Las
circunstancias de la muerte de José Martí continúan aclarándose con los años.
En realidad, lo que ocurrió en Dos Ríos no fue una “escaramuza” como se ha
dicho repetidas veces, sino un combate entre fuerzas numerosas tanto españolas
como cubanas, 430 de un bando y 800 del otro. Y la muerte del líder resultó la trágica
culminación de una cadena de errores: primero, el desconocimiento de las tropas
españolas en la zona y su volumen y capacidad de fuego; y la otra, la ligereza
de enviar un emisario a buscar café -que Martí sobre todo y Gómez también,
necesitaban con la entendible urgencia de auténticos consumidores habituales-
así como otros bastimentos, con varias monedas de oro y plata y hasta un
mensaje autógrafo al parecer de Martí -otros dicen que de Gómez- con la lista
de mercancías y una velada amenaza al tendero previendo su posible delación. El incauto emisario, el cubano Carlos Chacón,
fue sorprendido en su misión, y cuando lo registraron encontraron una cantidad
inusitada de dinero y la nota delatora; después confesó y además sirvió como guía
para llevar a los españoles cerca de los cubanos.
El
comandante español José Ximénez de Sandoval (1849-1921) al parecer fue masón, y
el detalle es importante, porque explicaría que cuando traslada el cadáver de
Martí lo coloca en el suelo para exponerlo públicamente, pero no como una ofensa,
sino siguiendo el ritual masónico que así lo dispone, gesto que no han visto
algunos críticos como el católico Cintio Vitier, quien lo considera
irrespetuoso y vengativo. La historiografía castrista no valora que fue el
español quien decidió despedir el duelo del caído, pues, aunque invitó a los varios
cubanos allí presentes, ninguno quiso hacerlo, y él consideró que no era
honorable ni decoroso sepultarlo, sin siquiera una mínima ceremonia de cortesía
y un gesto de respetuosa y cristiana humanidad. El hecho de que fueran también
los honorables oficiales españoles quienes reunieran el dinero de sus pagas,
para adquirir la lápida que sellaría el Nicho 134 del Cementerio de Santa
Ifigenia donde reposarían transitoriamente los restos, tampoco es debidamente advertido
ni suficientemente reconocido.
Según
suele suceder en la Historia, un incidente mínimo ocasionó una catástrofe
enorme; un cubano temeroso, Carlos Chacón, delató a Martí y sus compañeros, al
ser incautamente enviado “por la golosina del café”: lo agarraron y “cantó de
plano”, como dijo Máximo Gómez, con su lapidario estilo militar.
Para
colmo de nuestra negra conciencia nacional, un cubano lo remató ya en el suelo,
después de la descarga a bocajarro que lo derribó de su blanco caballo -unos
dicen que de un disparo; otros, de un machetazo- y su nieto, el exitoso pintor
Pedro Pablo Oliva, continúa purgando tristemente el pecado de su abuelo,
repitiendo con obsesión absolutoria su imagen en sus magníficos cuadros. De los
tres disparos que recibió Martí (dos mortales: uno en el rostro, otro en el
pecho; y otro en la pierna), según el diagrama conocido de su autopsia, indica
que la trayectoria del último en la caja torácica fue de arriba hacia abajo; es
decir, un primero -el de la cabeza- lo derribó del caballo y el segundo mortífero
fue ya en tierra, como puede interpretarse de la sucesión de disparos.
Exhumación de los restos de Martí en 1907 |
Certificado de defunción de José Martí |
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