Wednesday, September 20, 2017

El Palladium Ballroom


Por Enrique Del Risco
El Palladium Ballroom tiene un bien ganado reconocimiento en la difusión de los ritmos afrocubanos primero en Nueva York y luego en el resto del mundo hacia mediados del siglo pasado. No es que fuera ni el primero ni el único de los clubes que abrieron su escenario en la ciudad a dichos ritmos y sus más importantes cultivadores. Otros como La Conga, The China Doll, The Park Palace y The Park Plaza existían desde antes en el barrio conocido como Spanish Harlem. O incluso hacia finales de 1946 La Conga se trasladó a Broadway y la calle 52. Pero fue el Palladium, con su ubicación estratégica en pleno corazón de Manhattan y su exquisita cartelera de estrellas de la música del momento el que permitió integrar diferentes personas de todas las clases sociales y grupos étnicos (sobre todo caribeños, afroamericanos, italoamericanos y judíos) de la ciudad atraídos por la música y el baile para convertirse en epicentro de lo que luego se conocería como la mambo craze o la fiebre del mambo, una fiebre que arrastraba lo mismo a bailadores que a músicos de la talla de Erroll Garner, Count Basie o Charlie Parker. Y a través de la música y el baile el Palladium se convirtió, sin pretenderlo demasiado (y no sin prejuicios y fricciones), en festivo -y efímero- modelo de integración social y racial.
Muchos factores confluyeron en este fenómeno que van desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la decadencia del jazz –ya lanzado en las experimentaciones del bebop- como género bailable, el nuevo impulso de la emigración puertorriqueña la ciudad y el éxito súbito y arrollador del mambo primero y luego del cha cha cha. La conversión del Palladium como centro de ese fenómeno se asocia con el promotor musical boricua Federico Pagani quien según el investigador Vernon Boggs 1948 convenció al dueño del Palladium, Max Hyman y a su esposa Ann, -heredera de la fortuna de los fabricantes de elevadores Otis- de que dedicara una matiné dominical a la música latina. En cambio el venezolano César Miguel Rondón ofrece en The Book of Salsa una versión algo distinta: en 1947 el Palladium estaba en plena decadencia y su manager contactó a Pagani para que lo ayudara a atraer nuevos bailadores al salón. Sobre todo latinos aunque dicho manager temiera que, además de los latinos “los negros también vinieran a Broadway con, pensaba él, todos sus malos hábitos, cuchillos e impulsos incontrolados” (Rondón.1)

Los primeros en debutar fueron los integrantes del experimentado Machito & his Afrocubans y el resultado fue arrollador. Ante el éxito de aquella primera matiné las orquestas dedicadas a los nuevos ritmos afrocubanos progresivamente pasaron a invadir el resto de la programación del Palladium. El principal atractivo del salón de baile, sus orquestas más constantes, además de Machito & his Afrocubans y las de los boricuas Tito Rodríguez y Tito Puente conocidas en su conjunto como “Los Tres Grandes” (The Big Three). Pero no se limitaba a ellas. Usualmente cada noche tocaban dos orquestas. Por el escenario del Palladium pasaron las orquestas y conjuntos más importantes de la música bailable de la época como los boricuas Daniel Santos, Cortijo, Ismael Rivera, Tommy Olivencia, Eddie y Charlie Palmieri, César Concepción y Noro Morales, el dominicano Joseíto Mateo, el catalán Xavier Cugat o los cubanos Celia Cruz, La Sonora Matancera, Beny Moré, Arsenio Rodríguez, José Fajardo, la Orquesta Aragón, Dámaso Pérez Prado, La Lupe, José Curbelo, Desi Arnaz, Miguelito Valdés, Rolando Laserie y Vicentico Valdés.  
La presencia de tales músicos y el ambiente frenéticamente festivo del lugar atraían a muchas de las estrellas más importantes del mundo del espectáculo. Entre los habituales del Palladium se encontraban Marlon Brando, Bob Hope, Lena Horne, Duke Ellington, Henry Fonda, George Hamilton, Sammy Davis, Jr. y Frank Sinatra.

Pero el éxito del Palladium también se debe en gran medida a la afluencia de los mejores bailarines profesionales de la ciudad y al entusiasmo de los aficionados al baile. Bailarines como el legendario Pedro “Cuban Pete” Aguilar, Millie Donay, Augie y Margo Rodríguez, Charlie Arroyo compartían cartel con las más afamadas orquestas y fijó un modo de disfrutar aquellos ritmos. 
Millie Donay y Pedro “Cuban Pete” Aguilar

Otro bailador, José Torres, describe el ambiente del club así:
“Nuestro Palladium tenía una inmensa pista de baile con un escenario bajo y una larga barra. Seis columnas de madera sostenían el techo evitando que saliera volando hasta Broadway cuando aquellas orquestas de mambo empezaban a sonar. […] El público nunca era exclusivamente latino. Pronto se estableció un patrón de asistencia. Los miércoles por la noche cuando “Killer Joe” Piro daba lecciones de baile el público era judío e italiano. El viernes era para los puertorriqueños. El sábado para los hispanos de todos los orígenes y el domingo para los negros americanos” (Boggs.129)
William Klein: Crowd, Palladium Ballroom, New York, 1956
 El Palladium se encontraba en un -hoy inexistente- edificio de la esquina noreste de 53 y Broadway. Su dirección exacta era 1698 Broadway en el segundo piso de un edificio ocupado en su planta baja por una droguería de la cadena Rexall. Durante los años cincuenta del pasado siglo fue una referencia tanto para la difusión de ritmos bailables como el mambo y el cha cha cha como para la noche neoyorquina en general. Al punto que era común que en las películas de la época se asociara una noche de placer en Nueva York con la visita a alguno de los salones de baile de música latina. Porque el éxito del Palladium impulsó la aparición de otros centros nocturnos asociados a la música latina o a que otros clubes ya existentes abrieran sus puertas a los nuevos ritmos. A unas decenas de metros del Palladium aparecieron el hoy extinto club Chateau Havana-Madrid Club, en 1650 Broadway y el principal referente de la gastronomía cubana en Manhattan Victor’s Café.
El cantante Tito Rodríguez actuando en el Palladium
Sin embargo a mediados a mediados de la década de 1960 los gustos habían cambiado y las nuevas dinámicas del mundo del entretenimiento hicieron impacto en el Palladium. A eso se añadieron los efectos de la pérdida de la licencia para expender licores a raíz de un allanamiento policial en 1961. Esas circunstancias fueron decisivas en la progresiva decadencia del lugar. Con el tiempo su dueño Max Hyman decidió cerrar el Palladium, hecho que finalmente ocurrió el primero de mayo de 1966 (aunque otras fuentes sitúan el cierre, unas semanas antes, el 13 de abril) y vender su propiedad. El cierre del Palladium significó una gran pérdida para los bailadores de la ciudad y al coincidir con el cierre del primer Birland y otros clubes (The Onyx, Cubop City) de la calle 52 según afirma Vernon Boggs en su libro Salsiology: Afro-Cuban Music and the Evolution of Salsa in New York City marcó –al menos momentáneamente- un declive para el jazz y la música latina en Nueva York. En los setentas una nueva locura, la de la salsa, partiría en todas direcciones para contagiar a los bailadores con sus ritmos pero incluso entonces la capital del mundo no volvería a vibrar al unísono como los hizo en los años en los que el Palladium reinaba sobre la noche neoyorquina.

Imagen reciente de la esquina de Broadway y la 53, donde antes estuvo el Palladium Ballroom

Bibliografía
Boggs, Vernon. Salsiology: Afro-Cuban Music and the Evolution of Salsa in New York City. Westport, CT, Greewood Press, 1992.
Rondón, César Miguel Rondón. The Book of Salsa: A Chronicle of Urban Music from the Caribbean to New York City. Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2008.

1 comment:

  1. buenos dias, que capacidad de publico tenia el palladium, gracias diego perez desde cali colombia,

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