Sunday, December 17, 2017

JUAN ABREU: “UNA FUERZA ARROLLADORA, UNA ALEGRÍA FEROZ”

Como adelanto del primer número del Anuario Histórico Cubanoamericano que edita la Academia de Historia de Cuba en el Exilio les presentamos la entrevista que le hiciéramos al escritor Juan Abreu como parte del dossier que dicho número le dedicara al también escritor Reinaldo Arenas.

JUAN ABREU: “UNA FUERZA ARROLLADORA, UNA ALEGRÍA FEROZ”
Por Enrique Del Risco
Juan Abreu (La Habana, 1952) es pintor y escritor. En 1980 salió de Cuba hacia la Florida como parte del éxodo del Mariel y desde hace dos décadas reside en Barcelona. Ha publicado cerca de una veintena de libros de diverso pelaje pero la misma intensidad, la misma rabia, la misma irreverencia insobornable. En febrero de 2017 exhibió sus retratos de fusilados por el régimen cubano en la sede del Parlamento Europeo, en Bruselas. Juan Abreu conoció a Arenas en los años setenta y junto a este y a sus hermanos José y Nicolás organizaba reuniones literarias en el Parque Lenin. “Ellos me estimularon para que yo reescribiese la novela” Otra vez el mar cuyo manuscrito original había sido destruido. Luego, en los meses finales de 1974 en que Arenas se dio a la fuga y se escondió en las inmediaciones del parque fue uno de los que asistió al perseguido con vituallas de todo tipo. Según cuenta el propio Arenas en su autobiografía en aquellos días “la vigilancia sobre la casa de los Abreu era enorme; todos sabían que ellos eran mis mejores amigos”. Los encuentros clandestinos en el Parque Lenin entre Reinaldo y Juan son materia principal de una suerte de diario que el segundo llevaba en aquellos días. Aquellas impresiones aparecieron publicadas por primera vez en 1998 bajo el título de A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas y resultan una inmersión personalísima en el momento más negro del Quinquenio Daltónico. Arenas a su vez se le había anticipado incluyéndolo a él y a sus hermanos en varios de sus libros ya fuera usando sus nombres reales o bajo el apelativo conjunto de las hermanas Brontë.
Vienes de una familia en que tres hermanos se dedican a la literatura, algo poco usual en cualquier circunstancia. Háblanos de tus primeros años de vida y de tu formación.
Que seamos escritores es algo insólito. No hay, hasta donde sé, ningún antecedente, digamos literario, en mi familia. Mis padres apenas habían ido a la escuela. Éramos muy pobres y hasta que mi hermano José no comenzó a interesarse por los libros, los libros no eran un asunto relevante en nuestra realidad. Todo empezó con mi hermano mayor, él es  responsable de que la literatura, la imaginación y el amor por la imaginación y por la narración del mundo, comenzaran a formar parte de nuestras vidas. Yo soy escritor por eso y a él se lo debo, fundamentalmente. Fue el guía que necesita todo niño y todo adolescente, el guía del que habla Rilke. Tener alguien que vaya por delante y señale el verdadero camino es  crucial, evita que pierdas tiempo y más importante evita que te extravíes en los bosques de la fatuidad o de la intrascendencia.   

Me da la impresión que el desencanto con el régimen cubano –si es que alguna vez hubo encanto- se produjo bastante pronto en tu vida. ¿Cómo te diste cuenta de que el régimen y tú no tenían nada que ver? ¿Quién se dio cuenta primero? ¿El régimen o tú?
Nuestra familia nunca fue fidelista. No recuerdo haber escuchado jamás en casa ninguna defensa del fidelismo. Todo lo contrario. Mi padre y sobre todo mi madre miraban aquel enamoramiento masivo con Fidel Castro, que de súbito poseyó a los cubanos, con desconfianza en el mejor de los casos. Yo no tengo memoria de haber simpatizado nunca con el régimen, hasta donde puedo recordar siempre fui (y sigo siendo) su enemigo.
¿En qué circunstancias conociste a Arenas? ¿Qué impresión te causó al principio?
Mi hermano me llevó a conocerlo al famoso cuarto de criadas donde vivía, en casa de una tía siniestra. Yo era muy joven y Reinaldo me impresionó profundamente. Poseía un carisma inmenso y de él emanaba una especie de fuerza arrolladora, una suerte de alegría feroz. También me impresionó mucho su biblioteca, llena de libros prohibidos o muy difíciles de conseguir en la isla. Intenté que me prestara Paradiso (aquel mítico ejemplar dedicado por Lezama), sin éxito, naturalmente. De su cuarto nos fuimos al Patricio Lumumba (qué nombre espantoso, ¿no?) a bañarnos en el mar. Toda nuestra amistad futura con Arenas estuvo vinculada al mar, ser amigo de Arenas era como ser amigo del mar.
En un medio tan homofóbico como era el cubano en aquellos años era raro concebir una relación “normal” entre un homosexual declarado como Arenas y un heterosexual no menos declarado como tú. ¿Cómo se desarrolló la relación de ustedes en medio de tanta “rareza”?
De forma muy natural. Nunca fue un problema, nuestra amistad estuvo más allá del sexo desde el principio, me atrevería a decir. Por aquella época yo era un macho típico pero su homosexualidad, visto retrospectivamente, creo que me ayudó a civilizarme un poco. Era mi amigo y yo lo respetaba y lo admiraba y lo quería, y lo que hiciera con su pito o su culo no afectaba para nada mi respeto, ni mi admiración ni mi cariño. El sexo es algo ajeno a la moral, creo que en esos tiempos ya empecé a comprenderlo.  Por otra parte, lo de la homofobia cubana es un asunto curioso porque si bien esta homofobia es real, simultáneamente, todos los cubanos son un poco maricones, según mi experiencia.
Ya habías empezado a escribir antes de conocer a Reinaldo. ¿Qué impacto tuvo en tu literatura la influencia de su personalidad y sus textos?
Un impacto enorme. Con Reinaldo pasaba como con Lezama, si caías en su órbita terminabas siendo un satélite, un satélite más o menos grande o bonito. Pero un satélite. No hay vida literaria original en las cercanías de Arenas o Lezama. Sólo hay espacio en el universo de la literatura para un Lezama y un Arenas. En cuanto me percaté de eso empecé a alejarme, porque comprendí que si no combatía su encanto monumental no sobreviviría como escritor. Espero haberme distanciado lo suficiente.  
Durante la famosa fuga de Arenas en el Parque Lenin tú eras prácticamente su único contacto amigo. ¿Por qué crees que haya sido así?
No. Hubo otros amigos. Recuerdo un muchacho que vivía cerca del Parque Lenin y lo visitaba, lamento no acordarme de su nombre. Pocos, sí. Pero en ningún caso sólo yo. No sé por qué fue así. Supongo que el fidelismo ha envilecido a los cubanos tanto que ya por entonces la mayoría de ellos (sobre todo los habitantes de eso que conocemos como el mundo de la cultura) habían olvidado que a un buen amigo no se le abandona cuando tiene problemas. A mí eso me lo enseñaron en casa. No seas nunca un mierda, me decía mi madre. Y de eso va la vida, de no ser un mierda.  
Ya en los años cubanos alrededor de Arenas se formó un círculo literario. ¿Se puede hablar de eso? ¿Cómo funcionaba? ¿Quiénes eran sus principales integrantes?¿Qué influencia tuvo Arenas sobre ellos? ¿Y viceversa?
Me parece exagerado hablar de un círculo literario. Éramos un pequeño grupo, gente muy joven y desconocida para el ambiente cultural (creo que eso nos salvó, tal vez); mi hermano José que era como el jefe de la pandilla, Luis de la Paz, Marcos Martínez, y los tres hermanos Abreu, y además estaba Arenas, claro. Básicamente, un grupo de jóvenes y de adolescentes que amaban los libros y amaban escribir. Arenas fue muy generoso, él ya era un escritor reconocido, incluso famoso fuera de la isla, y se reunía con nosotros como si fuéramos sus iguales a leer y comentar sus obras y las nuestras. Y aceptaba de buen grado cualquier crítica. Y las hacíamos; la juventud es audaz, como se sabe. Fue en general una época luminosa, a pesar de la dictadura, la de nuestras tertulias en el Parque Lenin. Competíamos a ver quién leía más libros a la semana ¡a la semana! y era una vergüenza no conocer a un autor que alguien del grupo hubiera leído. Si en alguna tertulia se mencionaba a un autor desconocido para alguno de nosotros, el ignorante salía disparado a leerse todo lo que encontrara del autor en cuestión. Con mi hermano José sigue siendo así. Si mi hermano me habla de un autor que no conozco, salgo disparado.
Háblanos de la salida de ustedes de Cuba durante el éxodo del Mariel. ¿Coordinaron algo juntos o cada cual escapó por su propia vía? Arenas cuenta haber escapado de Cuba gracias a la falsificación de su carnet de identidad cambiando su apellido de “Arenas” a “Arinas”. ¿Crees que Reinaldo consiguió engañar a las autoridades o estas simplemente decidieron desembarazarse de él?
No coordinamos nada. Mi hermano Nicolás entró en la embajada peruana con su mujer y luego tuvo la suerte de salir de la isla con el famoso salvoconducto que entregaban a los que abandonaban la embajada cuando ya no podían soportar más el hambre y la sed. Yo había estado internado en una granja de castigo y con la carta de libertad de aquel campo de trabajo forzado, me expulsaron de la isla. Mi hermano José fue el menos afortunado, cuando iba a salir fue detenido por el DSE, que le retiró el pasaporte y lo condenó a varios años de trabajo supervisado en granjas agrícolas. Arenas engañó a las autoridades, la eficiencia de la policía cubana es un mito. Son bastante ineptos. Yo mismo serví de guía a un joven francés y lo llevé a visitar a Reinaldo al Parque Lenin, cuando Reinaldo ¡era el fugitivo número uno del país! Se exagera mucho la  eficacia de la policía cubana. La dictadura no quería que Arenas saliera de Cuba. Varios amigos le contaron más tarde que cuando la embarcación que lo sacó de la isla ya estaba en alta mar, llegaron los agentes del G-2 al Mosquito, buscándolo.
¿Cuáles fueron las primeras impresiones que tuvieron a su llegada a los Estados Unidos? ¿Alguna decepción o sorpresa que en aquellos primeros instantes?
Maravilla absoluta. Los colores, la vida. Para mí fue como salir de un lugar oscuro y muerto y llegar a uno vivo y lleno de colores. Era libre. Yo no sabía lo que era la libertad porque en Cuba nunca fui libre, siempre fui un esclavo del fidelismo. Ser libre por primera a los veintiocho años fue algo simplemente maravilloso. Nunca podré agradecer bastante a los Estados Unidos por darme  la oportunidad de vivir en libertad.  
Impresiona que a pesar de las dificultades que implica la adaptación a un nuevo país se recompusiera tan rápido el círculo literario que habían formado en Cuba. ¿Por qué crees que ocurrió?
Por la energía y la furia de Reinaldo, fundamentalmente. Él era la fuerza aglutinadora y la fuerza inspiradora. Nosotros lo seguíamos como quien sigue la luz. No fue exactamente una recomposición de nuestro grupo en Cuba, se unieron muchos escritores que yo no conocía en la isla, Carlos Victoria, Roberto Valero, Miguel Correa, Reinaldo García Ramos, René Ariza, Guillermo Rosales, por mencionar sólo algunos. Pero el elemento aglutinador era Arenas. Sin él aquella confluencia no hubiera sido posible.
Háblanos de la aventura que significó la revista Mariel. ¿Cómo funcionó la revista? ¿Cuál fue el papel de Arenas en la revista? ¿Y el tuyo? ¿Cuáles fueron los héroes y heroínas “secretos” de la revista, esos que aparecen en letra pequeña o no aparecen pero sin la que no hubiera podido funcionar?
Fue una aventura formidable. Por fin podíamos expresarnos libremente y eso hicimos. Sin Arenas no hubiera habido revista. ¿Mi papel? Uno más del grupo. Respecto a las heroínas de la revista, yo siempre digo y me gustaría repetirlo aquí, que sin el trabajo y la dedicación de Marcia Morgado, que era la única que tenía experiencia porque había trabajado en revistas norteamericanas, todo hubiera sido más difícil para nosotros. Su ayuda fue muy valiosa. Por otro lado, escritores consagrados como Lydia Cabrera, Enrique Labrador Ruíz o Eugenio Florit, nos dieron apoyo moral. Sobre todo Lydia, que fue una especie de ángel tutelar de nuestro grupo de marielitos.  
¿Cómo se desarrolló la relación entre ustedes en Estados Unidos?
Bien. No hubo mayores fricciones, diría yo. Lo normal entre escritores, que ya sabes que somos gente tortuosa y difícil.
¿Era realmente tan antagónica la relación de Arenas con Miami? ¿Y con Nueva York? ¿Qué le hacía preferir a una ciudad sobre otra?
No creo que prefiriera una sobre la otra. Tal vez por un tiempo. Decía horrores de Miami o de New York alternativamente, iba por épocas. Estaba en su naturaleza, perennemente insatisfecha. Arenas pensaba (cito) que el mundo era un lugar inhabitable. Me lo dijo muchas veces. Miami o New York o la Atenas de Pericles al final daban lo mismo, terminaría hablando pestes de cualquier ciudad.  
¿Qué impacto tuvo la generación de Mariel en el exilio de la época? ¿Puedes dar ejemplos concretos de ese impacto?
No lo sé. Es un poco petulante atribuirse supuestos impactos sobre tanta gente.
Conociste a Oneida Fuentes, la madre de Arenas. ¿Cómo era ella? ¿Cómo era su relación con el hijo?
Conocí a Oneida. Era una buena madre y una buena persona.  Una madre amantísima, tal y como la definió su hijo. Nunca aceptó la homosexualidad de Arenas, y creo que eso marcó la relación que tuvieron hasta el final.  
¿Cómo te enteraste de la muerte de Arenas? ¿Qué impresión te causó?
Estaba en casa, en Miami, cuando me dieron la noticia. Me puse a llorar. Qué otra cosa podía hacer. Y al otro día, como del más allá me llegó Viaje a la Habana, la edición de Mondadori que acababa de publicarse. Recuerdo que poco tiempo antes habíamos hablado por teléfono y yo le había dicho que tenía la edición de Universal, muy fea y difícil de leer. Supongo que entonces me puso la hermosa edición de Mondadori al correo. Aquí tienes una edición más legible,  escribió en la dedicatoria. Siempre hasta al final los libros y el amor por los libros del primer día.
Luego del éxito inicial de sus dos primeras novelas a su salida de Cuba no consigue publicar en las grandes editoriales de la lengua hasta su muerte. Sin embargo al morir su autobiografía, Antes que anochezca, se convierte en bestseller. ¿Crees que ese éxito póstumo, aunque merecido, fue una manera de malentenderlo, de poner su autobiografía y el tono que predomina en ella (distinto del resto de su obra) por encima de su obra de ficción?
La izquierda norteamericana y española, y toda la izquierda mundial a fin de cuentas, le hicieron la guerra a Reinaldo. Y ya sabemos lo eficiente que es la izquierda para ese tipo de censura. Es una vergüenza que su obra maestra El color del verano, por poner un sólo ejemplo, no encontrara editor. Los últimos años de su vida hablamos bastante de eso, de la siniestra censura que padecía, y que él atribuía, con razón creo yo, a su anticastrismo. En España, por ejemplo, para hablar de un mundo editorial que conozco bien, no se publicaba a anticastristas hasta hace relativamente poco. El fanatismo y la miseria moral de los editores españoles respecto a los escritores enemigos de Castro ha sido repugnante y vil. Por suerte la situación ha ido cambiando. Yo soy un ejemplo. Pero Reinaldo sufrió esa censura abyecta y eso añadió amargura a sus últimos años. Por otro lado, no creo que el tono de Antes que anochezca sea muy distinto del resto de su obra.
Apareces en varios libros de Arenas como personaje y hasta en la película de Julian Schnabel Before Night Falls (en ese caso como un amigo iletrado de Arenas que ni siquiera sabe qué es la Ilíada). ¿Qué se siente al ser la ficción de otros?
Estar en los libros de Arenas es un orgullo para mí, naturalmente. En cuanto a la película de Schnabel, qué puedo decirte, me pasé dos días en su casa de San Sebastián hablándole de Arenas, a su pedido, pero no creo que haya escuchado nada de lo que le dije, a juzgar por la película.   
¿Cómo valorarías el impacto que tuvo Arenas sobre ti como persona?
Ese impacto fue, y sigue siendo, decisivo.

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