Alejandro
González Acosta, México, UNAM.
Unas palabras
olvidadas.
“La finalidad de elevar el nivel de vida de nuestros pueblos y la movilización de las fuentes de riquezas, corresponde a cada nacionalidad, y aunque la cooperación se deriva de la misma naturaleza de los convenios, acuerdos o negociaciones, no debe esperarse que la ayuda principal nos venga de afuera. Nuestros países, incluyendo al Canadá, forman un formidable conglomerado que integran más de 357 millones de seres humanos. Son pueblos que aman su progreso y su libertad; que no tienen apetencia de expansión territorial, ni permiten que otros atenten, directa o indirectamente, contra su libre determinación. Debe aspirarse a que esos preciosos conceptos no descansen únicamente, para unirnos y compenetrarnos, en combatir al marxismo, que es deber e interés de todos, sino que tengan también una sólida arquitectura económica y social. Esa recia consolidación servirá de contén a las infiltraciones de la demagogia vernácula y a la acción corrosiva del comunismo. Es indispensable la facilitación de inversiones de capital privado y público, en forma que trasciendan al bienestar de la familia y a la prosperidad de las naciones. Es preciso un razonable balance entre lo que se importa y las exportaciones, y encauzar debidamente la producción interna. Todo eso, con la eliminación de la doble imposición fiscal, y dentro de las operaciones comerciales fijando adecuadas normas arancelarias y monetarias, sin abandonar ninguna de las partes de la defensa de los respectivos patrimonios, sería la mejor cooperación, en modos recíprocos, para lograr resultados fecundos. Debe propiciarse un ambiente social en que lo demagógico y especulativo no sea más fuerte que el imperativo económico.“Una de las maneras es propender a que se distribuyan más equitativamente los rendimientos de la producción, con el objeto de establecer la mayor circulación monetaria, el desarrollo de los negocios y la seguridad del capital y el trabajo.“Esta declaración recoge –entendemos- el deber de lograr un sistema de seguridad social que, apoyándose en los seguros obligatorios y en un eficiente sistema de asistencia pública, proporcione atención hospitalaria, viviendas higiénicas para el campesino y el obrero, y de interés social para los individuos de modestos ingresos, liberándose del miedo a la inestabilidad y a la miseria. Para que se eleve el nivel de vida, debe evitarse, al mismo tiempo, la competencia desleal basada en los bajos salarios y pobres condiciones de trabajo, sobre todo, cuando el obrero se encuentre impedido de organizarse para su defensa.“La enseñanza común, la guerra al analfabetismo, los establecimientos tecnológicos, los de educación y de cultura, con el intercambio cultural, nos ayudarán, cada vez más, a prevenirnos contra las actividades que tienden a despojar al ser humano de los atributos espirituales indispensables a la vida y al libre albedrío.“En el Tratado de Asistencia Recíproca de Rio de Janeiro se proveen los medios defensivos y se condena toda agresión a los Estados Americanos. Y en la era que vivimos, todos debemos estar listos contra la positiva amenaza del comunismo, más peligrosa cuanto más repudian la sangrienta y brutal tiranía que antes apoyaron los actuales sibilinos rectores rusos.“Nuestros pueblos, manteniendo cada uno la manera de vivir que les legó la tradición, su medio ambiente y sus características, podrían fortalecer los actuales vínculos de solidaridad, sintiéndose miembros felices de una próspera e invulnerable gran familia americana.”
En
las palabras anteriores hay todo un programa social, político y económico,
coherente y articulado: compromiso con los desfavorecidos, obligación del
Estado para los pobres, combate a la miseria y al analfabetismo, cuidado de la
salud comunitaria, equilibrio comercial, manejo responsable de la economía…
Cualquier político europeo o latinoamericano de la actualidad suscribiría
gustosamente esos conceptos citados, y formaría alrededor de ellos un plan de
gobierno, que seguramente sería aplaudido y agradecido por sus gobernados…
Aunque
parezcan cercanas, las palabras anteriores las pronunció hace más de 60 años,
en 1956, Fulgencio Batista Zaldívar: fueron sus “Previsiones y advertencias en el Congreso Anfictiónico de Presidentes”
reunido en Panamá, por el 120 Aniversario de aquel que convocó en ese mismo
lugar Simón Bolívar en 1836, llamando de nuevo a la unidad –no geográfica ni
política, pero sí de intenciones y compromisos democráticos- latinoamericana.
Batista en un discurso ante el congreso norteamericano en 1940 |
Para
un lector razonable y atento quizá estas palabras despierten un cierto interés
para conocer más profundamente a quien las dijo, más allá de la imagen que se
ha construido sobre su perfil en estas seis décadas de velos y distorsiones. No
se trata de un “rabioso anticomunista” como se ha dicho (desde posiciones
diametralmente opuestas en el espectro ideológico) sino alguien que conoce bien
la materia que trata, por su origen racial y clasista, mestizo y pobre, y por
su relación (experiencia personal) con líderes y estrategas de esa militancia
política. Sabe bien de lo que habla. Cuando muchos coqueteaban con la utopía
comunista en Latinoamérica, ya Batista alertaba sobre el peligro que
representaba y el desastre consiguiente que hemos visto cumplirse implacable y
certeramente en el continente hasta nuestros días, cuando hasta su principal
promotor mundial llegó a confesar en un arranque de inusitada sinceridad, o de
decrépita senectud, ser “un sistema que no funciona ni para nosotros”.
De
haber prestado atención a la certera llamada de alerta de Batista y seguido la
línea que expuso, muy diferente hubiera resultado no sólo la historia de Cuba
sino la de todo el continente.
Posiblemente
esa crítica de Batista contra los Estados Unidos en un foro internacional
molestó al gobierno yanqui y no se lo perdonaron: era la muestra de una
independencia demasiado retadora y cuestionadora de la visión y la
responsabilidad de la república americana. Después de esta reunión, lo cierto
es que el gobierno de Eisenhower comenzó a distanciarse de Batista, suspendiendo
la entrega de armas que ya habían sido compradas y pagadas, y apoyando
subterráneamente al incipiente movimiento guerrillero de Castro, a quien nunca
quisieron aceptar como un agente comunista a pesar de los numerosos y fuertes
indicios. La tesis de “la revolución traicionada” ha sido suficientemente
desacreditada y no tiene ningún sustento ya, así como la otra peregrina
ocurrencia que fue “el impulso americano para que Cuba cayera en brazos de los
soviéticos”: ambas forman parte sustantiva de una leyenda que trata de exculpar
a los verdaderos responsables del desastre actual en la isla: el obtuso y miope
gobierno americano y la falta de visión y de generosidad de las clases
directivas de la Cuba republicana, que arrojaron el país en brazos de un hábil
y ambicioso Castro. Hoy unos y otros continúan purgando sus pecados, pero a
quien peor le ha ido es al empobrecido pueblo y la fracturada nación cubana en
la más severa y total crisis de toda su historia.
Quizá
por esa conciencia culpable y negra, los propios Estados Unidos, a través de
elementos tan diferentes como el famoso “Papel blanco” del Departamento de
Estado y las películas de Hollywood (en especial la serie de El Padrino), trataron de anatematizar el
gobierno de Batista, creando la falsa e hiperbólica imagen de Cuba como un
prostíbulo de los yanquis y como la
colonia de la mafia americana, cuando ni aún en Estados Unidos se reconocía la
existencia de esa agrupación: hasta su último suspiro el director vitalicio del
FBI, John Edgar Hoover negó terminantemente que existiera la mafia, y si en los
Estados Unidos la máxima autoridad responsable de la política interior no lo
aceptaba, ¿cómo pretendían que un gobierno extranjero sí lo hiciera, y además
impidiera las inversiones que un grupo de empresarios realizaron en el país con
el beneficio para la economía nacional y la generación de empleos? ¿Acaso los
gobiernos de EEUU impidieron no sólo el emporio de Las Vegas y ni siquiera el
de Atlantic City? ¿Por qué esperaban que un político extranjero, presidente de
una república independiente, lo hiciera? Quizá lo que realmente les molestó a
los intereses yanquis fue que esas inversiones se realizaran fuera y no dentro
del territorio americano. Hoy sólo el turismo mentecato de los “compañeros de viaje”
que nunca han faltado, pueden negar la realidad visible y palpable de una Cuba
hundida en la miseria y convertida ahora sí en un gigantesco prostíbulo, con
una población tan esclavizada como nunca soñaron Weyler ni Capone.
Los
gobiernos de Estados Unidos tuvieron hacia Batista una actitud deleznable:
nunca perdonaron sus orígenes sociales y políticos. ¿Cómo recibir con auténtico
y sincero beneplácito a un presidente extranjero mestizo, mientras en el sur
del país se aplicaba la más absurda segregación racial?
Batista
no sólo fue un aliado sino un amigo de Estados Unidos y estos le
correspondieron con la traición y una actitud, en el mejor de los casos,
distante. Les repugnaba tener que tratar con un caudillo latinoamericano quien
además tenía la insoportable tendencia a decirle ciertas verdades. Batista fue
un aliado fiel y confiable durante el momento de difíciles decisiones cuando la
Segunda Guerra Mundial. El gobierno de Batista no escatimó -como sí hicieron otros
gobiernos latinoamericanos- el apoyo y la ayuda necesaria para conseguir la
victoria sobre el nazi-fascismo primero, y contra el comunismo ruso después. A
la lealtad y el abrazo, Estados Unidos correspondió con la traición y el
distanciamiento. Batista apoyó, por coincidir con su proyecto propio de
desarrollo y progreso nacionales, las iniciativas norteamericanas para una
concertación continental y mundial. En gran parte, lo mejor del gobierno de
Batista en ese sentido fue replicado por el mandato posterior de Carlos Prío
Socarrás. Fue un aliado leal, compartiendo una visión democrática del
continente. Y lo ignoraron y luego lo vendieron.
Fue
un personaje como Batista, a quien se le ha negado sistemáticamente la
condición de estadista y sólo se le considera como un “sangriento dictador”, quien
pudo ver en el horizonte y alertar sobre los peligros y los males que nos
acechaban en muy temprana fecha, más dada al irresponsable regocijo que a la
reflexión prudente y visionaria.
El
filósofo e historiador Emilio Ichikawa, en un artículo de su blog (e.i.), “Batista y el anticomunismo con
rostro humano” (10 de Agosto, 2014), calificó como “observaciones agudas” esta
histórica intervención del mandatario cubano, y las reconoció como “tesis
bastante atinadas, al menos en lo político”, en relación con la expansión
continental del comunismo. Ichikawa vincula el discurso de Batista a la luz del
reciente XX Congreso del PCUS y del
“Informe secreto” presentado el 25 de febrero de ese mismo año 1956 por Nikita
Kruschov contra los crímenes de Stalin, como el contexto en el cual se inscribe
y demuestra entre otros asuntos la información actualizada del estadista sobre
el escenario internacional.
En
ese discurso Batista hace mucho más que exponer una terapia, pues indica una
labor profiláctica: prevenir en sus causas y orígenes, más que extirpar, el
comunismo en América. Era una actitud pro-activa, no reactiva, que proponía
tomar la iniciativa y demostraba así una penetrante visión como estadista. La
tesis de Batista era sencilla y eficaz: el bienestar generalizado sería la
mejor vacuna y la más efectiva prevención contra el comunismo. Pero no fue
escuchado.
Ichikawa
relaciona este llamado de Batista con los puntos de la Declaración final de la Conferencia de Presidentes, el 22 de julio
de 1956. En el Punto 4 se señalaba el
compromiso que debía mantenerse para enfrentar la expansión del comunismo
infiltrante, pero el Punto 5
reproducía en esencia la participación de Batista, donde enfatizaba que “debe
existir un compromiso con la paz, la justicia y el bienestar”, como condiciones
saludables de la vida democrática continental.
Batista
resaltaba “una sólida arquitectura económica y social” para impedir la
diseminación del mensaje disolutivo y de resentimiento social comunista, con
“una distribución más equitativa” de la riqueza, donde los gobiernos
garantizaran la seguridad social, la asistencia pública, la adecuada disposición
de hospitales, la oferta de viviendas para los trabajadores, obreros y
campesinos, y alertaba contra la empobrecedora competencia desleal, pues exigía
mejores salarios y condiciones de trabajo, al mismo tiempo que hacía énfasis en
la educación y la cultura como motores de la superación social y el desarrollo
nacional.
Por
las ideas que contiene este discurso, parece que en lugar de contar con la
asesoría de Enrique Pizzi de Porras, su asistente personal, hubiera sido
redactado por tres de sus antiguos colaboradores, Juan Marinello, Carlos Rafael
Rodríguez y Julio Le Riverend.
En
una entrevista posterior a la conferencia, la aguda visión de Batista llama la
atención para no distraerse ni equivocarse, y menos confiarse ante la “falsa
apertura” del comunismo que trataba de vender Krushov por esos días. “Más
peligrosa cuanto más repudian la sangrienta y brutal tiranía que antes apoyaron
los actuales sibilinos rectores rusos”: Batista, un político intuitivo, tenía
un buen olfato. Consideraba que todo esto era sólo “un cambio de estrategia”,
pero que su agresividad quedaba igual. “El peligro comunista es tanto más
intenso cuanto más suave parezca ser…”
Y
oyendo todo esto, en primera fila, estaba Dwight E. Eisenhower, pero parece que
no escuchó nada: pocos meses más tarde, su Secretario de Estado, John Foster
Dulles declaraba el 8 de abril de 1958 el embargo norteamericano de armas
contra Batista, que fue el golpe mortal para él y la democracia en Cuba cuando
se enfrentaba a la insurgencia castrista. Al día siguiente del embargo, como si
todo estuviera previamente acordado y coordinado, Fidel Castro declaraba la
Huelga General Nacional Revolucionaria del 9 de marzo, que fue un absoluto fracaso
por la falta de apoyo de los trabajadores, quienes seguían a Batista.
En
el nivel debajo del despacho de Foster Dulles, el famoso Cuarto Piso del Departamento de Estado, continuaba, callada pero
efectiva, la maquinación a favor de Fidel Castro…
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