Sunday, February 25, 2018

Hardman Hall o de cómo se inventa una guerra

Por Enrique Del Risco

Uno de los sitios que con más frecuencia usaron los exiliados cubanos en Nueva York para sus actos patrióticos fue el Hardman Hall situado en los números 138-140 de la Quinta Avenida. El Hardman Hall un salón creado por una famosa fábrica de pianos para exhibir sus productos y promoverlos a través de conciertos tal y como ocurría con otros locales usados por el exilio cubano como el Chickering Hall y el Steinway Hall. Allí Martí habló “en no menos de doce ocasiones entre 1889 y 1893” según el investigador Enrique López Mesa. La mayoría de estos eventos se daban en ocasión de fechas patrióticas como la del 10 de octubre cuya conmemoración tuvo por sede el Hardman Hall en los años 1889, 1890, 1891 y 1892. Pero ninguno de ellos fue más importante para el futuro de la historia cubana que el de 1891. No tanto por el contenido del discurso en sí sino por las circunstancias en que se dio y por la cadena de hechos que de él se derivaron.  
El 10 de octubre de 1891 pudo haber sido una fecha más en el calendario patriótico del exilio cubano de Nueva York. Ese día se celebraba el 23 aniversario del inicio de la primera guerra de independencia cubana sin que el estado de cosas en Cuba o en el exilio presagiase la proximidad de la guerra definitiva por la que año tras año se clamaba por esas fechas. No contando siquiera con la superstición de los números redondos poco se podía esperar. Lo cierto es que ese día sin que nadie lo pudiera constatar se inició el proceso que llevaría a la creación del Partido Revolucionario Cubano, dirigido por Martí y de ahí a la preparación y arranque de la guerra que anualmente se anunciaba como inevitable.
En su libro José Martí: letras y huellas desconocidas el estudioso Carlos Ripoll da una convincente versión de lo que debió suceder aquella noche. Contrariamente a lo que la mayoría de los historiadores da a entender, (aunque sin atreverse a afirmarlo directamente), a inicios de la década de los 90 el exilio cubano no era precisamente un hervidero de entusiasmo ni Martí su líder indiscutible. A principios de 1891 sólo se mantenía activo en Nueva York el club “Los Independientes”, fundado en Brooklyn tres años antes. El propósito de esta organización se reducía a recaudar fondos para cuando pudiera iniciarse una acción militar contra España. Sin embargo, los modestos trabajos de ese grupo separatista lograron atraer la atención del diario The New York Herald. Allí, con el objeto de alarmar a España y forzarla a respaldar acuerdos comerciales que le convenían al Ministro de Estado norteamericano, James G. Blaine, fue publicado un extenso artículo en el que se daba mayor importancia de la que en realidad tenían a las actividades revolucionarias de los cubanos. En la edición dominical del 13 de septiembre salió bajo estos titulares: “Cuba Determined to be Free from Spain; The Cuban Colony in this City Raising Funds and Preparing for Another Revolution” (Ripoll.1976.101). 
“La colonia cubana en esta ciudad —declaraba el artículo— no es grande. No es rica colectivamente ni es tan influyente como las colonias de otras naciones extranjeras pero es más unida que cualquier otra colonia extranjera a excepción, quizás, de la china, y es más fervorosamente patriótica”. 
El artículo daba por hecho el estallido inminente de una nueva guerra por la independencia. Exageraba, entre otras cosas, el número de miembros del club elevándolos a “dos millares de miembros juramentados para empuñar las armas en cuanto empezara otra insurrección en Cuba”.
En principio los representantes españoles en los Estados Unidos no le dieron importancia a tales declaraciones. El embajador español en Washington, al tanto de los movimientos de los emigrados cubanos comentaba a las autoridades de Madrid: “… La maravillosa facultad creativa de los Yankees ha convertido la caja del club en una manigua y ha hecho de cada dollar un filibustero”(103). En cambio, la reacción de la comunidad exiliada fue muy diferente: deseaba creer en los avances de los trabajos conspirativos y en la inminencia de la guerra que conseguiría la independencia para Cuba. Por ello acudió en masa al acto en el Hardman Hall. “Hacía años que no se lograba reunir a tantos cubanos en una fiesta patriótica. Entre los oradores se encontraban Gonzalo de Quesada, Rafael de Castro Palomino y Rafael Serra, presidente la SociedadProtectora de la Instrucción La Liga. El discurso que cerraba la noche estuvo a cargo de Martí.
Artículo sobre el evento en Hardman Hall
La celebración de discursos en Nueva York se había convertido, como habíamos dicho, en una suerte de rutina patriótica del exilio cubano neoyorquino y a Martí en su principal oficiante. Sin embargo Martí se cuidó de convertir esta ocasión recurrente en ejercicio gratuito de retórica y, lejos desmentir los rumores sobre los supuestos preparativos de guerra desde el inicio del discurso dio a entender –oscuramente- que los rumores que lo dicho en el artículo del New York Herald el mes anterior era cierto.

Venimos a caballo como el año pasado, a anunciar que al caballo le ha ido bien; que las jornadas que se andan en la sombra son también jornadas; […] que no es la hora todavía de soltarle el freno a la cabalgadura, pero que la cincha se la hemos puesto ya, y la venda se la hemos quitado ya, y la silla se la vamos a poner […] ¡A caballo venimos este año, lo mismo que el pasado, sólo que esta caballería anda por donde se vence, y por donde no la oye andar el enemigo! [Los subrayados son míos]
En el informe que hizo del discurso un espía al servicio de España hizo notar una “particularidad notable”: “No se insultó a España ni a sus hijos, y se mencionó entre aplausos y vivas el de los españoles liberales y honrados que han perecido por el derecho, la justicia y la libertad de América”.
Como si quisiera reforzar la impresión de que los preparativos para la guerra se hallaban muy avanzados al día siguiente de su discurso Martí dio un paso cargado de dramatismo: presentar la renuncia a sus puestos consulares de las repúblicas de Argentina, Paraguay y Uruguay en la ciudad. Ciertamente sus declaraciones en el discurso eran incompatibles con su condición de representante de un país que tenía relaciones con España pero no es menos cierto que no era la primera vez que Martí pronunciaba discursos de este cariz siendo representante consular. Dicho gesto le daba un peso adicional a su discurso. Si Martí estaba dispuesto a renunciar a un consulado por un discurso ¿qué no estaría dispuesto a hacer por la libertad de Cuba? Al margen de cualquier especulación lo cierto es que tanto el discurso como las renuncias fueron eficaces a la hora de atraer la atención tanto de las autoridades españolas como del exilio cubano. Enrique Trujillo, contemporáneo suyo, comentaba en 1896 que “la determinación del señor Martí le llenó de admiradores y su acción fue comentada favorablemente y repercutida [sic] en Cuba, en la América Latina y hasta en España”. (Ripoll.1976.111)
 El éxito oratorio junto a su renuncia a su condición de cónsul múltiple (retendría el de cónsul uruguayo por un tiempo más) agrandó la figura de Martí ante los ojos del resto de los emigrados del país. Al mes siguiente fue invitado a hablar en Tampa donde tuvo un éxito apoteósico gracias a dos de sus más memorables discursos, pronunciados en noches consecutivas: “Con todos y para el bien de todos” (26 de noviembre) y “Los pinos nuevos” (27 de noviembre). Poco después viajó invitado a Cayo Hueso con resultado similar. A su regreso a Nueva York de su viaje a Cayo Hueso Martí se había convertido en líder indiscutible del exilio en Estados Unidos. Al año siguiente se fundaría el Partido Revolucionario Cubano encargado de organizar la guerra.
No pretendo sugerir aquí que el liderazgo de Martí, la creación del Partido Revolucionario Cubano y la organización de la última guerra de independencia cubana fuera solo el resultado de una de las tantas exageraciones en que incurre la práctica periodística y de su manipulación por parte del cubano. Al insistir en las circunstancias que rodearon estos hechos sólo intento subrayar la contingencia de un proceso histórico al que generalmente se le ha dado una explicación providencial, mítica. El entusiasmo despertado por el fantasioso artículo del The New York Herald se habría disipado en los meses siguientes si Martí no se hubiera estado preparando desde hacía tiempo para aprovechar, inflar y, sobre todo, darle sentido a la primera circunstancia favorable una vez que se presentase.

El Hardman Hall se trasladó años después a otro edificio en el 433 Fifth Avenue pero en el 138 de la Quinta Avenida, queda, tras varias modificaciones el edificio donde se conjuraron las circunstancias para convertir un discurso en el germen de la última guerra de independencia cubana.

138 Fifh Ave., Nueva York, Foto del autor



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