Monday, April 30, 2018

Respuesta al discurso del académico Jorge Ignacio Domínguez*

Por Enrique Del Risco
Como a cualquier historiador de raza a Jorge Ignacio Domínguez le apasiona hurgar en detalles que no le interesan a nadie para hablarnos de asuntos que nos atañen a todos. Sus obsesiones se nos revelan entonces no como majaderías sino como nudo esencial de un tejido de causalidades que nos justifican como habitantes de alguna provincia del universo. Historiadores como Domínguez viajan al pasado no para revolverlo –como buscando algún escándalo fósil- sino para poner las cosas en su lugar, un lugar que hasta ahora mismo ignorábamos. Un lugar que por muy cómodo que nos resulte termina siendo, como nuestro investigador demuestra, esencialmente falso.
Algo así ocurre con su estudio sobre la figura de Rodolfo de Lagardere y la polémica que sostuvo con Benjamín de Céspedes a raíz de que publicara el libro La prostitución en la ciudad La Habana. Lo de menos es la relativa fama del libro que en 1888, a apenas veinte días de publicado ya alcanzaba los dos mil quinientos ejemplares vendidos, cifra mostruosa para la época. Tampoco importa el olvido con que la posteridad ha cubierto a su contradictor. Lo importante acá es lo que representan las dos posiciones a debate. En este caso el libro de Benjamín de Céspedes se presentaba en sociedad nada menos que con un prólogo de Enrique José Varona. Varona era a la sazón miembro del Partido Autonomista –organización que arde en el infierno de los historiadores partidarios póstumos del independentismo- pero la redención posterior de Varona como sustituto de Martí al frente del periódico Patria; como arquitecto del sistema educativo de la república; y como crítico del autoritarismo de Machado lo convierten en un intocable del discurso nacionalista, sea castrista o su reverso. Del otro lado del debate hallamos a un periodista “mulato nacido en Barcelona, integrista a ultranza, católico ultramontano y enemigo de Darwin y del naturalismo, tanto en filosofía como en literatura” como lo define Domínguez. Eso le ha bastado a algún que otro historiador para escoger partido resuelto por de Céspedes: cualquier otra opción equivaldría a alinearse con sus críticos que es casi lo mismo que marchar con los voluntarios, gritar “Viva Cuba española” y fusilar estudiantes de medicina.
Jorge Ignacio Domínguez entiende que la misión de un historiador no es alinearse póstumamente con bandos ya desaparecidos sino entender el tiempo en que transcurrió ese enfrentamiento. Dialogar con ese tiempo a ver qué tiene que decirnos. El texto de Domínguez nos habla de un tiempo mucho más complejo y por tanto más interesante y aleccionador que el que airean otros investigadores del mismo período. Mucho más interesante que tomar partido es recordarnos que ni el bando que favorecía la independencia (aunque fuera por la vía sutil de ensañarse con la prostitución) era un dechado de virtudes ni a los integristas carecían absolutamente de razones en sus debates. Domínguez nos hace ver incluso -sin decirlo directamente- que aquel dictum de Martí de que “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro” no era necesariamente convicción universal de los partidarios de la independencia. De alguna manera Domínguez nos alerta de que cuando Martí escribió el artículo “Mi raza” trataba de conjurar el racismo que existía dentro del propio movimiento independentista y que amenazaba la existencia misma de la república que proyectaba.
Pero me resulta todavía más importante que Domínguez nos recuerde que la realidad -sea presente o pasada- se resistirá a acomodarse a nuestras siempre efímeras conveniencias. Domínguez viene a insistirnos que el pasado es como es y es mejor que lo aceptemos como tal si no queremos que nos engañe. A aceptar, por ejemplo, que en el bando de la independencia había muchos que soñaban con una república blanca e incontaminada. Personajes que, como el médico Benjamín de Céspedes, podían referirse a la pasada guerra de independencia como “gloriosa Revolución política y social” y afirmar a su vez que esta había sido asunto casi exclusivo de blancos. “Seguiré creyendo siempre que la Revolución no fue la obra del pueblo cubano, -dice de Céspedes en su libro- sino de una clase limitada de ese mismo pueblo: la más sana en sus costumbres, menos enervada por los vicios, más viril y sin mezclas por el contacto con otras razas». Y Domínguez no solo nos advierte que se podía ser (como es descrito de Céspedes por uno de sus contemporáneos) “librepensador en asuntos religiosos, seguidor de la corriente experimentalista en cuestiones científicas y, en política, un demócrata con tendencias socialistas” y al mismo tiempo un redomado racista. No por gusto Domínguez nos muestra a su contraparte el periodista Rodolfo de Lagardere como alguien que insiste, al mismo tiempo, en defender el colonialismo español y en criticar el racismo de de Céspedes. O a los partidarios de la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Lagardere aparece en el texto de Domínguez como representante de una clase intelectual de raíces africanas que era a finales del siglo XIX cubano mucho más amplia y compleja de lo que se suele aceptar. Y menos predecible porque en ella cabían muchas más posiciones y matices que la que le asignan los historiadores al uso.
Domínguez también apunta a un fenómeno que me habría gustado que desarrollara más. Es este un fenómeno endémico de finales del siglo XIX del que, sin embargo, pueden hallarse equivalentes en nuestra época. Me refiero a una confianza infinita en el desarrollo de las ciencias como guía del progreso indetenible de la humanidad. Junto a muchas consecuencias positivas y duraderas esta confianza en hallazgos científicos como las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies inspiró lo mismo la criminalística lombrosiana que el racismo ario de los nazis. Similar fe en la ciencia animaba a los positivistas y progresistas tropicales que como Benjamín de Céspedes acusaban al colonialismo español de haber convertido a Cuba en “un depósito de Nigricia [entiéndase África] que nos deshonra, reproduciendo las mismas costumbres salvajes de esos países” y verían en la independencia una oportunidad única para la limpieza racial.
Ejemplo de esta confianza infinita en la ciencia frente a la prédica religiosa lo da el venerado Enrique José Varona en el propio prólogo de La prostitución en la ciudad de La Habana al decir:
En nuestra época, hastiada de las quimeras de lo sobrenatural, la pesquisa sincera de la verdad sustituye á los antiguos ideales que ponían en un mundo trascendente la explicación de lo real, la norma de la vida y el fin de la humanidad. La ciencia escruta la naturaleza y penetra en su gran laboratorio, haciendo al hombre colaborador inteligente de sus ocultas obras; la ciencia estudia al hombre, aislado y en sociedad, lo analiza y descompone, y le enseña á conocerse y á regirse. Le da la voz de alerta para que se precava, le muestra la sanción ineludible que las leyes naturales saben imponer á sus transgresores, y al mismo tiempo le enseña cómo puede fortificarse contra las causas de destrucción, llámense enfermedad, vicio, ó injusticia. Enseña al hombre físico que hay un conjunto de reglas, que constituyen la higiene, y lo ponen á salvo de terribles dolencias; enseña al hombre social, que hay una higiene superior que se llama la moral, que garantiza á las sociedades contra males más destructores que la peste  
[E]s mucha la ignorancia que pasa por sabiduría” escribe Martí en su famoso artículo “Mi raza” como si le respondiera a Varona. Al hurgar en los argumentos que aporta Lagardere al debate con Benjamín de Céspedes nuestro nuevo miembro de la academia hace bastante más que enfrentar una fe con otra. Domínguez nos avisa que por justificadas y actuales que nos parezcan nuestras convicciones estas suelen evolucionar mal y envejecer peor si no se asumen con mesura, sentido común y respeto básico por nuestros semejantes. Ante la arrogancia científica con que de Céspedes justifica su racismo Lagardere prefiere extraer de sus convicciones cristianas el fundamento de un reclamo de igualdad racial. De ahí que afirme que “Jesús murió […] por los americanos y los asiáticos, los africanos y los europeos, murió por todos los hijos de Adán, por todos los hombres”. Lagardere extrae sus argumentos de su fe religiosa pero también de su necesidad de ser respetado como cualquier otro ser humano, ese mínimo de dignidad humana que reclamamos para nosotros y por tanto estamos obligados a reconocer hasta en nuestros peores enemigos.

Mucho más se puede decir de los términos del  debate que Jorge Ignacio Domínguez trae a colación sobre uno de los libros cubanos más leídos y discutidos en su época. Porque no fueron solo los afrodescendientes los que pudieron sentirse ofendidos por La prostitución en la ciudad de La Habana. En dicho libro su autor, obsesionado por su ímpetu purificador, fustiga tanto a los negros y mestizos como a las mujeres, los españoles, los asiáticos, las trabajadoras sexuales; o arremete contra los géneros bailables más populares del momento como el yambú y el danzón. La defensa que hacen las diferentes partes implicadas de los derechos y la dignidad de negros, mujeres, e inmigrantes le da una sorprendente vigencia a este debate frente a un doctor que enarbolaba las banderas del progreso. Hoy, cuando la palabra progreso no ve en las minorías un obstáculo sino instrumento para prestigiarse, la tentación de renunciar a la lucidez en nombre de valores súbitamente absolutos conserva la misma fuerza. En tal contexto la relectura de este debate puede ser muy productiva si logramos entrar en él liberados de preconcepciones y ortodoxias.
Si de algo peca el discurso de alguien que sin dudas honrará esta academia como mismo hoy ella lo honra a él es el de no adentrarse más en las direcciones que señala su estudio. Pero no le echemos en cara la cortesía de la brevedad, cortesía a la que empezaré a faltar si no me despido ahora mismo.
Bienvenido entonces a nuestra academia Jorge Ignacio Domínguez con ese discurso que resulta modo ejemplar de acceder a ella.

*Leído el pasado sábado 28 de abril de 2018.


Sunday, April 29, 2018

Discurso de investidura del académico Jorge Ignacio Domínguez López

Rodolfo de Lagardere, el sueño de una Cuba mulata y española*

Se cuenta que Eugenio Surín, uno de los líderes del Partido Independiente de Color, en una ocasión “se interrumpió en medio de uno de sus discursos incendiarios, para decir que no podía continuar en el uso de la palabra, porque el cuello de la camisa, por ser blanco, le asfixiaba”1.
La anécdota la cuentan sus enemigos, los periodistas Rafael Conte y José M. Capmany, en su libro Guerra de razas (Negros contra Blancos en Cuba).
Y cuentan también Conte y Capmany que el líder de los Independientes de Color Evaristo Estenoz, en un discurso en Guantánamo, en los días que precedieron a la Guerra de 1912, dijo que “después del triunfo del Partido Independiente de Color, los mulatos, que hasta el presente habían sido producto del cruzamiento del blanco y la negra, nacerían de la unión del negro con la blanca”2.
Con esas citas, los autores llevan la intención de descalificar a Surín y Estenoz, sin preguntarse por las razones de la asfixia ni por el origen más común de los mulatos durante los cuatro siglos, o la violencia y el abuso que ese origen supone.
Sabemos, por supuesto, quién escribe la historia, y Estenoz profesó una larga amistad con la derrota: había estado preso durante la primera intervención norteamericana, se había levantado en armas contra la reelección de Estrada Palma en 1906, y fue el líder de los Independientes de Color en la Guerra de 1912, que terminaría con su muerte y la de miles de cubanos negros.
Había sido, por tanto, testigo de excepción del cumplimiento de los tres destinos infaustos que profetizaron quienes se oponían a la independencia, y no solo ellos: el peligro de la dominación americana, la supuesta incapacidad de los cubanos para el autogobierno, y la amenaza de una guerra de razas en una Cuba independiente.
Rodolfo de Lagardere
Desde el Pacto del Zanjón hasta el Maine, esos tres mitos malditos habían imantado el discurso de integristas y autonomistas. Uno de sus más curiosos expositores es hoy una figura olvidada: Rodolfo de Lagardere. Se le recuerda poco, y cuando se lo menciona es usualmente para vituperarlo.
La condena es expedita y las razones irrebatibles. Lagardere era un mulato nacido en Barcelona, integrista a ultranza, católico ultramontano y enemigo de Darwin y del naturalismo, tanto en filosofía como en literatura. ¿Valdría la pena acaso detenerse en su figura?
Casi todo lo que sabemos de su biografía fue escrito por un adversario. Los detalles de su origen se pueden hallar en un libro implacable escrito por Martín Morúa Delgado y publicado en Nueva York en 1882: Dos apuntes: Biografía de dos langostas que parecen hombres3.
Es un retrato mordaz y devastador, como el mismo título anuncia. Morúa acusa a Lagardere de ser un agente pagado por el gobierno español para promover la causa del integrismo entre la población negra de Cuba; de ser mal amigo, cobarde, informante de la policía, ladrón, ampuloso y ridículo. Sobre los rasgos de su carácter sería difícil pronunciarse sin pruebas. Su prosa, sin embargo, justifica las acusaciones de ridiculez y ampulosidad.
En su libro, Morúa explica que el abuelo de Lagardere, Pedro Blanco, era un traficante de esclavos catalán establecido en La Habana que, por intereses “comerciales”, se había casado con la hija del rey africano al que le compraba los prisioneros que traía a América como esclavos. De esa unión nació Rosa, la madre de Lagardere. Educada en Francia, Rosa hablaba el español con dificultad. Quizás el primer idioma de Lagardere haya sido el francés. Su verdadero nombre era Rodolfo Fernández-Trava.
Según Morúa, él y Lagardere habían sido amigos. En los años inmediatamente posteriores a la Guerra de los Diez Años, bajo el seudónimo de El Mandinga, Lagardere se había convertido en un columnista muy popular, especialmente entre la población negra de la Isla. En esa época, Morúa había sido uno de sus admiradores. Y Lagardere lo había guiado y ayudado en sus primeros pasos en el mundillo literario de la Cuba de entreguerras. Según el libro de Morúa, en un debate periodístico, Lagardere le recordó esa admiración antigua y aquellos favores. Morúa acepta en su libro la exactitud de esos detalles, pero es evidente que el recordatorio no aminoró su enemistad.
Cuba no es Venecia: contra la autonomía
Y sin embargo, no todo es integrismo y ampulosidad en Lagardere. En 1887, publica un folleto con el curioso título de La cuestión social de Cuba: Cuba no es Venecia. Es una denuncia contra los autonomistas, contra la idea misma de la autonomía de Cuba. Entre sus razones menciona algunas que no son las que normalmente identificamos con el integrismos español: la igualdad racial y lo que hoy llamaríamos “la multiculturalidad” de la nación. Para Lagardere, cuanta mayor autonomía tuviese la Isla, menos espacio y menos dignidad habría en ella para los cubanos negros:
“…la autonomía jamás marchará hacia el magnífico ideal de la abolición de razas, la abolición de castas. Antes al contrario, perpetuará la libertad mutilada, el derecho de libertad abolido por el derecho del color. […] en ese gobierno serían imposible los procedimientos verdaderamente democráticos y los antiguos esclavos se convertirían en eternos menores4.
Su segunda razón esencial contra el autonomismo es, según él, su inviabilidad. Lagardere comenta que los autonomistas, necesariamente, terminarán siendo partidarios de una guerra de independencia o de la anexión: “La historia dirá en su día, hasta qué punto me he equivocado; pero yo declaro, en honor de los autonomistas, que por todas partes se echarán en brazos de la guerra social o del extranjero, POR HUIR DE MADRID y no hacer abdicaciones que ellos creen vergonzosas, porque no nacerían de sus corazones”5.
Para Lagardere “Cuba no es Venecia” porque sus vínculos con España son mucho más poderosos que los que Venecia podría tener en esa época con el imperio de los Hapsburgos o los Bonaparte. Y, por otro lado, apunta Lagardere, España es ya un abanico de etnias y culturas en el que los cubanos de cualquier color u origen cabrían naturalmente:
Grandes diferencias de raza, de intereses, de costumbres, de dialectos, de clima y hasta de historia, separan una de otras a las provincias de la madre patria. Estudiad el carácter del andaluz y encontraréis un español distinto al catalán […] Tratad al aragonés y no dudareis en llamar extranjero al navarro. Y sin embargo, la Patria España concierta estas antítesis de la naturaleza y de la historia, del carácter y de la tradición.6
En esa patria ecuménica, piensa Lagardere, ¿por qué no iban a caber los descendientes de españoles y africanos que pueblan la isla de Cuba? [Uno se pregunta que diría un Carles Puigdemont de semejante idea, por supuesto.] Lo que hace a Lagardere una rara avis son las peculiares razones de su crítica contra el autonomismo y el separatismo. Su condición de mulato, nieto de traficante de esclavos y princesa africana, nacido en España y residente en Cuba, lo pone en el centro de todas las encrucijadas del final de la colonia, y le da una perspectiva propia.
Así como sostiene que gallegos y catalanes son españoles por igual, asume que negar a los españoles su lugar en la Isla es tan imposible como excluir de su fuero a los africanos traídos como esclavos o a sus descendientes: “Aquí y en Puerto Rico, no se es descendiente sino de los españoles europeos o de los negros africanos. […] Aquí y en Puerto Rico, nadie puede llamar forastero al español europeo, ni al moreno de nación”.7 
Blancos y negros: contra el racismo
Al año siguiente, en agosto de 1888, el Dr. Benjamín de Céspedes publica su libro La prostitución en la ciudad de La Habana. Lagardere tenía ante sí a su adversario ideal. De Céspedes, médico de familia acaudalada, había estudiado en Francia y España, era separatista, profesaba un criollismo ingenuo y extremista, y en sus ratos libres era presidente de la Liga Anticlerical de la Isla de Cuba. Fue colaborador de La Habana Elegante y otras revistas literarias habaneras. Predicaba también, como lo demuestra en su libro, el racismo más extremo y abominable que se pueda hallar quizá en la historia impresa de Cuba.
El libro de De Céspedes fue prologado elogiosamente por Enrique José Varona. En ese prólogo, nuestro “insigne filósofo y pedagogo” se refiere a los cubanos de origen asiático como chinos decrépitos en el vicio” y a los venidos de África como “piaras de ganado negro”. Vale la pena recordar que siete años después, Varona sucedería a José Martí como director del periódico Patria.
Sin citar profusamente su libro es difícil hacerse una idea exacta de la intensidad del racismo de Benjamín de  Céspedes; ni aquilatar con justicia la crítica de Lagardere. Por ejemplo, De Céspedes afirma:
Una fatalidad antiquísima, verdadera desgracia moral heredada, corroe la infeliz raza de color, explotada ayer como servil instrumento de trabajo, y hoy como carne de lujuria. Pero esa raza impenitente, después de diez años de redención, es hoy más esclava que nunca, de su indolencia, sus vicios y depravaciones. Si al menos como el estiércol aislado, ella se destruyera sin contagios, en su podredumbre; pero no, su contacto íntimo inficiona [sic] todo cuanto toca; la raza de nuestras desgracias, habrá de servir de vehículo también de nuestras miserias.
[…]
En el organismo linfático de la sociedad cubana, el abceso [sic] supurante de la prostitución radica en las costumbres de la raza de color [...] las uniones carnales más peligrosas para la salud y la moral pública, son las que se establecen entre individuos de diferentes razas y condiciones.9
Es difícil no leer esos calificativos —estiércol, podredumbre, contagio, infección, absceso— y no pensar en las expresiones del racismo genocida que hemos conocido en el siglo XX.
Para Lagardere, De Céspedes es el ejemplo exacto de todos los males que él ha combatido. De Céspedes es anticlerical, darwiniano y separatista. Y para Lagardere los tres se complementan. El darwinismo supone la negación de Dios y el racismo, el rechazo a la Iglesia Católica lleva al rechazo de la herencia española, al separatismo. Para Lagardere el resultado de esta mezcla será una Cuba independiente, irreligiosa y racista.
En 1889, Lagardere responde a De Céspedes con un folleto de 50 páginas que titula Blancos y negros, refutación al libro «La prostitución», del Dr. Céspedes. 
 […] ¿qué cargos, qué serios cargos no podría hacer yo a la raza a que no dudo pertenezca el Dr. Céspedes, empeñado en encerrar la personalidad del negro en el ataúd de plomo de las genealogías y del privilegio del color, y empeñado en desdeñar de la manera más injuriosa, al tenido por él, inferior a los brutos, a las aves y a los peces? ¿No temerá el Dr. Céspedes el juicio, impregnado con lágrimas de los que mañana escriban y dirijan su ojo perscrutador [sic] sobre esa democracia criolla-blanca-sin igualdad, democracia que ha destinado a los negros como los caballos padres en las yeguadas, que ha relegado a ser meros comparsas, sin voz ni voto […] y ha mantenido a los ayer esclavos en la más crasa ignorancia por medio de grandes cábalas políticas, de tremendos engaños y de sofísticas mentiras? ¿No temerán esos blancos que comulgan en los mismos altares que comulga el Dr. Céspedes […] no temerán el fallo de la historia por haber perpetuado a los negros, mucho tiempo y por razones de conveniencia, en instituciones como la Esclavitud [sic], opuestas a su naturaleza y a su voluntad? 10
Aunque la mayoría de las invectivas de De Céspedes van contra la raza negra, su lista de “excluibles” y despreciables es mucho larga. Su libro de 200 páginas es un concilio ecuménico de odios numerosos. Lagardere se concentra en la defensa de la raza negra, pero también responde a sus diatribas contra de los chinos, las mujeres, los peninsulares y las prostitutas.
Su breve libro es también un ajuste de cuentas con el racismo cubano del siglo XIX. De José Antonio Saco dice que “murió de espanto, de miedo a los negros, ¡los pobres negros!”11.
La base de su oposición al racismo darwinista de De Céspedes es la doctrina cristiana y lo que él llama “la unidad adámica”. Para Lagardere, más allá incluso de la ética, el racismo es un sinsentido porque todos somos hijos de Adán. “Dios hizo que todo el humano linaje saliera de un solo hombre”, dice citando a San Pablo. Y la prueba de ello es la muerte de Cristo, por todos, en el Calvario. “La inteligencia no es blanca, no es negra, ni tiene colores. Jesús murió […] por los americanos y los asiáticos, los africanos y los europeos, murió por todos los hijos de Adán, por todos los hombres”.12
Otra diferencia irreconciliable entre De Céspedes y Lagardere —y quizás la más significativa para el futuro de aquella Isla en la encrucijada— es la idea que ambos tienen de la mezcla de razas. Para De Céspedes “las uniones carnales más peligrosas para la salud y la moral pública, son las que se establecen entre individuos de diferentes razas y condiciones. De esta mancomunidad viciosa de las razas, brotará el tipo mestizo: la mulata”.13
Para Lagardere, por el contrario, “las razas más enérgicas que han aparecido sobre la tierra han sido producidas por la mezcla de elementos opuestos, por ejemplo, la mezcla del blanco con la mujer negra; elementos que dan por resultado el poderoso mundo mulato de extraordinario vigor, y capaz por sí solo de regenerar a las razas enfermizas que aquí en América languidecen, se debilitan, se extinguen y sucumben bajo el peso de la falsa bandera de los Estados Unidos”.14

Marinos y pequeñeces, contra la anexión

En 1901, Lagardere publica Marinos y pequeñeces. El mundo que defendía en sus obras anteriores había terminado con la intervención de Estados Unidos en la Guerra del 95 y el fin del dominio español. Benjamín de Céspedes para esa época estaba establecido en Costa Rica. Varona, que había nadado en ambas direcciones entre las dos aguas del autonomismo y el independentismo, era entonces funcionario del gobierno interventor norteamericano… aunque más tarde sería antiimperialista radical.
Morúa Delgado, autonomista también ayer antes de abrazar la causa de la independencia, había regresado a Cuba para participar en la Convención y oponerse a la mención de Dios en el primer artículo de la Constitución.
Lagardere es el único que parece no haber cambiado mucho. Sigue preocupado —ahora mucho más— por el destino de su Cuba española. En su libro se opone a la Enmienda Platt, a la que ve como el preludio de la anexión. Al contrario de Varona, elige ser antiimperialista a la hora en que es menos conveniente.
Los americanos, demasiado astutos, tenían necesidad de violentarlo todo, de atropellarlo todo, no en nombre de los derechos de la humanidad, que en ellos es una palabrería, sino en nombre de los altos intereses de la política. No querían tener inseguridad en su destino. Desaparecida España de América, lo demás vendrá por añadidura, y ha venido por desgracia.15
Y por supuesto, continúa a la defensa de la igualdad racial, a contrapelo de la ciencia al uso, una igualdad que él ve fundada en el cristianismo: “Las razas no son más que las diversas manifestaciones de la especie. La Ciencia concluirá por armonizarse con el Evangelio”.16
Para oponerse a la dominación americana, denuncia a “los majaderos que quieren injertar en las gargantas cubanas, voces inglesas”. Dice: “ni Gualberto Gómez, ni Sanguily, ni Giberga, ni González Llorente, renegarán nunca de la lengua castellana; pues renegar de la lengua de Cervantes, sería renegar a la patria cubana, al espíritu latino”.17
En la lengua española ve ya la posibilidad de reconciliación entre Cuba y España cuando habla de esa “lengua sublime, esa imponderable  y sonora lengua castellana, en la cual relatan los cubanos las glorias militares de un Maceo y los españoles relatamos los melancólicos pero gloriosos desastres de un Cervera”.18
Marinos y pequeñeces es, sobre todo, un lamento por la derrota de España ante Estados Unidos y el fin del Imperio Español, que para Lagardere significó el fin de su mundo personal. Si denuncia a los americanos por la intervención, y a los cubanos por adoptar el spanglish, también denuncia a los peninsulares, o a cierta tendencia dentro de la sociedad española, por haber provocado la catástrofe. El tono es melancólico, quijotesco y reaccionario, todo a la vez y todo en extremo:
“Los caballeros católicos del siglo XVI, hicieron de España la reina de las naciones. ¿Qué han hecho de España los partidarios del himno de Riego y de la electricidad? ¿Qué han hecho de España los utopistas que hacen novelas en el orden especulativo y tienen poder bastante para fascinar á las muchedumbres? Que respondan esas dos vergüenzas: Cavite primero, Santiago de Cuba después. Que respondan nuestras escuadras sumergidas en el fondo del Océano, nuestros soldados evacuando de la Habana”.19
Su conclusión es filosófica, pero igualmente desoladora: “Al costoso precio de nuestra ruina, hemos pagado las lecciones de Kant”20.
Resumen de la sesión de Cortes del Congreso de Diputados español del 23 de noviembre de 1881 donde en el punto 14 aparece la petición Rodolfo Fernández de Trava, más conocido como Rodolfo de Lagardere, de que se declare la abolición completa de la esclavitud en la isla de Cuba 
La historia de su olvido
Es difícil rastrear su nombre en los archivos (o al menos en Google Books) después de ese libro. Su nombre, como su mundo, desparece con la escuadra de Cervera. Tras rechazar la electricidad, su nombre queda en la sombra.
Pero perduran, testarudas, sus preguntas y sus obsesiones. Son el desmentido constante de la dicotomía falsa en que hemos parcelado nuestro siglo XIX, y que nos hace ver dos bandos donde hubo un abanico de sueños; y que nos hace identificar, con peligroso infantilismo, a uno de esos bandos como portador de todo lo que hoy nos parece deleznable, y al otro como dueño de las ideas que están de moda esta primavera.
Quienes hablan de “estar del lado equivocado de la historia” nunca se preguntan si la historia misma está siempre del lado correcto. En la mayor parte de las ocasiones, la historia no tiene ningún lado bueno, y uno sólo puede aspirar a ponerse del lado de la verdad y el bien, en la medida en que cada cual sea capaz de hacerlo.
Rodolfo de Lagardere estuvo siempre “del lado equivocado de la historia”. ¿Cómo se podía explicar que la España cristiana que él defendía hubiese practicado la esclavitud por cuatro siglos en América? ¿No negaba ese simple dato todas sus tesis? Y sin embargo, en su defensa de la raza negra, y de la igualdad de todas las razas, y en los peligros que anunció para el futuro de la Isla, y en su denuncia del racismo que muchos separatistas profesaban, fue más lúcido que sus críticos.
Ninguno de ellos fue más implacable que Martín Morúa Delgado. Sería Morúa Delgado —sin duda para escándalo de Lagardere— quien se opondría a la mención de Dios en la Constituyente que sesionaba en el Teatro Martí en los mismos días en que Lagardere escribía en su casa, por cuenta propia, Marinos y pequeñeces.
Una década más tarde, presentaría Morúa ante el Senado la enmienda al Artículo 17 de la ley electoral que llevaría su nombre, y que en la práctica ilegalizó el Partido Independiente de Color. Aprobada tras su muerte, la enmienda provocaría al cabo la Guerra de 1912 y la masacre de miles de miembros del Partido Independiente de Color, y el asesinato de su líder, Evaristo Estenoz, aquel mulato, hijo de hombre blanco y mujer negra —como Morúa, como Lagardere— que soñó con invertir la fórmula de la fusión de razas en Cuba; esa fusión que espantaba a Saco y a Benjamín de Céspedes, y que Rodolfo Lagardere presintió que era nuestra única redención.

*Discurso pronunciado el sábado 28 de abril de 2018


Bibliografía
1. “Conte, Rafael, y José M. Capmany. Guerra de razas (Negros contra Blancos en Cuba), página 20. Imprenta MILITAR de Antonio Perez. La Habana, 1912. Conte y Capmany atribuyen a frase a “Eugenio” Surín. Podría tratarse de un error, pues ese nombre no aparece usualmente mencionado entre los líderes del PIC,  sino el de “Gregorio Surín”.
2. Ibídem, página 19.
3.   Morúa Delgado, Martín. Dos apuntes: Biografía de dos langostas que parecen hombres, Imprenta de Hallet y Breen, Nueva York, 1882
4.   Lagardere, Rodolfo de. La cuestión social de Cuba: Cuba no es Venecia, pág. 29. Tipografía "La Universal", La Habana, 1887
5.   Ibídem, página 20.
6.   Ibídem, página 41.
7.   Ibídem, página 45.
8.   Céspedes, Benjamín de. La prostitución en la ciudad de La Habana, Establecimiento Tipográfico O’Reilly Número 9. La Habana, 1888
9.     Ibídem, págs. 170-171.
10. Blancos y negros, refutación al libro «La prostitución», del Dr. Céspedes, pág. 5. Imprenta “La Universal”. La Habana, 1889
11. Ibídem, página 21.
12. Ibídem, página 12.
13.  Céspedes, Benjamín de. La prostitución en la ciudad de La Habana, pág. 170
14. Blancos y negros, refutación al libro «La prostitución», del Dr. Céspedes, pág. 19.
15. Lagardere, Rodolfo de. Marinos y Pequeñeces, pág. 22. Imprenta y Librería “La Propagandista”, La Habana, 1901
16. Ibídem, página 69.
17. Ibídem, página 96.
18. Ibídem, página 12.
19. Ibídem, página 73.
20. Ibídem, página 73.

INVESTIDO JORGE I. DOMÍNGUEZ LÓPEZ COMO NUEVO ACADÉMICO


Jorge I. Domínguez recibe diploma acreditativo de manos del presidente de la academia Dr. Lolo [Foto: Liu Santiesteban] 
El pasado sábado 28 de abril tuvo lugar en Union City (NJ), en el local de la Unión de Expresos Políticos Cubanos Zona Noreste, el acto de investidura de un nuevo miembro de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp.: el Lic. Jorge I. Domínguez López.

Fungió como Maestro de Ceremonias el Dr. Octavio de la Suarée, Secretario de la AHCE, quien presentó a los oradores de la velada y dio a conocer el próximo acto de investidura de otros miembros electos que tendrá lugar en Los Ángeles (CA) el sábado 19 de mayo.

 El nuevo académico tituló su discurso “Rodolfo de Lagardere, el sueño de una Cuba mulata y española”, llamando la atención de un hoy olvidado (y en su época controversial) intelectual cubano que dedicó su pluma a denunciar la discriminación racial en la Cuba de finales del siglo XX al tiempo que, dado su inveterado integrismo, impugnaba las ideas autonomistas y separatistas. Domínguez basó su análisis de la inusual combinación de posturas señaladas, entre otros aspectos, tomando como punto de referencia la réplica que hiciera Lagardere de la tesis desarrollada por su contemporáneo Benjamín de Céspedes en su libro La prostitución en la ciudad de La Habana. De Céspedes, de un racismo feroz era, a su vez, un defensor de las ideas separatistas.

La dicotomía antitética personal resultante en las posturas por ambos mantenidas y a dúo en su relación, fueron detalladas y analizadas en profundidad por el orador, quien sacó a la luz las contradicciones de una época que la historiografía tradicional ha tratado de simplificar con la espuria imagen de polos de sólida homogeneidad. Otro personaje de la época presente en el discurso de Domínguez sirve de complemento y telón de fondo a las posturas de Lagardere y Céspedes: Martín Morúa Delgado.

Luego de reconocer el olvido en que se ha disuelto el nombre de Rodolfo Lagardere, el nuevo académico sintetizó así su tesis: “Pero perduran, testarudas, sus preguntas y sus obsesiones. Son el desmentido constante de la dicotomía falsa en que hemos parcelado nuestro siglo XIX, y que nos hace ver dos bandos donde hubo un abanico de sueños; y que nos hace identificar, con peligroso infantilismo, a uno de esos bandos como portador de todo lo que hoy nos parece deleznable, y al otro como dueño de las ideas que están de moda esta primavera. Quienes hablan de ‘estar del lado equivocado de la historia’ nunca se preguntan si la historia misma está siempre del lado correcto. En la mayor parte de las ocasiones, la historia no tiene ningún lado bueno, y uno sólo puede aspirar a ponerse del lado de la verdad y el bien, en la medida en que cada cual sea capaz de hacerlo.”

 El Discurso de Respuesta estuvo a cargo del Dr. Enrique Del Risco, Secretario de Publicaciones y Redes Sociales de la AHCE. Del Risco destacó la importancia del discurso del Lic. Domínguez dentro de los objetivos que, desde su fundación, persigue la institución que inviste al nuevo miembro. Señaló Del Risco a inicios de su alocución: “Como a cualquier historiador de raza a Jorge Ignacio Domínguez le apasiona hurgar en detalles que no le interesan a nadie para hablarnos de asuntos que nos atañen a todos. Sus obsesiones se nos revelan entonces no como majaderías sino como nudo esencial de un tejido de causalidades que nos justifican como habitantes de alguna provincia del universo.” Para concluir dándole la bienvenida al nuevo académico “con ese discurso que resulta modo ejemplar de acceder a ella.”
De izquierda a  derecha: Octavio de la Suareé, Enrique Del Risco, Jorge I. Domínguez y Eduardo Lolo [Foto: Liu Santiesteban] 


El acto terminó con unas breves palabras del Dr. Eduardo Lolo, Presidente de la AHCE, quien felicitó a los oradores, agradeció al público su presencia a pesar de las inclemencias del tiempo,

y destacó la generosidad y solidaridad de la Unión de Expresos Políticos Zonas Noreste por siempre permitir a la Academia  desarrollar los actos de investidura en su local, tan relacionado con la historia de Cuba. “Cada uno de nuestros investidos pronuncia su discurso bajo la mirada de nuestros mártires más recientes, quienes nos observan desde esa pared de retratos de hombres y mujeres asesinados por el castrismo que se resisten al olvido y nos impulsan a seguir adelante en nuestros propósitos como institución dedicada al estudio de la Historia de Cuba al margen de las falsificaciones totalitarias.” Finalmente, el Dr. Lolo hizo entrega al nuevo colega del Diploma que lo acredita como Miembro de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp.



Los discursos de Domínguez y Del Risco serán publicados próximamente en este Blog.



JUNTA DIRECTIVA

ACADEMIA DE LA HISTORIA DE CUBA EN EL EXILIO, CORP.

Sunday, April 22, 2018

LA DRA. ONEIDA SÁNCHEZ, GALARDONADA POR LA AATSP



La Dra. Oneida Sánchez, Secretaria de Relaciones Públicas de nuestra institución, fue galardonada por su destacada contribución a los estudios hispánicos en los EE.UU. con el Ruth Bennett Award que otorga la American Asociation of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). La ceremonia de entrega del premio tuvo lugar durante la 46ta Reunión de Gala Anual del Capítulo Metropolitano de Nueva York de la AATSP que se celebró el sábado 21 de abril en el John Jay College of Criminal Justice de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Dicha gala, que este año estuvo dedicada a España, contó con la participación de importantes funcionarios del Consulado Español en Nueva York y de otras organizaciones afines. La conferencia principal estuvo a cargo del Dr. Gerardo Piña Rosales, Director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) quien disertó sobre la estancia de Federico García Lorca en Nueva York.
La Dra. Sánchez, en sus palabras de agradecimiento, destacó la labor colectiva de los miembros del capítulo, quienes en todo momento comparten ideas y nuevos proyectos, sin los cuales (según sus palabras) ella no habría podido desarrollar exitosamente sus labores de promoción de los estudios hispánicos desde la cátedra universitaria, de la cual se jubiló el año pasado.
Vaya hasta la colega galardonada las calurosas felicitaciones de la Junta Directiva a nombre todos los miembros de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp.


Oneida Sánchez en el momento de recibir la placa representativa del Ruth Bennett Award de manos de Bernard A. López, Presidente del Capítulo Metropolitano de Nueva York, y de la Vicepresidenta María del Pilar García


Thursday, April 19, 2018

Diamantes para el hombre nuevo

A continuación y como les prometimos los dejamos con el primer capítulo del libro de El Soviet Caribeño. La otra historia de la Revolución Cubana de César Reynel Aguilera

Capítulo I 
Diamantes para el hombre nuevo

El cubano es un pueblo condenado a observar cómo otros cuentan su historia reciente. Poco importa si el tema es la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, la Crisis de Octubre, la muerte del “Che” Guevara o la guerra en Angola; en cada uno de ellos nos espera una lista de expertos extranjeros y de instituciones que yacen en las antípodas de nuestra cultura.
Cada vez que leo a alguno de esos sabedores de la historia de Cuba no puedo evitar el recuerdo de una frase de Isaiah Berlin en su ensayo Las ciencias y las humanidades: “¿Qué saben hoy los grandes estudiosos de Roma que no fuera del conocimiento de la criada de Cicerón? ¿Qué pueden añadir esos señores al acervo de esa muchacha?”.2
Por razones familiares crecí en una casa que, si bien nunca llegó a ser tan importante como la de Cicerón, sí fue un sitio de visita y tertulia por el que pasaron muchas de las ideas, y algunas de las personas, que conformaron la historia reciente de Cuba.
Soy hijo de dos militantes del viejo Partido Comunista de Cuba (PCC). Mi padre, César Antonio Gómez Pérez de Medina, fue desde inicios de 1957 hasta enero de 1959, el secretario general de la Juventud Comunista en la Universidad de La Habana; una institución que por su importancia estratégica era considerada por el PCC como la séptima provincia de Cuba.3 Mi madre, Thais Orquídea Aguilera Baqués, fue una de las pocas personas capaces de mostrar una doble militancia al triunfo de la revolución: en las células de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio (M26-7) y en la Juventud Comunista.
El comentario sobre la valentía física de mi madre fue lo primero que me acostumbré a escuchar cada vez que alguien, amigo o enemigo, me reconocía como hijo de ella. A pesar de esos elogios, ella siempre tuvo a bien reconocer que llegó viva al 1 de enero de 1959 gracias a la astucia conspirativa de mi padre. Creo que fue esa combinación de belleza y coraje físico, por el lado materno, y astucia e ideología, por el paterno, la que hizo de mi casa un sitio tan atractivo para el paso de los más disímiles personajes de la historia reciente de Cuba.
Llegaban, pedían café y se lanzaban a despachar sobre los temas más candentes de una política que creían conocer al dedillo. Los niños podíamos asistir, siempre que nos mantuviéramos callados. Y así crecimos, entre ideas y análisis que no solo estaban mucho más allá de los que expresaban las páginas del periódico Granma, sino que permitían entender una buena parte de lo que ese libelo insinuaba entrelíneas. Fue escuchando aquellas tertulias, o recordándolas después —gracias a mi hermana mayor y a mis tíos—, que pude descubrir algo que todavía hoy, cuando leo a la mayoría de los cubanólogos, me hace preguntarme si están hablando del país donde nací.
La inmensa mayoría de esos expertos describen la historia de la revolución cubana a partir de la figura de Fidel Castro y analizan esa historia como una cadena de hechos que se consideran aislados. Esas dos limitaciones son imprescindibles para crear el legado histórico que el castrismo pretende dejarle al mundo. Un cuento de hadas que reza más o menos así: un líder carismático y nacionalista desató una revuelta agraria, engañó a la alta burguesía y a los estadounidenses, derrotó militarmente al ejército regular de Batista, tomó el poder y se lo entregó, por razones de sobrevivencia económica, a unos viejitos comunistas y cobardes que siempre le estuvieron eternamente agradecidos.
La versión que yo crecí escuchando siempre incluyó esa mitología de profetas barbados y aguas partidas, pero le añadió un nivel de complejidad mucho más cercano a la realidad. Es una narrativa que parte de reconocer que a partir del año 1925 no hay un solo evento de la historia de Cuba —incluida la guerra de Angola— que pueda ser explicado sin tener en cuenta a la organización política más importante del país. Me refiero al viejo Partido Comunista de Cuba, a la organización fundada en 1925 y que en 1944 —siguiendo las órdenes de Stalin— cambió su nombre por el de Partido Socialista Popular.4
Al mismo tiempo, durante esas décadas de la historia de Cuba no existe una sola figura política cuyas acciones puedan ser explicadas sin tener en cuenta la relación de esa persona —directa o indirecta, a favor o en contra, de pertenencia o rechazo— con el PCC. Por último —y para llevar la complejidad histórica hasta niveles de molestia física—, cualquier análisis de la relación de una persona con el PCC tiene que ser hecho sobre la base de saber, o al menos imaginar, con cuál de los anillos o niveles de esa organización se relacionó esa persona.
Desde su origen el PCC fue una organización con un carácter dual o heterogéneo. Ante las masas y muchos de sus militantes siempre se presentó como un partido político cuyo objetivo principal era la defensa de los derechos de los trabajadores cubanos. Para un grupo muy reducido de militantes, a los que yo denomino Núcleo Central de Inteligencia Soviética (NCIS), la verdadera esencia del Partido siempre fue la defensa de los intereses de la URSS y, eventualmente, el acatamiento de las órdenes de Stalin.
La estructura organizativa del PCC puede ser descrita —a grandes rasgos— con los siguientes anillos o niveles piramidales:
1. Núcleo Central de Inteligencia Soviética
2. Aparato de Inteligencia y espionaje del PCC
3. Comisión militar
4. Organización clandestina del PCC
5. Partido político en el sentido tradicional de las democracias burguesas
6. Organizaciones de base del Partido
7. Organizaciones sindicales
8. Trama empresarial y financiera
9. Organizaciones sociales
Es ahí, en esa madeja de niveles, círculos concéntricos, puentes y pasillos truncados donde se pierden muchos cubanólogos y donde otros aprovechan para reforzar el Castro-centrismo. La ignorancia de esa estructura tan compleja es la que permite equiparar a cuadros del ala política de la organización, como Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez o Lionel Soto, con cuadros que, como Fabio Grobart, Flavio Bravo o Isidoro Malmierca, siempre trabajaron para el NCIS. Esa homogenización a ultranza empobrece la historia del PCC y esconde muchos de los conflictos que la caracterizaron.
En varios momentos de su evolución, el PCC mostró contradicciones muy fuertes entre la proyección política de la organización y las decisiones que esta tenía que tomar para mantener su esencia prosoviética y estalinista. Como veremos a lo largo de este libro hay tres eventos de esa historia que, cuando se analizan desde la perspectiva de una organización política, pueden ser reconocidos como errores garrafales. Estos son: la expulsión de Julio Antonio Mella del PCC, en 1926; la negociación con el tirano Gerardo Machado durante la huelga general de 1933; y la alianza con Fulgencio Batista, en 1938.
Esas pifias políticas adquieren otra dimensión cuando se ven como triunfos de la línea de Moscú; o sea, como verdaderos aciertos de ese reducido grupo de hombres y mujeres que se encargaron de lograr que esa línea siempre se impusiera. Para garantizar esos triunfos, el NCIS tuvo que cumplir tres tareas fundamentales: 1) Controlar al PCC de una forma férrea. 2) Utilizar al PCC para proteger al NCIS. 3) Lograr que el PCC fuera algo más que una organización política y se convirtiera en un aparato de Inteligencia capaz de penetrar a la sociedad burguesa. Los tres verbos serían, entonces, controlar, proteger y penetrar.
Cuando se analizan los tres famosos errores desde esa perspectiva se puede ver que la expulsión de Mella encaja muy bien con el deseo de evitar que el control de la organización cayera en manos de un cubano valiente, carismático, inteligente y librepensador. De forma similar, la negociación con Gerardo Machado indica en el sentido de proteger al NCIS de los efectos devastadores que una intervención estadounidense podría haber tenido sobre el entonces frágil aparato clandestino del Partido. En cuanto a la alianza con Batista, es evidente que esta, además de tener su origen en la coalición entre Roosevelt, Stalin y Churchill, sirvió para que el NCIS penetrara a la sociedad cubana de una forma hasta ese momento inimaginable.
Como consecuencia de la tensión constante entre esas dos alas del Partido se generó, a principio de los años 50, una situación muy particular. Por un lado, el PCC sufrió un nivel tan alto de desprestigio político que su militancia se vio muy reducida y rechazada. Por el otro, sin embargo, la organización contaba con un aparato clandestino y de Inteligencia que, después de dos décadas y media de un riguroso e implacable trabajo de penetración, había logrado posicionar a sus agentes dentro de todos los niveles de la vida social, política, económica, militar y represiva del país.
Los comunistas estaban tan desprestigiados que no podían llegar al poder a cara descubierta, pero sí podían buscar a un candidato que se beneficiara de forma indirecta y, sin dejar muchos rastros, de una militancia relativamente pequeña pero muy disciplinada, de un aparato de Inteligencia muy eficiente, de grandes recursos económicos, de fuertes conexiones con el comunismo internacional, de cierto nivel de control sobre el movimiento obrero cubano, de cuadros con años de lucha clandestina y experiencia militar, así como de una organización con ramificaciones dentro de los Estados Unidos y, más importante aún, dentro de la Unión Soviética y el Campo Socialista.
Ese candidato fue Fidel Castro.
Fue ese pequeño núcleo de comunistas el que asesoró y protegió a los hermanos Castro desde finales de los años 40. Fueron esos cuadros los que prepararon la implosión o desmerengamiento de la tiranía de Fulgencio Batista. Fueron ellos quienes hicieron posible el triunfo tan rápido e inexplicable de la revolución castrista y guiaron, desde el mismo inicio de ese triunfo, la también rápida e inexplicable alianza del castrismo con la Unión Soviética.
Fueron ellos quienes catalizaron el enfrentamiento temprano y absurdo con los Estados Unidos, hicieron posible las primeras derrotas de la llamada contrarrevolución, protegieron la vida de Fidel Castro y garantizaron, de una forma todavía inexplicable para los cubanólogos, el fracaso de casi todas las acciones de la CIA contra el castrismo. Además de eso se encargaron de profundizar la dependencia cubana del petróleo de Moscú, el uso de Cuba como punta de lanza de la geopolítica soviética, la ayuda de Cuba a los llamados movimientos de liberación nacional y, eventualmente, la participación cubana en la guerra de Angola. En todos y cada uno de esos eventos de la revolución cubana estuvieron involucrados los antiguos miembros del NCIS del PCC.
¿Quiénes fueron esos militantes? ¿Cómo fueron escogidos? ¿Quién los escogió? ¿Dónde se formaron? ¿Por qué nunca han sido reconocidos como tales? Las respuestas a esas preguntas serán el objetivo de este libro. Para empezar, entre los viejos comunistas cubanos esos militantes eran identificados bajo el nombre genérico de la gente de Fabio, por Fabio Grobart, un militante polaco de origen judío que llegó a Cuba en 1924 enviado por el Comintern y que en 1925 fue uno de los fundadores del PCC.
Desde su llegada a Cuba, Grobart empezó a trabajar en la creación de un grupo de cuadros muy bien escogidos que se encargarían de las labores clandestinas del PCC. Muchos de los miembros de esa primera hornada todavía hoy no han sido identificados, aunque sí se sabe que contó con militantes comunistas como Pinjos Moiseevich Meshkop, Noske Yalob, Jacobo Hurwitz, Ángel Ramón Ruiz Cortés, Jaime Novomodni, Ramón Nicolau, Marcelino Menéndez, Juan Blanco Grandío, Pedro Piñeiro y Secundino Guerra, entre otros. De todos ellos, y de los que se mencionarán a continuación, se hablará de una forma u otra a lo largo de este libro.
En 1928, una vez controlado el vendaval de Julio Antonio Mella, Grobart pudo al fin pasar a dirigir la Liga Juvenil Comunista, un salto que le permitió establecer un proceso de selección mucho más riguroso y del que salieron los cuadros que conformarían la segunda generación de hombres del NCIS. Entre esos militantes destacan Manuel Porto Dapena, Mariano Faget, Gervasio Rieumont, Víctor Pina Cardoso, Ella Sunshine, Osvaldo Sánchez Cabrera, Mario Morales Mesa, etcétera.
En 1936, después del nombramiento en 1934 de un secretario general tan dócil y discreto como Blas Roca, Grobart pasó a desempeñar el cargo de secretario de organización del Buró Nacional del PCC, responsabilidad que tuvo hasta el triunfo de la revolución cubana. Eso no significó que abandonara su trabajo de identificación, selección y reclutamiento de militantes jóvenes para el aparato de Inteligencia del Partido. Todo lo contrario, aquellos fueron los años del llamado “frente amplio”, de la alianza entre Roosevelt, Stalin y Churchill, de la disolución de la Liga Juvenil Comunista y la creación de organizaciones pantallas, como la Hermandad de Jóvenes Cubanos, que sin dejar de ser controladas por el Partido aspiraron a tener una fachada más inocua.
Al frente de la Hermandad de Jóvenes Cubanos estuvo Osvaldo Sánchez Cabrera, el hombre que se encargaría de la selección y los primeros entrenamientos del militante que eventualmente estaría llamado a convertirse en el delfín de Grobart, en el seleccionador de la tercera hornada de los hombres de Fabio, en el arquitecto de la llamada Generación del Centenario y en el manejador de los vínculos tempranos y profundos que Fidel Castro siempre tuvo con los comunistas cubanos: Flavio Bravo Pardo. El líder discreto e indiscutible de un grupo de militantes como Jorge Risquet, Joel Domenech, Isidoro Malmierca, Antonio “Ñico” López, Emilio Aragonés, Pablo Ribalta y Raúl Castro, entre otros.
La inmensa mayoría de esos hombres y mujeres, con la sola excepción de Raúl Castro, han recibido un tratamiento histórico marginal y en ocasiones nulo. Justo es decir que la explicación de ese tratamiento radica en el hecho de que casi todos fueron cuadros profundamente clandestinos, personas acostumbradas a trabajar desde las sombras, militantes seleccionados y entrenados para despreciar cualquier tipo de protagonismo y que a lo largo de sus extensas carreras políticas se acogieron a un principio básico: mientras el proceso fuera en el camino deseado —prosoviético, estalinista y antiestadounidense—, a ellos bien poco les importaba quién se llevara la gloria. Y si esa supuesta gloria caía sobre los hombros de alguien que les recordaba a su adorado Stalin, pues mejor.
La pregunta inevitable es: ¿por qué fue enviado a Cuba Fabio Grobart? Para responderla hay que recordar que, durante la involución del comunismo soviético desde Marx hasta Stalin, muchos en la URSS coincidieron en la necesidad de diseminar la Revolución de Octubre y crear, para esos efectos, una organización internacional. Así surgió, en el año 1919, la llamada Tercera Internacional, un aparato de trabajo político, clandestino y de Inteligencia encaminado a la creación y al control de una confederación de partidos comunistas extranjeros que respondieran, con absoluta lealtad, a los intereses del comunismo soviético y, eventualmente, del estalinismo.
Fabio Grobart fue el cuadro que esa organización envió a Cuba y fue, por tanto, el arquitecto del aparato que eventualmente haría posible que Fidel Castro triunfara donde antes habían fracasado hombres de la talla de Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras o José Antonio Echeverría.5 Esa misión de Fabio tuvo dos razones fundamentales: la primera es evidente y tiene que ver con la importancia geopolítica de Cuba, ya fuera por su posición geográfica privilegiada o por su cercanía a los Estados Unidos. La segunda, sin embargo, estuvo escondida durante varias décadas y tiene que ver con el hecho de que ya desde 1919 el Comintern había fracasado en su intento de crear una sucursal en Cuba.
Durante décadas, la propaganda del PCC se llenó la boca para decir que el primer partido comunista de Cuba fue el que se fundó en agosto de 1925. Hoy los archivos muestran que en fecha tan temprana como diciembre de 1919 fue fundada en La Habana, bajo los auspicios de un enviado directo del país de los Soviets, la llamada Sección Comunista de Cuba. Una sucursal del Comintern que surgió a partir del encuentro entre el estadounidense Charles Shipman y Marcelo Salinas, un cubano con una larga historia dentro del movimiento sindical de aquellos años. Un encuentro cuyo origen se remonta a los primeros años de la Revolución de Octubre.
Unas semanas después de fundada la Tercera Internacional, Lenin nombró a Mijaíl Gruzenberg como representante secreto de esa organización en Latinoamérica y como cónsul general en México.6 Gruzenberg, que es conocido por los historiadores del Comintern como Mijaíl Borodin, fue un comunista bielorruso de origen judío que tuvo una gran amistad con Lenin. En 1906 emigró hacia los Estados Unidos, adoptó la nacionalidad estadounidense, vivió en Chicago, estudió en la universidad, fue profesor de una escuela para inmigrantes, hizo algunos trabajos para la Fundación Carnegie y tuvo dos hijos. Durante esos años se vinculó al Partido Socialista de los Estados Unidos con el pseudónimo de “Berg”.
Once años después regresó a Rusia para ponerse bajo las órdenes directas de Lenin y fue enviado a México.7 Para lograr el financiamiento de esa aventura Lenin ordenó que Borodin recibiera un grupo de diamantes de la antigua colección de los zares. Así empezó una historia llena de sorpresas y fracasos que llevarían al primer contacto de los radicales cubanos con la Tercera Internacional, y al surgimiento de la primera organización comunista de Cuba.
Una vez recibidos los diamantes, Borodin escondió algunos en el dobladillo de su abrigo y el resto los puso en el doble fondo de un maletín de cuero diseñado para esos menesteres. En algún momento, ya durante la travesía en el Atlántico y sospechando que había sido detectado, logró convencer a un pasajero holandés que iba en camino hacia Haití —llamado Henrik Luders—, para que se hiciera cargo del maletín, pero sin decirle que iba cargado con diamantes.8
Al llegar a Nueva York sus sospechas fueron confirmadas. El agente federal Jakob Spolansky lo detuvo para interrogarlo. Después lo dejó permanecer quince días en territorio estadounidense, pero con la condición de que reportara diariamente por teléfono.9 Borodin visitó a su familia en Chicago y les hizo saber a sus contactos de la decisión tomada con respecto a los diamantes, además les solicitó un traductor-asistente que hablara español. Sus camaradas del Partido Socialista de los Estados Unidos le recomendaron a un radical llamado Rafael Mallen.
Al llegar a México, Borodin inició sus exploraciones diplomáticas y sus contactos clandestinos. Enseguida logró reclutar a Charles Shipman, un objetor de conciencia que se había negado a entrar en el ejército estadounidense —para no combatir en la Primera Guerra Mundial— y había tenido que salir huyendo de los Estados Unidos. En sus memorias, Shipman describe a Borodin como un hombre capaz de empezar una conversación sobre ping-pong y al poco rato tener a su interlocutor jurando que estaba dispuesto a matar a alguien.10 En noviembre de 1919, ya establecido cierto nivel de confiabilidad, Borodin le pidió a Shipman que lo ayudara en una misión muy sensible.
Unas semanas antes el soviético había enviado a Mallen a Haití con la encomienda de recuperar el maletín con los diamantes. Y esas eran las santas horas que no tenía noticias de su enviado. El maletín, explicó, contenía unos planos que eran de vital importancia para su misión en Latinoamérica. Como no existía comunicación directa entre México y Haití, el viaje de Mallen, asumiendo que lo hubiera hecho, había tenido que pasar por La Habana antes de seguir camino hacia Puerto Príncipe. La misión de Shipman era agenciarse un pasaporte mexicano, repetir el periplo y regresar a México con los planos y con Mallen. La logística consistió en dinero para los pasajes y para el nuevo pasaporte (bajo el nombre de Jesús Ramírez), además de un revólver.
Shipman llegó a La Habana y no pudo encontrar a Mallen, pero en Puerto Príncipe sí pudo encontrar a Henrik Luders. El holandés le devolvió el maletín y lo botó de su casa gritando que poco había faltado para que el favorcito le costara varios años de cárcel en los Estados Unidos. En lo que a Shipman respectaba, la misión había sido un éxito, los planos estaban a salvo y ya podía regresar.
Cuando pasó por La Habana en camino hacia México decidió chequear por última vez la lista de los pasajeros que esperaban el buque hacia Nueva York. Grande fue su asombro cuando vio entre los nombres el de Rafael Mallen. Y decidió esperarlo junto a la rampa de embarque, y le dijo que en México lo estaban buscando y se lo llevó a punta de pistola para un hotel. Antes de embarcar hacia Veracruz envió un telegrama anunciando su llegada.
Fue recibido como un héroe en la estación de trenes de la ciudad de México. Borodin lo invitó a una comida de lujo en casa de un amigo y, no más llegando, se metió en una habitación con el maletín. Cuenta Shipman que lo que salió de esa habitación fue un león rugiente. Un agente bolchevique preguntando a gritos dónde estaban los diamantes mientras agarraba a Mallen, lo metía en la habitación y lo menos que le gritaba era que lo iba a raptar hacia Rusia para allá torturarlo hasta que dijera dónde estaban las piedras. Mallen confesó haber tenido miedo después de su encuentro con Luders en Haití y por eso decidió regresar a los Estados Unidos sin decir nada, pero juró no haber visto nunca esos diamantes.
Esa aventura hizo posible que Charles Shipman conociera La Habana y la visitara dos veces antes de regresar a México. Esas visitas sirvieron de antesala para una tercera que sería clave en el origen de la primera sucursal del Comintern en Cuba. A inicios de diciembre de 1919 Borodin se embarcó de regreso a Rusia. Como ya había perdido la confianza en Mallen, y ya Shipman tenía un pasaporte mexicano, decidió que el estadounidense lo acompañara hasta España y después siguiera por su cuenta hacia Moscú.
La primera escala del viaje fue en el puerto de La Habana. A Borodin no lo dejaron desembarcar, pero a Shipman sí. Y bajó el estadounidense a tierra y unas horas después regresó con la grata noticia de haber creado la primera organización comunista de Cuba. Una célula nacida al calor de su encuentro con Marcelo Salinas, un anarquista cubano al que contactó en cuanto bajó del buque.
A la conversación entre Salinas y Shipman se sumaron otros cubanos —entre los que estaba Antonio Penichet—, quienes, al rato de intercambiar ideas con el emisario de Borodin, decidieron crear el Comité Ejecutivo Provisional de la Sección Comunista de Cuba. Una organización cuyo primer acuerdo fue nombrar a Salinas como secretario general. El segundo fue escribir una carta, enviada el 6 de diciembre de 1919, solicitando la admisión de los comunistas cubanos en la Tercera Internacional y expresando sus deseos de afiliarse, sin compromisos, a la organización creada por Lenin.11
Nunca fueron aceptados como miembros plenos. Las razones de ese desencuentro son varias. Por un lado, los bolcheviques y los anarquistas rusos siempre se miraron con recelo desde el inicio, y con marcada hostilidad después. En la medida en que a Cuba empezaron a llegar las noticias de la represión de los anarquistas por los bolcheviques, Salinas se fue distanciando del comunismo soviético. Poco a poco fue pasando del fervor de una esperanza a la desilusión de una cruda realidad. Para el Comintern fue un rotundo fracaso ese primer intento de poner una sucursal en Cuba.
Salinas es una de esas figuras de la historia cubana que son casi desconocidas y no por ello menos extraordinarias. No alcanza el espacio de este libro para describir su vida política y literaria. Baste decir que al momento de su encuentro con Charles Shipman ya Salinas tenía una larga historia de lucha sindical, una gran experiencia como organizador de huelgas y protestas, una probada capacidad como escritor y una larga lista de acciones en defensa de la Revolución de Octubre. Esos méritos fueron reconocidos por el propio Shipman en su informe al Comintern, en el que dice, entre otras cosas, que Salinas era el alma del periódico obrero El Hombre Nuevo, el organizador de la Federación de Sindicatos y el líder del unionismo consciente de clase en Cuba.12
Aquí es importante detenerse. La idea del hombre nuevo en la Cuba del castrismo siempre se ha asociado con la figura de Ernesto “Che” Guevara. Esa asociación se inició a partir del año 1965 cuando el “Che” publicó su artículo “El socialismo y el hombre en Cuba”.13 Un texto en el que en una decena de páginas se repite más de diez veces la idea del hombre nuevo.
Lo que resulta irónico es que esa idea ya existía en la Cuba del año 1919 y era proclamada desde una revista anarcosindicalista cuya existencia reportan hoy los archivos del Comintern y confirmaron ayer las Crónicas cubanas de León Primelles.14
Lejos estaba Salinas de imaginar que cuarenta años después el “Che” Guevara acabaría con los sindicatos cubanos y se apropiaría de una idea muy antigua para darle nombre a una nueva aberración. A una forma de gobierno, el de la revolución cubana, que todavía hoy muestra rasgos de aquella antigua estructura del PCC, con su ala política, su NCIS, y su inevitable fachada castrista.
Cuando se mira la estructura del poder en la Cuba de hoy es posible identificar que Rodrigo Malmierca, el ministro de Comercio Exterior, es hijo de un antiguo miembro del NCIS; que Bruno Rodríguez, el canciller, es hijo de un militante del ala política del PCC, y que Alejandro Castro, el heredero real de la dinastía, viene de aquella fachada que el PCC tuvo que crear a inicios de los años 50. Muchos de esos vástagos, epítomes del hombre nuevo, estudiaron en la antigua URSS y cultivaron, como algunos de sus padres, fuertes lazos con la Inteligencia soviética de aquellos años, y con la rusa de hoy.
2. Berlin, Isaiah. The proper study of mankind, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2000, p. 332.
3. En aquella época Cuba tenía seis provincias; de Occidente a Oriente: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente.
4. En este libro, para evitar confusiones, llamaré al viejo Partido Comunista, al que surgió en 1925, como PCC; y al otro, al que fue fundado en 1965 por Fidel Castro, como PCC-castrista.
5. Para más información sobre ellos ver capítulos III, IV y XIV, respectivamente.
6. Lazar and Víctor Jeifets. “The International Newsletter of Historical Studies on Comintern”, Communism and Stalinism, vol. II, Nº 5/6, 1994/1995.
Centro Ruso para la Conservación y Estudio de los Documentos de la Historia Reciente (a partir de ahora RCChIDNI por las siglas en ruso), 497/2/1/3; citado en Lazar and Víctor Jeifets, 1994/1995.
7. RCChIDNI, 497/2/2/199, citado en Lazar and Víctor Jeifets, 1994/1995.
8. Contado por Norman Borodin (hijo de Gruzenberg-Borodin y también agente de la Inteligencia soviética) a K. Kasaturov, publicado en Latinskaja Amerika, Moscú, 1994, vol. 10, p. 107, referido por Lazar y Víctor Jeifets.
Diario de Borodin, Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política (sucesor del RCChIDNI) y a partir de ahora RGASPI por sus siglas en ruso, 497/2/7/92, citado en Lazar and Víctor Jeifets 1994/1995.
9. Spolansky, Jacob. The communist trail in America, Macmillan, Nueva York, 1951, pp. 173-175.
10. Shipman, Charles [Charles Francis Phillips]. It Had to be Revolution: Memoirs of an American Radical, Cornell University Press, Ithaca, 1993.
11. Carta de Salinas al secretario general de la Tercera Internacional, RGASPI 495/105/2/1, tomado de Lazar and Víctor Jeifets, Memoria, diciembre de 2009, Nº 239.
12. Informe de Shipman al Comintern, RGASPI, 495/105/2/2, tomado de Lazar and Víctor Jeifets, Memoria, diciembre de 2009, Nº 239.
13. Guevara, Ernesto. “El socialismo y el hombre en Cuba”, Marcha, Montevideo, 12 de marzo de 1965.
14. Primelles, León. Crónica cubana, 1919-1922, Editorial Lex, La Habana, 1957, p. 97.