Ante la cercanía del 165 aniversario del natalicio de José Martí el blog de la AHCE se complace en presentar esta serie de artículos escritos por el doctor Alejandro González
Acosta sobre facetas poco conocidas del más admirable de los cubanos:
Un Martí poco conocido (I)
Alejandro González Acosta
Aunque
todo cubano siente a José Martí como cosa propia y parte de su más profunda
constitución nacional y personal, en realidad no son muchos los que realmente
lo conocen con profundidad. Por eso tenía mucha razón José Lezama Lima cuando
pronunció la conferencia más breve de la historia literaria cubana en la
entonces Revista Cuba Internacional, ubicada
en la esquina de la calle Lealtad y Calzada de Reina, antigua residencia, del
mejor art nouveau cubano, de los jaboneros
Crusellas. Invitado por algunos jóvenes periodistas para hablar en un
aniversario del Apóstol, dijo: “Buenas
tardes: Martí es un enigma que siempre
nos acompaña a todas partes… Muchas gracias”. Y se fue.
Para
empezar, abundan las citas erróneas de Martí, lo cual además reviste el riesgo
de tomarlo equivocadamente al pie de la letra. Por ejemplo, con el mayor aplomo
y sin la menor vacilación, muchos cubanos apoyan la sustracción de libros
porque “Martí dijo que robar libros no es
robar”, lo cual constituye una interpretación muy personal y laxa de un aforismo
martiano: “Los libros son cultura y la
cultura es patrimonio del pueblo”. De esto, a robar, va un largo trecho.
Otro
dislate frecuente, que tiene hasta consecuencias siniestras, es el famoso “nuestro vino de plátano es amargo, pero es
nuestro vino”. En realidad, lo que Martí dijo en su ensayo Nuestra América, fue: “Nuestro vino, de plátano, y si sale agrio,
es nuestro vino”, lo cual implica que no necesariamente nuestro vino tenga
que ser agrio (así lo subrayo), y tampoco que a pesar de su amargura haya que
beberlo por ser nuestro, como un ejercicio de patriótico purgante masoquista.
Y
hasta en una película canónica como es “La
rosa blanca” (Cuba-México, 1954, Emilio “El Indio” Fernández – Iñigo de
Martino), asesorada por estudiosos serios de Martí como Emeterio Santovenia y
Féliz Lizazo, y con guion de Mauricio Magdaleno (autor de un libro valioso
sobre el héroe, Fulgor de Martí), se
deslizó otro punto muy debatido, precisamente con el poema que le da nombre al
filme:
“Y para el cruel que me arranca el corazón
con que vivo, cardo ni oruga cultivo, cultivo una rosa blanca”. En realidad
(es cierto que así lo escribió el
autor), lo que casi seguramente quiso decir Martí -como sagazmente conjetura el
gran Carlos Ripoll, quizá su mejor estudioso contemporáneo- a partir de sus
ecos bíblicos y “su lograda aliteración” (además de la presumible imposibilidad
de revisar las pruebas de impresión, por su momentáneo distanciamiento con el
generoso editor, Enrique Trujillo), fue “cardo ni ortiga cultivo”, pues es de difícil aceptación que haya pensado
en un gusano o una larva para ocupar su nívea flor de la amistad, sino en una
planta espinosa común en Aragón (según se ha llegado a proponer). La lectura
que razonablemente sugiere Ripoll y yo asumo, es ortiga no “oruga”. Probablemente la escritura rápida de un febril
Martí apresurado por las urgencias de la imprenta, no trazó muy nítidamente los
rasgos de la “t” y la “i” y ambas se “empastaron” como una “u” ante los
cansados ojos del linotipista…
Pocos
recuerdan, a partir del testimonio directo de quienes lo trataron y escucharon
(Blanche Zacharie de Baralt, Gonzalo de Quesada, Fermín Valdés Domínguez), que
José Martí, considerado el cubano por
excelencia… hablaba con una marcada entonación hispana. Ceceaba
castizamente, y esto era lógico si tenemos presente no sólo que era hijo de
españoles (el padre, valenciano, con un fuerte acento palatal, y la madre,
canaria, quizá con una más leve pronunciación isleña, más próxima a la cubana), pero además vive en España
durante dos etapas fundamentales y formativas: en la primera, siendo muy niño y cuando comenzó a hablar, en la paterna
Valencia; y luego, en la cual se presume haber sido becado por el gobierno
español, en las universidades de Madrid y Zaragoza, “donde abrió su corola la
poca flor de mi vida”, como confesó delicada y pícaramente, refiriéndose a lo
que parece fue su primera experiencia sexual.
Otro
rasgo de su personalidad de cubano atípico, es la casi inexistencia de algo que
pudiera considerarse como humor en su obra y su vida. Martí era sumamente serio
y solemne. Su buen amigo Fermín Valdés recuerda con cariñosa travesura la forma
hasta algo dramática en que su joven amigo se enamoraba… Sus amores debían ser
grandiosos, terribles y agónicos para ser tales. Siempre serio y tenso en sus
imágenes, con las manos rígidamente apretadas, sólo aparece sonriendo levemente
en una foto: cuando carga a su hijo en brazos.
Martí,
siempre atildado y severo en las fotos para la posteridad, enfundado en su permanente
traje oscuro, no fue realmente un modelo de cuidado personal para algunos de
sus meticulosos contemporáneos. En un poema titulado “Al buen Pedro”, le
ripostaba acremente a alguien que se atrevió a mencionarle andaba algo
desaseado y con el pelo demasiado largo:
Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras
porque tras mis orejas el cabello
en crespas ondas su caudal levanta:
¡Diles, bribón, que mientras tú en
festines,
en rubios caldos y en fragantes pomas,
entre mancebas del astuto Norte,
de tus esclavos el sudor sangriento,
torcido en oro lánguido bebes,
-Pensativo,
febril, pálido, grave,
mi pan rebano en solitaria mesa
pidiendo ¡oh triste! al aire sordo modo
de liberar de su infortunio al siervo
y de tu infamia a ti! Y en esos lances,
suéleme, Pedro, en la apretada bolsa
faltar la monedilla que reclama
con sus húmedas manos el barbero.
Martí,
no hay que olvidarlo, a pesar de su constitución física endeble y su esencia
poética, también tenía un carácter bastante fuerte. Algunas alusiones a partes
íntimas de su cuerpo que ponía como testigos de su hombría ante una ofensa
recibida de un malqueriente, son argumentos probatorios de su temperamento, y
cuando cierto osado ignorante le exigió explicaciones de sus actos, la
respuesta de él fue tan elegante como magnífica: “Quienes merecerían pedirme
cuentas de mis acciones, no lo hacen; y quienes lo hacen, no las merecen”.
Los
antiguos historiadores españoles (y algún cubano) más recalcitrantes, incluso
en sus primeras referencias, aludían a él como “Pepe Ginebrita” (aunque varios estudiosos creen que esto era por su
hijo José Francisco, el brigadier, según dicen algunos, algo aficionado a las
bebidas fuertes), refiriéndose a su inclinación por este licor de alto contenido
alcohólico. Otros aluden a su entusiasmo por el Vino de Coca Mariani (que después derivó hacia la hoy
universalmente conocida y popular Coca
Cola), elaborado con hojas de coca
en una época cuando todavía era legal (lo bebían, entre otros, el Papa León
XIII, la reina Victoria de Inglaterra y Thomas A. Edison), y hasta recomendó su
consumo. Recordemos que Sigmund Freud empleó la cocaína en sus tratamientos, y
dio el ejemplo consumiéndola él mismo ampliamente pocos años después.
Para
recordarnos que Martí era un ser humano, doliente y sufriente como otro
cualquiera, debemos tener presente que durante la mayor parte de su vida fue un
hombre enfermo, quien, además, no dedicaba tiempo para cuidarse debidamente.
Tuvo un padecimiento especialmente doloroso y muy íntimo: diagnosticado en su
época como sarcocele (no confundir
con la orquitis, que es de origen
viral), hoy los especialistas precisan que debió tratarse de una hidrocele o varicocele, que implicaba entonces la extirpación del testículo,
como prueban las operaciones a las que se sometió, el examen practicado durante
su necropsia por el Dr. Pablo A. Valencia, y el testimonio del Dr. Joaquín
Castillo Duany. Al parecer, según las investigaciones más recientes, este
padecimiento no tuvo que ver con el roce de la cadena que se le colocó durante
su prisión en las Canteras de San Lázaro durante su Presidio Político, pues no frotaba
la parte afectada sino otras, en las que sí dejó hondas huellas (cintura y
tobillo).
Además,
padecía de una conjuntivitis crónica,
que se acentuaba con una ptosis palpebral
diestra (caída de párpado derecho). A esto se añadía una broncolaringitis persistente (aunque no
fumaba regularmente), lo cual no le impedía subir velozmente las escaleras como
un “hombre ardilla”, según lo llamó su amigo Enrique Trujillo.
No
deja de llamar la atención que dejó muy pocas pertenencias materiales, aparte
de sus numerosos escritos: un grillete que fue donado por Carmen Mantilla a
Fulgencio Batista cuando los festejos por el Centenario en 1953, un revólver,
un sencillo escritorio, un sombrero, un manojo de retratos y una “almohadilla
de olor” bordada, obsequiada por “La Niña de Guatemala”, que estuvo durante muchos
años en la Fragua Martiana, donde supongo debe estar aún. Algunas de estas piezas
personales se reunieron en un precioso y muy raro libro: En honor del 100º Aniversario del Nacimiento de José Martí (1853-1953).
Álbum conmemorativo sobre su vida y muerte, del Dr. Dallos H. J. (París,
Imprenta Unión, 1951, con presentación del entonces Ministro de Educación
cubano, Aureliano Sánchez Arango; Dallos hizo otro libro similar un par de años
antes, sobre Simón Bolívar).
En
realidad, el trazo material más poderoso y perdurable de Martí es de celulosa, y no de otras sustancias
más macizas. Él es un cometa fugaz, con una breve e intensa existencia de 45
años, que deja atrás una cauda de papeles como huella de su paso. No hereda
bienes, sino dones. Su legado es de papel, es decir, algo volátil, moral y no
tangible. Paradójicamente, en él lo más endeble se hizo fuerte como el acero,
al influjo de su verbo fundador.
Por
eso mismo quizá el bien intencionado pero algo torpe Alfonso Reyes estuvo
interesado para recuperar en 1955 (dos años después de las grandes
celebraciones cubanas y continentales al Centenario del héroe) un pretendido
“gabán de Martí”, cuando recibió la amistosa y sabia advertencia de su amigo
dominicano (y casi cubano) Max Enríquez Ureña, quien le recomendó no se metiera
en semejante embrollo pues “los cubanos son sumamente susceptibles con
cualquier cosa que tenga que ver con su
Martí”, en especial cuando “estimen poco discreto mezclar reiteradamente el
nombre y el recuerdo de Martí con ardentías callejeras de perros en celo”.[1]
[1]
Véase nuestro libro: Alfonso Reyes:
Cartas a La Habana. Correspondencia de Alfonso Reyes con Max Henríquez Ureña,
José Antonio Ramos y Jorge Mañach. México, UNAM-Coordinación de
Humanidades, 1989. Colección Nueva Biblioteca Mexicana Nº 102. Edición Especial
Conmemorativa por el Centenario del Nacimiento de Alfonso Reyes. En especial:
páginas 77 a 86. También nuestro artículo: “El armario de Zenea y el gabán de
Martí” en Diario de Cuba: www.diariodecuba.com
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