Reproducimos a continuación la entrevista a la artista Clara Morera que forma parte del dossier dedicado a Reinaldo Arenas en el primer número del Anuario Histórico Cubanoamericano:
Clara
Morera (Camagüey, 1944) estudió en la Academia de Arte San Alejandro, en La
Habana y fue miembro del Grupo Antillano pionero en explorar “la influencia de
las costumbres afrocaribeñas en la conformación de la identidad cubana”. Ha
expuesto su obra en diversas galerías de todo el mundo y desde 1992 Morera vive
y trabaja en el área metropolitana de Nueva York. Su amigo, el escritor
Reinaldo Arenas dijo que en Morera encontramos “una de las expresiones más
originales dentro de la pintura cubana contemporánea, donde acertadamente se
fundan mito e imaginación, lo que equivale a la gran poesía”. Pero también,
bajo el mal disimulado nombre de “Clara Mortera” aparece en las páginas de la
novela de Arenas El color del verano
como protagonista de algunos de sus capítulos más enloquecidos y anfitriona de
un punto de reunión que Arenas mitificó como “el hueco de Clara”. Al personaje
literario Arenas le atribuye esta declaración: “Ustedes saben que yo durante
toda mi vida he sido puta. Conocen todos los riesgos que he tenido que padecer
en el desempeño de mi oficio. Pero gracias a él he sobrevivido en todos los
sentidos, los he ayudado a ustedes, he mantenido una enorme familia y he
trabajado en mis cuadros. Pero sobre todo he vivido en forma independiente y
desenfadada, practicando la única profesión que aún no se ha prostituido: la de
la putería. Ese magnífico oficio me ha permitido mantener el timón de esta casa
y el timón de mi vida. Pero, ahora, algo terrible me ha sucedido. Se me han
caído las tetas. ¡Miren!”.
Primero cuéntame de tus primeros años de vida. Naciste
en la provincia de Camagüey y luego te trasladaste a Jagüey Grande, Matanzas.
¿Qué importancia crees que tuvieron esos años formativos en tu posterior
desarrollo como artista? ¿Cómo fueron tus primeros contactos con la cultura
afrocubana?
Me
llevaron a Jagüey grande siendo bebita, ahí es que tengo recuerdos. Allí tuve un
profesor de octavo grado, Anِíbal Pentón, que me quitó de las manos las
novelitas de Corín Tellado y me dio a leer a Goethe. De alguna manera él separó
un grupo de alumnos que después fueron artistas o maestros budistas. A él le
debo haber decidido irme del pueblo y estudiar arte. Al principio fue solo por
romper el ciclo que me estaba destinado por mi familia inmediata.
¿Cuál fue tu formación como artista?
Primeros
estudios en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas. Grandes recuerdos, el
director Drake, era un escultor maravilloso. Después terminé en San Alejandro,
hice tercer año por el día y al mismo tiempo el cuarto año por la noche. En San
Alejandro tenía excelentes maestros pero lo que era pintura del tercer año no
me convencía porque estaba de moda rechazar el realismo. No nos enseñaban
a pintar lo básico, ahí empecé a buscar por mi cuenta. Dejé la escuela después
del cuarto año y seguí aprendiendo sola. Estudié Tapicería Monumental por mi
cuenta, con libros que me trajeron de Suiza.
En
varios libros Arenas presenta tu casa como centro de reunión de personas
marginadas por el régimen. ¿Cómo fuiste empujada a ese punto de marginación?
¿Por qué fuiste expulsada de la Brigada Hermanos Saíz?
¿Éramos
marginados? No lo sé, nunca nos sentimos marginados sino artistas aparte, si
alguna patada era muy fuerte nos rebelábamos. Para mí, cada vez que me cerraban
un lugar o me expulsaban de algún sitio (por ejemplo, de Brigada Hermanos Saíz,
de la que fui fundadora, del Grupo Antillano) me hacían más fuerte. Me empeñaba
en subirles la parada en cuanto a calidad. En realidad nunca sentíamos mucho
nuestra separación de los canales oficiales y por otro lado todos los escritores
oficiales que yo conocía me protegían. Siempre tuve mucha relación con ellos.
Yo
nunca supe por qué me expulsaron de la Brigada Hermanos Saiz, quizás tuvo algo
que ver con José Mario y la editorial El Puente. Yo vivía en su casa y otras
escritoras vivían allí también. Después me mudé para la casa de Walterio
Carbonell y Walterio fue expulsado de la Unión de Escritores. Y encima Bienvenido,
el administrador de la UNEAC en aquella época, me esperó un día en la puerta y
me dijo que no podía entrar más. Tarde, mucho más tarde y después de muchas
exposiciones, Nuez me entró en la Unión y se ocupó de mis viajes. Nunca hubo
una explicación al respecto ni me interesó pedirla.
¿Cómo conociste a Reinaldo Arenas? ¿Cómo eran tus
relaciones con él?
Cuando Walterio fue castigado a vivir en
granjas del Partido por unos años me fui de su casa, aunque no nos divorciamos hasta
mucho después. El vivía con su mama y aunque era una casa grande, allí su mama
era de cierta forma racista.
Frémez
me puso a trabajar con él, como una especie de realizadora de sus diseños. Era
más bien una botella pero me sirvió para conseguir un estudio en Muralla 60, (el
Hueco). Me casé con Tapia (Tapón en El
color del verano) que era primo por parte de madre de Reinaldo. Reinaldo
vivía cerca, empezó a visitarnos. Todavía El Hueco no se había abierto, vivía
en el pequeño estudio con un portal, baño y un cuarto. Reinaldo me hizo una
barbacoa, él era experto. Después un día me empeñé en que abrieran una ventana
de mi cuarto a un antiguo convento que colindaba y que yo veía que no estaba
habitado, buscando aire más bien. La pared era enorme de grosor y Reinaldo y
Tapia abrieron un hueco pequeño para el aire. Pero cuando metimos la cabeza
apareció lo que nos parecía un palacio en ruinas. Ellos abrieron un hueco mucho
más grande, pusimos una escalerita para poder subirnos y lo tapamos con una
gran tela que yo tenía llamada “La Tiñosa cuando el diluvio”. Estos eran mitos
que yo inventaba con personajes mitológicos de los que también me apropiaba.
Luego descubrimos aquel lugar lleno de tesoros y abrimos una puerta y nos
mudamos para allí, un amplio espacio pegado a la pared que tenía techo y paredes.
En los otros cuartos había muebles Luis XV, medio rotos algunos. Reinaldo
encontró mármoles de Carrara… Vendíamos la entrada, se podía entrar pero para
salir con algo había que pagarnos. Reinaldo ya se pasaba todos los días allí,
mucho tiempo. Empecé a pintar en el Hueco y no en el estudio y, como era lógico,
las tertulias se hacían allí. Nunca supe de El
color del verano, pero la mayor parte de las maldades, (por ejemplo, las
cartas al director del Seminario al que asistía Vicente Echerri) se hacían
allí. Nos reíamos a morirnos. También allí tuvimos amarrado a una cama a Delfín
Prats hasta que nos confesó a quienes habían metido en una cadena de sífilis.
¿Qué es eso
una cadena de sífilis?
Te
llevaban a la consulta del especialista y te interrogaban de tus relaciones
sexuales. Yo recuerdo que yo estaba embarazada y tenía todos mis análisis al
día y vinieron a buscarme dos enfermeras del policlínico, obligada, porque yo
estaba en una cadena de sífilis y tenía que ir a decir con quién yo había
tenido relaciones sexuales, etc. Reynaldo también fue interrogado. Yo logré
librarme de la inquisición médica porque mi médico intervino a mi favor: yo
tenía todos mis exámenes médicos bien. Reynaldo también tuvo que hacerse
examen. Delfín Prats, falsamente y por hacer un chiste según él, había metido
en esa cadena a cuanta persona se le ocurrió. Reynaldo, yo, Guillén, Barnet y
quien sabe cuántos más. Lo amarramos hasta que confeso que sí, que él era el
que había dado nuestros nombres.
Es
sabido que Arenas era un gran fabulador pero al mismo tiempo vivió realmente
circunstancias que resultan difíciles de creer aunque pudieron haber ocurrido.
¿Qué hay de cierto y de invención en capítulos como “El hueco de Clara” de El color del verano?
Tú eres escritor y sabes que un escritor
siempre va a apoyarse en algo, pero en el caso de El color del verano, nosotros vivíamos una vida, digamos,
"paralela". No teníamos idea ni de respeto ni de amistades
intocables. Todo era bienvenido si nos divertía. Pensando ahora creo que era
una diversión extraña pero a nosotros nos parecía muy normal. Por ejemplo,
Cintio y Fina acostumbraban a visitarme y comprar alguna de mis cosas pero
aunque no compraran, Cintio siempre me escondía sorpresas, billetes, cien o
doscientos pesos cubanos que nos salvaban la vida. Al principio realmente me
sorprendía, movía un plato o un cenicero y ahí estaba mi dinero. Después ya si
no me dejaba algo yo me molestaba y nos divertíamos inventando historias con
él. Reinaldo después las escribía. El vino de consagración que Echerri le traía
a Reinaldo para vender, Reinaldo lo vendía por allí pero después hacía las
cartas al director del Monasterio quejándose de que Echerri estaba cobrando muy
caro el vino. Lo más gracioso es que Echerri después iba a ver a Reinaldo para
quejarse de que le estaban mandando cartas anónimas a su superior. Las cartas
se hacían en El Hueco. Casi no comíamos y tomábamos el fabuloso té negro ruso
por galones. Así vivíamos. Aunque novelada, esa era nuestra realidad. El agua
apareció también de verdad y como entenderás, con una cisterna de agua me convertí
en la reina del comité pues si yo no autorizaba no podían poner el motor para
sacar el agua y en el edificio aquel el agua no entraba casi nunca.
En una entrevista anterior decías que en la época en
que conociste a Arenas habías dejado de pintar. Da la impresión que el impulso
inicial por el que retomaste tu pintura era para tapar el ahora famoso “hueco
de Clara”. En qué sentido tu encuentro con Arenas estimuló tu creatividad.
Yo
apenas he estado un año o algo así sin pintar. Sobre todo cuando la vorágine
era fuerte no pintaba. Pero no, nunca dejé de pintar por mucho tiempo. Pintar
para mí era "sobrevivir", no solo en el sentido fisico. No sé por qué
Liliane Hasson puso eso en su libro [Reinaldo
Arenas : Un Cubain libre]. Nunca le dije semejante cosa. Yo pintaba de
madrugada, o a veces después seguía, después de que habíamos conseguido la
comida. Mi mamá me mandaba cajas de miel de abejas desde el pueblo y Reinaldo
las vendía. Sí, me encantaba pintar con Reinaldo allí pero porque él me
entretenía mucho y nos reíamos. Nunca he podido pintar como un maestro. De
hecho, necesito hablar, oír música y hacer otras cosas mientras pinto. Eso debe
ser Attention Deficit Desorder, pero nunca me preocupo. El Hueco siempre tenía
a alguien leyendo o discutiendo o haciendo cuentos y siempre nos reíamos mucho.
Éramos un planeta aparte, ni parecía que estuviéramos en Cuba. Un día mi hijo
mayor que tenía cinco o seis años estaba jugando y se derrumbó un pedazo de
piso en el lugar en que estaba. Él empezó a gritar porque se le estaban hundiendo
los pies en una loza caída. Yo no lo oí pero unos ladrones que estaban
forrajeando, lo oyeron y lo salvaron. Éramos una realidad aparte a todo lo que
ocurría en ese país. Allí ni siquiera el Comité de Defensa sabía al
principio que nosotros estábamos allí. Ni se oían los gritos del vecindario. Que
entrara alguien ajeno a nuestro grupo era casi impensable. Para nosotros el comunismo
casi no existía, no nos afectaba. No había ojos ni oídos siguiéndonos. Puedes
imaginar que en un mundo donde todo estaba lleno de pinturas, se tomaba té sin
parar, no se respetaban las reglas sociales y nos podíamos morir de risa un día
entero por unos trabalenguas, etc. era un mundo que no tenía nada que ver con
la Revolución del Proletariado.
Diplomáticos y coleccionistas y escritores y
nosotros, los otros: todos nos reunimos allí. A la Presidenta del Comité le
regalamos un juego de sala Luis XV que estaba entre los muebles antiguos del
convento y ella formaba parte de nuestra diversión.
¿Cómo
era vivir y crear y conservar ese círculo creativo y de amistades bajo esas
condiciones de marginación? Aquellos artistas y escritores que pasaban por tu
casa ¿Se sentían como una república clandestina de las letras y las artes, como
una banda de sobrevivientes o una combinación de ambas cosas?
Éramos más divertidos que los demás. Venían
también algunos a vigilarnos, estábamos seguros pero también se divertían y
como sabíamos quiénes eran nos divertíamos dándoles noticias falsas. Reinaldo
decía que era para ayudarlos a que resolvieran trabajos y eso. Nunca nos sentimos
marginados. El grupo era más o menos, Reinaldo, los amantes de Reinaldo, (Lázaro
no iba mucho debido a los amantes ocasionales de Reinaldo), Armando López,
Poncito, La Goyesca, Echerri (pero Reinaldo se molestó con él y ya casi no iba),
Delfín Prats, Tapia, algún amigo ocasional de Tapia. Creo que casi nunca iban
mujeres. Después me invitaron a entrar al grupo Antillano y [Rafael] Quenneditt,
el director, empezó a ir. Shelton iba también. Del mundo de afuera iban los
Vitier, Pablo Armando Fernández, Luciana Guissi, diplomática, junto a otros
diplomáticos italianos de los que no me acuerdo el nombre. Esos eran los
habituales, siempre había dos o tres personas y nosotros que vendíamos miel y
comprábamos té, huevos y espaguetis. Reinaldo vendía la comida de su libreta y
con eso comprábamos comidas. Nos sentíamos reales, no marginados. Yo tenía una
amiga suiza que me traía materiales de pintura.
¿Qué influencia crees que tuvo
una personalidad como la de Arenas en tu vida y en la de aquellos que lo
rodeaban en Cuba?
Hay algo.
Reinaldo nunca hablaba de literatura, al menos no se hablaba mucho de eso, ni
yo hablaba de pintura. Reinaldo era como un Quevedo, que todo lo transformaba
en literatura, pero de eso no se hablaba. Yo apenas sabía cuándo había venido
su editor de México porque eso salía en relación con alguna otra conversación.
Por ejemplo, Reinaldo contaba cómo uno que parecía informante se aparecía en su
casa cada vez que el editor venía y Reinaldo le decía, "pasé por
aquí"’. ¡Y el personaje vivía en la Víbora! No se hablaba de sus novelas
excepto alguna que otra vez que hacíamos tertulia por la noche y él leía o decía
de memoria fragmentos de algo. El color
del verano no existía cuando aquello. A veces había discusiones literarias.
Pero en general discutíamos para reírnos. Como por ejemplo la competencia de
poemas entre él y Rene Ariza: ellos tenían que decir el poema y nosotros éramos
como jurados. También la de trabalenguas, que eran de Armando o eran de Reinaldo.
Así nos divertíamos.
Hace tiempo se subastó en una pequeña librería una nota
mecanografiada que él había escrito como para una de mis exposiciones pero que él
nunca me la dio o me la leyó, pero el crítico de arte Rafael Díaz Casas logró
que le dieran una copia.
¿Por qué no te pudiste ir en el éxodo del Mariel?
Reinaldo
se fue cuando Mariel pero yo tenía que pedir permiso al padre de mi hijo mayor
y no me pude ir. Traté de irme después por el Comité.
¿Por el CDR?
Sí,
después que se acabó el Mariel todavía quedaron muchos barcos que empezaron a
llenar a través de los Comités de Defensa. Para que te dejaran ir había que
decir que uno era lumpen, ladrón, homosexual, etc. Pero luego cerraron todas las
salidas.
¿Qué ocurrió después contigo?
Vino
una época negra. Me botaron del Grupo Antillano por sospechas de que me iba y
entonces vino un ciclón y Eusebio Leal aprovechó para sacarnos de allí [Muralla
60?], pues el edificio había sido declarado Monumento y hubiera tenido que
buscarnos casa. Quemé muchos cuadros grandes que no tenía dónde meterlos, nos
llevaron a un albergue horroroso por Guanabacoa. Los diplomáticos empezaron a
irme a buscar allí y también los escritores. [El Ministerio de]Cultura me sacó
y me dio un apartamento en un edificio de Escoltas de Cultura en San Agustín.
¿Qué significa “edificio de Escoltas de Cultura”?
Era
un edificio de microbrigadas donde casi todos los que vivían eran personal
burocrático del Minint, entre ellos dos o tres escoltas del Ministro de
Cultura. A uno de ellos le dieron un apartamento de mejor calidad y cuando se
desocupó una secretaria de Hart llamada Chela me lo dio a mí, que estaba en un
albergue. Para que me lo dieran hubo mucha presión de parte de Naty Revuelta,
Pablo Armando, Cintio y una agregada cultural. En cualquier lado sacaban ese tema
de conversación: que había una pintora conocida que estaba en un albergue en
Guanabacoa con sus niños. Extrañamente en ese edificio no había problemas porque
aquellos vecinos no se metían en nada. Empecé a hacer tapicería monumental
aunque ahora sí que no me invitaban a ningún evento cultural. Hasta el punto
que yo tenía una nota de catálogo de Aimé Cesaire para mi primera exposición y
después Cesaire fue el Gobernador de Martinica y Cuba mandó una exposición para
Martinica y no me incluyeron. Pero por otro lado Naty Revuelta me gestionó el performance
Cien años de soledad que Gabo
promovió en la Escuela de Cine. A los periodistas les dijeron que lo que pasara
allí no podía salir de allí. Armando López solo pudo sacar una pequeña reseña.
Y a la cañona porque le dijeron que no podía escribir nada. Esa exposición que se
inauguró el día antes del cumple del Gabo tuvo sin embargo una gran asistencia
oficial y allí conocí a Nisia Agüero que se convirtió en mi protectora. Yo vivía
bien decorando hoteles extranjeros y viajé a Rusia con una
exposición-performance. Creo que fui una de las primeras artistas que no salió
protegida por el gobierno. Nuez me sacó el pasaporte y la visa y me entró a la
Unión de Escritores otra vez. De San Petersburgo (era cuando la Perestroika) me
escapé a Suiza sin problema alguno a llevar unos tapices que había vendido.
Regresé a Cuba pero dejé saber que yo había ido a Suiza y había virado.
Un
día me llamó una artista amiga mía desde la Sección de Artes Plásticas de la
UNEAC para decirme que Barnet había dejado un enorme sobre en la mesa de la
secretaria para mí. El sobre venía de París. Lo enviaba Ramón Alejandro, el
gran pintor cubano-francés. Traía una invitación al Simposio de Artistas de
Canadá. Cuando llegué a Baie Saint Paul, una ciudad pequeña de Quebec Ramón
Alejandro me estaba esperando con los libros de Reinaldo. Ahí supe que Reinaldo
había muerto, que había escrito los libros y los leí. Tiempo atrás Ramón
Alejandro había estado leyendo El color
del verano, y Sergio Giral, el director de cine cubano, estaba de visita en
su casa en París le contó quién yo era. Ahí es que Ramón Alejandro decide
sacarme de Cuba. Y lo hizo. Estando en Canadá, ya se sabía que yo me quedaba
pero no estaba muy segura de querer quedarme allí porque en aquella época a los
cubanos que pedían asilo los llevaban a la isla de Saint George por unos
cuantos años. Pero por suerte el Museo de las Américas en Washington se llevó
obras del simposio y mandaron invitaciones a los artistas que habían
seleccionado. Yo fui invitada y conseguí la visa. Ya Reinaldo había muerto en
diciembre de 1990 y yo llegué a Estados Unidos en 1992 pero siempre he
considerado que Reinaldo me sacó de Cuba, fue su último gran truco de magia
conmigo.
¿Qué sentiste al ver que Arenas te había convertido
en uno de sus personajes? Lo sientes como una maldición, una bendición o como
algo irrelevante?
Yo
me divertí mucho leyendo El color y Antes que anochezca, aunque considero El color del verano más autobiografía
que Antes que anochezca. Como conocía
a todos los personajes me divertía lo exacto de las descripciones. Las
oraciones eran Reinaldo. Las Cartas eran Reinaldo. Arenas, Reinaldo y la Tétrica
Mofeta eran Reinaldo.
Yo
no tengo un sentido convencional de mí misma. El personaje de la Mortera era yo
misma, lo soy y lo fui o al menos quise serlo, incluyendo la prostituta. Me
encanta.
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