Wednesday, September 19, 2018

El neoconstitucionalismo y la vieja dictadura de siempre


Por Alejandro González Acosta

I

Es muy conocida, por antigua y reiterada, la vocación (¿política?) simbólica del régimen cubano. No es casual que hayan elegido el 13 de agosto como el inicio de la “consulta” sobre ese remedo de “constitución”, sino también el día de su votación en un referéndum. Con ese “viejo gobierno de difuntos y flores” nada es fortuito.

Sin embargo, escapó a la atención de quienes han calificado de “fuerte significado” que el plebiscito de la próxima “constitución” cubana será el 24 de febrero de 2019, fecha que además de ser el inicio de la Guerra de Independencia de 1895 (Grito de Baire), y de la “aprobación” de la “constitución” anterior, la de 1976 (reformada luego varias veces al modo y necesidad de los mandantes cubanos), precisamente también en ese día se habrían cumplido 60 años de cuando debió asumir la presidencia de Cuba el Presidente ya electo en 1958,  Andrés Rivero Agüero.

De haber ocurrido esa investidura, a la fecha de hoy quizá habríamos tenido en la isla 15 presidentes, en vez de 2 ½; unos mejores y otros peores, algunos buenos y otros malos, pero siempre elegidos por el voto directo y popular de todos los ciudadanos: por no esperar 54 días, con la ofuscación de un jubiloso pueblo obnubilado, exaltado y extraviado, nos han robado seis décadas de democracia, aunque esta fuera precaria e imperfecta, como suelen serlo todas. Es bueno tenerlo presente para establecer el necesario y doloroso contraste.

Porque aunque algunos persistan en tratar de negarlo, las Elecciones Generales cubanas realizadas el domingo 3 de noviembre de 1958, en medio de una cruenta guerra civil, a pesar del boicot expreso y violento y las amenazas cumplidas de Castro, tuvo un sorprendente y meritorio 45,88 % de participación del padrón electoral, con 608,154 votos, repartidos entre cuatro partidos –los cuales gozaron de todas las garantías para participar- y que le dieron la victoria a Andrés Rivero Agüero con el 70,4 %, lo cual representó un amplio margen sobre sus tres competidores (Carlos Márquez Sterling, Ramón Grau San Martín y Alberto Salas Amaro).

El ensañamiento castrista contra estas elecciones ha sido persistente: durante muchos años una de las preguntas más corrosivas de los famosos “cuentametuvida” que debían responder obligatoriamente todos los ciudadanos, y especialmente los jóvenes que pretendían ingresar en la universidad y obtener algunos trabajos más codiciados, interrogaba si habían participado en esas elecciones malditas (aunque tuvieran cinco años de edad en ese momento).

Es un hecho histórico innegable que desde noviembre de 1953 había sido restablecida íntegramente la Constitución de 1940, y aún durante el intermedio de los dos años desde el incruento Golpe de Estado del 10 de Marzo de 1952, nunca fueron suprimidos los partidos políticos ni intervenida la prensa independiente.

Ante los intentos y propuestas de una negociación política y pacifista que solucionara el sangriento conflicto, desde su cómodo escondite en las montañas, el líder tronó: Todo o nada, ningún pacto, vamos por el poder completo. Y la masa enceguecida, engolosinada con el triunfo, se ajustó ella misma el nudo en la garganta. Así se negó tajantemente la posibilidad de una solución civilista. Todos, por activa o por pasiva, apoyaron la decisión totalitaria: hoy los nietos continúan pagando la culpa y el error de aquellos abuelos, seducidos por los resplandores engañosos de una victoria total, vindicatoria y ejemplarizante. Ha sido un embullo irreflexivo que nos ha costado muy caro: bíblicamente, siete veces siete generaciones están pagando aquel momento de ofuscación, locura transitoria, miopía y suicidio colectivo, revestido de una aplastante vendetta justiciera. Creyeron tomar el cielo por asalto y el cielo se les vino encima, aplastándolos: han sido 60 años perdidos para la vida nacional cubana los que se cumplirán el próximo 24 de febrero de 2019, cuando el régimen realice el grotesco paripé de un referéndum del que ya se sabe su resultado desde mucho antes.

La monstruosa concentración de poder, sin ningún contrapeso ni garantía, excluyente y discriminatoria de ese esperpento de “constitución” la cual pretenden pasar arteramente por legítima, es apenas un precario remedo de hipócrita legalidad, y queda muy por debajo del omnipotente Partido Comunista, que es la suma y condensación de toda la posible “soberanía” nacional; de tal suerte, tiene más valor el Reglamento Interno del PCC y sus Normas y procedimientos, que semejante fantochada constitucional, pues ambos prontuarios están sobre ella. Esto dejará aún más sometidos y esclavizados a los ciudadanos, entregados a la merced de sus gobernantes.

La historia insular brinda un capítulo glorioso, donde una disputa constitucional nos legó uno de los más bellos poemas cubanos: el soneto “La más fermosa”, que compuso febrilmente inspirado desde su banca el periodista Enrique Hernández Miyares, ante la viril posición del patricio Manuel Sanguily (identificado con “Don Quijote”), al oponerse al Tratado de reciprocidad comercial )adjunto a la Constitución de 1901), que defendía el brillante orador Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén, a quien se alude como “El Caballero de la Blanca Luna”:

Que siga el Caballero su camino,

Agravios desfaciendo con su lanza:

Todo noble tesón al cabo alcanza

Fijar las justas leyes del Destino.

Cálate el roto Yelmo de Mambrino

Y en tu rocín glorioso altivo avanza,

Desoye el refranero Sancho Panza,

Y en tu brazo confía, y en tu sino.

No temas la esquivez de la Fortuna:

Si el Caballero de la Blanca Luna

Medir sus armas contra las tuyas osa,

Y te derriba por contraria suerte,

De Dulcinea, en ansias de tu muerte,

¡Di que siempre será La más fermosa!



Nada hace suponer hoy que ante el fársico espectáculo de esa “constitución” manca y bastarda, resurja el espíritu libertario ciudadano y se alce alguna voz dentro de los actuales escritores cubanos para emular el glorioso poema de Hernández Miyares. Son otros los tiempos …

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