Por Alejandro González Acosta
III
III
Compatriotas
cubanos y mexicanos aquí presentes: como ejemplo del amor que siempre disfrutó
en México nuestro Martí, sirva este soneto de un gran mexicano, el filósofo,
político y educador Don Justo Sierra, escrito cuando se conoció la noticia de
su muerte, obsequio que debo a la generosidad de mi buen y admirado amigo
Emilio Cueto desde Washington, y que les comparto esta noche:
A
José Martí
No
ocultará por siempre á nuestra vista
tu
cuerpo sacro el arenal nativo,
¡ay!
sin que mi lamento fugitivo
diga
el dolor que al corazón contrista!
De
una Patria empeñado en la conquista,
por
tu heroico ideal moriste altivo…
¡Quién
pudiera volvernos redivivo
al
gran poeta, al soberano artista!
En la
lira de América pondremos
tu
cadáver, así lo llevaremos
en
nuestros propios hombros á la historia;
y en
la paz de tu noche funeraria
acaso,
como lámpara de gloria,
¡brille
un día tu Estrella solitaria!
Todos
los años el recuerdo de Martí nos convoca y reúne en este sitio, hogar de los
cubanos en México, fundado el 16 de septiembre de 1937 (la escritura formal fue
firmada el 18 de noviembre del mismo año), por un grupo de animosos gestores:
Pedro Buronat, Justo M. Muriedas, Francisco Rizo, Paulino Rizo, Leopoldo
Cabanzo M., Pablo Machado, Eduardo Valdéz y Juan García Vidal. 18 presidentes,
hasta la fecha, se han desempeñado con honor generoso al frente de este Círculo
Cubano en la hospitalaria tierra azteca.
Este
nido de Cuba en México ha tenido varios emplazamientos, desde la primera sede
que fue la casa de uno de sus fundadores, y luego en la Calle de Sadi Carnot 40 de
la Colonia San Rafael (1939-1943), más
tarde en Lucerna 12 de la Colonia Centro (1943-1955), seguidamente
en el opulento edificio que muchos recuerdan como “el mejor círculo social de
México en su época”, en la esquina de las Avenidas Río Churubusco y División
del Norte, en la Calle Ajusco 26,
hasta 1996, cuando se trasladó a esta su sede actual en Córdoba 14, en la céntrica Colonia
Roma Norte.
Córdoba 14 |
Pero
hoy, especialmente, en esta sala, nos sentimos mucho más cerca de Martí, porque
sabemos de primera mano como él, el ruido del odio, el aire ponzoñoso del
insulto.
Hasta
aquí, hoy, nos ha alcanzado el odio y la ignorancia en las destempladas voces
que ahora suenan afuera y nos agreden. Paradójica y afortunadamente, eso nos
hace sentirnos casi en Cuba, como
otros de los que allá hoy sufren persecuciones, agresiones, amenazas e
insultos. Hoy sentimos más cerca a esos perseguidos compatriotas, por Martí y
por los odiadores que compartimos. Sin embargo, ni el propio Martí, en los
peores momentos de la opresión española, fue objeto de los insultos y las
amenazas que hoy sufren los cubanos que buscan su libertad: los que hoy mandan
en la isla son peores que los espadones iberos y ni aún la grandeza de un
homenaje a Martí en México los contiene ni los enmudece. Gritan más, porque
saben menos. El grito es el estéril sustituto de la razón. Gritan porque no
piensan. Ofenden porque no convencen. Dan coces porque se saben perdidos: no
tienen la razón y eso los enloquece.
Allá
ellos.
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