubanos se les niega el derecho a expresarse pero eso no hace al gobierno cubano racista: son los mismos derechos que les niegan al resto de la población”).
Etnólogo, investigador, editor. En persona lo conocí muy brevemente. Apenas el año pasado en los alrededores del evento anual del Latin American Studies Association (LASA) que se celebró en Nueva York. ¡Al fin! Nos dijimos, porque llevábamos años (diez para ser exactos) de intercambio epistolar, de yo enviarle artículos para las dos revistas que fundó: Islas e Identidades. Dos revistas dedicadas a temas afrocubanos. Dos revistas hechas en libertad, que en el caso cubano equivale a decir en el exilio. Porque de ambas se podrían hacer unas cuantas críticas menos que pertenecieran a esa rama de los estudios afrocubanos que no pasan de la etnología pintoresquista y complaciente, el jineteo académico cuando no la abierta y declarada defensa o encubrimiento de la opresión (“a los negros cubanos se les niega el derecho a expresarse pero eso no hace al gobierno cubano racista: son los mismos derechos que les niegan al resto de la población”).
Confieso que fui un colaborador esquivo bajo el argumento, fácilmente demostrable, de mi ignorancia sobre la cultura afrocubana. Esa esquivez puso de relieve dos virtudes de Alvarado, paciencia y tenacidad, tan necesarias para lidiar con informantes reticentes en un estudio de campo. Con el tiempo fui descubriendo otras cualidades como la flexibilidad, la inteligencia y el entusiasmo infinito y contagioso, detalle imprescindible para emprender nuevos proyectos. Fue así como me fue exprimiendo artículos sobre temas en los que me atrevía algo más como la música, el cine o sobre esa variante de discriminación que di en llamar “racismo revolucionario”. En abril, sin que me lo pidiera le anuncié que quería colaborar en el próximo número que ya no sé si saldrá. Me imagino que se sorprendió pero la escritura del texto –o la más difícil tarea de encontrar tiempo para hacerlo- se demoró más de lo que esperaba. Pero mis demoras no conseguían agotarle la paciencia Alvarado y mis pedidos de prórrogas fueron concedidos varias veces. Hasta a finales de abril en que estando él en un nuevo congreso del LASA, esta vez en Lima, me repondió: “yO REGRESO EL 6 DE MAYO DE LIMA. Crees que sería posible para el 7 de mayo???”. Le dije que sí pero no fue hasta el día 9 que conseguí enviarle el trabajo. Esta vez, sin embargo no me contestó de inmediato como otras veces para darme su opinión sobre el artículo. No supe más de él hasta el pasado domingo en que leí la noticia de su muerte el viernes anterior.
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