Monday, January 8, 2018

Clara Morera: “'El color del verano' es más autobiográfica que 'Antes que anochezca'”

Reproducimos a continuación la entrevista a la artista Clara Morera que forma parte del dossier dedicado a Reinaldo Arenas en el primer número del Anuario Histórico Cubanoamericano:

Clara Morera (Camagüey, 1944) estudió en la Academia de Arte San Alejandro, en La Habana y fue miembro del Grupo Antillano pionero en explorar “la influencia de las costumbres afrocaribeñas en la conformación de la identidad cubana”. Ha expuesto su obra en diversas galerías de todo el mundo y desde 1992 Morera vive y trabaja en el área metropolitana de Nueva York. Su amigo, el escritor Reinaldo Arenas dijo que en Morera encontramos “una de las expresiones más originales dentro de la pintura cubana contemporánea, donde acertadamente se fundan mito e imaginación, lo que equivale a la gran poesía”. Pero también, bajo el mal disimulado nombre de “Clara Mortera” aparece en las páginas de la novela de Arenas El color del verano como protagonista de algunos de sus capítulos más enloquecidos y anfitriona de un punto de reunión que Arenas mitificó como “el hueco de Clara”. Al personaje literario Arenas le atribuye esta declaración: “Ustedes saben que yo durante toda mi vida he sido puta. Conocen todos los riesgos que he tenido que padecer en el desempeño de mi oficio. Pero gracias a él he sobrevivido en todos los sentidos, los he ayudado a ustedes, he mantenido una enorme familia y he trabajado en mis cuadros. Pero sobre todo he vivido en forma independiente y desenfadada, practicando la única profesión que aún no se ha prostituido: la de la putería. Ese magnífico oficio me ha permitido mantener el timón de esta casa y el timón de mi vida. Pero, ahora, algo terrible me ha sucedido. Se me han caído las tetas. ¡Miren!”.   
Primero cuéntame de tus primeros años de vida. Naciste en la provincia de Camagüey y luego te trasladaste a Jagüey Grande, Matanzas. ¿Qué importancia crees que tuvieron esos años formativos en tu posterior desarrollo como artista? ¿Cómo fueron tus primeros contactos con la cultura afrocubana?
Me llevaron a Jagüey grande siendo bebita, ahí es que tengo recuerdos. Allí tuve un profesor de octavo grado, Anِíbal Pentón, que me quitó de las manos las novelitas de Corín Tellado y me dio a leer a Goethe. De alguna manera él separó un grupo de alumnos que después fueron artistas o maestros budistas. A él le debo haber decidido irme del pueblo y estudiar arte. Al principio fue solo por romper el ciclo que me estaba destinado por mi familia inmediata.
¿Cuál fue tu formación como artista?
Primeros estudios en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas. Grandes recuerdos, el director Drake, era un escultor maravilloso. Después terminé en San Alejandro, hice tercer año por el día y al mismo tiempo el cuarto año por la noche. En San Alejandro tenía excelentes maestros pero lo que era pintura del tercer año no me convencía porque estaba de moda rechazar el realismo. No nos enseñaban a pintar lo básico, ahí empecé a buscar por mi cuenta. Dejé la escuela después del cuarto año y seguí aprendiendo sola. Estudié Tapicería Monumental por mi cuenta, con libros que me trajeron de Suiza.

 En varios libros Arenas presenta tu casa como centro de reunión de personas marginadas por el régimen. ¿Cómo fuiste empujada a ese punto de marginación? ¿Por qué fuiste expulsada de la Brigada Hermanos Saíz?
¿Éramos marginados? No lo sé, nunca nos sentimos marginados sino artistas aparte, si alguna patada era muy fuerte nos rebelábamos. Para mí, cada vez que me cerraban un lugar o me expulsaban de algún sitio (por ejemplo, de Brigada Hermanos Saíz, de la que fui fundadora, del Grupo Antillano) me hacían más fuerte. Me empeñaba en subirles la parada en cuanto a calidad. En realidad nunca sentíamos mucho nuestra separación de los canales oficiales y por otro lado todos los escritores oficiales que yo conocía me protegían. Siempre tuve mucha relación con ellos.
Yo nunca supe por qué me expulsaron de la Brigada Hermanos Saiz, quizás tuvo algo que ver con José Mario y la editorial El Puente. Yo vivía en su casa y otras escritoras vivían allí también. Después me mudé para la casa de Walterio Carbonell y Walterio fue expulsado de la Unión de Escritores. Y encima Bienvenido, el administrador de la UNEAC en aquella época, me esperó un día en la puerta y me dijo que no podía entrar más. Tarde, mucho más tarde y después de muchas exposiciones, Nuez me entró en la Unión y se ocupó de mis viajes. Nunca hubo una explicación al respecto ni me interesó pedirla.
¿Cómo conociste a Reinaldo Arenas? ¿Cómo eran tus relaciones con él?
 Cuando Walterio fue castigado a vivir en granjas del Partido por unos años me fui de su casa, aunque no nos divorciamos hasta mucho después. El vivía con su mama y aunque era una casa grande, allí su mama era de cierta forma racista.
Frémez me puso a trabajar con él, como una especie de realizadora de sus diseños. Era más bien una botella pero me sirvió para conseguir un estudio en Muralla 60, (el Hueco). Me casé con Tapia (Tapón en El color del verano) que era primo por parte de madre de Reinaldo. Reinaldo vivía cerca, empezó a visitarnos. Todavía El Hueco no se había abierto, vivía en el pequeño estudio con un portal, baño y un cuarto. Reinaldo me hizo una barbacoa, él era experto. Después un día me empeñé en que abrieran una ventana de mi cuarto a un antiguo convento que colindaba y que yo veía que no estaba habitado, buscando aire más bien. La pared era enorme de grosor y Reinaldo y Tapia abrieron un hueco pequeño para el aire. Pero cuando metimos la cabeza apareció lo que nos parecía un palacio en ruinas. Ellos abrieron un hueco mucho más grande, pusimos una escalerita para poder subirnos y lo tapamos con una gran tela que yo tenía llamada “La Tiñosa cuando el diluvio”. Estos eran mitos que yo inventaba con personajes mitológicos de los que también me apropiaba. Luego descubrimos aquel lugar lleno de tesoros y abrimos una puerta y nos mudamos para allí, un amplio espacio pegado a la pared que tenía techo y paredes. En los otros cuartos había muebles Luis XV, medio rotos algunos. Reinaldo encontró mármoles de Carrara… Vendíamos la entrada, se podía entrar pero para salir con algo había que pagarnos. Reinaldo ya se pasaba todos los días allí, mucho tiempo. Empecé a pintar en el Hueco y no en el estudio y, como era lógico, las tertulias se hacían allí. Nunca supe de El color del verano, pero la mayor parte de las maldades, (por ejemplo, las cartas al director del Seminario al que asistía Vicente Echerri) se hacían allí. Nos reíamos a morirnos. También allí tuvimos amarrado a una cama a Delfín Prats hasta que nos confesó a quienes habían metido en una cadena de sífilis.
¿Qué es eso una cadena de sífilis?
Te llevaban a la consulta del especialista y te interrogaban de tus relaciones sexuales. Yo recuerdo que yo estaba embarazada y tenía todos mis análisis al día y vinieron a buscarme dos enfermeras del policlínico, obligada, porque yo estaba en una cadena de sífilis y tenía que ir a decir con quién yo había tenido relaciones sexuales, etc. Reynaldo también fue interrogado. Yo logré librarme de la inquisición médica porque mi médico intervino a mi favor: yo tenía todos mis exámenes médicos bien. Reynaldo también tuvo que hacerse examen. Delfín Prats, falsamente y por hacer un chiste según él, había metido en esa cadena a cuanta persona se le ocurrió. Reynaldo, yo, Guillén, Barnet y quien sabe cuántos más. Lo amarramos hasta que confeso que sí, que él era el que había dado nuestros nombres.

 Es sabido que Arenas era un gran fabulador pero al mismo tiempo vivió realmente circunstancias que resultan difíciles de creer aunque pudieron haber ocurrido. ¿Qué hay de cierto y de invención en capítulos como “El hueco de Clara” de El color del verano?
 Tú eres escritor y sabes que un escritor siempre va a apoyarse en algo, pero en el caso de El color del verano, nosotros vivíamos una vida, digamos, "paralela". No teníamos idea ni de respeto ni de amistades intocables. Todo era bienvenido si nos divertía. Pensando ahora creo que era una diversión extraña pero a nosotros nos parecía muy normal. Por ejemplo, Cintio y Fina acostumbraban a visitarme y comprar alguna de mis cosas pero aunque no compraran, Cintio siempre me escondía sorpresas, billetes, cien o doscientos pesos cubanos que nos salvaban la vida. Al principio realmente me sorprendía, movía un plato o un cenicero y ahí estaba mi dinero. Después ya si no me dejaba algo yo me molestaba y nos divertíamos inventando historias con él. Reinaldo después las escribía. El vino de consagración que Echerri le traía a Reinaldo para vender, Reinaldo lo vendía por allí pero después hacía las cartas al director del Monasterio quejándose de que Echerri estaba cobrando muy caro el vino. Lo más gracioso es que Echerri después iba a ver a Reinaldo para quejarse de que le estaban mandando cartas anónimas a su superior. Las cartas se hacían en El Hueco. Casi no comíamos y tomábamos el fabuloso té negro ruso por galones. Así vivíamos. Aunque novelada, esa era nuestra realidad. El agua apareció también de verdad y como entenderás, con una cisterna de agua me convertí en la reina del comité pues si yo no autorizaba no podían poner el motor para sacar el agua y en el edificio aquel el agua no entraba casi nunca.
En una entrevista anterior decías que en la época en que conociste a Arenas habías dejado de pintar. Da la impresión que el impulso inicial por el que retomaste tu pintura era para tapar el ahora famoso “hueco de Clara”. En qué sentido tu encuentro con Arenas estimuló tu creatividad.
Yo apenas he estado un año o algo así sin pintar. Sobre todo cuando la vorágine era fuerte no pintaba. Pero no, nunca dejé de pintar por mucho tiempo. Pintar para mí era "sobrevivir", no solo en el sentido fisico. No sé por qué Liliane Hasson puso eso en su libro [Reinaldo Arenas : Un Cubain libre]. Nunca le dije semejante cosa. Yo pintaba de madrugada, o a veces después seguía, después de que habíamos conseguido la comida. Mi mamá me mandaba cajas de miel de abejas desde el pueblo y Reinaldo las vendía. Sí, me encantaba pintar con Reinaldo allí pero porque él me entretenía mucho y nos reíamos. Nunca he podido pintar como un maestro. De hecho, necesito hablar, oír música y hacer otras cosas mientras pinto. Eso debe ser Attention Deficit Desorder, pero nunca me preocupo. El Hueco siempre tenía a alguien leyendo o discutiendo o haciendo cuentos y siempre nos reíamos mucho. Éramos un planeta aparte, ni parecía que estuviéramos en Cuba. Un día mi hijo mayor que tenía cinco o seis años estaba jugando y se derrumbó un pedazo de piso en el lugar en que estaba. Él empezó a gritar porque se le estaban hundiendo los pies en una loza caída. Yo no lo oí pero unos ladrones que estaban forrajeando, lo oyeron y lo salvaron. Éramos una realidad aparte a todo lo que ocurría en ese país. Allí ni siquiera el Comité de Defensa sabía al principio que nosotros estábamos allí. Ni se oían los gritos del vecindario. Que entrara alguien ajeno a nuestro grupo era casi impensable. Para nosotros el comunismo casi no existía, no nos afectaba. No había ojos ni oídos siguiéndonos. Puedes imaginar que en un mundo donde todo estaba lleno de pinturas, se tomaba té sin parar, no se respetaban las reglas sociales y nos podíamos morir de risa un día entero por unos trabalenguas, etc. era un mundo que no tenía nada que ver con la Revolución del Proletariado.
 Diplomáticos y coleccionistas y escritores y nosotros, los otros: todos nos reunimos allí. A la Presidenta del Comité le regalamos un juego de sala Luis XV que estaba entre los muebles antiguos del convento y ella formaba parte de nuestra diversión.
 ¿Cómo era vivir y crear y conservar ese círculo creativo y de amistades bajo esas condiciones de marginación? Aquellos artistas y escritores que pasaban por tu casa ¿Se sentían como una república clandestina de las letras y las artes, como una banda de sobrevivientes o una combinación de ambas cosas?
 Éramos más divertidos que los demás. Venían también algunos a vigilarnos, estábamos seguros pero también se divertían y como sabíamos quiénes eran nos divertíamos dándoles noticias falsas. Reinaldo decía que era para ayudarlos a que resolvieran trabajos y eso. Nunca nos sentimos marginados. El grupo era más o menos, Reinaldo, los amantes de Reinaldo, (Lázaro no iba mucho debido a los amantes ocasionales de Reinaldo), Armando López, Poncito, La Goyesca, Echerri (pero Reinaldo se molestó con él y ya casi no iba), Delfín Prats, Tapia, algún amigo ocasional de Tapia. Creo que casi nunca iban mujeres. Después me invitaron a entrar al grupo Antillano y [Rafael] Quenneditt, el director, empezó a ir. Shelton iba también. Del mundo de afuera iban los Vitier, Pablo Armando Fernández, Luciana Guissi, diplomática, junto a otros diplomáticos italianos de los que no me acuerdo el nombre. Esos eran los habituales, siempre había dos o tres personas y nosotros que vendíamos miel y comprábamos té, huevos y espaguetis. Reinaldo vendía la comida de su libreta y con eso comprábamos comidas. Nos sentíamos reales, no marginados. Yo tenía una amiga suiza que me traía materiales de pintura.
 ¿Qué influencia crees que tuvo una personalidad como la de Arenas en tu vida y en la de aquellos que lo rodeaban en Cuba?
Hay algo. Reinaldo nunca hablaba de literatura, al menos no se hablaba mucho de eso, ni yo hablaba de pintura. Reinaldo era como un Quevedo, que todo lo transformaba en literatura, pero de eso no se hablaba. Yo apenas sabía cuándo había venido su editor de México porque eso salía en relación con alguna otra conversación. Por ejemplo, Reinaldo contaba cómo uno que parecía informante se aparecía en su casa cada vez que el editor venía y Reinaldo le decía, "pasé por aquí"’. ¡Y el personaje vivía en la Víbora! No se hablaba de sus novelas excepto alguna que otra vez que hacíamos tertulia por la noche y él leía o decía de memoria fragmentos de algo. El color del verano no existía cuando aquello. A veces había discusiones literarias. Pero en general discutíamos para reírnos. Como por ejemplo la competencia de poemas entre él y Rene Ariza: ellos tenían que decir el poema y nosotros éramos como jurados. También la de trabalenguas, que eran de Armando o eran de Reinaldo. Así nos divertíamos.
Hace tiempo se subastó en una pequeña librería una nota mecanografiada que él había escrito como para una de mis exposiciones pero que él nunca me la dio o me la leyó, pero el crítico de arte Rafael Díaz Casas logró que le dieran una copia.



¿Por qué no te pudiste ir en el éxodo del Mariel?
Reinaldo se fue cuando Mariel pero yo tenía que pedir permiso al padre de mi hijo mayor y no me pude ir. Traté de irme después por el Comité.
¿Por el CDR?
Sí, después que se acabó el Mariel todavía quedaron muchos barcos que empezaron a llenar a través de los Comités de Defensa. Para que te dejaran ir había que decir que uno era lumpen, ladrón, homosexual, etc. Pero luego cerraron todas las salidas.
¿Qué ocurrió después contigo?
Vino una época negra. Me botaron del Grupo Antillano por sospechas de que me iba y entonces vino un ciclón y Eusebio Leal aprovechó para sacarnos de allí [Muralla 60?], pues el edificio había sido declarado Monumento y hubiera tenido que buscarnos casa. Quemé muchos cuadros grandes que no tenía dónde meterlos, nos llevaron a un albergue horroroso por Guanabacoa. Los diplomáticos empezaron a irme a buscar allí y también los escritores. [El Ministerio de]Cultura me sacó y me dio un apartamento en un edificio de Escoltas de Cultura en San Agustín.
¿Qué significa “edificio de Escoltas de Cultura”?
Era un edificio de microbrigadas donde casi todos los que vivían eran personal burocrático del Minint, entre ellos dos o tres escoltas del Ministro de Cultura. A uno de ellos le dieron un apartamento de mejor calidad y cuando se desocupó una secretaria de Hart llamada Chela me lo dio a mí, que estaba en un albergue. Para que me lo dieran hubo mucha presión de parte de Naty Revuelta, Pablo Armando, Cintio y una agregada cultural. En cualquier lado sacaban ese tema de conversación: que había una pintora conocida que estaba en un albergue en Guanabacoa con sus niños. Extrañamente en ese edificio no había problemas porque aquellos vecinos no se metían en nada. Empecé a hacer tapicería monumental aunque ahora sí que no me invitaban a ningún evento cultural. Hasta el punto que yo tenía una nota de catálogo de Aimé Cesaire para mi primera exposición y después Cesaire fue el Gobernador de Martinica y Cuba mandó una exposición para Martinica y no me incluyeron. Pero por otro lado Naty Revuelta me gestionó el performance Cien años de soledad que Gabo promovió en la Escuela de Cine. A los periodistas les dijeron que lo que pasara allí no podía salir de allí. Armando López solo pudo sacar una pequeña reseña. Y a la cañona porque le dijeron que no podía escribir nada. Esa exposición que se inauguró el día antes del cumple del Gabo tuvo sin embargo una gran asistencia oficial y allí conocí a Nisia Agüero que se convirtió en mi protectora. Yo vivía bien decorando hoteles extranjeros y viajé a Rusia con una exposición-performance. Creo que fui una de las primeras artistas que no salió protegida por el gobierno. Nuez me sacó el pasaporte y la visa y me entró a la Unión de Escritores otra vez. De San Petersburgo (era cuando la Perestroika) me escapé a Suiza sin problema alguno a llevar unos tapices que había vendido. Regresé a Cuba pero dejé saber que yo había ido a Suiza y había virado.
Un día me llamó una artista amiga mía desde la Sección de Artes Plásticas de la UNEAC para decirme que Barnet había dejado un enorme sobre en la mesa de la secretaria para mí. El sobre venía de París. Lo enviaba Ramón Alejandro, el gran pintor cubano-francés. Traía una invitación al Simposio de Artistas de Canadá. Cuando llegué a Baie Saint Paul, una ciudad pequeña de Quebec Ramón Alejandro me estaba esperando con los libros de Reinaldo. Ahí supe que Reinaldo había muerto, que había escrito los libros y los leí. Tiempo atrás Ramón Alejandro había estado leyendo El color del verano, y Sergio Giral, el director de cine cubano, estaba de visita en su casa en París le contó quién yo era. Ahí es que Ramón Alejandro decide sacarme de Cuba. Y lo hizo. Estando en Canadá, ya se sabía que yo me quedaba pero no estaba muy segura de querer quedarme allí porque en aquella época a los cubanos que pedían asilo los llevaban a la isla de Saint George por unos cuantos años. Pero por suerte el Museo de las Américas en Washington se llevó obras del simposio y mandaron invitaciones a los artistas que habían seleccionado. Yo fui invitada y conseguí la visa. Ya Reinaldo había muerto en diciembre de 1990 y yo llegué a Estados Unidos en 1992 pero siempre he considerado que Reinaldo me sacó de Cuba, fue su último gran truco de magia conmigo.
¿Qué sentiste al ver que Arenas te había convertido en uno de sus personajes? Lo sientes como una maldición, una bendición o como algo irrelevante?
Yo me divertí mucho leyendo El color y Antes que anochezca, aunque considero El color del verano más autobiografía que Antes que anochezca. Como conocía a todos los personajes me divertía lo exacto de las descripciones. Las oraciones eran Reinaldo. Las Cartas eran Reinaldo. Arenas, Reinaldo y la Tétrica Mofeta eran Reinaldo.
Yo no tengo un sentido convencional de mí misma. El personaje de la Mortera era yo misma, lo soy y lo fui o al menos quise serlo, incluyendo la prostituta. Me encanta.

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